Escrituro estas líneas rodeado de silencio y negrura de noche
como ya no recordamos en las ciudades. No hace sino un par de días que, acá en
el pueblo, depositamos bajo tierra el cuerpo sin vida de la madre de mi madre,
mi abuela Leonor, quien, sin apenas salir de estas Arribes del Duero, en su
casi centenaria existencia conoció mucho más de lo que yo llegaré a conocer
jamás en vida. Las dos guerras mundiales, la guerra fratricida española, la dictadura,
el auge y caída del comunismo, la exploración espacial, el dominio del átomo...
Sorprende, si se piensa con detenimiento, que haya un mundo en la Historia donde
todo transcurre a toda prisa, observado al mismo tiempo por otro mundo, coevo
con aquél, y muy distinto, que permanece abandonado en el pasado de por vida, por
tan despacio como le gusta caminar. Mis cognados, rústicos y campesinos, han
pertenecido al último. Yo, en cambio, como tantos de ustedes, he abrazado sin
ambages la celeridad de la Historia Moderna.
En casa de mi abuela la nevera siempre estuvo en el salón. Casi
cuesta recordar que, una vez, su aparición fuese tenida por milagrosa, y que le
correspondiese la ubicación más solemne de toda la casa. Cómo han cambiado las
cosas y nuestra perspectiva. Ahora ni siquiera nos sorprende que podamos
adquirir, a ritmo mensual y a buen precio, no sé cuánta tecnología aportando no
sé qué, si calidad o soberbia. En los años de mi abuela la vida era muy
distinta, las neveras no existían. Había fresqueras y despensas donde, como
mucho, podía encontrarse la tercera parte de lo que nosotros colocamos en
nuestros potentes frigoríficos cada fin de semana, cuando hacemos la compra
para muchos días. Ahora todo eso nos parece tan lejano y distante, que cuesta
creer que haya ocurrido alguna vez en este mismo país donde vivimos.
Y, aunque me tachen de insistente, sigo pensando
que es posible que estos días de abundancia en que vivimos acaben pronto. Posiblemente
a causa de una cualquiera de las muchas amenazas que conviven con nosotros, ésas
que ya no percibimos porque nuestras mentes aburguesadas no las conciben ni
sospechan. La crisis económica, la falta de petróleo, la crisis del agua, la
sobreproducción… Sobrevendrá el fin de los días, los que ahora disfrutamos, pues
nada hacemos por impedirlo. Será el mismo fin que han de contemplar mis ojos, equivalente
o aun superior a cualquiera de los muchos episodios históricos que mi
centenaria, y magnífica, abuela presenció.