viernes, 29 de diciembre de 2023

Oh Happy New Year

Mucho se habla en la prensa de la última traición del pesoe (la penúltima, que diría el otro, porque aguardan muchas otras). Digo yo que la media España que votó al tipejo ese que inclina la cabeza española ante la bandera catalana (y no por andar cabizbajo, aunque bien debiera) ha de sentirse satisfecha con eso de ser gobernados por un gobierno de progreso, aunque no sepamos a ciencia cierta hacia dónde progresamos, visto lo visto. Decía que mucho se habla en los periódicos de la traición en favor de los bilduetarras, pero poco se cuenta que la peor traición es la nuestra. Y a ello querría dedicar la columna de hoy, última de este año que fenece.

Somos nosotros quienes hemos traicionado todo aquello que nos servía de sustento. A decir verdad, es algo que se replica por todo el planeta, de una forma u otra. A punto de ver iniciar el siguiente año, quién sabe si no el último, que la fragilidad de la vida es la única certeza,  cuesta encontrar una sola de las certidumbres que nos han servido de soporte durante décadas, con sus injusticias y desfavorecimientos. Es como si estuviese soplando en el orbe un huracán que hubiese desalojado los favonios y céfiros que, otrora, nos daban consuelo. Aquel era un aura benéfica, cargada de esperanza, que vislumbrábamos en lontananza y nos consolaba por dentro, como las majestuosas contemplaciones de la imponencia de las cumbres. Inalcanzables, pero tangibles. Y todos, con sus más y sus menos, pensábamos en contribuir en cumplir con la hazaña. Este de ahora es un hálito maldito que viene a contradecir todo aquello que creíamos potencial de mejoramiento, imponiendo sus normas absurdas y sus creencias pseudocientíficas, no importa cuánta majadería destile: el mundo se acaba, la sociedad es dañina, el futuro ha de dejar de ser incierto. Lo de no comer carne, anegarse las tierras de océanos, subsidiar al pueblo, devolver el honor a los desalmados... todo eso no deja de ser chismorreos de una presciencia pútrida. Lo peor es que, en el ínterin, destrozamos lo construido, usurpamos lo instituido y abandonamos en gentes infectas el porvenir de dos o más generaciones. Y jamás, créanlo porque es muy cierto, jamás podremos corregir el rumbo.

¿Traiciones? Somos ocho mil millones de personas en el mundo y cada día se ama más a los perros. ¿Qué traición es esa? ¿La de unos idiotas con cartera y ministerio que, no bien se arrogan el derecho de instruirnos, llenan sus bolsillos y la de sus adeptos? A esos ya los venimos padeciendo. ¿La de los que se oponen y que aún no se han dado cuenta de lo mal que lo hicieron cuando solo parecía posible afianzar la victoria? No les quepa duda de que, cuando lleguen, harán poco más o menos lo mismo. ¿La nuestra, la de los ciudadanos, que nos estamos creyendo todas las imbecilidades y ocurrencias que tienen por fortuna surgir a flote sobre el océano de las ideas, siendo las más fecundas e inteligentes las que abajo en el fondo varan olvidadas? Si hemos desterrado los libros y solo existe Netflix, Instagram o Tik-Tok, hemos merecido el infierno.

Mucho se habla en la prensa de las últimas traiciones, pero estamos disputando una carrera por ver quién llega antes al abismo. Y lo llaman progreso. Pues que progresen cuanto quieran, yo los aborrezco a todos. Cuanto ellos llaman avanzar, yo lo considero mezquino.

Desdichado Año Nuevo.

domingo, 24 de diciembre de 2023

Oh Holy Night

Suenan las campanillas en los árboles cariñosamente decorados. Y cascabeles en los trineos. Suenan las risas de las personas por la calle. Y se escuchan villancicos, están por todas partes. Las familias se reúnen y cocinan juntos, preparan la mesa juntos, disfrutan juntos de una cena maravillosa y distinta. Diríase que ha desaparecido el cinismo, la violencia, los dramas y las tragedias de la faz de la Tierra. Sólo hay deseos de felicidad, de alegría, de bondad, de paz y amor entre las personas. Es Navidad.

Suenan los cláxones de los vehículos atrapados en el último atasco, en la penúltima retención. Y los motores en marcha de los autobuses. Suenan los diálogos sin argumento de las personas que se comunican profusamente por el móvil. Y se escuchan las miles de músicas que inundan por dentro los centros comerciales. Todos se quejan del consumismo, de la hipocresía reinante, de los precios del marisco o lo imposible que está el mercado, todo lleno de gente. Diríase que no hay más existencia que la mentira, las falacias, los engaños, la incomprensión y el resentimiento. Las familias se juntan porque sí, en caso de hacerlo, pero de lo que se trata es de disponer de otro tiempo más de vacaciones.

Suenan los vientos gélidos en lo alto del cielo, límpido de estrellas y luceros, con su manto obscuro de invierno. Y el crepitar de las lumbres que dan calor en los hogares. Resuena el silencio del alma que trata de reflexionar por sí misma sobre su eterno paradero. Aun en el centro mismo de las ciudades, hay un respiro donde hallar sentido a las costumbres más ancestrales o religiosas. Diríase que somos tan pequeños los humanos, nos hacen tan minúsculos nuestros odios inveterados, nuestras rencillas y envidias, nuestro afán económico o de poder, nuestra destrucción sostenida de cuanto es sostenible por la naturaleza, nuestra estupidez congénita que acaba por derrumbar no solo las tradiciones más nobles y hermosas, también las más tristes y sentidas. El amor entre las personas no es impositivo y no hay que pagar por tan hermoso don. En alguna parte un escritor piensa en su amada y establece un vínculo que, sea Navidad o no, ni el tiempo ni el mundo pueden destruir. Y el cielo que los cobija, allá arriba, lo entiende.

Feliz Navidad


viernes, 15 de diciembre de 2023

Amnistiando, que es gerundio

No sé a qué viene tanto revuelo con este tema tan de moda de las amnistías. Soy de la opinión de que se amnistía poco. Alguien inventó el tortuoso camino de los indultos y, hasta el momento, a él nos hemos ceñido, si bien es cierto que dicho ceñimiento corresponde solo a quien nos gobierna y que puede hacer con ello de su capa un sayo. Al final, esto de mandar y de la política no es otra cosa que realizar lo que al mandamás de turno le pase por los cancanujos, sea o no sea beneficioso para el pueblo: siempre hay o habrá un pueblo que se beneficiará de cualquier decisión que se tome, y en caso de que no lo haya, porque sea uno solo el beneficiado (algo que pasa muchas veces, demasiadas) también es posible crear de la nada a ese pueblo aclamador. 

El mejor ejemplo es este de las amnistías de los procesistas: ahí tienen ustedes a todos los jaleantes del pesoe y los gobiernos progresistas que, no contentos con decir Diego donde dijeron digo, aplauden hasta con las pestañas las inmensas oportunidades que contempla eliminar los delitos que cometieron los secesionistas, indultarlos de aquellos por los que fueron declarados culpables, y ahora amnistiarlos para que sus expedientes queden libres de toda mácula. Dirán ustedes que exagero, y que no todos los pesoeros son jaleadores: y un huevo duro también. ¿Ha visto usted a uno solo de ellos que, en la Cámara Baja, haya roto la disciplina esa de partido porque su conciencia le impide apoyar semejante ignominia? ¿Ha visto usted un solo comunicador de prensa o radio o televisión que, públicamente, se haya rasgado las vestiduras ante este episodio inequívocamente hispano por el que se van de rositas todos aquellos que solo esperaron (y aún esperan) chupar del bote carrasco? No, ¿verdad? Pues no me vengan a  mí con cuentos. Me río yo de los pajes de los reyes majicos…

Lo que no entiendo es por qué solo se amnistía a los procesistas. Puestos a amnistiar, habría de concederse semejante dádiva a todos los presos comunes del país: unos porque ya han cumplido bastante tiempo de sus penas y seguro que se sienten arrepentidos, aunque vuelvan a delinquir (esto de confirmar el no arrepentimiento es indispensable para una buena amnistía); otros porque, total, ya hay leyes y mandatos gubernamentales que rebajan sus años de prisión (cítese a todos los violadores y asaltadores de damas); y los restantes, porque son muchos y como voten en contra pondrán en grave aprieto al chuloputa este que nos gobierna y, de paso, a la coalición de malos malvados que lo sostienen. Además, que está feo hacer distingos, coño: o todos a la cárcel, o ninguno. Pues ninguno.


viernes, 8 de diciembre de 2023

La preciosa religión de Alá

Zahoor es pakistaní y dirige una planta de perfilería y corte de acero en el este de Arabia Saudita. Es un gran tipo. Procede de Cachemira, donde el islam es tradicional, pero las gentes son amables y desprendidas, incapaces de actuar por codicia: ofrecen lo que tienen sin esperar nada a cambio, ni desear nada tampoco. Vive sin grandes lujos, tal vez el tabaco sea lo único extraordinario que se permite. Cuando regresa a casa, se detiene en una de las tiendas que pueblan la carretera hacia Dammam para comprar cigarrillos para él y algún chocolate para sus hijos. Le encanta su trabajo y se siente orgulloso de lo que ha conseguido hasta ahora. Además, vive en el país sagrado de su dios, Alá, y su profeta, Mahoma. “Es una religión preciosa”, asegura. Le respondo que, desde su origen, el islam se ha caracterizado por su poética relación con el destino, con la luna, con la bondad de las personas y el amor hacia la única divinidad que puebla los cielos. Mas, como a tantos otros musulmanes, le cuesta entender que su dios sea el mismo dios que el de los cristianos o los judíos, y que fue el pueblo de Israel quien, desde su exilio en Babilonia, desarrolló el concepto te un único dios verdadero. 

Le pregunto por lo que está sucediendo con el terrorismo islámico, tratando de suavizar cualquier referencia a Israel, pero dejando bien claro que, a diferencia de lo que algunas corrientes occidentales propugnan (Israel es diabólico y oprime a los palestinos por codicia y maldad, por lo que debe ser obligada a retractarse y abandonar los territorios que no le pertenecen), muchos pensamos que los palestinos, eligiendo el camino del terror y del acoso, y apoyados económica y políticamente por otros hermanos árabes y otros familiares islamistas, debieron aceptar en su momento tender la mano a la paz en vez de perseguir la eliminación de los territorios judíos, cosa que nunca pasará. Por eso derivo la pregunta no solo hacia Hamás, también al ISIS o Al Qaeda. “No son musulmanes”, me responde, “piensan que lo son, pero les han lavado el cerebro; el islam es la religión del amor y ellos han interpretado como han querido un mandato del Profeta porque, detrás, hay mucha gente interesada en la guerra, la destrucción y la opresión del propio pueblo, que les incita a ser extremistas y asesinos. Creen que hallarán el paraíso a su muerte, cuando solo encontrarán el cadalso”. Entonces pienso que hay muchos musulmanes escondidos tras el Corán y la resignación en la poética religión mahometana. 

Le pregunto por cómo van las cosas en Arabia, y me responde que no sería capaz de reconocer el país donde viví hace ya más de veinte años por tanto como ha cambiado. Finalmente los proyectos de infraestructuras, de creación de áreas turísticas, de desarrollo urbano y de consolidación de una actividad económica basada no solamente en el petróleo, ha prosperado. Al Khobar, donde viví, cerca de Dammam, se parece a las ciudades estadounidenses por sus amplias avenidas, sus edificios altos, sus grandes zonas verdes, y un cambio total en la interpretación de los servicios, no solo de la industria. Tanto es así, que en 2035 esperan acoger el Mundial de fútbol, y a buena fe que lo merecen. Para eso hay que avanzar un poco más, le digo, porque no basta con permitir conducir a las mujeres y aligerar la opresión de la abaya y el velo islámico: los turistas quieren disfrutar de las playas, de los parques, de una cerveza (asunto tabú, de momento) y, por qué no, de poder visitar también la Meca y Medina, hasta ahora lugares santos prohibidos al resto de religiones. Asiente en su respuesta y piensa que, lo mismo que él ha podido desarrollar su carrera y disfrutar de una vida familiar y religiosa que lo colma de felicidad, es posible que la sociedad árabe acabe convirtiéndose en un ejemplo incluso mayor y más paradigmático que Dubai, el emirato que, aun sin petróleo, nació de una aerolínea. Tendré que verlo, le replico. Inshala, es su respuesta.


viernes, 1 de diciembre de 2023

El apologeta

Soy de los que opinan que la complicidad con Hamas del indocto que tenemos por presidente es una apología del terrorismo en toda regla. Por supuesto, ningún fiscal incoará expediente alguno ante tamaño delito. La ley no es igual para todos. Debería, sí, eso nos dicen para que lo creamos, pero en esto pasa como en todas las cosas: es cuestión de dinero o de poder. Cómo no habrá apologizado que les faltó tiempo a los terroristas palestinos para aplaudir lo que consideran que era una postura clara y audaz. Yo diría que las palabras del psicopático dictadorzuelo resultaron una insolente impostura hacia Israel, pero en lo de la claridad he de asentir: no se puede decir de manera más nítida. 

