viernes, 30 de diciembre de 2022

Año Viejo

Recibí la semana pasada un correo tardío, apresurado y confuso, cual aldabada a destiempo, informando de que me estaban buscando y no había sido encontrado. Algunos de la promoción de Físicas del 92 decidieron que convenía reunir en septiembre, treinta años más tarde, a los antiguos compañeros. Muchos dejaron sin respuesta la convocatoria. En mi caso, no la recibí. Ignoraba que esto de ser hallado resultase tan difícil. Pensaba que pasaba justo lo contrario. Pero no, el cada día más repetitivo gúguel solo entresaca obviedades, idénticas unas a otras. Prueben con una receta de cocina cualquiera: parecen escritas todas por la misma persona y en el mismo momento, e incluso los acompañamientos narratorios son estúpidamente manidos. Los caminos actuales del conocimiento pasan por trillar todos el mismo trigo, una y otra vez, bajo el mismo sol, ante el mismo horizonte. No me digan que no es aburrida la modernidad que sucede en las pantallitas que iluminan los rostros indolentes. Solo es distinto lo que sucede fuera cuando aún no ha arribado a las indexaciones del cuatro o cinco ge.

Les estaba contando que no fui encontrado. A algunos de mis compañeros siempre los tuve presente. Pero jamás traté de advertírselo. Para qué. Una vez, hace tiempo, promovido por un impulso de hermanamiento capaz de trascender las primaveras, quise reunir a la antigua pandilla del teatro y solo me topé con desconocidos que recordaban aquellos tiempos de bambalinas como una evocación de otra vida a la que no se debía conceder notoriedad alguna. Deduje que tenemos mucha prisa por cruzar los umbrales de cada nuevo año: es algo parecido a aterronar las cárcavas del camposanto, salvo que el finado no es otro que nuestro pasado, que ha de quedar bien sepultado, no vaya a escaparse. Y así, ante preguntas sobre cómo la vida nos ha llevado tan lejos, y las parvas y mendaces explicaciones con que nos respondemos nosotros mismos, se va construyendo un catecismo repleto de mitología rudimentaria. 

Si hasta ayer me daba igual dónde quedaban mis compañeros de promoción, hoy, que he sido buscado y finalmente descubierto, no dejo de pensar en lo que han alcanzado y en la suerte que habrán sabido manejar hasta aparecer en una fotografía repleta de calvicies y arrugas sonrientes, festejando el reencuentro. Recuerdo muy pocos nombres, pero eso es lo de menos. Entonces éramos jóvenes y ufanos, y las vidas, columbradas en lontananza, no estaban construidas. Mañana habrán pasado treinta años, con todo lo que ello significa.


viernes, 23 de diciembre de 2022

Nochemala

El año pasado pasé a solas la Nochebuena. Mi hermano, en el pueblo, temía haberse contagiado de Covid y prefirió que no me acercase. No lo hice. Me quedé en esta casa recién estrenada: sin adornos, sin luces, sin apenas cena. No me invadió la nostalgia, no acusé ninguna tristeza añadida. Supongo que soy ese tipo de gente a quien la soledad no aflige en demasía. La Nochebuena es bulliciosa pese a mantener las calles en sordina. La alegría, como la guerra, acostumbra a conceder ruido allí donde impera la calma. Hay que sentirse muy huido de lo mundanal para hallar consuelo y paz en el silencio.

No quiero hablar de lo que antaño llamábamos Noche de Paz o Noche de Amor. No existe paz en el mundo y el amor es una quimera aún mayor que las desventuras climáticas. Sigue abierta con toda crudeza una guerra escrita con todas las letras por mucho que la siga mixtificando Baldomero y sus infames secuaces No importa que las pocas noticias que cuentan ya los periódicos sean de chismes no tripulados que azotan centrales de energía. ¿Alguien quiere entender que con ello se pretende no extender aún más el sufrimiento? No puede ser Navidad mientras siga habiendo esa maldita guerra. Por ese motivo ignoro qué diantre celebraremos este fin de semana. Tal vez hagamos como siempre, mirar hacia nuestras insignificantes existencias y deshacernos de la pamplina esa de la conexión espiritual con los restantes seres humanos. Es una frase hecha por mucho que gordinflones vestidos de rojo y niños desnudos en los belenes quieran anunciarla. Nunca ha prevalecido la paz o la solidaridad en Nochebuena. Solo buenos deseos como lo de adelgazar en enero o erradicar el hambre en el mundo mientras contemplamos nuestras suculentas viandas. Lo triste es que ni siquiera en Navidad podamos desprendernos de esta maldita materia negruzca que derramamos todos por el planeta. 

Mañana será una mala, muy mala noche. Usted cene a gusto, diviértase con los reguetones con que acompañará los postres y deje de pensar en lo caro que está todo. Le va a dar lo mismo. Es solo una pizca de ofuscación a la que ya está más que acostumbrado. Piense en las ausencias y haga como que son fantasmas sentados a la mesa cuales vaharinas grisáceas que lo miran con pena. Todo por no llorar y concluir que esta vida es una inmensa mentira que no logramos revertir en modo alguno. En otras partes silban las balas y las bombas. Aquí solo se escuchará el ruido que hacen los que se creen felices bajo un manto pesado de soledad enmudecida. 


viernes, 16 de diciembre de 2022

Choteos aleves

Tiene su aquel esto de vivir en un país donde el ejecutivo promueve leyes a gusto del delincuente, leyes que después el poder legislativo aprueba cual autómata, sin reparar en detalles ni menudeos. Lo más divertido, por decirlo con sorna, es el argumentario que usan unos y otros y los de más allá. Es asombrosa la capacidad de mimetismo que ha adquirido la parroquia humana respecto a este contexto de desbarre y francachela política que estamos viviendo, tan asombrosa como ilimitada es la avaricia de los delincuentes (convictos, recordémoslo, que nunca viene mal) que, de la noche a la mañana, devienen ganadores de la lotería que entrega el gavilán con mando en BOE. Si estos lo celebran con estrépito y se van de la mui con una desenvoltura que, válgame el cielo, pareciera que delinquieron con toda la razón del mundo (total, si la razón son las leyes y estas se cambian para albergar el delinquimiento, será que el delinquimiento era fundado), a aquellos solo les (nos) queda el consuelo de ver el ignominioso espectáculo en la tele o los periódicos y habituarnos mejor pronto que tarde a este desmembramiento estatal en aras de una ideología que, por perder, ha perdido hasta el sentido. Lo diré de otro modo: ya solo cabe esperar a que venga más mondongo de este y que se vaya todo a tomar por el culo de una puta vez (con perdón) porque aquí nadie hace nada y, encima, si lo criticas, te tachan de aberración fascista o directamente se te chotean en la cara (cosa que sucede cada vez que uno de los convictos delincuentes abre la boca). 

Ya saben de lo que hablo. Pero, oiga usted, mandamás de cualquier cosa pública: aproveche la situación. ¿Alguna vez lo habrá tenido más meridiano Euskadi para irse del todo de España?  No sé a qué esperan algunos, supongo a que los catalanes acaben de hacer toda la campaña (inteligente espera, lo admito). ¿Alguna vez lo habrá tenido más fácil un gerifalte para desfalcar (malversar, dicen) cuando lo único en que ha de tener cuidado es en no acumular bolsas de billetes en casa, porque solo se va a ganar una reprimenda? Si resulta que este asunto de la independencia y la autodeterminación y las malversaciones partidistas era y es tan solo una cuestión de estética, póngase manos a la obra. Los demás pagamos impuestos para que usted se autodetermine y malverse como y cuando y cuanto le venga en gana, que para eso está usted, y para eso lo eligieron, ¿verdad?

Lo dije la semana pasada y lo reitero. La Constitución solo sirve para calzar sillas que cojean.


Nota: La redacción del Diario Vasco ha censurado la expresión "el ejecutivo promueve leyes a gusto del delincuente". El artículo de hoy aparece como leyes promovidas a gusto del consumidor. Es parecido, al menos...

viernes, 9 de diciembre de 2022

Perú sin castillos

Llevo tanto tiempo escribiendo en esta columna que los lectores que habitualmente se acercan a ella saben de mi querencia personal por el Perú, un país al que he viajado en bastantes ocasiones y que conozco en su práctica totalidad tanto geográfica como históricamente, más allá de su incaica imagen, la más vindicada por la población peruana. Por ejemplo, a pocos kilómetros de Lima, a norte y sur, existen asentamientos que arrojan luz sobre las olvidadas civilizaciones preincaicas y el modo en que contribuyeron al asentamiento de toda una mitad del continente americano. Pero esa es otra Historia. Hoy quiero enlazar con el presente y afirmar que cuanto ha sucedido en Perú estos días me parece positiva y extraordinariamente importante. 

No quiero creer que seamos testigos de un evento cuyo origen se halla incardinado a la asaz ánima atávica que viene recorriendo el planeta a consecuencia de la insensatez de muchos de sus gerifaltes. En Perú transluce una situación derivada del fracaso de las políticas tradicionales y del hartazgo que produce en sus habitantes, algo que, en ambos casos, viene sucediendo en otras partes, también en España. Lo que diferencia el Perú es que, bajo la creencia de que su mandato era popular y debía alcanzar todas las fronteras, el electo presidente adoptó la decisión de estatalmente golpearse, quebrantando el orden constitucional. Esto, siendo gravísimo, no es lo sustancial. Lo es la otra divergencia: que el Congreso reaccionó destituyéndolo por incapacidad moral permanente y la Fiscalía abrió diligencias contra él por rebelión y conspiración, de manera que ahora mismo se halla encarcelado.

Tras los meses ciertamente convulsos que ha atravesado el Perú y su gobernanza, alivia saber que la mayoría de la clase política, secundada por las fuerzas del orden y una no menos numerosa ciudadanía, ha sabido defender el orden constitucional. En muchos otros lugares, y ahora estoy mirando a casa, la Constitución es algo que parece no importar en absoluto. Algunos han descubierto (merced a una pandemia) que se trata de algo perfectamente obviable y que humillar a toda una nación por el mantenimiento del poder entregado (o de los suculentos beneficios que se desprenden de contribuir a tal sostenimiento) es algo tan lícito como razonable y que no se debe reparar en esfuerzos a la hora de desmantelar todas las herramientas jurídicas y legales que tratan de preservar la propia nación.

Creo que Perú nos ha impartido una lección impresionante a todos nosotros.


viernes, 2 de diciembre de 2022

Qatarral

Me enteré de que se jugaba estos días un Mundial de fútbol porque un cliente y amigo de Costa Rica me escribió entre espeluznado y abatido por la somanta de palos que les había propinado la selección española, donde creo que juegan jugadores del Bilbao, del Madrid, del Barcelona y del Inglaterra. ¿Cómo? ¿Un Mundial en otoño? Pues sí, porque se celebra en Catar (escrito así porque lo de la cu es una transliteración ajena a la ortografía, aunque a quién le importa, ¿verdad?, el brillo hodierno ortográfico se quedó en el orto abandonando lo gráfico). En aquella península emirática hace demasiado calor en verano como para desempeñarse en el balompié. Cuando viví por aquellas tierras, filipinos, paquistaníes, indios, butaneses y bangladesíes trabajaban todo el día a 50 grados y el 100% de humedad en verano, lo mismo que en invierno, de donde se deduce que hay clases y clases, y así habrán currado muchos de los que han construido estadios e infraestructuras, bajo el yugo de delicias como el kafala (que existe, dígaselo a mis amigos que no pueden escapar de Arabia) y las excelentes condiciones acomodaticias que allí dispensan a los trabajadores poco cualificados.

