jueves, 27 de agosto de 2009

El fin de los días


Escrituro estas líneas rodeado de silencio y negrura de noche como ya no recordamos en las ciudades. No hace sino un par de días que, acá en el pueblo, depositamos bajo tierra el cuerpo sin vida de la madre de mi madre, mi abuela Leonor, quien, sin apenas salir de estas Arribes del Duero, en su casi centenaria existencia conoció mucho más de lo que yo llegaré a conocer jamás en vida. Las dos guerras mundiales, la guerra fratricida española, la dictadura, el auge y caída del comunismo, la exploración espacial, el dominio del átomo... Sorprende, si se piensa con detenimiento, que haya un mundo en la Historia donde todo transcurre a toda prisa, observado al mismo tiempo por otro mundo, coevo con aquél, y muy distinto, que permanece abandonado en el pasado de por vida, por tan despacio como le gusta caminar. Mis cognados, rústicos y campesinos, han pertenecido al último. Yo, en cambio, como tantos de ustedes, he abrazado sin ambages la celeridad de la Historia Moderna.
En casa de mi abuela la nevera siempre estuvo en el salón. Casi cuesta recordar que, una vez, su aparición fuese tenida por milagrosa, y que le correspondiese la ubicación más solemne de toda la casa. Cómo han cambiado las cosas y nuestra perspectiva. Ahora ni siquiera nos sorprende que podamos adquirir, a ritmo mensual y a buen precio, no sé cuánta tecnología aportando no sé qué, si calidad o soberbia. En los años de mi abuela la vida era muy distinta, las neveras no existían. Había fresqueras y despensas donde, como mucho, podía encontrarse la tercera parte de lo que nosotros colocamos en nuestros potentes frigoríficos cada fin de semana, cuando hacemos la compra para muchos días. Ahora todo eso nos parece tan lejano y distante, que cuesta creer que haya ocurrido alguna vez en este mismo país donde vivimos.
Y, aunque me tachen de insistente, sigo pensando que es posible que estos días de abundancia en que vivimos acaben pronto. Posiblemente a causa de una cualquiera de las muchas amenazas que conviven con nosotros, ésas que ya no percibimos porque nuestras mentes aburguesadas no las conciben ni sospechan. La crisis económica, la falta de petróleo, la crisis del agua, la sobreproducción… Sobrevendrá el fin de los días, los que ahora disfrutamos, pues nada hacemos por impedirlo. Será el mismo fin que han de contemplar mis ojos, equivalente o aun superior a cualquiera de los muchos episodios históricos que mi centenaria, y magnífica, abuela presenció.