Son muchos quienes olvidan que, en todo Oriente Próximo, la única democracia existente en el enjambre abrahámico es Israel y que los terroristas no tienen legítimo derecho a nada, como tampoco encarnan la voz del pueblo palestino. En este mundo moderno, la última ignominia es conferir representatividad a los asesinos o confundir su terror con las aspiraciones del pueblo pacífico. Que el desequilibrado es un tipo de una indignidad galopante, bien se sabe. Que no sea capaz de distinguir ya nada, solo se sospechaba. La indignidad es una cuestión casi privada del ignominioso. Convertirla en una cuestión de estado, y más aún afectada de impunidad, trasciende los límites de la ignorancia del iletrado que nos representa. El problema es que tanto se ha arrogado la libertad de hacer y decir lo que mejor le pete, por el impúdico interés del dinero, que ya todo nos parece la misma mierda. Y no lo es.  

Las diversas apologías del jeta que maldita sea el momento en que lo eligieron los suyos, retrotraen a un mundo que debió quedar tiempo ha olvidado. Y no lo está. De hecho, el mundo anda salpicado de guerras absurdas e ininteligibles, de líderes autárquicos que solo responden a su propio egoísmo, de un analfabetismo atroz que parece haberse instalado en cada esquina y en cada plaza. No hemos construido un mundo cada vez mejor: inventamos la tecnología y el bienestar y el imperio de las leyes para distinguirnos de nuestros ancestros, pero todo ello ni nos ha igualado ni ha acabado con las injusticias, los enfrentamientos y la ruindad. El poder ha fagocitado todos los avances incluso para combatirlos desde dentro y relegar ese concepto tan vagabundeado del bien común a un simple foro de escenario por donde hacer mutis para que los dictadores medren en el proscenio a su entero antojo. No sabemos abandonar la polaridad porque nos quieren eternamente enfrentados. Ya no queda universalidad alguna en el progreso (ni en la progresía): la política ha devenido una palindromía experta en darle la vuelta a todo lo que una vez fue sólido. 


viernes, 24 de noviembre de 2023

La aurora y el ocaso

Hacía mucho tiempo que el cielo, antes del alba, no aparecía tan despejado e inmaculado como en estos deliciosos días del otoño. La oscuridad se extiende como un lienzo suave de parte a parte, cubriéndolo todo con la majestuosidad de su harmonía. Mas hacia el este la claridad rosicler avanza lentamente, amenazando con disturbar así el titilar de los luceros, que parecen querer despertar de su límpido sueño para unirse al coro de voces de la naturaleza. Pueden vislumbrarse unas pocas nubes, dispersas, cerca del horizonte, por donde más tarde despuntará el sol, pero solo allí: dejan el resto del firmamento negro e impoluto para que podamos contemplar el centellear de astros y planetas. Este cielo tan límpido y tachonado de estrellas parece querer perpetuarse. Las alcarrias se ven salpicadas de luces dispersas, aquí y allá, como jugando a ser vistas. Cuando llego a mi trabajo, la aurora va elevándose desde muy lejos con indolencia otoñal. La negrura del cielo es fría, pero alegre. Está tan bonito el otoño que, mucho antes de despertar, todas las cosas, vivas e inertes, cantan juntas jubilosas.

Las hojas de mi granado caen despacio de las ramas cuando los pájaros se apostan para disfrutar de los últimos frutos. La seroja que forma es amarillenta y frágil, y muy abundante. Formo montículos con la ambarina materia quebradiza, y pienso que los árboles se desprenden de sus galas para ataviar paseos y pretiles, pero nos empeñamos en adecentar las calzadas. Aun así, qué fascinante luz surge de todo este desprendimiento. Pese a la agrura que parece extinguir el ánima de las plantas caducas, el correteo del aire y los rayos de sol entre sus ramas desnudas las convierten en gigantes de jardín, aunque en estos tiempos tan hodiernos los niños apenas solazan sus tardes con juegos: tal vez los más pequeños.  

Está muy, muy bonito este otoño. Cómo no deslumbrarse con la charabasca podada, la hojarasca, el frío grato y alegre que se va aposentando poco a poco… Contemplar la aurora cada mañana es una recompensa mucho mayor de los méritos contraídos por nosotros, los humanos que pretendemos arrumbar la naturaleza. Pero, no siendo bastante, esta época del año concede un último asombro: al volver a casa, recorriendo hacia el oeste el trayecto inverso de la mañana, también puedo contemplar el ocaso, el acabamiento del día, con su pajiza decoloración en la punta contraria del horizonte que por las mañanas me desvela. Es algo muy parecido a asistir al adormecimiento paulatino de un niño, cansado de retozar. El áureo declinar, teñido de silencio, hechiza con su imponente coloración amarilla y naranja, mientras poco a poco, muy lentamente, la noche viene cayendo desde el oriente.

A quién puede importar las minucias que estos días pueblan los diarios. Ninguno ha plantado el otoño en su primera plana: qué lástima.


viernes, 17 de noviembre de 2023

7,8 millones

Hay 7,8 millones de personas que, esta semana, serán felices por haber visto jurar su cargo al inútil indocto que nos vuelve a gobernar. Y, esta misma semana, hay 4,8 millones de personas que se sentirán jubilosos con el nombramiento, porque ha sido posible gracias a ellos. Esta misma semana, hay poco más de 3 millones de personas que no sabemos cómo se han de sentir, entendemos que mal, pero no estamos seguros de ello. Y, por último, esta misma semana, 8,2 millones de personas se hallarán en un estado de enorme consternación al comprobar que, todos los demás, coadyuvados por esos 3 millones que no sabemos qué piensan (y también por el líder de los 8,2 millones y séquito; huelga decir que el tal líder es un tipo pasado de confianza y, por qué no decirlo, un gallego bastante panolis) brindan por haber dejado el gobierno de este país en manos de un individuo sin ninguna referencia moral o ética, un improvisador nato sin estructura intelectual alguna y al que en su partido nadie osa toser porque, sabido es, los que mandan enseguida se ven rodeados por una corte de abrazafarolas de todo pelaje.

El presidente es un tipo que jamás ha ganado con rotunda claridad en los comicios en que él, o los por él interpuestos, debían batirse el cobre. Victorias dispersas, poco más. La insuficiencia de votos la salva dando a sus aliados cualquier cosa que pidan, aunque sea hacer añicos la mismísima Constitución o el Poder Judicial. Qué más da. Si no tiene ideología alguna, más allá de su extremismo (también improvisado) y solo le preocupa ocupar el palacio monclovita, no le ha de preocupar firmar pactos con etarras, con vasquitos desorientados (vaya tela con los gordinflones vizcaínos), con comunistas de medio pelo y abundantes bienes, con esa raza nueva de idiotas que ha parido la tierra y que se hacen llamar catalanes independentistas, e incluso con una señora de Canarias que, total, si todos ponen el cazo y se lo llenan, por qué a ella no.

Es un trilero. Lo de que sea un mentiroso compulsivo tiene una disculpa: aquí todos mienten porque la política es el arte de no decir nunca la verdad y que los demás te crean. No sabe lo que quiere hacer, si permanecer en la OTAN o abrazarse a Soros, y todo el tema de la amnistía y el referéndum que tantas páginas lleva escrito, se la suda (con perdón): es entretenimiento de torpes (los torpes somos nosotros) que aún creen en la existencia de las hadas. Tiene subalternos para dar y tomar, y seguramente muchos de ellos ni siquiera lo voten a él, pero también le ha de traer sin cuidado siempre que trabajen (o hagan como que trabajan) para que él siga durmiendo en la cama presidencial. NO es un líder. Es un dictador, y encima sin inteligencia, que es como gusta a la gente que sean estos tipejos: unos grandísimos hijos de la gran puta capaces de todo con tal de ver al oponente morder el polvo. Los inteligentes suelen tener escrúpulos con la condición de que su villanía no supere el coeficiente intelectual (que también pasa). Estos tipejos no tienen nada, ni de lo uno ni de lo otro: solo tienen votantes a los que igualmente se la suda lo que pase con su voto, porque -vuelvo a repetir- el objetivo es masacrar al contrario.

Aparte del documentito ese, horrendo, sobre la amnistía y lo que ha pedido el de Waterloo (fácil misión le dejaron las matemáticas: pedir para que le fuera concedido), ¿sabe usted qué ha acordado con el resto, etarras incluidos? A unos dice que les dará los impuestos todos, a otros que expulsará a la benemérita, a la señora de Canarias no tengo la menor idea y lo de los gallegos es una incógnita. Son pactos, si es que lo han sido, tan secretos y ocultos como superficiales. ¿No ven lo pésimamente escrito que estaba el documentito para el huido allá a Flandes? Tela con los catalanes: cuatrocientas mil personas deben de estar festejando la liberación de su mesías, otro inútil sin conocimientos ni inteligencia al que tampoco saben echar los suyos. Y, si hablamos de vascos, o más concretamente, del PNV, porque lo del partido del etarra ese es traca aparte, que me cuenten cómo van a explicar que son capaces de meterse en el mismo jardín que los etarras y los comunistas, porque los suyos se supone que son vasquitos industriales y demás empresarios de derechas, una derecha católica y bastante carlista que sostiene con sus dineros al gordito y al soriano y al maestro que, de vez en cuando, sacan a colación a un racista enloquecido llamado Policarpo que se inventó lo de Euskadi. Porque a los industriales y a los empresarios, los etarras les arrearon de lo lindo en plan te envío una carta con sorpresa o ahora te rapto un par de semanas para que pagues mejor, cuando no los liquidaban ipso facto. Y a esos mismos industriales y empresarios no creo que les siente muy bien las proclamas comunistoides que ahora estos izquierdosos de vía estrecha acaban de descubrir. 

Ellos verán. Todos ellos, incluida la señora de Canarias, una técnico que escribe su propia biografía en Wikipedia (como todos) para dejar claro que se ha matriculado en Historia, a ver si de ese modo saca un título universitario (otros se inventaron un doctorado, ya ve usted). Decía que todos ellos, etarras y vascos y catalanes y comunistas y demás, todos están escuchando el canto del cisne, lo mismo que el sanchecista empeñado en dejar quemada atrás toda la tierra que pisa, algo en lo que 7,8 millones de idiotas parece que están de acuerdo.


viernes, 10 de noviembre de 2023

A la turca

Una de las obras más estimables del barroco francés es la "Marcha para la ceremonia de los turcos", pieza que compuso Jean Baptiste Lully (nacido en Florencia como Gian Battista Lully) para la obra de Moliére "El burgués gentilhombre", un individuo rico, pero ignorante, que se encuentra desesperado por ser reconocido socialmente y a quien un criado, pretendiente de su hija, haciéndose pasar por mensajero del Gran Soberano Turco, le invita a presenciar el paripé de su propio nombramiento como Mamamouchi (gran distinción inventada por el criado). Convertido en príncipe turco, nada le impedirá desposar a la hija del pobre burgués, que verá frustradas sus ansias de reconocimiento. La obra aborda el tema de las turquerías, en relación al imperio otomano o imperio turco (como era conocido) del Asia Menor, que en el siglo XVII seguía siendo motivo de preocupación para muchos países europeos. Siglos más tarde, la Gran Guerra arrasaría con los últimos latidos del imperio otomano, reconvirtiéndose en una república. 