A raíz de tan asombrosa revelación, he tenido conocimiento de unos cuantos movimientos transnacionales orientados a protestar, cuando menos, por los ultrajes golfopérsicos hacia los derechos humanos en general y hacia las mujeres, obreros, elegetebeicuístasmás y, en suma, todos aquellos que viven sometidos por las conservadoras costumbres árabes una vez que los gerifaltes, actuando como malos jerifes, cierran el Corán y la Declaración Islámica Universal de los Derechos Humanos, datada de 1981, y de la que solo habrán leído hasta el ítem efe, justo antes de los párrafos donde se les enmienda la plana a ellos, cumplidores coranistas como se  creen. Pues eso, que dijo el otro, que ya pueden protestar y llevar brazaletes y todas las milongas que quieran: el fútbol no lo detiene ni los derechos de los vivientes ni la madre que lo parió, pese a lo aburrido que resulta o, digo yo, la gente no portaría banderas y bombos y trompetines y esas cosas, que les debiera bastar el espectáculo, ¿no?. Por cierto, creo que al del bombo no le han pagado el viaje o no querido ir. Lo mismo él sí ha querido arremeter contra la organización. Yo qué sé.

En fin. Mi amigo costarricense hecho polvo y la selección que no es ni vasca ni catalana, porque las asume a todas, jugando. Todo está bien y bien empieza diciembre, mes do mucho se trabaja.


viernes, 25 de noviembre de 2022

30 días para Navidad

Se adelantó Santa Claus y ha repartido regalos a un mes vista de Navidad. Qué generosidad sin igual, qué esplendidez y largueza la suya con quienes han sido buenos chicos todo el año, que no significa que se hayan portado bien: pueden ser buenos chicos o solo chicos buenos. 

Algunos de ellos no hace tanto se solazaban dando mamporros a quienes no eran de su igual opinión: unos leñazos espeluznantes que incluso hacían volar a las víctimas (inocentes) hasta los cielos. Usted dirá que a estos no habría que darles ni lo negro de las uñas, pero muchos los vitorean y reciben como héroes, lo cual además de ser ridículo es una atrocidad. Algunos, compañeros de aquellos mártires, han decidido que a los amigos que conservan los mamporreros, y a no pocos de estos, hay que admirarles la decidida voluntad que muestran por acrecentar una democracia que jamás promovieron, salvo para sí mismos, y que por ello merece la pena ofrendarles regalos: unas monedas para el circo en euskera (terrible como alguien se confunda de preposición); carreteras vigiladas por ellos; y unas cuantas medidas de esas sociales con que fingir compromiso y que salen de los ridículamente bajos impuestos que pagamos. Otros hay que, por tener el mando de las cosas, acercan a sus casas a los más malotes y los sacan de la ergástula para que sean vitoreados y se tomen unos zuritos en paz. Todo por la paz. A estos yo, sinceramente, no los entiendo (y creo que no quiero entender).

Algunos otros no son malos, son traviesos. Se emancipan y hacen bulla, pero como resulta que son necesarios para el óptimo funcionamiento de la fábrica de presentes, les regalan reescriturar las leyes que los condenan. Como eran y son ambiciosos, no se conformaron con contravenir una ley: las quebrantaron todas, especialmente aquellas cuyo ultraje sirve para que les salgan gratis sus travesuras, que muy gratis no son, digámoslo claro, cuestan bastante, y andan con los bolsillos necesitados, máxime si se emplean los dineros en tontunas embajadísticas y persecuciones de tiendas y alumnado disconforme. Por cierto. Esto de que los reos cambien las leyes que los condenan no deja de tener su aquel. Ignoro si pasa en otros lugares. Supongo.

Y luego están, creo, todos los que no merecemos regalo alguno por ser fascistas, fachas, fútiles, facciosos, feminientes, fobotódicos y feos de solemnidad, como me pasa a mí, que tengo todas las efes y aún no me había enterado. Solo tengo una virtud: que pago, aunque no me calle. Eso me regala el Santa Claus este.


viernes, 18 de noviembre de 2022

Museos activos

Este asunto de los museos tomados por activistas climáticos es de lo más divertido. Visitar museos es una de las actividades que dice hacer la gente en su tiempo libre, afirmación falsa como Judas, pero en tiempos de posverdades uno orienta sus recuerdos indistintamente hacia lo real o lo que debería haber sido real. La cuestión es que, desde ahora, se puede acudir a un museo de dos maneras: como visitante o como activista. Ambas igualmente compatibles, claro. 

Los museos son lugares donde estar fresquito en verano y a salvo de las inclemencias el resto del año. Tal vez por ese motivo los activistas los eligen para su propaganda ecológica, porque saben que una de las consecuencias del calentamiento global es llevar más y más gente a ver obras de arte para refugiarse de los incrementales rigores caniculares o los intempestivos azotes invernales. En los museos se expone arte, normalmente, y las obras famosas son solo un puñado cada vez menor, acorde a la menguante cultura que se enseña en las escuelas. Quiero decir que es fácil seleccionar la obra a atacar para atraer la atención de los medios. Acceder a ellas no es complicado porque ningún museo sufre delirios de fortaleza inexpugnable: su razón de ser se halla en recibir visitantes, no en espantarlos, dado que son pocos y, por ende, valiosos. No emplear los protocolos de seguridad de los aeropuertos facilita mucho la ejecución concreta de aquello que se quiere hacer con el cuadro para formalizar una protesta. Manchar la protección de un cuadro con el líquido negro de la mochila activista solo genera molestias a quien lo ha de limpiar. De momento los ataques no han malogrado pintura alguna, luego sus consecuencias son más bien episódicas: hablamos de activistas, sí, pero no locos.

La gente se ha espantado, yo no. Yo deseo sugerir a los activistas que, de proseguir con sus campañas museísticas, las anuncien con anticipación para que se pueda acudir masivamente al museo a disfrutarlas. Los museos estarán encantados de vender más entradas y, con seguridad, las visitas guiadas se verán enriquecidas con esta deslocalización de la unción artística que la imbrica con lo atmosférica, lo antropogénico y lo ecológico. Y quien dice activismo climatológico dice elegetebeísmo, animalismo, veganismo, revisionismo, terraplanismo o lo que se le ocurra, que el arte lo soporta todo, incluso el ignorantismo, cuando lo que se busca es un minuto de efímera gloria ante una obra maestra por mor de un arrebato seguramente mal entendido. 


viernes, 11 de noviembre de 2022

11+11

Sumados los ordinales del undécimo día del undécimo mes, como acostumbran niños y adultos, el resultado es este año en curso cuyo transcurrir volvió a torcerlo todo y no hay modo de prever cuándo dejará de hacerlo, seguramente de aquí a San Silvestre no por falta de tiempo para tamañas esperanzas, y si me preguntan declararé que ya no soy consciente de cómo empezó todo, si con un coronavirus o un putinesco ruso se desencadenó este derrumbamiento global que por todas parte asola (luego dicen del calentamiento), de ahí que entremezcle las causas y tienda a pensar que mejor estaba confinado, cuando no había que salir a la calle ni enfrentarse al mundo en ninguna de sus maneras, pasando las horas bajo el propio cobijo indagando en la mañana si aquella tarde todo volvería a su habitual locura y trasiego.

Seguimos padeciendo tiempos impropios y para sentirse zaherido y humillado en el pundonor que cualquier civismo debería vigilar en su paso por la vida, basta con observar una brizna del desempeño de la política y el famoseo, en lo suyo y en lo ajeno, que es de todos y no de nadie, cuando salpimientan con desasosiego las ánimas calmosas, y traigo para ello a colación un cierto año 1984 confundido con otro cierto año 1949 por alguien en cuyo futuro han depositado innúmeros votantes sus esperanzas de acabar con este sindiós que nos viene amargando los pepinos desde bastante antes de la pandemia oriental y los vientos de la guerra baldomera, que válgale el cielo (que es donde ejercen las estrellas), no pido que el susodicho alguna vez lo leyera, que muchos suponíamos que sí y resultó ser incierto, pero, coño, qué menos que disponer de una breve noción cuando callar no es lo suyo…

En fin, que me entretengo en frases proustianas sin ser asmático como el célebre escritor y parece que no digo nada, pero explíquenme de qué puedo escribir sin escribir lo de siempre que todos ya han venido escribiendo y, con seguridad, seguirán escribiendo, porque repito que la vida es un sindiós desde que nadie arroga a otros el derecho a reconvenir salvo que uno sea tan rico que dé asco serlo y le dé por meter la mano en la olla podrida donde se cuecen los guisos abreviados, o se esté religiosamente dedicado a joder a todos, como los nunca electos burócratas bruselenses y sus obsesiones de 7% con los coches que humean por el escape, y yo no soy ni porcentaje ni tubo, al menos hasta este mismo momento en que ni siquiera sé contra quién existo, de tantos enemigos como dispongo sin haberlos yo provocado.


viernes, 4 de noviembre de 2022

Brumario de cambio

Noviembre regala amaneceres a quien madruga. Atrasamos los relojes con octubre cumplido y damos tiempo al sol para que emerja sobre el horizonte. Como saben, atravieso campos de labranza y monte cada mañana. En la oscuridad de la noche, parecen quimeras alumbradas momentáneamente por la moto. En cambio, al amanecer, con el rosicler avizorado en el Oriente, la suavidad de los colores nacientes enaltecen el ánima. Incluso respirar deviene arte.

Ya pasó esa horrenda costumbre de los disfraces de vampiro o muerto viviente y de las calabazas y dulces cuando llaman a la puerta. Adquirimos los más banales hábitos ajenos excusados en la diversión de los niños y, para más ende, negamos admitir que dicho tránsito nos convierte en mucho más mundanos e irrelevantes. Aunque, ¿quién puede censurar la estupidez de este carnaval burlesco de la muerte cuando es suposición universal que la pena va por dentro? Antes que Halloween (All Hallows Eve) parece el Día del Orgullo (del Muerto). 

Sigue avanzando el otoño y parece que el calor finalmente dase por vencido. Un temor ronda el ambiente y acrecienta sus pasos de gigante. Los combustibles para la calefacción, incluso aquellos que, como el pellet, no provienen del petróleo, han encontrado un camino fácil para enriquecer los bolsillos de unos pocos mediante la ancestral táctica de empobrecer el de unos muchos. Lo llaman inflación, pero es especulación, es cartel. Encerrona, en suma. Lo tomas o lo dejas. Otros suben impuestos con idéntico resultado. Usted dirá que no es lo mismo. La especulación extractiva de las élites se ha disfrazado de progresismo social: incluso una ley registral y clínica para transexuales (¿transgéneros?) es un negocio redondo para su cartel respectivo. Sin padrino, no hay predicamentos. 

Con este undécimo mes del año, noveno del calendario romano, el curso político afronta su (esperemos) último arreón. Me estoy haciendo mayor porque esta legislatura me parece insuperable. Como saben de mi opinión, y la expongo por mal que les parezca, no necesito abundar en un tema tan obvio, hoy no, aunque tenga lectores entusiasmados por esas prácticas gobernativas que a los demás nos toca soportar bajo la perpetua tentación del nihilismo. No sé de qué me quejo. Esto de gobernar devino también cartel de intereses creados: unos los revisten de poder, algunos arrastran muertos no nombrados, otros créense sediciosos (y sedicentes). La democracia no va de legitimidad. Y tal vez por ese motivo, Brumario traiga nieblas de cambio.


viernes, 28 de octubre de 2022

Ruido no temperado

A menudo me preocupo por cuestiones que, en puridad, no revisten la menor importancia. Son asuntos que ensordecen por el mucho ruido generado con ellos. Este ruido proviene siempre de las mismas fuentes y se repite, de un lugar a otro, con aburrida tenacidad. Las fuentes viven, esencialmente, de causar ese u otros ruidos, todos afines. Algunos lo confunden con la causa última de aquello que ensordece: la gobernabilidad, la política, el dinero, la fama, la ciencia o la historia, por citar unos pocos ejemplos. Todas las fuentes, sin excepción, asaltan nuestra voluntad con su enervada, mas no débil, barbulla. Diríase que es la única manera de llamar la atención de la grey, lo cual es incierto. Y, cual felices corderos, aunamos todos nuestro balido al ruido, como si este no resultara ya bastante. 

