viernes, 27 de julio de 2012

Batman

Hoy no quiero (no me apetece) hablar de la crisis económica que nos corroe (si por casualidad aún no nos ha destruido como país). Hoy quiero (porque vi la película el pasado lunes) hablar de Batman, ese superhéroe al que yo siempre he considerado de pacotilla, pues no deja de ser un ricachón forrado de millones que construye cacharros y armas poderosas (así cualquiera es superhéroe, no te fastidia) para luchar contra los malos en Gotham City (un héroe siempre defiende el bien y la justicia o no sería héroe, sino villano).

De todas las veces que el hombre murciélago ha sido llevado al cine, esta última, que parece un rompecabezas, es en la que se plasma al superhéroe con profundidad existencial, y es de lo que se habla en este momento (hasta la precuela de Alien). Confieso que el primero de los filmes me aburrió por todo el rollo kung fu. La segunda me sedujo porque en realidad era un thriller, quizá algo pasado de metraje. Y esta tercera, con tanta expectación y tanta mandanga, me ha resultado plomiza y mala. Es una película de Batman sin Batman (acaso el objetivo perseguido por su director). Aparece en ella un malo muy fuerte que no deja de soltar discursos grandilocuentes e ininteligibles: se agradece infinitamente cuando deja de hacerlo (yo le hubiera soltado aquello del “por qué no te callas” del Rey, pero es evidente que no me iba a escuchar, mucho menos a atender). Lo demás es grandilocuencia, espectáculo otra vez empeñado en demostrarnos lo fácil que es destruir una ciudad (total, en Hollywood ya han destruido el planeta de un zarpazo) y la eterna disputa entre lo correcto y lo posible. Hay un personaje que comienza de policía y acaba de otra cosa, que a mi modo de ver es lo mejor del filme. Y lo demás, ni fu ni fa.

Batman aparece en dos ocasiones, si no conté mal, y en las dos lo hace para liarse a puñetazos con el malo (tiene chismes tecnológicos, sí, pero son feos y sólo están para desenlazar la trama). En el resto de la cinta, ni está ni se le espera (hasta el final). El millonario que se disfraza de él parece que se hubiera dedicado a la venta de armas, por lo tremendo de su crisis existencial. Y hay suelta una especie de supuesta revolución de los más indefensos contra los más poderosos… o eso pensé, porque tampoco me quedó muy claro.

En fin, vaya a verla, ojito que son tres horas de tostón espectacularmente realizado, y si sale usted del cine con una opinión parecida a la mía, dígamelo: no sea tímido

viernes, 20 de julio de 2012

No hay dinero

Lo ha dicho no uno cualquiera, pese a que todos a estas alturas de la crisis somos ese uno cualquiera, por ejemplo ese uno gritón que molesta al Gobierno tras las vallas que rodean el Congreso y los policías antidisturbios que sacuden estopa porque sí y por si acaso. Esa frase de “no hay dinero” no la hemos pronunciado ni usted ni yo, sino que la ha espetado tal cual, sin complejos, y en sede parlamentaria, el señor que cuida de los dineros de todos. Nosotros, los unos cualesquiera, ya sabemos que no hay dinero, que no hay dinero para nada (salvo para los de siempre), porque en el fondo quienes no hemos hecho otra cosa en la vida que trabajar miserablemente como cabrones, nos hemos acostumbrado en estos pocos años a vislumbrar telarañas donde deberían guardarse los cuartos. Pero ellos, y más concretamente el señor de los dineros, cuando dice que “no hay dinero”, como si estuviese en el bar con los amiguetes, lo que dice es que se salve quien pueda.
Menuda forma como estos embusteros han descubierto de repente la erótica de la verdad. Glotones, no la prefieren con el flirteo del fuego muy lento; al contrario, la devoran con una avidez tal que suena a impostura y, lo que es peor, a irresponsabilidad. La primera consecuencia, el bicarbonato: la prima de riesgo en 576 puntos (nuevo récord histórico, esto no hay quien lo pare), y el bono a diez años rozando el siete por ciento. Claro está, los mercados, esos señores sin rostro que sí tienen dinero, no como el señor que habló el pasado miércoles en el Parlamento, y a quienes cada vez con mayor empatía entendemos más quienes antes los tachábamos de miserables sin tapujos, digo que los mercados no son unos cualesquiera. Son quienes nos han prestado cuanto hemos querido y que ahora se preguntan: si no hay dinero, ¿cómo nos va a pagar España la deuda contraída?
El señor de los dineros dice que los efectos se observarán a largo plazo, olvidando que el paro, la recesión, el cierre de empresas y la pobreza, se observan hoy y se observarán también mañana. Pero, mientras tanto, sigue empeñado en el aumento de impuestos y la asfixia del contribuyente, sin que se le haya ocurrido alguna otra cosa de esas que los unos cualesquiera sabemos ya casi por intuición. En el fondo, este señor sin dinero se siente perdido y sólo piensa ya en disminuir el déficit de inmediato y como sea, olvidando  que lo inmediato es justo lo contrario que permitirá que, dentro de un tiempo, esto escampe. 