Turquía es un país muy controvertido para todos nosotros, tristes europeos con cada vez menos cultura histórica y menos memoria, pero no son las ínfulas de Erdogan, sino las lamentaciones del pueblo turco, las que deberían hacernos reflexionar. Escribo esta columna desde Esmirna, en el extremo occidental de la Anatolia, una impresionante ciudad que alberga el segundo puerto en importancia del país, por detrás de Estambul, y posiblemente la más "europea" de todas las urbes turcas. La gente es amable y el clima muy bonancible. Atrae a muchos turistas, tal vez por situarse en el mar Egeo, pero carece del esplendor de las islas griegas: el eterno vecino, con quien el país tantos conflictos ha desencadenado, le gana la partida con holgura.

Si uno lee las crónicas políticas en la prensa, o en los medios, diríase que Turquía es la mayor amenaza económica para una Europa demasiado vieja, demasiado bonita, y demasiado cínica. Pero si uno lee los ojos de los habitantes que aquí moran, se descubre una realidad muy diferente. Viven sometidos a una inflación galopante, de la que el gobierno de Erdogan no facilita las cifras reales, pero que se alza hasta el 450% en muchos productos y servicios (olvídense del 60% oficial). Este hermoso y austero país (lo es en muchas de sus regiones) lleva camino de convertirse en la nueva Argentina de Oriente Próximo. Suscita una lástima inmensa escuchar a la gente decir que, en los supermercados, hasta los alimentos más básicos cambia de precio entre la apertura de las puertas y su posterior cierre. Los sueldos son bajos, las infraestructuras precisan aún de mucho desarrollo, aunque son notables los esfuerzos invertidos, pero hay un sentimiento de hermandad y camaradería que, como en todas las sociedades que aún no han alcanzado el hiper desarrollismo europeo, hacen de la vida un lugar más grato, más humano.  

Aunque las cifras oficiales afirman que el 99% de la gente profesa la religión musulmana, la población de origen armenio no es menor, y son cristianos. Al menos en la mesa que compartí en Esmirna, junto al mar, solo uno de los ocupantes era musulmán y bebía alcohol y comía cerdo. Al final da gusto comprobar que las decisiones que los hombres toman en nombre de un dios (cualquier dios) para que todos los restantes hombres las sigan y cumplan, no son decisiones divinas por los siglos de los siglos. Claro que los turcos no son árabes, y ya sabemos cómo se las gastan los árabes con estas cosas.

 

viernes, 3 de noviembre de 2023

Memento mori

Otoño. Otoño machadiano, lloviendo tras los cristales. Sobre los chopos deshojados, sobre los tejados pardos y los campos, también llueve. No solo lagrimea el cielo porque sea otoño. A mitad de camino hacia el invierno, y siempre en otoño, nos obligamos a tornar la mirada por no encontrarnos con la muerte. Triste recuerdo de triste apariencia, tras las tapias sombrías de los camposantos, donde llueve sobre tierra removida y con el tiempo aposentada. Depositamos flores, tal vez, y nos acordamos de los nuestros. “Los nuestros”, que ya no están y jamás volverán a estarlo. No hay ritual más sincero, no hay plasticidad más verdadera que la otorgada a la muerte. Diríase que cimenta el sentido litúrgico de todo aquello que hemos asociado a los dioses. 

Si el otoño arrastra el ceremonial de la muerte, por qué en otoño hemos venido apartando los ojos del recuerdo del polvo al que volveremos. Lo sé. Mundo de entretenimientos que, como cualquier iconoclastia, pretende demoler lo que con tanto esfuerzo ha sido construido, simplemente porque no queda quien sepa hacerlo mejor. Por ese motivo necesito protestar otra vez, con insistencia, aunque a usted, caro lector, le disguste. Hoy, y me lo han pedido, no voy a escribir de las amnistías, de los falsos doctores, ni de las aburridas princesitas de los cuentos dogmáticos. Hoy necesito entregarme al dolor que ningún ramo de flores podrá desalojar jamás de mi corazón, preciso devolver a mi existencia la firme convicción de su final. Porque todos decimos, en un momento u otro, que es así, que ha de pasar, que es forzoso el cumplimiento con tan íntimo y definitivo trance. Pero es falso, es mentira: nuestra indiscutible ilusión es vivir como inmortales. Cuando se espera vivir para siempre, continuamente quedan cosas nuevas por hacer, enigmas impenetrables que descubrir, surgencias que ordenar. Todo por permanecer unidos a esta tierra ingrata que se ríe de nuestros delirios de eternidad.

Inventamos, hace miles de años, la idea de la vida eterna, pero es mucho más rica y pura la idea del alma, de la consciencia, del revolotear por la vida mientras ésta perdure. Porque, conforme avance el reloj y se cansen los latidos cardiáceos de golpetear contra las paredes del corazón, iremos descubriendo que los nuestros, quienes una vez nos fueron dados, finalmente nos fueron arrebatados, lo mismo que nosotros dentro de no tanto tiempo. Ya pueden colmar los prados del Elíseo de dioses, huríes o ángeles celestiales. Ya podemos atiborrar las calles con juegos para la infancia, donde la muerte nunca existe, y volcarnos nosotros, los adultos, adustos o austeros, eso da igual, en jugar con el nombre de los muertos, desproveyéndolos de su severo destino para hacerlos bailar y sonreír y disfrazarse y decir bobadas, resucitarlos incluso o convertirlos en mezquinos monigotes de feria. A ellos les da lo mismo porque los muertos no existen, no tienen existencia presente o futura, y el pasado solo es nuestro y quema, arde, entristece, porque es el tiempo en que no hubo ausencias. 

Memento mori... De la solemne ritualidad litúrgica, tan plagada de silencio y lágrimas, a la chabacana desconsideración moderna, no hubo tanto espacio ni tanto tiempo. Sólo el justo para dejar de ser pobres y dignos y erigirnos en amos inmortales del universo. Prefiero la pobreza a este espectáculo horrendo que quiere esquilmar mi dolor irresoluble con su ruido vacío, sus risas mendaces, su diversión ridícula, que todo vale con tal de ser mediocres.

 

viernes, 27 de octubre de 2023

Antisemitismo y antisionismo, siglo XXI

Cuando uno se adentra en el estudio de la Alemania nazi, sorprende sobremanera que en la Europa de aquel tiempo (y de mucho antes) se manifestase un antisemitismo atroz y descarado, y que el estado nazi no fuese ni el primero, ni el único. Si tuviésemos que resumirlo en una sola frase, la única culpabilidad atribuible a los nazis (en el sentido de haber acometido algo que los demás no hicieran igualmente) fue la persecución y exterminio industrial de los judíos, una exacerbada decisión que se precipitó a raíz de la derrota de Hitler en el frente oriental. En muchas ocasiones creemos que la reunión de Wannsee supuso su inicio, pero no es cierto: se trató de una reunión en la que se abordó de manera "administrativa" la deportación de los judíos a los territorios orientales, pero en la que no se decidió que los judíos fuesen eliminados en cámaras de gas a ritmo frenéticamente industrial (de hecho, Reinhard abogó por matarlos de agotamiento construyendo carreteras). Cuando los alemanes concibieron Sorbibor o Trebinka, y descubrieron las magnas posibilidades del envenenamiento por gas, se inició el distanciamiento con las prácticas antisemitas que otras naciones ya practicaban (Rumanía, sin ir más lejos, ya encerraba a los judíos en trenes de transporte de ganado que posteriormente recorrían el país hasta que sus ocupantes morían de sed o de inanición).   

En aquel entonces, culpar a los judíos de todos los males del mundo era una práctica habitual. A este lado y al otro del Atlántico. Pareciera que los horrores del Holocausto hubiesen debido erradicar el antisemitismo de la faz del planeta, pero como sabemos, los árabes respondieron a la creación (justísima) del estado israelita con un odio atroz y furibundo hacia los judíos. De hecho, la Carta Fundacional de Hamás dice explícitamente: "Hay un judío escondido, ve y mátalo". Y esta fuente de odio hay que extenderla al resto del islamismo, y el odio en sí mismo no solo a Israel, sino a todos los aliados de los judíos. ¿Fueron los israelitas los artífices de los asesinatos de Charlie Hebdo, de los atropellamientos en Niza o incluso del 11-S? No. Incluso tras las devastaciones de las torres gemelas, algunos consideraron que los Estados Unidos se lo tenía bien merecido por su expansionismo inperial y su apoyo sin ambages a Israel. Por supuesto, la existencia misma de Israel en una tierra que los árabes creen solo suya (ya ven, el sentimiento regionalista no es exclusivo de etarras y catalanes) siempre ha sido formulada como la causa raíz del problema. El terrorismo internacional tiene sello islámico, esa estúpida creencia en un dios inexistente  que los judíos desarrollaron, san Pablo universalizó y un árabe describió entre sueños. Un mismo dios, tres religiones. Los cataclismos provocados por los cristianos desaparecieron hace siglos. Los provocados por musulmanes fanáticos siguen aún vigentes. 

Políticos de todo el mundo han vuelto a enfatizar en la idea de confeccionar un segundo estado, el Palestino, como solución a un problema tan enquistado y podrido que nadie sabe cómo resolver si no es a bombazo limpio. Lo de Armenia, la guerra civil en Siria o lo que pasa en Yemen, son asuntos menores y ninguno de ellos se percata de que fue en los acuerdos de Oslo del 2000 cuando Arafat rechazó la práctica totalidad de las concesiones a su causa y se negó a firmar el nacimiento de un estado palestino. Y ahí siguen. En lugar de buscar la convivencia, leña al judío aunque perezcan en el intento. El objetivo no es tener nación propia, sino la desaparición de Israel. Veinte años más tarde, los pobrecitos palestinos de Hamas perpetran la matanza de judíos más cruel desde los tiempos del Holocausto. Y como la izquierda se ha vuelto idiota a más no poder, lanza el concepto de judío sionista al caldo del debate interminable. Los judíos ya no son los asesinos de Cristo, o los usureros de antaño, ni siquiera los infrahombres que eran para los nazis. Ahora son sionistas y se dedican a usurpar ilegítimamente algo que no es suyo. 

El antisemitismo de antaño se ha trocado en el antisionismo de hodierno. Pero es todo parte de un mismo humus: el de la intransigencia religiosa y el gusto por ver los sesos del contrario esparcidos por la calle. Provenga de donde provenga, a izquierdas o derechas, de arriba o de abajo, no se está hablando de los derechos civiles de unos y otros, sino de la erradicación del contrario a ultranza. Algo por lo que abogan, silentes, algunos ministros de este Gobierno en funciones, por cierto.


viernes, 20 de octubre de 2023

Hospitales de Gaza, siglo XXI

Ahora que los terroristas islámicos (posiblemente, una de las peores calañas que ha parido este planeta desde hace miles de millones de años) son capaces de recontar cientos de cadáveres de entre los escombros de un hospital de Gaza en cuestión de minutos, siempre con la ayuda inestimable de los medios progresistas, cuyos plumillas, bien repantigados en cómodos sillones de escritorio, otorgan en milésimas de segundo las atrofiadas mentiras terroristas, ahora -digo- es momento de seguir abochornando a ese borreguismo patrio e internacional teñido de puño y rosa que no deja de propagar las bobadas propias y ajenas, para vergüenza de unos pocos y obcecación de otros muchos, con tal de que encajen bien en sus concepciones mentales. Como no encaja que la explosión proviniese de un artefacto disparado desde la propia Gaza. Pero, para entonces, los esputos ya habían sido expectorados. 