Habitualmente no me preocupo de lo que sucede bajo el ruido por haberse disipado mi atención, incapacitando el reconocimiento de la verdad sincera de cuanto está ocurriendo. Y es error solamente mío, lo admito. En lugar de inquietarme con el precio de los pellets o del gasoil, o de los muchos niños que de repente pretenden convertirse en ángeles, debería entender mejor las dinámicas que causan todo ello. El problema se desata cuando escarbo y compruebo que apenas hay profundidad en el sustrato de estos debates, que no existe lo que he denominado verdad sincera en casi nada. Son intereses, son ideologías, son convicciones y lucha por su prevalencia. Ya está. Se disturba nuestro almo reposo con asuntos mundanos y tempestuosos, y felices nos sumamos a ellos olvidando aquellos que son substanciales.

Nunca me preocupo por el fundamento de las cosas que intranquilizan el alma. En eso, creo que estoy igual de aborregado que aquellos a quienes critico. Un corte de servicio en una aplicación para comunicarse por teléfono con otros, las agresiones extemporáneas a la biología humana o la altitud de la everéstica tasa de ceodós me exacerban mucho más que la ausencia de los cantares no aprendidos de las aves que trinan por madrugada y que han volado quién sabe dónde. Vivo esclavizado de amor, celo, odio, esperanzas y recelos. Todo vale, bueno y malo (porque ambos sojuzgan y encadenan) con tal de no sentirme aéreo y sosegado, feliz y tranquilo. En estos tiempos que corren, mostrarse indignado o manifestarse hiperactivo y coronado de furia es mucho más valioso que prestar atención al plectro que puntea las cuerdas de un instrumento bien temperado. Lo que ha de quedar, empero, es el plectro.


viernes, 21 de octubre de 2022

La pobreza social

Cuando era niño, mi madre daba clase en una de las escuelas del centro, que entonces habitaba las familias más humildes que uno pudiera imaginar. Una tarde, mi madre volvió a casa muy afectada. Había en su clase un niño de estatura pequeña cuya familia, una madre y un hermano mayor, su padre había abandonado para irse con otra. Vivían en la más afectante pobreza. La criatura se pasaba los días con una sopa y un huevo frito como único alimento diario. La madre limpiaba escaleras y, una tarde, con una propina extra que le habían dado por limpiar una casa, compró un pollo asado para comerlo con sus hijos aquel fin de semana. El niño le contó a mi madre, su señorita, que durante la noche, acuciado por el hambre, el hermano mayor se levantó a la cocina y se comió todo el pollo. 

Esa época no es la de ahora. Aquellas gentes salieron adelante y, en su inmensa mayoría, prosperaron. Con el ingreso a la UE, España se subió al tren de los países ricos. Hoy habitamos una nación donde los ciudadanos del mundo menos desarrollado quieren vivir. El Gobierno justifica en el hemiciclo sus proyectos de gasto en los dos millones y medio de niños que viven en plena pobreza y que uno de cada cuatro ciudadanos lo lleva marcado en la frente (y los suyos aplauden: no sé muy bien qué, es aberrante). Luego afirma que hay un 1% de ricos y un 99% de clase media. ¿En qué quedamos? Ocultan la parte que no les gusta: desde que gobiernan hay un millón más de personas en riesgo de pobreza. La culpa, por supuesto, es del covid. El Presidente declara, ufano, que la crisis que se avecina (la culpa, por supuesto, es de Putin) la va a gestionar igual que gestionó la pandemia. Estamos apañados.

Los políticos siempre reclaman la necesidad de abultar más sus presupuestos para hacer políticas sociales. Se lo escuché al peneuvismo en días recientes. En el senado, concretando algo más, el presi acaba de alegar la lucha contra el cáncer para razonar sus deficitarias cuentas. Salvo entre 2004 y 2007, años de superávit, nuestro país no ha dejado nunca de ingresar mucho menos de lo que gasta. Esa diferencia la coloca el Tesoro en el mercado y lo llamamos deuda, un engendro ominoso que crece sin parar y que a usted y a mí permite vivir teniendo alrededor más de lo necesario y de lo no necesario también. El capital no lo pagará jamás nadie, pero sus intereses sí: quienes vengan detrás (que arreen, que diría el otro). Es lógico que nos suban los impuestos. También suben los precios y seguimos pagando. No nos queda otra.


viernes, 14 de octubre de 2022

Exhibición múltiple constante

Si la disidencia es traición, la avenencia esclaviza. Cualquier idea lanzada al coso de las disputas debería justificar su predisposición para el combate dialéctico. Importan las paradojas del argumentario, que siempre las hay, no lo bien pronunciado que suena en sus corifeos y la rápida asunción de sus turiferarios. Entre unos y otros cunde un exceso desasosegador. Siempre hay quien alabe las bondades del exhibicionista, vestidas con arpillera o tafetán, que eso es lo de menos. Pero, como decía el cantar, mucho vestido blanco y mucha parola, pero el puchero bulle con agua sola. El puchero es, claro está, la sabiduría.

Lo publicitado es importante, pero solo relativamente. Así, las mozas biquinineras de Instagram decoran sus turgencias con frases de burdo manual de autoayuda queriendo parecer profundas ante la parroquia. Sin serlo, claro, cosa que a sus seguidores importa un bledo, interesados como están en las otras profundidades, pero la cuestión es que ya nadie esboza un escote sin añadir el papelito de las galletas chinas de la suerte. Otros especímenes con menor generosidad genética actúan de modo similar, prefiriendo exhibir lo comprometidos que se sienten por cualquier causa que suene a necesario e insoslayable: el cambio climático, el sentir de los simios o la hegemonía neofascista en Europa. Yo casi prefiero lo de las mozas y no tan mozas con poca ropa: la perpetua manifestación woke es de una indecencia cansina, nunca sacia su necesidad de confrontar al otro bando y, de no existir, lo inventa. Es compromiso combativo ante al sinnúmero de irresponsables que por el mundo medra. Pura deflexión: el tránsito de la increencia al fervor produce conversiones masivas hasta el punto de que poco ha de faltar para que se cumpla uno de los preceptos órficos más sublimes: las almas regresando del inframundo (el inframundo es esto en que veníamos viviendo). 

Como hoy en día todo lo que parecía sólido es líquido, y lo líquido, gaseoso, se me antoja  que la única materia reacia a los cambios de forma hállase en el tejido convoluto de quienes pensamos que no conviene dejarse convencer por sofistas. Mal asunto: los orates han ocupado la dirección del manicomio. Desde fuera no hay forma de distinguir a un loco de un cuerdo salvo en que este último sabe callar. Véase, si no, lo del Colegio Mayor, y dígame si usted, turiferario de cualesquier causas últimas de la Humanidad, no es, mutatis mutandis, trasunto de jovenzanos groseros con subidón de estímulos genéticos (e instagrameros). 


viernes, 7 de octubre de 2022

Va ganando el clima

En ocasiones veo cambios climáticos, como el otro fantasmas, porque existían. El cambio del clima también existe aunque su alcance esté sujeto a revisión continua. Para muchos es la gran amenaza de la humanidad entera, comenzando por usted, caro lector, quien, como nos pasa a todos, se halla sometido tanto al cambio climático, que no es tan lesivo como lo pintan, como a los impuestos, que sí lo son. Todos los políticos moderados de Europa, no importa su signo, han adoptado la lucha contra el cambiante clima como práctica. Imponen prohibiciones, crean nuevos impuestos: usan las herramientas con que nos apabullan a diario y en esto no iban a ser distintos.

La Unión Europea pretende reducir el consumo neto de energía mediante estrategias que conllevarán la disminución del nivel de vida y su exponencial encarecimiento. Algo está percibiendo ya en su bolsillo. Y es muy injusto. Las subvenciones con que riegan al coche eléctrico, por ejemplo, no dejan de ser una transmisión de recursos aportados por ricos y no ricos hacia quienes disponen del poder adquisitivo suficiente para comprarse uno (los ricos). Además, las tecnologías sostenibles dependen en gran medida de las materias primas que controlan, hoy por hoy, gobiernos autocráticos, quienes deciden el precio de aquello que en Europa necesitamos y no se halla en nuestro subsuelo. Esta tensión económica origina recesión, no lo dude. A usted le va a afectar, como a mí, pero no a los burócratas de Bruselas, que ganan un sueldo magnífico (pagado por todos) para que nada les afecte en su ideológico actuar.

Más de la mitad de las emisiones carbónicas se producen en cinco países del mundo (saben cuáles). Europa apenas supone el 7% del total, y España solo aporta un 1%. No somos decisivos en lo de mitigar apocalipsis climáticos. A cambio, por empecinamiento ideológico y tozudez suicida, Bruselas nos va a arruinar a cuantos vivimos en el Viejo Continente (menos a los burócratas) con su empeño en diseñar leyes (Directivas) que empobrecerán rápidamente a los europeos (y ocasionarán revueltas en todos los países, no lo dude) sin que puedan llevarse a cabo. Deberían fomentar la investigación en nuevas tecnologías sin imponerlas antes de que su coste sea razonable, y derogar toda esa estupidez congénita de prohibiciones a los motores de explosión y a la exploración mineral y a la energía nuclear y a todo cuanto llena sus magines de prados verdes y montes jugosos. Pero no lo harán. Viven felices jodiéndonos a todos a cambio de su gloria. 


viernes, 30 de septiembre de 2022

Piove? Porco governo!

Cuando vivía en Italia me costaba lo infinito comprender la política nacional del país transalpino. Digo infinito porque no la entendía en absoluto. Recurría a mis italianos colegas y amigos para que me la explicasen, pero ellos, igualmente, se sentían incapaces de entender nada. Y así estábamos todos. España es un reflejo pálido del galimatías italiano. Por ejemplo. Aquí la derecha ha gobernado absolutamente sin cumplir nada de aquello con lo que convenció a su electorado, y actualmente gobierna una izquierda bastante extrema que, igualmente, se mete en todos los extremos charcos que a nadie, salvo a ellos, importa. Pero los cálculos del poder sí los entendemos. Allí, no.

De repente, en Italia, los italianos han elegido fascismo para gobernar. A priori no debía extrañar porque, hoy en día, todo lo que no concuerde con el pensamiento mudable de la izquierda gobernante y woke es fascismo. Ya les conté un día que, por la calle, me horrorizó cómo un perro sin duda fascista trataba de corroer una farola ante la pasividad de su fascista dueño. Pero Italia, tan de diseño como es, y diseño reciente, ha elegido a una ¡mujer fascista! sin importarle la Agenda 2030, el calentamiento global, la transexualidad de los canadienses o los falcones neoyorquinos (estos son cosa solo nuestra). 