jueves, 20 de agosto de 2009

Lánguido verano



Cada tarde, al salir de paseo con Queco cuando menos aprieta este calor que achicharra campos y personas, desde el horizonte veo avanzar columnas de humo negro. Desde distintos horizontes cada vez, que unas veces oteo hacia el sur, otras hacia el norte, y así sucesivamente. Queco se divierte viendo pasar los aviones sobre nuestras cabezas, provenientes del embalse de Almendra, donde se abastecen del agua que luego vierten sobre las llamas. La otra noche, sin ir más lejos, murmuraban en el pueblo que uno de los fuegos avanzaba desde la raya que separa nuestra población de la vecina, que es más fecunda en comercio y agricultura. El rojizo resplandor de las llamas, como a brochazos sobre la línea de noche de la tierra, hipnotizaba miradas y entendimientos. Tan cercano parecía… Sin embargo, a pocos kilómetros que uno se desplazase, advertíase sin dificultad que aquellas llamas quedaban aún lejos, muy lejos, mucho más lejos que las lindes del pueblo. La preocupación podía esperar algo más. Me pareció una memorable metáfora sobre la solución a esta crisis que quiere calcinarlo todo.
Languidece el verano, sí, aunque el calor no termine de abandonarnos, cosa que desearíamos a la mayor prontitud, al menos yo, que siento mi cuerpo ausente de los asuntos en que me venía ocupando hasta hace poco. Ni siquiera me apetece entrar en discusiones sobre famoseo, política, fútbol o multas de tráfico, que son los asuntos de los que se habla estos días. Todo lo más, sonrío, entre malicioso e irónico, cuando algún padre, echándole relumbre a la familia, me habla de lo listo (o inteligente) que es su chico, pese a las malas notas, ésas que por verano delatan inmisericordes la molicie o la falta de ingenio. “Pero es muy vago”, concluye el padre atribulado por la realidad. “Claro”, pienso yo, aunque no lo diga, “y el mío es corredor prodigioso de maratón, pero se cansa”. Nos falta gimnasia, nos viene sobrando orgullo. Ésta no es manera de enfrentarse a los problemas.
Mediado quedó agosto, y van pasando las fiestas del toro, las semanas grandes e incluso los certámenes. Nada de eso me importa. Este verano apático y amedrentador no presagia nada bueno. La sociedad tiene miedo, como yo. Por eso apenas prestamos atención a las escasas noticias que pueblan los diarios. Ya sabemos lo que contienen. Alarmas, alarmas por el fuego. Fuego de llamas y, sobre todo, fuego económico, la devoradora realidad de este verano seco y angustioso de 2009.

jueves, 6 de agosto de 2009

Verano maquillado


¿Brotes verdes? Con un agujero presupuestario que no deja de crecer. Con la Intervención General del Estado avisando del deterioro sin precedentes del saldo fiscal. Vivimos en economía de guerra. O casi. El gasto público está enloquecido, crece un 30%. Los ingresos se desploman, caen un 20%. En medio año, el Estado ha gastado el doble de lo que ingresa. El IVA desciende a los infiernos. Las empresas no tienen beneficios. Los consumidores no consumen. Tenemos en el mercado la mayor deuda pública de la historia. El Banco de España ha colocado más de medio billón de euros, con be de barbaridad. En algunas CCAA, los técnicos confiesan sin pudor que no tienen ya dinero. Hay ayuntamientos al borde de la quiebra. Muchos servicios públicos quizá sean pronto recortados. Se aplican recortes drásticos, necesarios, a los presupuestos. La prudencia es casi desesperada. No siempre la hay.
Nos intoxican con positivas cifras de paro y ocupación. Pero la realidad no es ese pasado inmediato. El Plan E se desinfla. Se ha creado menos de la mitad del empleo de junio, cuando ya hubo un 14% menos de contratos que en 2008. Hay casi cinco millones de demandantes de empleo. Pero a unos los descuentan por formación. Otros por otra causa estadística. Las cifras siempre se maquillan. La situación no es la que nos venden. La situación acaso nos la han de explicar, a los de dentro, los de fuera.
El Gobierno vende innovación. El cambio de modelo económico. Los recortes en estos proyectos han sido brutales. Los centros tecnológicos se han quedado tiritando. Los grupos de investigación ven frenadas en seco sus propuestas y su futuro. Se financia lo inmediato. Nadie, desde las administraciones, quiere vender en 2010. La apuesta por el desarrollo tecnológico tendría que servir no para paliar el desastre económico de las empresas, sino su competitividad futura. En España éramos competitivos vendiendo pisos e hipotecas. Ahora, ni lo uno, ni lo otro. Los motores de la UE se alejan más, cada vez más, ya van quedando muy lejos. El modelo seguirá siendo el mismo. El cambio se ha quedado solamente en las proclamas, en la propaganda, en los titulares de prensa.
Estamos en un pozo. El sol de verano nos ciega. No vemos lo que ha de venir. No queremos tampoco verlo. Las medidas de salvación serán poco electoralistas. Nos enfadaremos. Regurgitaremos bilis y rabia e impotencia. Alguien ha de respondernos, y sin mentir.
Felices vacaciones (a plazos, claro).