Lo cierto es que apenas queda ya prensa alguna, escrita o internetizada, que imponga una praxis de dignidad, seriedad, rigor y alguna tiesura en sus escritos. Si echan un vistazo, da vergüenza comprobar cuánta basura y mediocridad incorporan en sus contenidos, si bien es cierto que aún es más vergonzoso comprobar cómo la basura suele registrar los índices más altos de lectura por parte de los leyentes. Y no me estoy refiriendo solo a esta situación de hodierno en suelo patrio, donde el sentimiento antiisraelita es pieza común en la oratoria de izquierdas, aunque no menos que en otras partes: ahí tienen ustedes a los franceses del tal Mélenchon, encantadísimos con las decapitaciones de bebés judíos, o los afanes antiimperialistas y prohamaístas de la más inútil vicepresidenta del conjunto de vicepresidentas en funciones que no funcionan, y nunca lo han hecho, en el desgobierno de las sancheces continuadas. Y Palestina, o mejor dicho, los palestinos, especialmente los de la franja de Gaza, que se yergue junto a un Egipto que no los quiere ni en pintura, pese a ser árabes (tampoco los dejan entrar en Arabia Saudita, no vayan a creerse), son el aderezo perfecto para la vorágine anticapitalista y antiimperialista de quienes la tienen tomada con Estados Unidos desde que surgió (y eso que es una democracia, lo mismo que Israel). Pero como este conflicto es difícil de entender, de tan incardinado como se encuentra en las proclamas meningíticas de unos y otros, y es tan tumoral e irresoluble, lo mejor sigue siendo agarrarse a él por donde se pueda y usarlo para sacudir estopa a judíos y yanquis, que los árabes y musulmanes, conocido es, son todos seres sufrientes y próvidos, incapaces de mal alguno. 

Por si no lo recuerdan, algo parecido sucedió hace ya muchos meses, demasiados, cuando Rusia quiso invadir Ucrania, desencadenando una guerra en el mismísimo intestino europeo, ante las que los defensores del terrorismo islámico ya exhibieron su cordura pidiendo a los ucranianos que se dejaran matar, así de fácil, para no empeorar las cosas. Defensores que, mire usted por dónde, están en el Gobierno (ahora en funciones) y presumiblemente seguirán en el mismo cuando la situación amnistiada se resuelva en favor del tiranillo de vía estrecha que nos quiere seguir desgobernando.


viernes, 13 de octubre de 2023

Israel, siglo XXI

Estuve en Israel hace ya demasiados años (de repente mi vida ha transcurrido en un pasado cada vez más distante). Coincidí en el avión con la habitualidad más insistente hacia el país de los judíos: varios grupos de gentes (casi todos personas en edad provecta, monjas y curas) que deseaban visitar los “santos lugares”. A mi lado se sentó un sacerdote, con expresión adusta y palabra escasa, a quien parecía molestar darme explicaciones cuando yo solo pretendía ser amable. Le cambió la cara al verme discutir con un asistente de vuelo que respondió a un pasajero (este último de evidentes maneras pueblerinas, que no rurales) empeñado en fumar que dentro del avión estaba prohibido por riesgo de que el aparato volase por los aires, y no del modo para el que fue construido. La admonición tuvo efecto, porque el pasajero no fumó, pero yo no pude sino increpar al azafato: si los aviones estallan a consecuencia de un cigarrillo, ¡qué fácil es cometer terrorismo! Basta encender un pitillo a escondidas. No dudo que lo hiciera con buena intención, pero alarmó a gran parte del pasaje, que parecía no haber tomado un avión en su vida. 

Acudí al aeropuerto de Tel Aviv, a mi regreso de Rehovot (donde el desierto se hace ciencia y conocimiento), con tanto tiempo por delante que una agente de la policía israelí, muy guapa y nada simpática, se detuvo casi con saña a inspeccionar todo mi equipaje. Digo todo porque no dejó nada, ni un mísero artículo por examinar. Allí me tuvo media hora, el aeropuerto estaba aún medio vacío y yo fui el párvulo que quiso pasar con comodidad y tiempo más que suficiente el control de policía. Finalmente me pidió disculpas (ya sonriendo) diciendo que, en Israel, rodeados como estaban de enemigos, debían tomar muchas más precauciones que el resto del mundo para evitar atentados. Debí haberla invitado a una copa: casi me daba pena. Lo mismo me había pasado días atrás con un taxista: un jovenzano que se lamentaba de haber tenido que entregar dos años de su vida al servicio militar. Aunque parezca contradictorio ahora, en Rehovot y el resto de ciudades donde permanecí, palestinos y judíos trabajaban juntos y en armoniosa paz. Ya les he dicho que aquello sucedió hace mucho tiempo. Luego llegaron los políticos y, sobre todo, los miles de árabes con ganas de matar a todo el mundo, y la armonía se convirtió en otra cosa bien diferente.

Mucho tiempo después, los terroristas árabes y musulmanes, los mismos que en nombre del inútil de su Dios -inútil porque es incapaz de deshacerse de semejante caterva de idiotas- degüellan profesores y queman vivos a soldados cautivos, se dedican a lanzar miles de cohetes iraníes sobre Israel, a matar bebés judíos, a violar mujeres judías y a asesinar a cuantos judíos se pongan a tiro. El Holocausto resumido en una jornada del siglo XXI. Y algo de tiempo después, otra plaga de idiotas, que se tildan a sí mismos de progresistas, empezando por el inútil del presidente (inútil porque no sabe hacer nada que no sea para bien de sí mismo) y acabando por los vocingleros con micrófono o columna en prensa, dedican sus ajadas meninges a hacer lo que sea menester por no conceder a Israel ni tan siquiera el consuelo de una lamentación fingida. 

De verdad que en ocasiones cuesta decidir quién es peor.


viernes, 6 de octubre de 2023

Diez años transcurridos

Diez años han pasado desde que ocurriese la irrevocable ausencia de mi padre. (Irrevocable ausencia… No digan que no causa ridiculez leer algo tan afectado y sentencioso. Por qué no decir, llanamente, desde la muerte de mi padre. Cargamos de eufemismos la vida con tal de no encarar su prístina substancia. De nada sirve teñir de conceptualismo un dolor, desgarrador como muy pocos, que jamás desaparece, por mucho que insistamos en que se trata de una ley de vida. Los tecnicismos, como el argot, modifican las cosas hasta desposeerlas de su sustancia. Tendría que ser más pulcro en esto).

Son estos diez años trascurridos una de las pocas razones de desasosiego que invaden mi alma de tanto en cuando: la certeza de la propia muerte. Me preguntaban hace poco si no le tengo miedo. ¿Miedo? Ninguno. Tal vez, lástima: presiento que muy poco podré ya aportar de nuevo, y pocas las esperanzas que conlleve esa ilusión radiante que apremia el espíritu en pos de vivir más y más ampliamente, de forma más interesante, sin reparar en pequeñeces ni dejarse amedrentar por dificultades. Pero, en estos diez años, me he vuelto más cínico y conformista. En demasiadas ocasiones me escucho decir: “bueno, y qué”. El tiempo ha pasado y lo que había de acontecer, ya acaeció. Solo quedan simple hojarasca, un poco de seroja en los flancos del camino, tan frágil y quebradiza que apenas concita otra emoción que el silencio. Solo se vive de joven, cuando la vida es toda ella una aventura, un reto que se adivina interminable, un largo trecho hacia ese espacio ocupado por mayores y ancianos donde las ganas y las pasiones tiempo ha que dieron paso al tedio y la indolencia.

Diez años he seguido caminando en pos de los últimos pasos hollados por mi padre en vida. En ellos he visto crecer a mi hijo hasta convertirse en mozalbete encantador, primero, y cariñoso caballerete, ahora. Cambié mis rutinas, mis labores, casi mi vida entera, y nada de ello cobró importancia alguna realmente. En cambio, sufrí también la pérdida de mi madre, quien abandonó nuestro cariño por reunirse con mi progenitor en los mismos extramuros donde él se había instalado. (Ojalá fuese cierto, y esta poesía resultase cierta, pero mucho me temo que se trata del último fogonazo de belleza con que tratamos de hermosear la existencia). Diez años han sido sin que supiera cuántos diez años me quedan. Ni siquiera esto último tiene tampoco importancia: solo que mi hijo perviva tantos decenios como necesite para contemplar su vida con orgullo.

 

viernes, 29 de septiembre de 2023

La Luna y el escarnio

Mientras otros (muchos, pocos: no lo sé y tampoco quiero reflexionar sobre ello) se dedican a contemplar los juegos de la política, en tiempos estos donde cada despunte parece más incapaz que el anterior, yo volvía los ojos hacia la imponente presencia de la luna llena en un firmamento oscuro donde titilaban los luceros y las estrellas, de limpio que se extendía. Esta limpidez tersa y pura parece subyugar el alma hacia lo infinito, hacia las inconcebibles distancias sidéreas que permanecen más allá del entendimiento y la imaginación, hacia el inmenso vacío que se extiende en un universo cada vez menos contemplado por los hombres.

Sobre el planeta, en cambio, prosiguen los aconteceres diarios, tan habituales y previsibles que incluso se han acallado las voces de una guerra sostenida en una de las barriadas de nuestra propia urbe. En esto de los clamoreos, nada como la mediocre asechanza de lo político, esa estirpe parasitaria que, como las bacterias gástricas, convive en simbiosis con nuestros males, e incluso la aclamamos como líderes, cuando no son sino simples (muy simples) extractores de impuestos y, al mismo tiempo, dispensadores de regalías. Estos días, la caterva radicícola se entretiene en repensar las modernas pugnas independentistas que unos absortan y otros repugnamos. A falta de problemas reales, este pasatiempo de convertir terruños en imperios ha devenido preeminente estatismo. 

Lo curioso de la situación es que, el indocto presidente que aún mantiene sus funciones, aquel para quien la defensa de justamente lo contrario debería ser función primera, se ha convertido en el más férreo defensor de las razones independentistas, una conversión que sucede tan de golpe y porrazo como se desgranan las necesidades aritméticas del parlamentarismo patrio. Entre sus muchas personalidades, porque tanto la paranoia como la esquizofrenia conviven en su repugnante alma, se halla la de habilitador y escribidor de una nueva ley fundamental que a unos nos silencie y a otros (los delincuentes, pero solo los delincuentes secesionistas) engríe. 

Cuando un gobierno debe su poder a los malhechores, y la ciudadanía calla o accede, y sus próceres acuden raudos a rendir pleitesía a un perseguido por la justicia que, en breve, podrá responder apremios que hablen de su causa, es momento de considerar que todo está perdido, que sean ellos quienes jueguen a lo que les dé la real gana, y los demás nos dediquemos a tratar de saltarnos todas las normas y prohibiciones, comenzando por las fiscales, porque esto ha dejado de merecer la pena.


viernes, 22 de septiembre de 2023

Equinoccio lingual

Querría escribir que lo han olvidado, no que jamás lo supieron. Y entonces tendría que preguntar: ¿qué explicaron, en tal caso, maestros y profesores? ¿Por qué se olvidaron? ¿O sucede que, igualmente, nunca lo supieron? Sigo el ovillo de la Historia hasta Mesopotamia y me topo con el babilónico Cidenas, que antecedió en más de un siglo al griego Hiparco de Nicea, y posterior en más de dos mil quinientos años a los constructores de Giza. Vuelvo malhumorado a mi era, a esta era de desolación y egoísmo (tanta exaltación hedónica y epicúrea no es en vano). Pregunto: ¿qué es un equinoccio? Y nadie me contesta, solo algún fanático de la astronomía. Todo lo más, citan que algunos centros comerciales han sido bautizados así.

Con la experiencia arriba mencionada, arduo resulta incidir en cuestiones relativas. Por ejemplo, ¿por qué los equinoccios vernal y el otoñal no están simétricamente dispuestos en el calendario? Y aquí es donde habría de retrotraerme un poco más cerca, hasta hace unos quinientos años, cuando Kepler. Pero no tengo ganas. Que lo expliquen los “influencers”, que tienen más seguidores que la Larousse o la Británica. Yo elijo este argumento para parangonar el otoñal equinoccio que parece vivirse, estos días, y toda esta legislación, en el Parlamento, donde ahora todas las lenguas habladas, con mayor o menor futura, de repente han hallado su equinoccio.

Si me preguntasen, porque nadie lo ha hecho hasta ahora, les diría que me da lo mismo la modificación reglamentaria de la que todos hablan, cada cual en su germanía (por aquello de ser tan principal edificio un antro de rufianes). Si no les prestaba atención antes, por qué habría de hacerlo ahora. Me sucede lo mismo que con el fútbol practicado por hombres o por mujeres: no hago ningún caso. Aunque a un colega del trabajo le he explicado, no sin sarcasmo, que prestaría más atención si ellas se arropasen como en el vóley-playa (y me da lo mismo que me acusen de cosificador: el que no se entera de qué va esto del mundo, propenso es a convertir su iracundia en rencor y travestirlo de progreso). 