No tengo ni idea de las razones por las que los italianos han votado a una mujer fascista que se hizo una foto con melones en sendas manos y proveniente del entorno de don Silvio. Esta semana hemos tenido por aquí, donde trabajo, a un italiano bastante culto e inteligente y, al preguntarle por ello, ha respondido lo mismo que respondían los sardos hace veintitantos años: que tampoco tiene ni idea, pero que seguramente tenga que ver con el hartazgo hacia los políticos, los tecnócratas, la ricachona von der Leyen, los delirios energéticos de la UE, la guerra de Putin y la madre que lo parió. También ha recordado que en Italia ningún partido, ni siquiera el vencedor, tan fascista, usa o defiende la violencia para imponer sus criterios.

Dudo que Italia haya optado por una versión matriarcal de Mussolini. La vencedora puede ser agresiva en términos de política exterior y económica, pero ha asegurado a Biden plena continuidad atlantista y ha tranquilizado a los mercados con su pretensión de mantener la deuda pública bajo control. ¿Es de extrema derecha? Aquí tenemos un Gobierno de extrema izquierda desnortado y estamos muy hartos. Los italianos simplemente han votado antes lo que mejor les ha parecido.


viernes, 23 de septiembre de 2022

El otoño del frío

Baldomero siente frío. En Rusia, tan colosal, tan ingente y ártica, el otoño embiste como riguroso invierno y el verano, ya extinto, recuerda que fue primavera. Rusia es inmensa, sí, pero ignota. Apenas conocemos su frío, solo la altivez de sus pocos magnates y la inocuidad de sus millones de desconocidos. Es a estos últimos a quienes eligen los primeros para morir cuando se entrecruzan las cuestiones de guerra en sus demenciales planes de conquista. En eso no se diferencia mucho de otras grandes y pequeñas naciones. Los pobres y olvidados han de morir para que los ricos y poderosos puedan disfrutar sus lujosas y embutidas vidas.

Todo esto traigo a colación porque quiere el estalinesco putinillo enviar cientos de miles de soldados a la tierra del Donbás. Resulta que, al parecer, va perdiendo su guerra (que es solo de él, aunque la suframos todos los demás) cuando debía estar ya ganada. Pero, impasible a tamaño desasosiego, prefiere envalentonarse ante los suyos (acólitos del patriotismo totalitario haylos en cualquier lugar del mundo, incluso en Rusia) y declara, fervoroso, bruñido, no la humillación de su gravísimo error despótico sino su inquebrantable fe en la cruzada emprendida en Ucrania para volver a unificar la Madre Rusia de la que nadie debió nunca pensar en descobijarse. Y advierte que hará lo que sea. Uno se pregunta si, tras esas palabras, se esconden las cabezas nucleares que atesora para devastar el planeta, empezando por el Kremlin. Quizá bebió demasiado vodka en el desayuno, o tal vez, quién sabe, le hayan empujado a desafiar al orbe entero para no acabar él como una más de sus estrellas caídas. Si tan seguro está de su contienda, como seguro está de la inquebrantable fe del pueblo ruso en su atávica resolución, lograría fácilmente el objetivo sin necesidad de detonar nada nuclear o atómico, cosa que espanta solo con nombrarla, solo con enviar decenas de millones de soldados y oponer así un recluta por cada ucraniano que quiera defender su tierra. Nadie puede oponerse a un ejército de millones de soldados, sobre todo si él los encabeza. Pero, qué va: alguien tiene que decirle al Baldomero que ya vale de hacer el cenutrio. 

Cuando el Kremlin habla, arrecia el frío ártico que, lejos de aquellas latitudes, vuélvese frío demencial. Y demoníaco. Nada que ver con el frío otoñal que, gradualmente, prepara la superficie del planeta para el solsticio. Cuando Baldomero habla estos días con ofuscación y enojo, lo que cree anunciar es el mismísimo inv(f)ierno. 


viernes, 16 de septiembre de 2022

Lluvia y otoño

La noticia son las lluvias. Han vuelto. Iba siendo hora. Dicen que nunca llueve a gusto de todos. Para muchos, ni siquiera es necesaria. Tal vez un engorro. Porque uno se moja y hace más frío. El tráfico fluye peor. Ciertos oficios se vuelven difíciles. Por eso parece que tan solo llueve para poetas, gentes del campo y transidos de melancolía. Antaño la lluvia era fácil. Ahora no. Cuando cae en demasía, es culpa nuestra. Si en escasez, también. No viene la lluvia como en otros tiempos, sin duda más propicios. No viene con inocencia. Sin importar las crónicas. El verano acarreó un calor catastrófico. Y amplía el consenso (asaz sedicente) sobre el simpar desastre. El clima: que es cambiante, cierto e indeciso. Y asesino, otrosí. Qué poco miramos a la naturaleza. Los inmutables volcanes sí actúan con inescrutable precisión. Pero son tan lejanos, y en ocasiones tan sumergidos, que rara vez importan. (De uno más próximo y nuestro nadie habla cuajados ya los fluyentes ríos de lava). Da lo mismo. Se cubre el planeta de un terror casi cosmológico solo apto para sensibles o ignorantes (los hay en ambas orillas). Del terror parece provenir la lluvia, no de la normalidad climática que se mantiene, volcán más o menos. 

La lluvia anuncia el otoño. Espera la seroja agazapada. Pero está ahí mismo. No sabemos si será un otoño de lluvias. Quién sabe. Tal vez. De momento los jardines y montes se han empapado. Un poco, al menos. Con la lluvia llorando en los cristales se descorren las cortinas de agonía por la sed que padecemos. La lluvia, el viento y la sombra hacen la vida, dijo el poeta. También el sol. Y cuanto crece en la tierra. De arriba proviene el aire que respiramos. De abajo, los alimentos. En la tierra se halla cuanto nos permite aspirar aire a los pulmones. En los cerros tras la borrasca y las colinas alumbradas por el sol entre las nubes. También en el mar, donde la lluvia cae sin notificarlo siquiera. Es el ciclo al que estamos doblegados. No es el ciclo que sepamos doblegar nosotros. 

El otoño se percibe con cansancio. Ni siquiera el verano ha sacudido los hastíos. Más de lo mismo, dicen los viejos del lugar, que ya somos todos. No hay lluvia que arrastre las palabras malditas. Caen, cuales chuzos, siempre de punta, las noticias apesadumbradas como augurios disimulados. Más lluvia tormentosa. Más granizo en nuestros hombros maltrechos. Y, de repente, el asombro. En el perpetuo otoño de la guerra, un claro de justicia. Tal vez se aleje el frío. Tal vez se amanse el invierno


viernes, 9 de septiembre de 2022

Precios viejos

Sigue la inflación galopante, la energía donde los estrategas de Bruselas jamás sospecharon, no sé cuántas alarmas recesivas aún por oficializar… Nuestros políticos han decidido coger al astado por el rabo (pues llegan tarde) y empiezan a anunciar lo urgente que resulta poner un tope al precio de los alimentos y no sé cuántas más cosas. A menudo tengo la impresión de que sus asesores, que haylos por decenas, son guionistas de la tele en busca de añagazas con las que despistar al elector y que los mandamases son solo autores en busca de público. Miren cómo ha resultado lo del gas o lo que pasó en el país donde se practicó (la Unión Soviética) y lo bien que vivieron en aquellos días de hoces y martillos, con independencia del Baldomero que hay por esos predios ahora. O lo que le pasó a Nixon, si desean un ejemplo de la orilla contraria.

Las lindezas políticas arrancan en el BOE y acaban en pesadilla para los ciudadanos, como aquel Real Decreto que impedía desahuciar a personas vulnerables y de la que solo se han beneficiado las mafias okupacionales para hastío de los barrios desfavorecidos, porque en los barrios ricos nadie okupa nada. Si criar un cordero cuesta más que el precio impuesto al que lo puede vender, dejará de criarse a menos que su dueño sea como aquel propietario de un bar que perdía diez céntimos por café mientras se vanagloriaba de los muchos que vendía. 

Esto del control de precios es viejo recurso que, pese a lo mal que siempre ha resultado, tarde o temprano regresa a los titulares cuando hay políticos que, como pollos sin cabeza, buscan presurosos cualquier artificio que refuerce el talante de su preocupación, que no de sus conocimientos. Digo yo que los asesores, si no son guionistas, podrían intentar calmar ánimos y hacerles entender que, como poderes públicos, para actuar contra la inflación han de restringir la demanda y que la herramienta a elegir no es el intervencionismo, sino la política monetaria (que ahora mismo no es suya) y la política fiscal, que sí lo es. En el primero de los casos, el BCE ya ha actuado, ayer mismo lo supimos. Falta (me temo que siempre faltará) una política fiscal y presupuestaria acorde a estos tiempos difíciles que minore el gasto público (quelle horreur!) e incremente los impuestos sin incurrir en tentaciones populistas (autre type d'horreur!!). Justo lo contrario de lo que propone la oposición y de lo que está intentando el Gobierno. 

Que son tiempos difíciles, parece que solo lo entendemos los ciudadanos de a pie.


viernes, 2 de septiembre de 2022

La apostasía de Salman

Ustedes ya han vuelto a sus quehaceres. Yo todavía no. Sigo pedaleando estas jornadas, lo mismo agosto que septiembre. La diferencia es que hay menos vehículos en la carretera, y cuando avanzo entre las calles de las localidades que son cabeza de partido, compruebo que han sido de nuevo invadidas por el silencio y la quietud. La España menguante abre paréntesis en el estío. Pero no por ello deja de menguar su tamaño.

Por las tardes, para relajar las piernas, me tumbo en el sillón de mi padre y leo. Este verano no he querido escribir cosa alguna que no fueran estas columnas. Dejé abierto un poemario y varios ensayos, y desde el año pasado malvive varado el proyecto de narrar la historia de mi familia desde los tatarabuelos (uno de ellos, ampliamente reconocido). Bah, están verdes aún: mejor prosigo mi camino que ya habrá tiempo en el otoño de regresar a todos esos emprendimientos. De momento me he dejado absorber por una historia de las civilizaciones precolombinas y aquellos satánicos versos que valieron a su autor una declaración de muerte a perpetuidad. Cuando falleció Eco, nombré a Rushdie. Ahora que casi extinguen la vida de este, he vuelto a su literatura, que es de una calidad excepcional (miren por donde miren). Hasta hoy había aparcado la novela que soliviantó a los muchos estúpidos que pueblan el Islam. Las religiones son una congregación de grandes gentíos donde cabe de todo, pero no en las mismas proporciones, y los monoteísmos llevan arrastrando consigo la exacerbación de lo moral y lo punitivo desde hace muchos siglos. Y no quise hacer caso.

Este año he abierto sus páginas estando bien asentado el gozo de bastantes de sus obras restantes. He podido comprobar que, en efecto, sus magníficas palabras son maravillosamente merecedoras de algo más que una burda crítica por parte de quienes ni las han leído (esas u otras), de quienes no han sabido jamás de qué diantre va su fe, o de quienes no han tenido agallas para declarar en su favor, porque en su contra llevan pronunciándose desde hace décadas cientos de miles de mezquitaños y decenas de gobiernos identificados por una absurda creencia en lo no existente, origen ejemplar de lo que, siendo irrazonable, solo puede devenir intransigente por integrista. 