viernes, 13 de julio de 2012

Siete meses


Siete meses ha tardado nuestro Presidente, el sr. Rajoy, en advertir que su Gobierno estaba conduciendo al país entero a la muerte por asfixia. Siete larguísimos meses ha tardado en percatarse de que nuestro bienestar social no puede costearse con impuestos o retenciones (tampoco la descentralización autonómica vigente, pero de eso no se habló el miércoles). Siete tensísimos meses en abandonar su inacción, sus mentiras, sus timoratos balbuceos y sus engañifas, que no servían a más causa que al desastre absoluto. Siete interminables meses  en los que hemos visto cómo avanzaba el miedo, llenándolo todo, y convirtiendo a España en un enfermo lobotomizado (salvo cuando la Eurocopa, claro, el fútbol es el fútbol).
Siete meses hablando de austeridad, y sin embargo el porcentaje de PIB añadido a la deuda pública no ha descendido un ápice. Siete meses con el aliento de los mercados en el cogote, y como quien oye llover. Siete meses implorando (infructuosamente) al BCE que derrame sus salvíficos euros sobre nuestras ciudades devastadas, mientras por el otro conducto se consiguen miles de millones de euros para la banca, que son los que nunca pierden. Siete meses para contemplar este miércoles al sr. Rajoy súbitamente convertido en trasunto del sr. Moti, ese tecnócrata que tampoco ha sabido resolver los problemas que él mismo contribuyó a generar con las burradas de su anterior empresa. En definitiva, siete meses que demuestran, todos ellos, de golpe y porrazo, que la crisis no la resuelven políticos ni tecnócratas (al contrario, la agravan), y que la hemos de resolver los demás conforme podamos.
Tras siete meses de pantomima inútil, llega lo que tenía que llegar: la evidencia del autoengaño. Y lo hace con anuncios de infinito dolor (al pueblo) y prosternación (a la Troika), y cómo no, con desigual reparto de la miseria: toda (y más, si cabe, que parece caber mucha) para los de siempre; ninguna para las Sicav, las grandes fortunas o las élites. Y supongo que queda más dolor por venir, cuando vean que los ingresos descienden como espuma de cerveza, algo que bien saben los países que han pasado por esto mismo (cuya voz clama en el desierto mental de los tecnócratas).
Pero hay una cosa de la que sí tengo la completa seguridad de que nunca, jamás, veré llegar: el imprescindible adelgazamiento quirúrgico de las derrochadoras Comunidades Autónomas que erigieron los políticos. Eso no sucederá ni en siete meses, ni en siete años

viernes, 6 de julio de 2012

Desde las minas


Siguen y siguen los recortes, o reformas que llaman desde la cúpula del poder con aparatoso eufemismo. Pero ellos no se recortan nada. Y mire usted que sabemos que esto de la política contiene gasto cuantioso. Pero los sacrificios siempre tocan a los mismos, que somos usted y yo: ellos jamás se sacrifican por nada. Supongo que en ningún manual del buen gobierno se dice que a la prédica desde el poder le sigue, forzosamente, el ejemplo. Hay quienes lo reclaman por civismo, por moralidad. Yo, de reclamarlo, que lo reclamo, prefiero que sea por vergüenza ajena: esa que hace mucho demostraron no tener… salvo excepciones.
Hoy quiero mencionar una tal singularidad en el comportamiento de los políticos que nos representan. Y quiero hacerlo porque en esto de la representación hay aún mayor desvergüenza que en los recortes de los que ellos siempre se salvan. En pura teoría, las papeletas que los ciudadanos introducimos en las urnas, cada cuatro años, sirven para elegir a aquellos de entre nosotros a quienes deseamos delegar la responsabilidad cívica más elemental. Pero en la práctica, una vez que son elegidos, lo único que hacen es seguir estrictamente las normas del partido, y pobre del que discrepe.
Pues hay un senador en León que ha discrepado. Por coherencia, por convicción, por pundonor. La causa ha sido la retirada de las subvenciones a la minería regional. Y por todo ello, por defender a quienes legítimamente le otorgaron el voto, a Juan Morano, que así se llama el díscolo pepero que ha osado contrariar la férrea dictadura de su partido, le han suspendido la militancia (amén de juzgarle la persona menos grata que ha parido madre) los mismos que indultaron a políticos corruptos no hace tanto, los mismos que nos estrujan a impuestos sin contemplaciones, los mismos que nos mienten un día sí y otro también hasta que alguien en Bruselas se pone frente a un micro para decirnos las verdades del barquero que ellos esconden. 
Imagino que esto es lo que encierra la democracia representativa que nos dictan desde los escaños del parlamento, del senado, o de donde sea: mentiras, despilfarros, irresponsabilidades, intereses, ocultaciones, indecencia y falsedades, todo menos lo más elemental, que no es sino la defensa lógica de quienes damos el callo cada mañana al despertar para que ellos puedan seguir jugando y las cosas, poco a poco, vayan resolviéndose: ¿o alguien aún cree que esto de la crisis nos la van a solucionar otros?