El firmamento no varía sus reglamentos a gusto de quienes lo observan. Es más, se complace en dificultar la tarea de hallarla, y por eso es un reto desde que el hombre mira los cielos y combina los movimientos lunares y solares que observa, ambos (preciosa metáfora del amor), en un solo calendario. El lenguaje del cielo no entiende de dialectos o idiomas. Se expresa con armonías y, todo lo más, nos permite comprenderlo usando la poesía, para la que ni siquiera se precisa estructuras gramaticales: solo plasticidad. Lo mismo sucede con el otoño, que a él acudimos todos llegado el tiempo de contemplar las primaveras ajenas. Por cierto, este año bien se ha adelantado: otra peculiaridad más que atribuir a los devenires humanos. Finalmente colijo que tiempo atrás que occidente atravesó, como civilización, el equinoccio, y se precipita hacia la eterna noche del extravío.


viernes, 15 de septiembre de 2023

Retrato de una época

Desde que los partidos nacionalistas devinieron, al menos los importantes en el Parlamento, separatistas, la situación política no hace sino pudrirse cada vez más. El molt honorable y muy delincuente Jordi Pujol nunca fue de tal guisa: los logros que fue alcanzando a mayor gloria de la autonomía y el supremacismo catalanes se debieron a su labor de negociación con los partidos elegidos para gobernar, pero que no hubiesen alcanzado la mayoría absoluta. Se hizo el necesario y los partidos otorgaron cuanto pidió, fuese o no digno (Aznar entregó la cabeza de Vidal-Quadras para poder ser investido presidente en 1996, probablemente la mayor indignidad de su extenso currículo político). Las mayorías absolutas jamás han supuesto la reversión de tales prebendas, por mucho que estuviesen horadando las raíces del equilibrio patrio. Y una vez entregado todo lo que, constitucionalmente, podía entregarse, solo quedaba por exigir lo constitucionalmente inexigible.

La mitad de los políticos catalanes con liderazgo en estas cuestiones independentistas, presos del delirio que produce la continuada disposición de una lengua para distinguirse del resto (lengua que nada pinta en el panorama internacional, por cierto) y el descontrol interesado de los dineros que hacia ese territorio fluye con regularidad desde las arcas del Estado al que denuestan, proclamaron su independencia para mostrar sin ambages y ningún género de duda que estaban hartos de exigir aquello a lo que, en sus meninges, creían tener derecho y un deber mesiánico: la constitución de un estado propio y el automático reconocimiento por parte de todos los demás, españoles incluidos. El Gobierno de entonces, el de ese indolente patán de Pontevedra de tan infausto recuerdo, respondió mal que bien (cuando el Jefe del Estado tuvo que recordarle sus funciones) persiguiendo a los proclamadores, pero todo siguió igual, porque en ningún momento ejerció herramienta alguna para desarticular los mecanismos que conducen al sentimiento separatista. Y como el Gobierno de hace un rato, el de ese insufrible paranoico al que los suyos concedieron el poder de hacer y deshacer (sobre todo deshacer) para que las siglas del partido prevaleciesen por encima de cualesquier otras consideraciones (y hay que ser muy anormal para permitir tal cosa), necesitaba y va a necesitar aún más los votos de los secesionistas catalanes y también los de los antiguos terroristas vascos que intentaron en Euskadilandia lo mismo (haciendo uso de bombas y tiros en la nuca por toda la piel de toro), la putridez tiene visos de convertirse en un canibalismo feroz donde el españolito casi sin estado es el convidado a ser la merienda.

Lo de los otros vascos, los nacionalistas de siempre que una vez, con un tal Ibarretxe, estuvieron convalecientes de un gripazo monumental que casi los deja sin sillones, es en sí mismo un misterio salvo que advirtamos la nefasta mediocridad del gordinflón que los preside y la vaciedad del maestro que allí dice gobernar. Disponen de una lengua propia (igualmente irrelevante en lo internacional y de una dificultad de aprendizaje mucho mayor que la del klingon) y, sobre todo, disponen de ese sentimiento tan vascongado de creerse dioses y reyes de la única patria merecedora de tal nombre sobre la faz de la tierra, que no por nada provienen del carlismo. Por cierto, la Historia (con mayúsculas) está repleta de buenos vascos (los de entonces, no estos de ahora que no aprenden de aquellos ni a palos), pero no de buenos catalanes. Por alguna razón, este tipo de vascos se ha alineado con el paranoide, coincidiendo en ello con sus competidores y enemigos, como si creyesen que ambas facciones pueden rascar con igual fortuna de la misma olla. Méritos para culminar el suicidio no les falta y parece que están en ello. Lo mismo dentro de unos años han desaparecido sin dejar más rastro que los vestigios escondidos bajo la autopista que condujo a los terroristas a la victoria.


viernes, 8 de septiembre de 2023

Aún pedaleando

Voy arañando los últimos momentos de mi tiempo de vacaciones, que en esta ocasión he prolongado  por tres semanas, más que en años precedentes. Unos pocos objetivos indiscutibles: dormir bien, alejar de la alimentación todos los pecados que nos devuelven a la ruta de la morbilidad, la mortandad anticipada, los venenos modernos disueltos en cada arteria y en cada vena, el egoísmo antropológico. Pero, sobre todo, por encima de cualesquier otras consideraciones que cabría calificar de waldenianas (y eso que Thoreau fue un embustero), alejarse del ruido y olvidarlo. Olvidarlo por completo. Minusvalorar su importancia y recuperar los puntos de vista que tiempo ha hubimos perdido. 

Lo de dormir buenas horas, en abundancia y placidez, no es tan complicado. Lo de alimentarse bien, sí que lo es: basta echar un vistazo a los mercados y saborear la ingratitud de cuantas verduras y frutas compramos. Pero, siendo este último difícil, es el tercero el que veo casi imposible. Para alejarse del ruido uno debe desconectar la televisión, aunque este artefacto es cada vez menos crucial en la transmisión de bataholas y barbullas, y sobre todo, desconectar las redes sociales. Desconectarlas del todo, no participar en debate alguno, ni siquiera apretar esos iconitos tan monos con que nos hacen sentir demócratas. Usted me dirá que las redes sociales están repletas de gatitos, de recetas de cocina, de consejos para una buen bricolaje, de paisajes, de anuncios de chismes y aparatos para engrandecer los músculos, y de tías buenas en bikini. Y es verdad, pero detrás de toda esa farfolla a medias entre lo banal y lo estúpido, siempre subyacen los mensajes, sibilinos o no, de adoctrinamiento. ¿No se ha dado cuenta de que media humanidad, la de la izquierda, principalmente, se pasa los días enteros diciéndonos cómo debemos comportarnos o insultándonos si no nos portamos como ellos dictaminan? (qué aburrimiento de izquierda cutre, por favor). Pues tales influencias, que eso de influir no solo está de moda, también resulta ser el nuevo portal del famoseo, van atosigando tanto y del atosigamiento se desprende tal capacidad casi consustancial de convencer al paisanaje, que en lugar de promulgarse como una visión de las cosas, se ha promulgado a sí mismo como la guía para ser merecedor de la pena en este universo, y no se descuiden mucho si les digo que tal vez también lo sea en otro universo paralelo u ortogonal.

El ruido… Qué gozo y felicidad el silencio, escuchar solo el trino de los pájaros y el soplido del viento entre los árboles, como me deleito cuando pedaleo en pos de recorrer más de setenta kilómetros en bicicleta en días alternos y poder disfrutar de una mente sana en un cuerpo al que yo gobierno, y no al revés. Casi le diría a usted, caro lector, que compre las galletas y bollos y picoteos que le plazca y convierta su existencia en un combate continuado contra el colesterol, los triglicéridos y la indolencia supina: sobre todo descanse el alma, acalle el cerebro, tapone los oídos y los ojos y dedíquese a las tías buenas que posan en bikini en cualquier playa para regocijo de la media humanidad que no entiende, ni quiere, de cuestiones de género, cosificación y transexuaidioteces. Porque ellos, sí, ellos, tiempo ha que nos vienen cosificando a todos, relegándonos al triste papel de estúpidos votantes, cerriles y fanáticos.


viernes, 1 de septiembre de 2023

Septiembre

Siempre que concluye agosto hay una parte de mi alma que se lamenta de ver distanciarse cada vez más aquellos eternos veranos de la infancia. De niño, no reparábamos en leyes educativas, que parecían interpuestas desde el principio de los tiempos, como tampoco discutíamos la necesidad de retornar a las clases lo antes posible. Estas siempre arrancaban, como pronto, a mediados del dichoso noveno mes que anunciaba el fin del estío. Pero disponíamos de un par de semanas bien amplias para seguir correteando a nuestras anchas. Entonces se podía corretear. La modernidad, en cambio, el progreso y la tecnología y, sobre todo, el ensanchamiento conceptual de la democracia para que logre abarcar todas las circunstancias humanas, provengan de donde provinieren, lo han vuelto imposible. Tanto la hemos ensanchado, tanto la hemos tecnologizado, tantas bondades nos ha repercutido, que ningún niño juega en los parques sin atención paterna, ni se junta la chiquillería en las plazas con otros rapaces, porque todos los adultos hemos creado (y hemos creído) un mundo donde las canalladas son imparables y los crímenes, de todo tipo, desbordan por las alcantarillas y albañares.

A esto lo llaman un mundo mejor, tal vez, en caso de querer parecer ecuánimes, diferente. Y no lo es. Es muchísimo peor. Los engendros oligárquicos y plutocráticos que nos gobiernan a través de esas marionetas interpuestas que denominamos políticos locales, hacen inviable arreglar nada. Es el mundo donde elegir es nocivo, donde no puede permitirse que se imponga una visión sobre las demás. Eso sí, a la chita callando, nos endiñan las suyas sobre la climatología, los combustibles, las granjas agropecuarias, el mercado bancario, la benignidad animal de las mascotas y el destino de las plantas sin mesura alguna y, lo que es peor, sin preguntarnos siquiera. Cualquiera tiene derecho a reivindicar su paranoia u obsesión personal, y como somos tantos en el planeta, las tribus y los mimetismos se reproducen como esporas, creando con todo ello nuevos grupos de presión, por si ya había pocos, que vindican sus necesidades como si fuesen derechos, y contestan a quienes se oponen con los insultos habituales de la intolerancia, el fascismo, el machismo, el patriarcalismo (las sociedades matriarcales jamás han sido conservadoras, según ellos) o la xenofobia. En lugar de un mundo donde todos tienen cabida con idéntico respeto a la ley, han germinado sentimientos nacionalistas e individualistas por doquier, donde las leyes son al gusto del consumidor, que son ellos mismos, y donde los grandes párrafos legislativos, con su extraña sintaxis y más episódica narrativa, se han convertido en guías ilustrativas, no en el marco de convivencia, orden y responsabilidad. Cómo la ciudadanía no va a tomar partido, polarizándose más y más, si el único mecanismo de defensa que tenemos es la adhesión por resignación o por conversión espiritual a los destrozos que generan. Ellos, en sus palacios dorados, creyéndose más inteligentes porque tienen más dinero y manejan unas páginas desde las que poder prodigar leyes y reglamentos, siendo en realidad los causantes de la inmensa mayoría de nuestras desgracias, presentes y futuras, se han alejado tanto del sentir de las gentes y estas, se han acercado tanto al sentir de semejantes ganapanes, que entre todos hemos acabado por conformar el mundo como la inmensa pestilencia que ahora mismo es, resultando imposible evocar qué era aquello de la armonía, el respeto a la ley, la defensa de lo justo y bueno, porque todas esas palabras se han convertido en desusos.