Si un escritor es condenado a muerte por cierta interpretación de la fe, entonces la condenada muerte es la única interpretación posible para tal cierta fe. Salman, el apóstata, reveló la única verdad. Los demás, tan piadosos, solo han podido revelar fingidas mentiras. 


viernes, 26 de agosto de 2022

Derroche energético

En 2020, el año del Covid, perdí 15 kilos de peso durante el confinamiento. Reduje la ingesta de alimentos a una única comida y la carne o el pescado solo a los fines de semana. Cuando por fin nos permitieron salir a pasear, me escapaba por los montes aledaños y hacía algo parecido a marcha atlética, pero sin llegar a tanto. El año del Covid mis proyectos profesionales se redujeron a cero, de modo que pude dedicar todo mi tiempo a mí mismo: escribir, leer, hacer ejercicio y reducir el dispendio de la energía de mi cuerpo en actividades no esenciales. (Cuando algún dietista o médico ha querido instruirme sobre los peligros de mi hábito, pese a lo estupendamente que estoy y me siento, como aseveran sus análisis, respondo ariscamente que pueden meterse los consejos por donde les quepa). En 2020 amplié las vacaciones, era el primer verano sin mi madre y tampoco tenía nada mejor que hacer. Me dediqué al terruño y a pedalear. Descubrí que disponía de un estado de forma sublime y no solo batí todos mis registros como ciclista mediano, también me adentré por carreteras y puertos que antes me espantaban con solo nombrarlos. 

En 2022, el año de la guerra de Ucrania, mantengo ese buen estado de forma y mis piernas siguen pedaleando sin temor a las empinadas cuestas de las Arribes del Duero. He suavizado mi rutina alimentaria por dos motivos: primero, la bicicleta me pide más energía; segundo, no deseo combinar costumbres distintas entre los miembros de la familia que por aquí merodean. No incurro en excesos. Tal vez el cóctel que prepara mi hermano por las noches o alguna cerveza fría viendo una película. La conclusión es que es posible amenorar las costumbres sin con ello sustraer un ápice de calidad de vida. Basta con mitigar el consumo de energía en todo aquello que no resulta ni esencial ni importante. Usted y yo lo sabemos hacer, otra cosa es que queramos. 

Este año 2022, burócratas y políticos han advertido su pésima gestión energética y, como acción correctiva, nos imponen a todos adelgazamiento. Yo quiero decirle a usted que lo podemos hacer perfectamente. Sabemos hacerlo con nuestro cuerpo, con nuestra casa e incluso con nuestros vehículos. Basta con querer hacerlo y no incurrir en dramas irrelevantes ni prestar atención a las y palabras de los burócratas y de los políticos (de hecho, les digo a ellos lo mismo que a los médicos que recriminan mis hábitos alimenticios). La cuestión no es reducir el consumo de energía: es analizar por qué diantre necesitamos derrochar tanta. 


viernes, 19 de agosto de 2022

Rostro de agosto

Las mañanas despiertan más frescas que días atrás. Cuando pedaleo por las calles en busca de la carretera provincial por donde circulo, apenas me encuentro con nadie. Las heladas de mayo, que ya no recordamos, arrumbaron las huertas y la gente ha optado por dejarlas machorras. Ni siquiera intentan recoger a primera hora los cuatro misérrimos tomates que la tierra quiere producir. En las conversaciones todos repiten que está cambiando el clima y qué va a pasar a partir de ahora. La memoria de las personas es cada día más huidiza. Si escribieran un diario (y no feisbuc o instagram) y lo releyeran, sabrían que en 1989 hizo un calor de muerte hasta septiembre, pero que la primavera fue muy bonancible contribuyendo a la feracidad de las tierras, que duplicó sus cosechas. O que en 1992, cuando los fastos del Quinto Centenario y de las Olimpíadas, heló a primeros de junio y aquel año apenas recogimos patatas tras una cosecha muy postrera. Sin memoria, cada año nos parece distinto y peor.

A mí estos olvidos me traen sin cuidado. Tengo a la civilización en la que vivo por finiquitada y me considero testigo de sus últimos coletazos, repletos de decadencia allá donde mire. Hemos transitado de una estupenda generación, la de nuestros padres (o abuelos, según la edad de cada cual), que sacó adelante un país anclado en la miseria, a una generación medio imbécil, la mía, que ha malogrado todo el esfuerzo de sus mayores por creerse merecedores de ningún esfuerzo, salvo el de levantarse temprano para ir al trabajo y renegar de lo que ellos nos legaron. Por eso vivimos empeñados en empobrecer a nuestros hijos con múltiples invenciones innecesarias, por ejemplo, hacer prevalecer el ecologismo de los muchos Thoreau que por el mundo viven convencidos de que los indios del Beni o el Amazonas son el espejo en que mirar el futuro, al creer que vivieron sin desbaratar un solo arbusto de vegetación. Somos tan molones que ni nos molestamos en leer. Si existiera una Madre Tierra se estaría descoyuntando con nuestras entelequias y mitos. 

Todos estos pensamientos trillan mi mente conforme doy pedaladas por un mundo mucho mejor que ya no existe y que solo permanece en mi memoria. Desapareció sin dejar huella tras enterrar a las personas más capaces que jamás haya conocido. Me preguntó por qué no hemos seguido sus pasos en lugar de abrazar sin ambages esa historia reciente de que los humanos somos un virus mucho peor que el Covid. Tal vez porque, en efecto, nuestros virus tienen nombre: burócratas.


viernes, 12 de agosto de 2022

Dogmas globales

Seguramente usted, como yo, ha devenido negacionista de alguna de las cinco mil ochocientas treinta y pico afirmaciones cuyo acatamiento es obligado por la autoridad. No busque razones. Sucede que cinco mil ochocientas treinta y tantas verdades incuestionables son demasiadas verdades para una sola vida. Es muy probable que semejante presión moral ejercida sobre la población produzca un aumento repentino de las reencarnaciones.  Es más eficiente decir que sí a todo y no prestar mucha atención, aunque corre el riesgo de acabar creyendo a ciegas en ese medio millar largo de dogmas y volverse uno de ellos.

No es difícil. Tras cada axioma evangélico la modernidad ha asignado organismos oficiales (todos debidamente colmados de funcionarios y asesores), leyes y directivas, por descontado tasas y multas para los incumplidores, y varios cientos de informes anuales (del tipo que sea) para sepultar los cismas, que siempre haylos, y acallar los contrainformes antes de que se produzcan. Es una forma asaz exagerada de convertir cualquier tema interesante de debate en precepto. Con mucho menos Pablo fundó una iglesia mistérica (obviamente no me refiero a Podemos, pero sin quererlo me ha salido el chiste) cuyo resultado es bien parecido, por cierto, solo que más longevo.

Una vez que somos negacionistas, toca coaligarse y organizar una disidencia, tal vez incluso encabezarla. Eso es muy pesado. Los combates dialécticos son enredos fáciles de los que no se suele salir victorioso cuando uno es resistencia: ellos son más y siempre atizan con el libro gordo de la moral y el progresismo. Los temas de debate no son simples, pero los atizadores sí: en cuanto quiera usted entrar en profundidades se producirá un masivo rechazo del tipo: “usted quiere cargarse el futuro de nuestros hijos”. No hay razón que se oponga con éxito a eso. No la hay.

El caso es que usted no acaba de creerse que todo sea como lo cuentan y ha acabado etiquetado de negacionista, sin serlo. Pero no se alarme. No es mal lugar. No importa que en ese colectivo despunten solo los más idos, que solo dicen tonterías y alucinaciones. Todos los que callan, como usted y yo, somos mayoría y normalmente estamos tan inseguros de nuestra disidencia como de la infalibilidad de los oficialistas. 

Pero recuerde, estos son tiempos de etiquetas. Puestos a elegir, elija ser negacionista, y no se mezcle con los más vociferantes. Al menos encontrará tiempo y quietud para pensar y recapacitar y, si lo desea, volverse definitivamente dogmático.


viernes, 5 de agosto de 2022

Tres mil muertos

Tres mil muertos, asesinados directa o indirectamente, son muchos. Es la cifra de ciudadanos que fallecieron en el ataque a las Torres Gemelas, principalmente debido al desplome de los dos rascacielos. Para usted, y para mí, aquel desastre es un lugar destacado en la Historia porque lo pudimos presenciar. Para quienes aún no habían nacido es un momento del que oyen hablar sin percatarse de la forma en que, a partir de ese instante, pivotaron nuestras vidas. Dos aviones ferozmente estrellados en el centro de Nueva York demostraron que en ninguna parte podríamos sentirnos seguros. Lo llamamos Al Qaeda, el ISIS, los ataques del 11M, los atentados islámicos en Barcelona o París o Londres…a final es todo parte de lo mismo. 

Lo del World Trade Center fue un ultraje y entiendo que los habitantes de la Casa Blanca, y muchos norteamericanos, no lo hayan querido olvidar. Pero me parece horripilante que un Gobierno se dedique a dar caza y muerte a terroristas por ignominiosos que fueran sus crímenes. Como llevo con ustedes tanto tiempo, lo mencioné también en su momento cuando los Navy Seals aniquilaron a Bin Laden. Sé que muchas personas creen que la muerte de ciertos criminales está más que justificada. Pero en nuestro mundo, que creemos mejor por llamarlo democrático (basado, por tanto, en el respeto a la libertad y a las leyes), a los criminales se los apresa y juzga. En algunos lugares, cada vez menos, se los sentencia a muerte, sí, pero no antes de celebrarse el juicio, salvo en los regímenes dictatoriales. ¿Es cuestión de número de muertos? En Nuremberg se sentenció a la horca a numerosos mandos intermedios nazis, responsables del holocausto que exterminó a varios millones de judíos, al margen de otras etnias y nacionalidades. Incluso Eichmann en Jerusalén dispuso de proceso legal. 

No es la muerte el procedimiento: es el derecho a ser juzgado por un tribunal imparcial por muy evidentes e incuestionables o probadas que sean las faltas. La muerte de Al-Zawahiri podrá ser todo lo excepcional que se quiera, o alegarse que en las cloacas de las naciones suceden actos contrarios a nuestras creencias y de los que no somos conscientes. Todo ello lo rechazo. Nada puede convencerme de la necesidad de seguir asidos al marco de libertades y derechos que hemos consensuado y no abrir jamás paréntesis o excepción alguna. 

Me asombra el mutismo con que el planeta acepta, no sé si por resignación o alborozo, la propaganda exhibida para celebrar algo que yo no puedo justificar de ninguna manera.


viernes, 29 de julio de 2022

Acaba julio

Finalmente surge el sol sin emboscarse en el pulverulento horizonte. Se manifiesta tal cual es su carácter: redondo, amarillo, digno, ensoberbecido de poder porque se sabe fuente de vida. Ese otro sol de días atrás, anaranjado, fulguroso, atemorizante por su indiscriminado calor canicular, ha proporcionado innúmeros padecimientos. No solo en el cuerpo. En mi pueblo se han agostado las huertas, tornan menos feraces de lo habitual y andan todos lamentando lo poquito que han de obtener de ellas este verano (si les digo la verdad, es una queja que se repite todos los años, da igual el motivo). 

Queremos veranos de calor apacible, que permita baños de sol sin achicharrarnos, y dormir fresquitos, y disfrutar plenamente del mundo natural. La canícula agobia y llevamos mal los agobios que escapan a nuestro control y entendimiento. De ahí a tornar la vista en busca de culpables media un paso. No juzgar las situaciones nos hace sentir desvalidos e inseguros. Quemar brujas o ejecutar salteadores era poco más o menos lo mismo. Ahora hallamos respuesta en el calentamiento que asola el planeta y siempre pensamos que la causa son los coches, los capitalistas y los chinos, que todo lo ensucian sin pudor. Creemos que estamos cambiando el clima a pasos agigantados y que eso es la causa de todo: de las gotas frías, las nevadas árticas, los tornados. Guarda mucho parecido con el apocalipsis. Alguien ha recordado recientemente que, en los primeros años 60, se registraron en España temperaturas de cincuenta grados. Todo existe desde antes que tuviésemos capacidad de sentenciar.