Antaño freías en la sartén unos huevos con patatas y solo cabían los pensamientos gastronómicos más básicos, del tipo “qué buena pinta tiene esta pitanza”. Hoy has de reflexionar cuidadosamente sobre la calidad de vida de las gallinas, que de repente todas salen de paseo por los campos, por mucho que no las veamos corretear en parte alguna, y los kilos de dióxido de carbono que se han emitido recolectando la aceituna o las patatas y fabricando la botella oleífera, sin olvidar el impacto de la sal común en nuestra salud y, por supuesto, del colesterol que contiene para regocijo de las farmacéuticas que cada día convencen a más prebostes y médicos (pobres tontos manipulados estos últimos) de lo conveniente que es rebajar en un 30% la cantidad máxima de miligramos por litro tolerable, y todo sin tener en cuenta el pan donde mojar la yema, que de repente todos los males provienen del pan y de los cereales que contiene. A base de preocupaciones imbéciles, sale más a cuenta que se coman los huevos con patatas los gatos, pero tampoco, porque cualquier vecino idiota podrá denunciar que con ese alimento maltratas a esos animalitos que, no obstante, con tanta devoción se lo zampan sin saber que están destinados a una muerte segura (última aberración de los amadores de animales, reconvertirlos a todos ellos a sus propias maquinaciones y obsesiones hasta erradicarles la naturaleza intrínseca).

Siempre que concluye agosto y he de retornar a la consuetud de estas y muchas otras estupideces, porque ya todo cuanto nos rodea tiene esta calificación, una parte muy significativa de mí desea retornar a esos tiempos de la infancia en que el mundo parecía caminar hacia un futuro espléndido, y no hacia este inmenso vertedero de naderías en que lo hemos convertido.


viernes, 25 de agosto de 2023

La buena mala noticia del cine

Le van a dar un premio a Víctor Erice en Donosti, durante el festival de Cine de San Sebastián. Llevaba varias décadas sin asomarse a los largometrajes y, supongo, ha querido despedirse de un arte que ya no es lo que él construyó. A veces me preguntan por qué ya no veo películas en el cine y en casi ninguna parte, pues por descontado que ni los netflixes ni los canales de las grandes productoras ni cosa parecida me atrae lo más mínimo. Habría que revalorizar el DVD y mandar a la porra a toda esa tecnología de comunicación que solo sirve para una cosa: volver al mundo aún más imbécil. Y no porque el mundo en sí, sus pobladores, seamos imbéciles, que muy probablemente lo seamos, sino porque de un tiempo a esta parte el cine es una suerte de trucaje imposible de entender y del que es imposible obtener algún provecho. 

Aquí, en mi retiro arribeño, todas las noches caen un par de películas que mis hermanos tienen a bien encontrar y reproducir para solaz de todos los que nos reunimos. Normalmente se trata de filmes bastante modernos de los que no había oído siquiera hablar, o si lo había hecho, tampoco es que me interesaran demasiado. Pero la excusa es buena para una cerveza y unas palomitas, que el resto del año con nada de eso me entretengo. Pues, oigan, solo me ha gustado una peliculita acerca de cómo Nike se volvió rabiosamente multimillonaria tras fichar a Michael Jordan como estrella de sus Air (Jordan). Las restantes, para olvidar. Y en muchos casos, para mandar a freír vientos a quienes la han financiado pasando por taquilla a verlas. Tiene esto del cine un extraño sabor, porque ahora todo el mundo está enganchado a las plataformas, pero cuanto más lo están, menos gustan del cine. Yo no lo entiendo. Tal vez algún día…

El caso es que a Víctor Erice le van a dar un premio porque es mayor y porque ha filmado su testamento fílmico que, dicen algunos, aunque como tengan el mismo sesgo hacia él que yo no tendría que hacerles caso, es maravillosa. Y con el premio, Erice se retirará del todo. Y cuando fallezca, se le olvidará lo mismo que a Tarkovsky. Y lo que permanecerá será el ruido, los guiones penosos, las historias absurdas… En suma: este wokismo que todo lo invade (de momento), donde los negros son listos, las mujeres son increíbles, los blancos son (somos) subnormales, los asiáticos lo son todo porque tienen todo el dinero, y el medio ambiente, el dióxido de carbono, la carne de vaca y los pedos de las morsas representan ideas mucho más eternas que cualesquiera dibujadas por los filósofos.

Le van a dar un premio a Víctor Erice. La mala noticia es que, con el premio, dejará de hacer cine definitivamente. Pero la buena noticia es que tendremos una cuarta película suya para evadirnos de toda la porquería que inunda cualquier cosa con pantalla en estos días.


viernes, 18 de agosto de 2023

Noticias de estío

No conviene leer los periódicos en la época vacacional del estío, que es agosto. Las noticias que cuentan son, suelen ser, espantosamente insípidas, y entre incendios, murmuraciones, festejos, cuerpos en bikini (o sin ellos) y recetas veraniegas, llenan las páginas. Se diría que nadie los compra y que, por tanto, no necesitan que nadie los escriba. Además, los periódicos (y quien dice periódicos, dice resto de sistemas informativos para masas) de este año son idénticos a los del año pasado y el anterior. Si echásemos un vistazo a la hemeroteca, con seguridad encontraríamos plagios casi por entero, acaso modificando el nombre de una localidad, la identidad de una chica en toples o la cantidad de ingredientes que ha de tener un gazpacho. A quién le importa, me pregunto. 

Les pondré un ejemplo. los incendios en verano nunca deberían ser noticia, salvo que ardan más de tres días o calcinen miles de millones de hectáreas. Esas noticias solo sirven para que las gentes pongan rostros exhibiendo sufrimiento interior, angustia vital por el arbolaje perdido, o zozobra de ver todo devastado por unas llamas irreverentes, casi siempre provocadas por el hombre, si no siempre. En mi pueblo los apagábamos con empeño y, qué quieren que les diga, a mí me resultaban divertidos porque rompían la monotonía de las jornadas una vez acabada la cosecha y casi nunca debíamos lamentar sino unos pocos rastrojos quemados. Al menos yo jamás vi el gran incendio de las eras durante la trilla, que contaba mi abuela, ni tampoco ninguna de las hojas desolada como los montes que arden en todas partes. 

Les pondré otro ejemplo. Todos los veranos sale alguna famosa en bolas y en todos ellos se dan a conocer las cien y un mil infidelidades con las que el gentío se solaza, en ambos sentidos: los unos ayuntándose y los otros sabiendo cómo aquellos se ayuntan sin intención de apareamiento. Las tetas desnudas y los cuernos desvelados son así, tienen su gracia con independencia de que proliferen más que las polillas nocturnas. Que a mí me traigan al pairo y, aun así, salpiquen el agostamiento patrio con su escándalo a la salsa de hipocresía, solo significa que, en el fondo, a la gente le gusta ver las tetas de las demás y los cuernos ajenos.

Y no pienso acabar esta columna con una receta de gazpacho o de ensaladilla. Esta tarde (la de ayer, cuando lean esto si me siguen fiel y puntualmente) pude advertir que, en el fragor de los calores caniculares de la prensa, despuntaba la noticia de la composición de la llamada Mesa del Congreso, por lo que hétenos que, mediado agosto, la matraca política sigue erre que erre. Junto a esta noticia tan apasionante, un titular del pollo ese republicano-independentista que ama Madrid por encima de todas las cosas: el gobierno no gobierna, hace lo que le dictamos. Ahí fue cuando eché una risa estruendosa. Si serán cabrones que ya ni siquiera necesitan fingir. Vivimos tiempos tremendos. Y lo peor es que lo son porque algunos millones de gilipollas (oiga, ya son, ya) han votado para que estas cosas sigan pasando, y porque hay unos cuantos otros que aún no se han percatado de que a los ultracatólicos opusianos no se les puede dar ni lo negro de las uñas, que decía mi abuela. Sánchez ha pasado a ser aburrido (siempre lo fue, de hecho: ahora simplemente está más estreñido).


viernes, 11 de agosto de 2023

Arrancando mi estío

Alertan los periódicos de la siguiente ola de calor, porque se prevé que muchos fallezcan a su paso. Siempre es ameno tomar el primer café del día leyendo este tipo de noticias. Cierto es que sobramos tantos que casi lo mejor es irse muriendo, que decía el otro. Así, de pronto. Porque toca. Morirse de vivo, que decía mi padre. Pero de calor, no, por favor. Quédese pegadito al ventilador o al aire refrigerado. Lo peor que le puede pasar es constiparse, como me ha ocurrido a mí, por aquello de orientar el aire de unas aspas hacia mi tersa espalda por las noches. 

A mi hermano, el del pueblo, le he pedido que, por favor, mantenga estos días la casa en penumbra desde que sale el sol hasta la noche cerrada. Como tantos otros, manifiesta una peculiar querencia por dejar que la luz del día ilumine las estancias, lo mismo las escaleras que el salón o los cuartos de baño. No ignora, pero actúa como si lo desconociera, que la luz no solo arrastra aquello que nos permite ver bien las cosas, también navega en su grupa el calor. Por eso, por las noches, baja la temperatura, siquiera algo, y es cuando hay que abrir bien abiertas las ventanas, y dejar las persianas subidas, y permitir que el aire más refrescante empape bien todas las paredes y renueve lo que respiramos entre ellas. Pero que si quieres arroz, Catalina. El mundo cierra todo bien cerrado en cuanto se pone el sol. Menos mal que pronto arribaré yo por aquellos pagos para poner las cosas en su sitio…

Pero, como decía, por lo pronto me he congestionado. Voy a subirme en la bicicleta hecho un adefesio. ¡Cómo se puede pedalear con la nariz taponada y respirando con dificultad! Decía mi madre que nunca tomase las cosas frías (se refería al agua, pero también a los refrescos y demás bebedizos). Lo que nunca hago es tomarlas del tiempo, lo mismo en invierno que en verano. En el pueblo siempre dejábamos en la esquina más umbría el honrado botijo. Ahora nadie bebe de un trozo cocido de barro, pero pagan enormidades de dinero por decorar la casa con uno. El agua se enfría muy rápidamente en la nevera. A nadie puede extrañar que vengan, luego, los catarros.

Estoy cerrando la casa donde vivo y dejándolo todo preparado para que las habitualidades se agosten en silencio. El ritual sucede cada verano, vengan o no las olas de calor. Es como un pequeño coma sobrevenido por la fatiga térmica, pues esto del calor bien sabemos todos que cansa los cuerpos y hastía los pensamientos. He metido solo libros, lo de la bici, un mínimo de ropa y mis ganas de alejarme de todo. Cuando llegan estas fechas, suelo añadir lo de “para siempre”, pero nunca llevo a cabo mis pretensiones. Será que, en el otoño, de los campos o de la vida, renacen inútilmente las esperanzas.


viernes, 4 de agosto de 2023

Burla en tres actos y un desenlace

Primer acto. Los españoles no han querido despachar a un tipejo fullero, mezquino e inmoral, que plagió su tesis sin molestarse en escribirla siquiera, que intentó un pucherazo en su propio partido, que miente un día sí y otro también, que ha beneficiado a sediciosos suprimiendo el delito de sedición, que ha hecho algo parecido con la malversación orientada a la sedición, que ha pactado con los herederos de los etarras, que ha indultado a golpistas, y que ha manejado como le ha dado la real gana el Sahara Occidental, la Fiscalía General del Estado y el Tribunal Constitucional. 

Segundo acto. Ya ha pasado más de una semana desde las elecciones generales y la sensación de derrota sigue extendiéndose por amplios sectores de la derecha. Cada una de las etapas de dicha sensación alimenta absurdamente la apoteosis de victoria en la izquierda. No obstante, ha sido un trasvase de votos de Podemos y ERC al PSOE lo que le ha permitido a este incrementar el apoyo recibido, con notoria importancia en Cataluña, donde la derecha sigue sin saber pelear. Hay otros males en la derecha, esencialmente de tipo ideológico y cultural, pero salvo ayusas excepciones, ahí donde la gaviota nadie tiene ni repajolera idea de articular un discurso propio con pegada. Desde luego, Feijoo no. 

Tercer acto. Feijoo necesita en el Parlamento los votos de su propio partido, más los de Vox, de UPN, de CC y del PNV para ser investido presidente. Otras combinaciones son posibles, pero improbables, porque al otro lado del burladero está el psicópata del primer párrafo, conocido por saber venderlo todo en Wallapop, incluidos sus calzones (Marruecos lo sabe bien). Para serlo en una segunda votación, Feijoo necesita más votos a favor que en contra, y para tal menester depende de la capacidad de negociación del psicópata, que ya hemos dicho es prácticamente infinita. Puede intentar montar otro engendro frankensteiniano, pero esta vez resultará muchísimo más difícil, más caro e inestable, por mucho pumpidou que haya cacareando en el TC. Nadie parece contar con una situación de bloqueo porque es de suponer que los grupos sedicionistas y proetarras prefieran hacer caja que acudir a otras elecciones. 

Desenlace. A Bruselas le da lo mismo lo que pase en España. Irán a lo suyo y basta. Por tanto, lo mismo Feijoo que el psicópata apretarán aún más fiscalmente a la clase media, no importa quién les apoye. Abjurados del liberalismo, Vox seguirá recurriendo a sus carpetovetónicas ocurrencias, en parte porque no tienen ya magín alguno en sus listas para hacer otra cosa (es lo que se llama descerrajarse un tiro al pie). El gobierno que salga, bonito o feo, apenas tendrá capacidad de gobierno. Los delincuentes parlamentarísticos seguirán con el festín mientras queden migajas. Y algunos arrabaleros, como el tipo ese, Ortuzar, que parece salido de un aquelarre, seguirá sin darse cuenta de que, cada vez que abre la boca y apoya al psicópata, los proetarras le sacan una nueva cabeza. Otegi, lehendakari. Y Feijoo, menudo suflé caído de estratega, se va a comer marisco a su santa casa, de donde no debió salir, tal vez.


viernes, 28 de julio de 2023

Votantes prescindibles

Llegó un señor de Galicia a quien todos los pronósticos (y unas municipales y autonómicas, ojo) hacían ganador, y ganó. Aunque no por tanto. Le sacó al siguiente una cabeza exigua, mas no un cuerpo, que era de lo que venía presumiendo. A mí, personalmente, el señor de Galicia no me terminaba de encajar. Lo dejé escrito en no sé cuántas partes. Más que el aciago psicópata que nos torea (algunos empezamos ya a disponer de cerviz de morlaco donde descabellarnos a gusto), pero desde luego mucho menos que ciertas ayusos que por la calle se enseñorean. Pero como no tenemos capacidad de influir y mucho menos de decidir, ahí queda todo. Y fíjense bien que nada digo del paisaje donde el psicópata se resguarda cuando se acuerda, que es su partido: por él campan ciertos personajes con mucha más inteligencia, capacidad y lecturas que el susodicho, pero de campar a mandar media unas primarias, invento terrible paridor de fanatismos.

La cuestión que, en este verano que la ONU declara caluroso y que por aquí nos parece menos que el previo, la cosa se ha caldeado de lo lindo porque el señor gallego no ganó, ganando, y se le quedó la zancada corta. Uno piensa entonces (lo dije en otra columna): ¿pero quién coño es capaz de votar al engendro? Dije algo sobre los electores fanáticos, que por mucha voluntad que el pueblo exprese, como le dé por expresar fanatismo, no hay quien lo pare ni desdiga. Aunque suene mal. Y entonces volvemos la mirada al señor gallego, que no termina de cuajar, por mucho aspecto de individuo respetable y calmo tenga. Y si miramos otro poco más, hallamos al de los boxes, un grupo que se gusta mucho soltando paridas de adolescentes o incluso tabernarias, queriéndolas colocar como ejemplares, cuando esto de la política es comedimiento y sensatez.

Ustedes dirán que no hay nada de comedimiento ni de sensatez en el psicópata. Y tienen razón. Pero tal vez no reparen en que pocas gentes le han votado a él directamente, o que si lo han hecho es porque no les quedaba más remedio: han votado al paisaje por aquello de que, enfrente, se pertrechaba una derecha entre lo estúpido y la derechona de toda la vida, increpada como si no tuviese derecho a la existencia (valga el juego de palabras). Y puestos a taparse la nariz, mejor taparse por los pedos propios que por los ajenos, que siempre hieden más. 

Y esto es lo que ha sucedido en este verano interrumpido. Hay dos bandos claramente enfrentados y claramente equilibrados. Pero solo uno de ellos es capaz de darles a los delincuentes todo cuanto les pidan. Y resulta que ese uno es el que ampara al psicópata sin lecturas ni inteligencia que, por verse dando y regalando, no repara en dar y regalarlo todo, menos su poltrona.

El señor gallego debería de hacer mutis por el foro, que no lo hará. Y el de los boxes debería irse a su gleba y, con él, la caterva de gritones que no han encontrado mejor cosa que hacer que ayudar a joder España.


viernes, 21 de julio de 2023

Presidentes prescindibles

Saben ustedes que nunca voto. Y este año, tampoco, aunque tentación de ello he tenido: no acabo de confiar en la sabiduría del pueblo que lleva pronunciándose contra la nebulosa sanchista en cada ocasión. Digo nebulosa queriendo decir fetidez, porque todo, absolutamente todo en este gobernante hiede a desmesura, arrogancia, insensatez, ambición, avaricia y una descollante ausencia de toda ética, razón por la que nunca ha pensado que sus mentiras no son verdades cambiantes o que su imperio se sustenta en un artero vasallaje hacia quienes jamás debería haber confiado. 

Dicen, porque siempre hay alguien que conoce estas interioridades, que su desmesura y soberbia son puras. En realidad, se trata de un hombre enfrentado a un solo destino: gobernar, como sea y del modo que fuere, sin importar los destrozos que ocasione su indigencia parlamentaria. Si algo le beneficia, si alguna cosa permite continuar por el camino emprendido (un camino en el que, repito, no hay otro destino que sí mismo), lo toma sin dudar siquiera, porque toda sus construcciones mentales son inexistentes: es el perfecto hombre Lego, monta y desmonta las piezas sin avizorar una referencia que marque un rumbo, el que sea. Siempre ha decidido aquello que le permitía mantenerse en el poder el máximo tiempo posible, despreciando las consecuencias o ignorándolas, opinión en la que convengo. Por eso es, también, el perfecto hombre lego. Desprecia cuanto ignora, que es mucho.

Indultos, leyes a medida de unos pocos, concesión permanente de privilegios… ¿Qué es todo eso sino la forma que tiene de entender la praxis gubernamental? Supongo que en la soledad de sus pensamientos, que han de ser forzosamente muy tristes, repudia a quien aún tienen ganas de argumentar contra él. Ya tiene una claque, le aplauden hasta cuando los expulsa al Hades. Lo que no entiendo es el empeño de tantos por hacerle entrar en razones, cuando la única razón posible es eliminar a ese nefasto individuo de ahí, y que corra su misma suerte tanto mendrugo, tanta plumilla y tanto asesor que parecen concordar con los señores a quienes sirve.

Mucha sesión parlamentaria, pero sigue sin saber debatir, como cuando era soldadesca. Su sentido del ridículo ha de ser igualmente inexistente, o no se entiende la fiereza léxica con que intenta demostrar que no ha perdido un ápice de prestigio y rigor. Dicen en mi pueblo que, de donde no hay, nada se puede extraer. Y todo, absolutamente todo lo que he escrito hasta el momento sobre tan ominoso personaje, se explica en esta laxitud casi atávica de nuestros políticos por no leer nada, por no trabajar en nada, por no hacer otra cosa que mercadotecnia y proselitismo. 


viernes, 14 de julio de 2023

Votaciones fundamentalistas

A una semana de los comicios, como dicen los que de esto viven, directa o indirectamente, el pescado parece ya vendido, como dicen los futboleros y no sé si alguno más, porque desde luego en las lonjas ya no se emplean estas expresiones. Como sigo sin ver la televisión, y de ahí mi saludable estado mental, tampoco me acordé del debate habido entre los dos principales contendientes de la disputa electoral, porque los demás cuentan poco, y no es de extrañar, visto lo que proponen. Tal vez lo de debate político sea un oxímoron, que dicen los pedantes, aunque a mí este tipo de figuras retóricas me gustan más en lo de silencio atronador, por ejemplo. Pero, tras leer la prensa, la noticia más señalada no fue la de quién venció o salió malparado, sino que se pudo evidenciar que llevamos, en efecto, unos cuantos años gobernados por un sujeto paranoide, inculto hasta la náusea, y prepotente sin más pies que el barro en que se sustenta su escasa preparación intelectual.

Y hétenos en el asunto de esta columna. ¿Cómo ha podido surgir, medrar y alzarse un sujeto tal, de entre las miles de personas que comparten con él las siglas de donde todos proceden, y llegar hasta el palacio monclovita e incluso hacer y deshacer a su antojo como el parasitario dictadorzuelo que es sin que, de entre los suyos, nadie haya alzado la voz para expulsarlo de su puesto? Es más, ¿cómo es posible que en todo este tiempo los plumíferos que periodistean en los caladeros ideológicos afines se hayan afianzado con tal seguridad, defendiendo lo indefendible, e incluso ensalzando y elogiando su figura como si estuviésemos hablando de un proverbial nuevo Churchill? Porque en este país no ha gobernado el pesoe todo este tiempo, sino aquellas formaciones políticas que, mediante la sedición o la rebeldía o la justificación permanente del terrorismo, persiguen hacer todo el daño posible al Estado español, no sin antes haberlo esquilmado a gusto sus dineros. 

Unos y otros, extraños compañeros de viaje que, sin pertenecer al Gobierno, han influido en el Gobierno mucho más que los patéticos ministros con los que el egregio estúpido se ha rodeado, han recordado con frecuencia que la gobernanza del Estado que tanto odian se debía precisamente a ellos. Por eso mismo, dado que este tipo de apoyos no son gratuitos, el que pronto ha de dejar de ser el peor presidente de esta parte de la galaxia solo ha desempeñado, tras el Covid (una crisis en la que jamás actuó con inteligencia, lo cual ya significó una señal), una única estrategia gobernadora: la de comprar su voto permanente a cambio de concesiones de todo tipo, incluso en contra de los derechos de todos los ciudadanos, tanto en materia económica, como civil o política. Se ha arrodillado ante todas y cada una de las peticiones de esa banda de golpistas y proetarras que le sujetan el cirio. La lista de concesiones es interminable. Como su estulticia.

Claro que la opción, tal vez la más digna, hubiera sido renunciar al poder. Pero es el disfrute del poder lo único que le divierte, aunque no sepa muy bien de qué modo, porque lo ha convertido en el monstruo público que antes solo conocían en su casa a la hora de comer. Y para ello, previamente a todo ello, solo necesitó de una sola cosa: el fundamentalismo político de tantos y tantos votantes, que depositan la papeleta de su partido favorito aunque esté liderado por un imbécil. Algo que también pasará el domingo de las elecciones.


viernes, 7 de julio de 2023

Septième juillet

Mientras arrancan los festejos estivales, que en puridad tendríamos que decir que ya se habían iniciado, en Francia las llamas siguen ardiendo en este estío de incomprensible factura. Nos preguntamos si los albañares que atraviesan el subsuelo de esplendor y riqueza en el que nos decimos mover, no están recogiendo más inmundicias de las que pueden evacuar. Unos aluden a las profundas diferencias económicas que sajan un país acostumbrado a su opulencia, pero siempre las ha habido y, en esta ocasión, tal vez lo profundo no sea la indignación sino el hartazgo. Otros hablan de marginación y de tensiones raciales, cuando no religiosas, lo cual no deja de ser un contrasentido porque la marginación del distinto resultaba crucial en la fundación de ese país paralelo construido por los espectros árabes y musulmanes en forma de guetos cada vez más radicalizados y autárquicos. 

Al final, las calles han sido tomadas no por disturbados que buscan atraer la atención sobre sus problemas sociales, sino por auténticos criminales a los que solo mueve la violencia y una sed, un hambre insaciables de ver cómo aquello que los acogió, a ellos o a sus padres y abuelos, revienta de una puñetera vez. Los coches, a la hoguera. Los comercios, saqueados. Todo cuanto se encuentre al paso, destruido. Son los mismos violentos cuyas familias, durante décadas, se han beneficiado de eso que los políticos han venido a llamar bienestar, siempre transfigurado en toda suerte de ayudas y becas y dádivas cuantiosas, una red o paraguas o telón en forma de asistencia sanitaria y educacional, sin hablar de las inmensas oportunidades que todo ello derrama sobre estos espectros del pavor y la destrucción que han pretendido destrozar Francia por dentro.