Ya hice la maleta. Suelto en el pueblo al enano (que está ya muy alto) este fin de semana. Yo seguiré trabajando un poco. Hubiese preferido solo pedalear. Estos días de atrás he visto ciclistas circulando a las cuatro de la tarde bajo 41 grados sobre el asfalto. Los hubiese atropellado, por suicidas. Luego dirán que no pueden en otro momento (antes agonizar que permanecer en la sombra). El calor ablanda el seso, estoy seguro. Además he de recuperar rutina escritora (las rutinas son buenas, créanme) y un silencio distinto para la lectura: el silencio de mi terruño en el estío, aplome o no. Ambos se complementan muy bien. En un rincón del salón de la casa familiar, donde solía reposar mi padre, espera un sillón donde poder leer y poder escribir y pensar a lo largo de todas esas horas muertas en las que el sol, tan digno siempre, impide salir afuera, donde el clima cambia y todos se culpan entre sí por haberlo provocado. 

viernes, 22 de julio de 2022

Llamaradas eternas

Antes de la existencia del ser humano, el fuego estuvo arrasando bosques durante 360 millones de años. Nada lo detenía. Hace diez mil años, en el Neolítico, la agricultura cambió la forma de vida del homo sapiens y, con ella, incrementó sus posibilidades de supervivencia. Surgió la ganadería y comenzamos a cuidar de la tierra. Y a extinguir los incendios que arrasaban con todo. 

Antaño mi pueblo hormigueaba vida por los cuatro costados. Una infinidad de trochas daban acceso a cualesquier partes del término. En verano, una chispa de tractor o de segadora podía prender la mies y originar un fuego, pero tales conatos eran extinguidos con rapidez por quienes se encontraban faenando en las proximidades: se los temía por ser muy peligrosos. Complicados resultaban los incendios declarados en el monte, donde no llegaban los arados. A ellos acudía el vecindario entero hasta su total extinción. Estaba el monte limpio y desbrozado porque aquella limpieza era parte intrínseca del arte agrícola. Mi pueblo ahora son cuatro viejos que apenas pueden extinguir el fuego de su chimenea, parcelas enormes sin trabajo ni limpieza, y una plomiza sensación de vacío por todas las costuras. Antes, cuando traspasábamos los límites de la dehesa charra, veíamos con asombro que afuera todo era distinto. Los tractores, las cosechadoras, las enormes paneras, anticipaban un mundo rural moderno, activo, sustrato de una España que se alejaba del pasado, no como nosotros. Pero ese mundo activo no creció nunca porque las ciudades y las costas no dejaron de asumir vivientes del interior. Y en esas llegaron los grandes fuegos.

Hogaño el mundo vira incomprensiblemente hacia una ecología de salón y senderismo. Al mundo rural se lo tilda poco menos que de cavernario porque dejan a los perros sueltos y encima les gusta la caza y las reses bravas. Quienes permanecen siguen despejando dehesas y montes cuando se lo permiten. Les prohíben abrir caminos o cortafuegos e incluso combatir al lobo, devenido símbolo de lo natural: las reses de bovinos, ovinos y porcinos, además de tirarse pedos e incrementar el efecto invernadero, producen carne y eso es malísimo para la salud. Nadie escucha la voz del campo. Solo la de jovencitas repelentes, quienes, gran contrariedad, se erigen salvaguardas de un planeta sobrecalentado por lo urbano (la némesis) y que acabará ardiendo entero por desidia, como cuando ningún bípedo caminaba por el mundo. 

En mi pueblo, estas cosas se zanjaban con un “dónde vamos a parar”. Ahora ya lo sabemos. 


viernes, 15 de julio de 2022

Orgulloso

LGTBIQ+ no colectiviza derechos u obligaciones (pobre Marx) sino sentimientos, ese ardid por el que se está solo y perdido aun sin estar solo ni perdido (pregunten a los independentistas). Antaño lo del orgullo atañía a homosexuales (letra ge) y lesbianas (letra ele), pero de un tiempo a esta parte todos teníamos amistades de este tipo (10% de la población) que vivían igual que los demás. No bastaba. Había que añadir diversidad para mejor evidenciar nuestras gravísimas desigualdades: la te de transexuales (0,03%); la be de bisexuales (6%, los que mejor se lo pasan, sin duda); la i de intersexuales, muy clínico (0,002%); la cu no logro saber lo que es, pero suena a quien da lo mismo carne, escamoles, almejas o merluza de río (suena al revolucionario de verdad); y por último el signo más, donde entramos (y salimos) todos según distintas etapas vitales, o como decía Mihura, según la borrachera que uno tenga. Para la cu somos apocados y el más es de una fluidez que espanta, pero son los únicos en los que usted y yo encajaríamos de tener arrestos: las demás letras siguen sus propios asuntos internos, como el FBI, otras siglas que tal bailan. Lo que queda fuera del colectivo (85%) somos los heterosexuales patriarcales, también denominados ultraderecha o HP (elija usted si es una empresa de tecnología o un insulto asaz lesivo).

El colectivo LGTBIQ+ es una buena contraseña para el email y relevantes son sus individuos, no el grupo en sí. Como descendemos de primates y quien más, quien menos, es mono o parece un simio, nos gustan las manadas y profesar obediencia al alfa porque facilita mucho las cosas. Los perros evolucionaron para ser fieles al amo (lo llaman amor) y nosotros para formar grupos (lo llaman civilización). Defendemos antes al grupo que al individuo (véase los futboleros) y como lo de pensar distinto (dudar) es muy cansado (pese a que suena molón) sobre todo cuando el grupo insiste en tener razón porque son más, lo idóneo es disponer de alguien a quien obedecer ciegamente, contra viento y marea (véase el Parlamento y lo entenderá). Por eso tanta gente acepta que existen lesbianas con pene y les complace que las leyes quieran multar a quien diga que eso es una chorrada. 

El sexo es binario y del género no hay evidencia científica. Si se trata de debatir una idea política, no pongo obstáculos (aunque sean terraplanistas compitiendo por la Casa Blanca). Pero si se trata de estar orgullosos, yo lo estoy por ellos y por mí siempre que rememos todos en el mismo barco.

Nota: Creo que, finalmente, la be designa a los binarios, o ternarios, o qué sé yo. Hay tantas opciones en el abecedario para cada letrita...

viernes, 8 de julio de 2022

Gora San Procopio!

Ayer fue San Fermín (ya sabe: chupinazo, encierros…), santo nacido en Pamplona cuando Pamplona era Pompelon (diez siglos después vendría lo de Iruña) y martirizado en Amiéns, allá en Países Bajos, mucho antes de que llegaran los Tercios de Flandes. Sinceramente, creo que a casi nadie le importa un carajo todo eso o el hecho de que, desde finales del XVI, se festeje un siete de julio a un santo que nada tuvo que ver con esa fecha y que fue ordenado obispo bastante lejos de aquí. 

Pero ayer fue ayer. Hoy es San Procopio. No se ría usted del nombrecito, que le veo venir: por Miami corretean zagales de nombre Ironman de Jesús y yo apenas me río de ellos (me río de sus padres). Este santo no tiene encierros, pero es asaz interesante. Fue el primero de los mártires de Palestina, cuando el estado de Israel aún no existía. Hablamos del siglo IV y las persecuciones de Diocleciano, años después de la primera de Trajano Decio (Desius). Dicen sus hagiógrafos, porque hay quienes de esto saben un rato, que fue un varón lleno de gracia divina y ninguna perspectiva de género. Son los mismos hagiógrafos que cuentan que desde niño se había mantenido en castidad y practicado todas las virtudes, domando su cuerpo hasta convertirlo en un cadáver. Solo con saber esto huelga excusar que ni usted ni yo seamos santos de la Iglesia, ni ganas de serlo. Lo de mantenerse en castidad mosquea un poco, qué quiere que le diga hablando de una criatura, pero lo de convertir el propio cuerpo en un cadáver no suena beatífico sino terrorífico. ¿Quiere ser un cadáver en vida? Haga como san Procopio, viva de pan y agua y coma cada tres días (mire, como algunas dietas modernas). Ni se le ocurra pedir a algún desalmado que lo meta en un zulo un par de años (cosa de mártires modernos olvidados).

Procopio era un santo inculto: como solo meditaba sobre la palabra divina no le daba tiempo a estudiar geometría, artes o leyes (en eso tampoco era original, hoy nos salva el moderno san Gúguel). En Palestina desempeñaba tres cargos eclesiásticos porque lo suyo era el pluriempleo (tal vez estaba el precio de la gasolina como ahora). En fin, que los compañeros de Procopio, por ser tan santo, lo adoraban mucho y lo enviaron a Cesárea, donde fue arrestado nada más cruzar las puertas de la ciudad y mandado ejecutar. Le cortaron la cabeza al séptimo día del mes de Desius según los antiguos latinos (los modernos solo saben de reguetón), cuando las nonas de julio, justo el mismo año que degollaron a San Fermín. Solo que este se quedó con la fiesta.


viernes, 1 de julio de 2022

Primero de julio

Por si no lo recuerdan, sigue habiendo una guerra abierta en las tripas de Europa. Los ataques rusos en Ucrania aún son lo más demencial, la majadería más peligrosa desde la crisis de Cuba. Rusia, envilecida, continúa matando y destruyendo cualquier cosa al este ucraniano mientras devasta el mundo entero con distintos padecimientos y consecuencias. Es lo que tiene pasar de ser amigo estratégico a enemigo odioso. Los mismos países que gastan una ingente cantidad de dinero en hacer que exista un ejército otanero se gastan otra mucho más ingente en continuar siendo cortoplacistas. Por eso no ayudan a Ucrania aunque digan que sí (salvo los Estados Unidos, deus ex machina a nivel mundial). Y por eso Ucrania saldrá exhausta de esta guerra. El Donbás acabará siendo ruso, lo mismo que los óblasts al norte de Crimea, que también son rusos y no debería. Las sanciones económicas no han servido ni servirán para nada. El resto de Ucrania, o lo que permanezca de ese país, se convertirá en candidato a todo y lo mismo vuelve a ganar Eurovisión. 

Sabemos que ni la Unión Europea ni Alemania pueden resistir un embargo del gas ruso. Los inviernos son largos y fríos, y el perpetuo invierno ucraniano no va a interesar a nadie, sobre todo viendo cómo están las cosas por estos y otros pagos. Si para bajar el precio de la comida, del gas o de la electricidad se ha de permitir que Rusia controle las zonas de Ucrania que le interesan, mandaremos a los ucranianos a freír espárragos. Por mucha razón que tengan. No lo diremos muy alto porque suena feo y, cuando nos sobrecogimos, alojamos cientos de miles de exiliados en establecimientos vacíos de la costa, de los que han sido desalojados con la llegada de la temporada alta. Antes las vacaciones que una guerra. 

Quizá me equivoque, porque estoy jugando a ser analista, pero las conversaciones (que las hay aunque no se mencionen) deben de estar tratando de arreglar este feo asunto para que Rusia crea haber ganado y no quedarnos sin gas, sin trigo, sin tierras raras ni petróleo. Mucha OTAN y mucha estrategia, pero el flojo Biden ya ha criticado al actor presidencial ucraniano por no haberlo escuchado los días previos a la invasión de Baldomero. De verdad, que están preparando el otoño. Y no será bueno para Ucrania.

Por estos motivos no me interesa lo de la OTAN. Es parte de la gran mentira en que hemos convertido la civilización moderna. Mucha paz y mucho orgullo, pero el mundo se sigue conformando a golpe de guerra. Como en tiempos pasados. Y futuros.


viernes, 24 de junio de 2022

Tras la noche más corta

Me hechiza lo andaluz, incluidos sus tópicos. El flamenco, las lluvias de Grazalema, Antonio Machado, Nebrija (no me olvido de Lorca), Sevilla, los Picos de Aroche, la Alhambra, los olivares, la Tacita Argéntea, los búcaros con flores, Bécquer y todo cuanto quiera añadir, porque hay mucho y muy bueno. Andalucía es un país anchuroso e imperecedero en sí mismo. Y menudo país: otros para sí lo quisieran. Es una joya labrada bajo el más bienaventurado calor que nunca halládose hubiera. De haber perpetuado Al-Andalus los árabes, su hodierno fundamentalismo no hubiese surgido. Andalucía siempre luce de verano, agradable como una sangre antigua de corcel alazán. Recientemente ha transformado sus tópicos, pero ya lo sabían.

También me cautiva cómo se viste de verano el mar en Gipuzkoa. Desnuda la canícula entre aletazos de viento salobre. Las playas y montes guipuzcoanos son huraños porque nadie asegura el buen tiempo. El mar, en cambio, es una clausura imponente y muy íntima. Visto desde los montes, parece venir de lejos, subiendo una cuesta. El mar, denso y mate, avanza sin mesura y por el caño de su calcañar desborda el verdor de las tierras que abriga. Es un mar viejo, con antigüedad de marino de escampavía, de cuando el verano se disfrutaba sin gentes forasteras. De no haber sido por tantos años terribles y oscuros, en Gipuzkoa relumbrarían todos los veranos orfeónicos de su historia.

Dirán mis caros lectores: “recobra el autor su veraniego lirismo”. Y estarán en lo cierto: porque me fascina el verano. Preterida la noche más corta, aguarda la tríada estival que anima los corazones más fríos. El mío, con la canícula, deviene melancólico. Para cualquiera con años y leguas encima, no quedan estíos como los de la infancia. Mis veranos resecaban la mies en la cosecha y agostaban los cuerpos entregados al sosiego. Parecían provenir de las eras y las tierras de labranza. Triscábamos por todas partes en plena libertad: entre los robles y encinas de las laderas; en las arboledas junto a los casales; en las escarpadas rocas del río. El olor de los viejos campos nos hizo felices y, hogaño, con los veranos de lujo que nos dispensamos y pese a los restaurantes y chiringuitos, los yates, los chalets y las piscinas, siempre parece que estemos aturdidos. Será que nos oprime el tiempo devanado en las quebradas y colinas donde la modernidad no alcanza. O será que tanta confortabilidad nos vuelve inmensamente egoístas, cuando el egoísmo debería ser, como el verano, cosa de niños.


viernes, 17 de junio de 2022

Receta de magdalenas

Les voy a dar una receta de magdalenas que les va a encantar. Pueden prepararlas de la manera que más les guste, claro. Yo por ese motivo no me pienso enfadar con ustedes, caros lectores, o al menos no del modo que algunos de ustedes se enfadan conmigo cuando digo algo que no les convence o lo hago de un modo bien dispar a lo que dicta su criterio. Porque elijan una receta distinta a la mía no me voy a alterar, pero si lo que hacen es sentir antojo e irse al supermercado a comprar una bolsa con bollitos industriales, me molestaré. 

Para empezar, se necesita un vaso de leche. Leche es ese líquido amniótico blancuzco que venden sin lactosa, sin nata y sin leche. Ponga agua. Es lo mismo, pero mucho mejor. Vierta el vaso en un bol y añada tres huevos. Tiene su gracia porque ahora todos los huevos dicen ser de gallinas que caminan por el suelo y se alimentan de maíz. Ya no hay huevos de macrogranjas, esos engendros que a todo el mundo da asco, pero de los que todo el mundo come. Han debido de desaparecer o tal vez hayan sacado las gallinas de paseo por los alrededores. No lo sé. En casa, nuestras gallinas ponen huevos pequeños y de un color y sabor que da gusto. En fin, ponga tres huevos, los que sea. Como tampoco tendrá usted un campo de trigo para hacer buena harina, cómprela y elija la de repostería, la cobran más cara a cambio de una nadería. Si hablo de levadura me da la risa. Con el vaso de aceite que ha de añadir al bol puede estar confiado: en España hay un aceite excelente. Añada dos vasos de azúcar (¡oh, pecado!) y dele al botón de amasar o amase usted mismo hasta que se haga un mejunje espeso de color gracioso. Yo suelo echar manzana triturada por añadirle sabor, pero nunca elegiría una drupa: ¿no recuerda mi columna de los melocotones del año pasado?

En todo este tiempo habrá puesto el horno a 180 grados y se habrá dado cuenta de dos cosas: uno, que con el calor que hace es de locos cocinar magdalenas; y dos, que el recibo de la luz no admite ya florituras por muy sanas y ricas que sean. Por tanto, olvídese. Ni siquiera vierta la crema en los moldes. Métala en la nevera y ya se la zampa usted a cucharadas cuando le entre el gusanillo. Tendrá magdalenas desestructuradas y muchos se han hecho de oro con algo parecido. Usted habrá malgastado diez minutos de su tiempo y bastantes euros (por la inflación), pero se podrá sentar satisfecho en su butaca pensando que, en el fondo, le ha pegado una patada al trasero de esta sociedad consumista que ni siquiera sabe hacer magdalenas.


viernes, 10 de junio de 2022

El virus perdido

No había cruzado las lindes del gran aislamiento. Pero lo acabó haciendo. Y devino una hecatombe donde ya prosperaba un cataclismo. Dijimos que el virus no conoce fronteras, pero había confines que parecía no querer visitar. Lo mismo que nosotros. ¿Acaso alguien ha conocido la sensual belleza de las montañas de Paektu, la aridez calmosa de las cumbres de Changbai, las apacibles aguas del río Taedong? Están ahí y siempre han estado, pero diríase que han desaparecido en el tiempo.

Corea del Norte nunca estuvo preparada para defenderse del Covid, al igual que Eritrea, únicos países que no han vacunado a sus gentes. Los norcoreanos son una población desnutrida y pobre, que malvive sin el amparo de un sistema de salud básico. Subsisten bajo un régimen dictatorial opresivo y asfixiante. Carecen de casi todo, salvo de ejército, limpieza (sus ciudades son impolutas) y arraigo familiar. Hombres y mujeres jóvenes son bellísimos hasta que la edad les mella prematuramente. No hay obesos (plural) porque solo hay uno (su líder supremo). 

Corea del Norte decidió sellar las fronteras del país cuando el mundo enloquecía tratando de zafarse del virus. Recientemente admitió la existencia de miles de casos de fiebre, previos a la orden de aislamiento total. La variante Omicron es tan fácilmente transmisible que podría devastar un país entero sin defensa que interponer. Es leve para los vacunados, pero potencialmente mortal para quienes no lo están. Irrumpiría como un dragón hambriento en un rebaño de mansos corderitos. El régimen pronto informó de un descenso muy acusado de los casos de fiebre. Menos de un centenar de norcoreanos habrían fallecido y el país entero, pese a su infraestructura médica devastada, superaba con éxito la enfermedad. La OMS, empero, acaba de declarar su convencimiento de que la situación en el extraño país del silencio solo puede haber empeorado.

Hace un cuarto de siglo, una feroz hambruna sesgó la vida de millones de norcoreanos y la población rompió su fidelidad cuando percibió que la dictadura no podía alimentarles. Sin embargo, el gobierno sobrevivió. Nadie sabe qué podría suceder si sobreviniese el colapso del país peninsular a causa del virus. La situación mundial vive momentos de enorme incertidumbre y los desastres económicos se aglutinan porque China, su aliado, no acaba de zafarse de sus miedos y mentiras. Algunos hablan de una oportunidad inmejorable para reunificar Corea. Al final el virus podría devenir en la concordia definitiva que el mundo necesita.


viernes, 3 de junio de 2022

Oda al mito

Fue el único músico contemporáneo por quien he sentido algo más que admiración desde muy joven. Hubo un largo tiempo en que me sentí devoto de sus composiciones. Pasado ese tiempo, quedó la admiración y la inmensa satisfacción de haber vivido en su tiempo. 

La mía es una historia personal, muy íntima, que arrancó hace cuarenta años. Sin saberlo, le había estado escuchando por la televisión. Un documental concebido por el director de las sondas Voyager (documental que he ido apreciando cada vez mejor) adhirió su música a las imágenes y nos descubrió, a mí y al mundo, la asombrosa creatividad de quien yo ignoraba su nombre, raíces y obras. Aquella música inconcebible obraba como sortilegio en un ensalmo. Se apartaba de lo que sonaba en las radiofórmulas y discurría sobre las lindes de la música culta, o tal cosa me parecía. No se estructuraba como las canciones sino de forma parecida a las sonatas, sin llegar a lo clásico. El contenido melódico, sublime, resultaba de una originalidad asfixiante. Allí se encontraba la música que yo repetía en mi interior y la que siempre había circulado por mi imaginación musical. Alguien la había concebido antes: era él. 

Descubrí en aquel momento sus muchos trabajos. Apabullantes todos, salpicados de incursiones experimentales, extrañas y difíciles (también inaccesibles). Fue entonces cuando obtuvo un conocido premio cinematográfico, compitiendo y derrotando al portento que extrajo del silencio las fanfarrias más conocidas del séptimo arte. Devino inmensamente popular e inmensamente rico. Todos nombran esta obra al referirse a él; esta y otra más: ninguna de ellas me parece su mejor legado; sí el más conocido. Yo crecí y el músico, aunque adulto, creció igualmente. Estaba siendo testigo del despliegue de su ingente talento conforme adquiría con avidez sus discos nada más tener noticia de su publicación. Y los coleccioné todos. Con internet aprendí a encontrar lo más difícil de hallar. Todo fue mío. Con el nuevo siglo me fui despegando de él. Las nuevas creaciones me asombraban, pero sin hechizar. Descubrí mi propia ruta musical y a ella me entregué, apartándole de mi lado. De tanto en cuando volvía a él, casi siempre mirando hacia atrás. 

Los mitos, mientras viven, se sujetan al sentido de la vida. Solo cuando desaparecen devienen inmortales. He sentido mucho su muerte porque, con su partida, algo en mí ha desparecido también y para siempre. Escribo estas líneas porque no soporto ninguno de los obituarios dedicados a Vangelis.


 







viernes, 27 de mayo de 2022

Locos y presos

No me importa nada de lo que está sucediendo en este manicomio con forma de piel de toro donde los locos tomaron hace tiempo el mando del cotarro y los cuerdos seguimos encerrados o silentes, o ambas cosas a la vez. Ya pueden concitar los necios sus sandeces, que me da lo mismo. Empalidece esta vergüenza mía tan ajena, y tan inmensa, con la ignominia de cuanto veo acontecer en el manicomio de orden superior, el que tiene aspecto de viejo continente y por el que igualmente deambulan locos, aún más peligrosos, diciendo dirigir el cotarro. 

Si aquí los presos sentimos bochorno por nuestros necios, allá algunos presos sienten miedo porque el más loco de todos no deja de lanzarles bombas y misiles queriendo destrozarlo todo. Y ellos, que se defienden como pueden, por rogar auxilio a los locos de todos los órdenes son regañados porque algunos necesitan consentir la locura de guerra del otro loco más loco si no quieren quedarse sin avituallamiento. Nos las prometíamos felices con las primeras respuestas que parecían encerrar una gran verdad dentro: los locos tornaban cuerdos y sancionaban al dañino locuelo. Pero olvidamos que el gran chiflado guerrea y destroza y también suministra cuanto esta gran locura de mundo precisa. 