Y todo porque un policía mató a un joven en un control policial. Lo cual no deja de ser un error que, como tantos otros oprobios con los que hemos de convivir a diario, no justifican en absoluto esta especie de nihilismo que se ha apoderado de las masas acomodaticias que, lejos de entrever un futuro, se divierten devastando el presente. Y está sucediendo en Francia, donde la habitual idiotez de los políticos, cuyos ojos son incapaces de ver otra cosa que caladeros de votos, ha ido dando más y más prevalencia a unas etnias y una religión cuyo único sentido para existir es vender la esclavitud como virtud teologal. El multiculturalismo es una patraña y la heterogeneidad un infierno si no se realiza de manera controlada. Muchos piensan yo entre ellos, que no les está mal empleado a los franceses por tantos años de hacer engrosar sus lorzas sociales  a costa de hacer oídos sordos a los llamamientos de quienes alertaban de lo que estaba ocurriendo.


viernes, 30 de junio de 2023

Acaba junio

El día en que junio concluye suele conferir una alegría y contento especial a las gentes, que ya empiezan a pensar en el verano. Verano es la única estación climatológica que se asocia no a la posición astronómica del planeta, sino a la intención de quienes en el planeta viven. En puridad, cuántos son conscientes de la importancia que tienen esos veintipico grados de inclinación del planeta (que son una barbaridad, por cierto) cuando, delante de los ojos, están Facebook y Netflix e Instagram para informarnos.

A mí me gusta el verano por unos cuantos motivos, y me disgusta por otros tantos. El verano es la mejor temporada del año para pedalear por los pagos de las Arribes que tan gratos me son, y esta sería la principal causa de mi felicidad una vez atravesado el solsticio de junio. También por ser la estación de la caída de la ropa, pero creo que es algo que solamente resulta notable en la juventud, esencia pura y renacentista de la belleza humana. Y si he de señalar algún otro motivo más, no mencionaré las vacaciones, sino la fecundidad de los frutos que provee la tierra en estos terruños mediterráneos, aunque ya saben ustedes mi descontento con las drupas y casi también con las sandías y, ya puestos, todo tipo de frutas: no sé qué hacen las empresas que se encargan de transformar la agricultura en consumo humano, pero cada vez tienen peor sabor. Así lo único que se consigue es que detestemos las sanas y jugosas frutas. Esa estupidez de que el consumidor solo compra un melocotón por su aspecto, es justamente eso: una estupidez. No hay como repetir las cosas varias veces para convertir una mentira en verdad. 

Hay quienes denuestan el calor de manera categórica, como si el sufrimiento de los rigores caniculares fuese una cuestión opinable. Es preferible decir que no se soportan o no gustan las altas temperaturas, por aquello del agostamiento de mieses y cuerpos, porque sin el calor del verano y el frío del invierno, nuestra tierra no sería de clima templado sino tropical o polar, directamente. Y oiga, en los trópicos también se puede vivir muy bien, y de hecho millones de personas lo hacen, pero todo el entorno y el contexto que rodea al ser humano es mucho más agresivo. Sin duda alguna, elegir una población litoral, de entre las muchas que existen en esta piel de toro, es mejor elección: el mar regula los contrastes, dulcifica las acrimonias invernales y suaviza la acritud estival. A mí me pasa que el mar no me gusta, salvo por contemplarlo, y para ello no necesito que sea un lugar masivo de arribajes turísticos. 

Tengan ustedes un muy buen verano.


viernes, 23 de junio de 2023

De rubias endiosadas

Ahora que ha entrado el verano, una vez resuelto el solsticio astronómico, merece la pena aprovechar esta luminosidad radiante del sol cenital, tormentas mediante, y volver la vista a los asuntos más mundanos, algunos de los cuales son rabiosamente interesantes. En una de las regiones españolas donde el estío agosta más los cuerpos y las almas, en Extremadura, las cosas de la política han tornado patéticas. Resulta que allí podría gobernar una sedicente política popular una vez alcanzado el acuerdo con las huestes de su derecha. Aunque no ha vencido en las urnas, porque en el recuento se impuso el partido que lleva allí medio siglo gobernando, aunque por muy poco, el cambio de tornas era posible. Uno se imagina que la alternancia, ese concepto consistente en el cambio decisorio del pueblo hacia sus gobernantes cuando aquel se harta de estos, suele ser positivo, o no, pero a priori las ganas de cambiar siempre son buenas. 

Pues no. La susodicha señora, de apellido balompédico, no piensa permitir un solo paso atrás en cuanto a derechos de la mujer respecta, así lo propagó a los cuatro vientos, y estipuló que tales derechos eran, en este orden, la ideología de género, el aborto, el LGTBI y la inmigración. Para ciertas mujeres, los derechos de la mujer (que ya vienen defendidos por la ley) nunca son el acceso a las comunicaciones, y en el caso del territorio que nos ocupa, las necesidades hídricas o la salida de ese empobrecimiento secular que se extiende por tan magno territorio limítrofe desde que, en tiempos antiguos, las extremaduras se fueron confinando más y más contra Portugal (lo sabemos muy bien los de Salamanca). Yo me he quedado perplejo porque, al parecer, el votante popular de la patria chica donde nacieron tantos prohombres de nuestra Historia, no reclamó nada de todo eso, solo lo del género (el qué), la inmigración (el qué), el aborto (el qué) y el LGTBI (el qué). Digo “(el qué)” porque son todos temas ya abordados por las leyes nacionales, pero siempre queda algo por legislar en los taifas. Y se legisla.

Para mí que la peculiar política popular es, en realidad, una travestida política sociata que contempló más oportunidades de éxito vistiéndose de gaviota que de rosa. Suele ser habitual escuchar a podemitas y demás rojillos demonizar a los de más a la derecha que la balompédica cuales satanes promotores de las agresiones machistas, la persecución de extranjeros, o enemigos de los pobladores del abecedario. Pero, miren ustedes, allá donde cogobiernan, pese a las muchas barbaridades que en ocasiones sueltan por la boca, y no son mayores que las que soltaba un idiota impedido hasta hace poco en el Parlamento, el mundo no se ha acabado e incluso han mejorado sus resultados. 

En fin. Que van listos los de la gaviota. Qué estrategas y qué mentes preclaras las suyas. Les dan el acceso a la poltrona porque los votantes están hasta las narices de los de siempre, y la tonta de turno lo desprecia y arruina por un cuento ideológico repleto de absurdeces y naderías. Hay balompedistas que, directamente, deberían quedarse en la inopia. Me pregunto qué piensa el señor serio ese de Galicia, si es que piensa en algo al respecto.

 

viernes, 16 de junio de 2023

Mediado va

Mediado va el año y, como por asombro, las nubes enormes, grandes, blancas y negras, siguen engalanando las tardes y dotando de hermosura a un cielo que siempre creímos azul por estas fechas. Se va acercando el solsticio y, con él, el bochorno inmenso de las noches mágicas (que no majicas) alrededor de un fuego. Nos vamos cargando, no precisamente poco a poco, sino a toda máquina, las costumbres más arraigadas, las tradiciones más seculares, las usanzas más autóctonas, pero seguimos empeñados en abrazar, cuales farolas con alcoholímetro, las más incoherentes. Hace seis meses, el jalogüín ese de las narices, que no puede haber cosa más horripilante y de peor gusto cuando es debido recordar a los muertos (ojalá un día los antepasados se levanten de sus tumbas como zombis vivientes peliculeros y se coman a todos las medianías que se disfrazan de ellos, para, ipso facto, volver a las cárcavas a seguir bien muertos, pero en paz: tanto pazguato irreverente lo tiene más que merecido). Ahora, el solsticio, nacimiento del estío y fallecimiento del periodo vernal, sorprendente, aunque casi nadie repare en ello, porque no sucede a medio camino de los equinoccios, como tampoco el invernal dura lo mismo que el estival, y hará usted muy bien en preguntarse la razón, en caso de desconocerla, y buscar la respuesta en Copérnico y, mejor aún, en Kepler y todos los gigantes que los siguieron.

Mediado va el año, con las gentes planteando sus vacaciones. Ya saben que lo mío es pedalear, leer y huir otro poco de lo mundanal, que es el ruido, que nunca se huye lo suficiente ni se aleja uno lo bastante de este caos citadino que, de puro enloquecimiento, ha vuelto a todos absurdos. Mas, este año, por sorpresa, con el verano arriba también lo que algunos llaman una cita electoral, la más importante y útil, la que permite entronizar a individuos con egolatrías infectas para, en aras del buen gobierno, desbaratar todo aquello en que sus psicopatías prenden mecha (y ya saben de quién estoy hablando), como dar pábulo a señoras irrelevantes en casi todo que desfogan sus propuestas a micro abierto amenazando con más impuestos y más trampantojos, lo mismo que olvidar no puedo a ese señor gallego que tan mala espina me da… Total, que toca escoger entre lo horrendo conocido y lo vaya usted a saber qué por conocer nos queda.

Mediado va el año. Cómo pasa el tiempo, que diría el otro. Les juro que sigo pensando que ayer fue la festividad de Reyes, pero el tiempo (climático) no acompaña, lo cual me induce a sospechar que esta propensión mía a no querer ver cómo se suceden los días, las semanas o los meses no es otra cosa que este profundo e inveterado espanto que tengo a verme cada vez más envejecido.


viernes, 9 de junio de 2023

Guerra eterna

Casi todas las semanas intento obtener información sobre la guerra en Ucrania. Siento que se lo debo a los ucranianos que allí se están dejando la piel por salvaguardar su país. Una guerra cuya respuesta internacional, que debiera propagarse en muchos ámbitos (frentes), me ha parecido, desde un primer momento, mezquina. No por egoísta o avara, que no lo ha sido, sino por su parquedad. La diplomacia ha encontrado formas (siempre las encuentra) de combatir el mal sin renunciar a lo que el mal mercadea. Usted dirá que la primera obligación de un mandamás es asegurar la mayor calidad de vida posible de sus conciudadanos, de ahí que la contestación militar (tan condicionada por las bravatas nucleares rusas) haya debido armonizarse con una cierta rígida transigencia en lo mercantil o económico. Pero eso es parecido a admitir que no se podía contestar de otra manera. Lo cual no deja de ser un círculo vicioso: la diplomacia solo encuentra formas para lo que le interesa. Pero, dígame, ¿por qué países con España han mantenido sus transacciones comerciales con Rusia en ligero aumento, si tan hartos e incómodos y enfadados estamos con Baldomero? Ah, misterios: lo hizo un mago.

En los últimos 15 meses nos hemos dado cuenta de que Baldomero no quiere abandonar Ucrania, por muchos reveses militares que sufra (que los sufre) o mucha farfolla que manifiesten sus mercenarios (que manifiestan). También nos hemos dado cuenta de que la posibilidad de que Baldomero sea “terminado” por los suyos o por los otros, es ínfima, y no precisamente por argumentaciones morales (si los yanquis matan al-qaedistas sin más explicaciones que por lo malos que son, por qué no habrían de querer matar a rusos enloquecidos y peligrosos que aún son peores). Un tercer aspecto del que nos hemos dado cuenta, aunque lo tuviésemos muy claro, es que la ingente malignidad rusa odia a Ucrania por entero, no solo a su gobierno, también a todos los ciudadanos y edificios e infraestructuras. Episodios como el de la presa recientemente hecha saltar por los aires son ejemplos que abundan en un concepto de la guerra donde todo y todos son exterminables. 

Hay muchos que afirman que esta va a ser una guerra eterna. Eternidad es el tiempo que parece que ha transcurrido desde que muchas ambigüedades prorrusas declararon la necesidad de que Ucrania se deje ganar. Como eternidad es el tiempo que aún habrá de pasar antes de que ese malnacido monstruo anormal del Kremlin perezca, así se lo lleve el cáncer, una bomba o un disparo de uno de los suyos. Y consciente soy de que tiene adeptos que, con alegría, querrían continuar su campaña. Pero esta, en concreto, la causó él y solo él. Y si eternos son todos los compases de esta guerra que jamás debiera haber existido, eternos serán los caminos donde Rusia habrá de sufrir, gane o pierda, solo por haber pretendido eliminar una nación, un pueblo, una democracia y un estilo de vida.