El gran loco no puede con los presos del Mar Negro, aunque lo sigue intentando, pero sí con las zambombas de los locos bruselenses porque todos, incluidos los locos de la piel de toro, necesitan de su trigo y de sus metales raros, que no todo en la vida es brea y luz de gas. Y mientras esto sucede, los locos tiemblan porque los barcos colapsan donde la china capuchina y mandarina y las economías van derechitas al seppuku colectivo sin que nadie haga nada por remediarlo. Los locos tienen una manera muy graciosa de hacernos morir a todos, ellos y nosotros. Primero imponen la grandilocuencia y luego se olvidan de ella, porque el monedero suena mejor. Es entonces cuando los locos más cuerdos comienzan a rezar juntos para que medie algún dios bondadoso que se deshaga del gran loco desafiador. Cual Qibla del Salat, los que imploran miran hacia el FarWest y sus pistoleros, que los nuestros dan pena. 

Luego dicen que dios existe: algunos lo que quieren es que existan los milagros. Y no los habrá. Antes cae el cielo sobre nuestras cabezas, seguramente en forma de ojivas, aunque de momento lo que nos sigue cayendo es la inflación, el desempleo y todas las demás atrocidades del enloquecido mundo moderno que no hay manera de que funciona con cordura un solo instante.


viernes, 20 de mayo de 2022

Piolines y mangantes

Pápensele duelos, nuestro indocto Presidente está muerto en política y rebufa. Ha de ser calvario saberse tan lindo y estupendo como abucheado por doquiera vaya, salvo en su tele. Tiempo ha que dejó de preguntarse el porqué, estoy convencido. Le hubiese otorgado un plus de penosidad por aquello de no poder salir de su encierro monclovita si no fuera que los penosos somos, en realidad, nosotros. Cuando se avizora el derrumbo, y uno se empeña en empujarse más y más adentro, los monteros tañen de occisa y eso se escucha nítidamente. Aquí monteros somos todos los extrañados por las mañas de tan ufano trilero de la política: quiero pensar en una inmensa mayoría, incluidos no pocos adeptos que hasta ayer mismo respaldaban sus magras ocurrencias porque salta a la vista que no tiene idea de nada, salvo de resistencia, cuyo manual se lo escribió una agradecida, y que todo su predicamento consiste en prolongar su orgullo y nuestra lastimosa agonía. La jactancia será nuestra cuando por fin le embista el desenlace. Mas por ahora el muerto está muy vivo, aunque cada vez menos. Los galenos que le suministran ceratos lo auscultan tanto como revientan. Diría que más lo revientan, y con él a todos nosotros, pero el tipo aguanta, para amargura nuestra, con los paliativos. Como puede, pero aguanta. No le queda otra: en ello le va el falcón, así se vacíen las cámaras del tesoro. Sé bien lo que nos queda a los demás, pero al interfecto se la refanfinfla. Como experimento de la democracia, este gobierno (sin mayúscula) no tiene precio: la descomposición del Estado atómico hasta dejarlo en quarks, arriba o abajo, en manos de mercachifles que se saben solo nacionalidad, como si tal concepto significara algo cierto. Será que la globalización no logrará jamás superar los nacionalismos. Quizá algún día en el incierto futuro, pero de momento con tan cavernoso monclovita la decadencia más que asegurada resulta irremediable. Y ahí radica el temor. No en las bobadas reglamentarias de la ministra coyundada, trampantojo que de fútil espanta, ni en el lío pegasiano, distracción de prestidigitador, sino en la imparable disección del Reino que a unos pocos tiene bailando y a otros muchos abucheando. Y aún queda año y medio, mon dieu! Normal que el insignific… que el insigne tache de mangantes a los unos (llegó finalmente lo populista arriba del todo) y de piolines a los otros, sus agentes de la ley. ¿Qué ley? Está por encima de leyes y reyes: su egregia figura, tan mediocre, lleva a Macbeth por sirviente.


Nota: Al parecer, en la redacción de Diario Vasco esta columna levantó más de una ampolla.

viernes, 13 de mayo de 2022

Entre quirópteros anda el juego

Hay una muy reciente afloración de murciélagos bajo mi tejado. Estos quirópteros andan empeñados en que el patio de mi casa sea particular, no porque se moje al llover (como los demás), sino porque deviene cagarrutero (permítanme omitir qué cae del cielo para que suceda tal despeluzamiento). Es difícil combatir esta letrinización porque los descendientes del conde Drácula son especie protegida y, además, harto beneficiosa, razones por las que no quiero pillarlos al vuelo (cuestión ardua) ni tapar los intersticios por donde se cuelan al sotatejado: mejor barro sus diminutas “lloviznas” y confío en que las hembras dejen de parir y amamantar quiropteritos para regresar a casa solas y borrachas, por ende incapacitadas para cualquier coyunda gloriosa. Desearía atrapar uno, con dulzura y delicadeza, por supuesto, y cantarle las cuarenta: pero, ¿qué se han creído? Han invadido una propiedad privada legítimamente okupada por mí. Que no vengan con ignorancias: el desconocimiento de la ley no exime el cumplimiento. Serán todo lo sintientes que algunos amantes de los bichos quieran, pero más lo siento yo que no puedo espantarlos a escobazos no vaya a ser que, por descuido, arree de más a alguno, lo escogorcie sin querer y me acusen los espiadores pegasinos de ser un maltratador de animales. Y eso que ganas no me faltan. No de lastimar a esos pobres bichos placentarios con alas en las manos, sino a animales de muy distinta calaña: ciertas huestes que vienen infestando de idiotez la vida política desde hace ya tanto tiempo que parece suceder desde la Transición (año 41 A.S.). Han convertido el Estado Peninsular 85% en un monipodio donde todo vale, desde ser inútil de solemnidad hasta quintacolumnista del Baldomero invasor, y tan poco a poco (¿o ha sido a toda máquina sin yo enterarme?) que hemos acabado sigilosamente desgobernados los paganos del IRPF (usted y yo, y el otro) por quien todo debería gobernar cuando no es abucheado o está volando en avión, por eso cobra un sueldo, para acabar siendo gobernados de facto por quienes solo desean el gobierno de sí y para sí mismos, amén de prebendas y compensaciones de BOE y ceneísticas cabezas en bandeja de plata o de guano de quiróptero. Por eso me pregunto: ¿hasta cuándo? ¿Quedará algo sano cuando todos estos hayan desaparecido de nuestra vista? El 85% de tierra seguro que remane, pero ¿algo más? Cuánto empiezo a dudarlo. ¿Lo ven? Estas cosas son las que uno acaba pensando cuando se preocupa de la realidad y no de los murciélagos.


viernes, 6 de mayo de 2022

Por el mes era de mayo

A no sé cuántas generaciones el “Romance del Prisionero” (cuyo primer verso titula esta columna) les suena antediluviano y de emperifollado lenguaje, porque -seamos sinceros- hace tiempo que los romances son telenovelas y no letra impresa, y casi nadie sabrá recitar más allá del verso catorce (como pronto nadie sabrá qué pasó en España antes del XVIII), acaso porque hasta ahí lo transcribió el libro de la infancia, y eso que unos pocos versos más tarde hay materia de la buena, con una lima sorda y un pico tajador dentro de la empanada que sueña el preso con pedir a su esposa Leonor mediante calandrias y ruiseñores y tordicos; a mí esa parte me recuerda a las historietas de los tebeos de antaño, como el “Mortadelo y Filemón” de Ibáñez, dos payasetes vestidos de agentes de la TIA que espiaban a los de la ABUELA con unos aparatejos que ríase usted del Pegasus de ahora, chisme que tienen todos los gobiernos del mundo (y los que no, también), porque esto del espionaje equivale a lo que decía Fidel Castro del capitalismo, que es “un sistema donde todo el mundo debe dinero a todo el mundo”, por eso aquí el que no espía es porque no quiere y el que no es espiado es un donnadie, cosa que le lleva los demonios a los sediciosos de la política y a muchos más que se creen importantes, aun sin serlo; pero alguna cosa buena tendrá lo de espiarse todos entre sí, aunque no sé muy bien para qué en ciertos casos: pienso que tanto en los secesionistas como en el presidente, que han declarado haber sido espiados, los unos con todas las de la ley y el otro no sabemos muy bien por qué (yo pienso que para disponer de otro momento más de importancia, no fuese a quedar segundo) no hay precisamente mucha enjundia, al contrario que en el romance de esta columna, porque lo que saben no es mucho y a la menor oportunidad lo repiten sin miramientos a quien quiere escuchar y a quien no también, tal vez por carecer de mejores cosas que decir (en ambos casos tiemblo cuando abren la  boca) o porque así es ahora la política, ver quién lleva a cabo la burrada más gorda, por contraproducente que sea; todo por la gracia del santísimo sacramento progresista que ha variado de pretender mejorar el mundo a que todo el mundo empeore, y todo porque sí, porque ellos lo valen y el pueblo no merece las ideas que piensan, y porque de esta manera han de trascender en la Historia: ciertamente no advertimos cuán benéficos son y qué bien merecidos tienen el chalet o la cárcel o el Falcon o el traslado de presos o los indultos. 


viernes, 29 de abril de 2022

Pausando Ucrania

Pausando porque Alfonso y Juanjo me han pedido que escriba sobre lo que sucede en estos pagos tan desgobernados por quienes gobiernan desde siempre. Algo de razón tienen: estoy empecinado en Ucrania. Esta guerra me parece un conflicto de tal magnitud, y con tantas implicaciones (precisamente por suceder en Europa), que ante ella todo lo demás son minucias. Pero el tiempo pasa y el flujo de noticias es periódico en su lobreguez. Por eso entiendo que la gente se acabe aburriendo. 

Ya casi nadie presta atención por mucho tiempo a un tema en el que no se halle incurso. Por ahí fuera sigue habiendo millones de tuits sobre muchos otros temas. Sin mascarillas, el coronavirus (a cuya libranza tildábamos de guerra, sin serlo) parece erradicado, cuando solo se halla emboscado, y nos ha importado durante dos años porque nos ha afectado de pleno. Los contubernios que acontecen en la piel de toro son tremendamente originales para lo que estábamos acostumbrados y todos repercuten en el monedero. Por esta razón discutimos más sobre el lío (o sea, amancebamiento) de ayer entre el ente presidencialista (no me he equivocado de palabra) y quienes han defendido la causa bélica contra españoles desarmados y discrepantes, que de las medidas anticrisis.

Yo no. A mí esta guerra de Ucrania me genera mucha más preocupación que el coste del diésel. No pienso esperar a que se ruede un filme sobre el sitio de Kiev para entender la crudeza de esta guerra youtubeada. Contemplar durante diez minutos la conventrización de Mariupol, con ojos de dron, anudará la boca del estómago, pero no explica cómo es vivir y perecer mientras la vesania de Baldomero y sus esquizofrénicos adláteres reduce la ciudad a escombros. Solo por este motivo no deberíamos pausar Ucrania, como si fuese un DVD, hasta que los rusos hayan regresado a sus casas con el rabo entre las piernas. 

Muchos han explicado (y muy bien) que Ucrania representa nuestra razón de ser en pleno siglo XXI. Yo lo que observo es ilación temporal entre la locura putinesca y nuestro devenir político mundial. En una hay muerte y destrucción, en la otra mayormente estupidez, de cuyo enconamiento han nacido estas y otras guerras. Las estupideces cansan a todos, salvo a quienes las cometen. En una parte de Europa, alguien ha querido destruir un país que caminaba hacia la prosperidad. En esta otra, la que nos concierne, muchos sueñan con hacer lo mismo mientras los demás callamos y miramos hacia Ucrania, indignados. El problema es que Putin quiso dejar de soñar.