viernes, 26 de marzo de 2021

La España de Tarzán

No quería hablar del dispositivo regional, nacional y europeo de restricciones y sus incoherencias. Ya saben mi opinión: da igual cuanto los gobiernos propongan, el virus dispone a su antojo, con mascarillas o sin ellas, con toques de queda al mediodía o en el desayuno. Si no me creen, echen un vistazo a las famosas curvas de todo el mundo. Observarán pautas parejas tanto si la gente se queda en casa como si no. Las que no engañan son las del PIB: muestran cómo acabar con un virus (sin conseguirlo) mediante despeño de los porvenires de millones de personas (bien logrado, a fe mía). Pero dije que no quería hablar de ello y todo un párrafo he dedicado a la aún no asomada cuarta ola, repunte sin significatividad estadística que causa temor para mejor tenernos recluidos sin pensar en la maravillosa gestión de las vacunaciones (vaya tela).

Digo que venía muy primario a comentar las miles de otras eventualidades consuetudinarias que acontecen en la rúa. Hay donde elegir: el despiece que han inventado con la hija de la chipionera, para mayor alborozo de esta España reconvertida en vertedero televisivo; las risotadas que causan los mítines del aún viceflauta; el narcisismo galopante del gran narciso presiliente; o que un buque haya encallado en Suez. Todo alimenta. Como no tengo espacio para tanto manjar, me conformaré en lo que resta de columna con una de las viandas, tratando de no ser victimario machista (eso que abunda por todas partes menos por una, aunque no sepa dónde queda).

Al parecer, cualquier socarronería mía que apuntase al supremacismo de cierto podemita, léase las condiciones de acceso de algunas ministras, especialmente conocidas por su vaciedad curricular, o el fiasco femenil en que resultan los arrebatos de este macho mielga por encabezar todas las listas electorales, daría lugar no a un debate, sino a ser calificado de misógino, convicto sexista y seguro encarcelado. Justo aquello que pende de su coleta. Porque sí es sí y porque no es no, porque un sí o puede que no, e incluso un distingo (voz teológica), son formas que ya nadie razona.

Ay, el lenguaje: reducido a eslóganes a peseta; a verdades tuiteadas; a rojos y fascistas; a progresistas y derechonas; a mi bando y el del otro; a responsables y fastidiosos; a yo Tarzán y tú no Jane porque tú solo Chita. De modo que chitón, es Viernes de Dolores y las madres sufren por los padecimientos de sus hijos. Más les valiera llegar a casa solas y borrachas. La de problemas que se ahorrarían con ciertos pendejos.

viernes, 19 de marzo de 2021

Termina el invierno

La noticia no hace referencia a nada que esté en los medios. Nada que ver con el vicenada. Ni con el presiliente. Tampoco con el de la manta. O la desusada heroína de abajo. Ni con la ciudad de donde Andrés llegó a París para no visitarla nunca. Y admito voluntariamente que cualesquiera de los anteriores mondongos tiene chicha suficiente para rellenar, de corrido y sin titubeos, no ya una o un par, sino todas las columnas de aquí a mayo. La noticia es que acaba el invierno, al que le quedan escasos días.

Qué puedo decir. Disfruto con los amaneceres arrebolados que se enternecen en el tejido convolado de los cirros. Y eso es algo que solo sucede por primavera u otoño. Las alboradas invernales son frías, en temperatura y en encantos. El sol parece, en ellas, timorato y cohibido. Las estivales, pegajosas y torvas, azafranadas, con una amenaza perenne de canícula. Estoy deseando que avance la primavera. Y dejar atrás el invierno de fríos y nieves y nieblas, donde se esconden los coches asesinos que avanzan por carreteras comarcales superando caravanas de vehículos sin advertir que, de frente, se aproxima una moto que no da crédito a la inminente matanza. Un invierno, además, en el que se ha consumado la gran ola y, con ella, el gran despropósito de la inmensa frenada que en todo el mundo ha habido.

Llevamos en invierno desde la primavera pasada, más o menos por estas fechas. Ni pizca de calor hemos tenido. Nos han encerrado como a miserables, pero no en las casas o domicilios, sino en la ruina y la deuda: encerrados a cal y canto, obligados al falso conteo de los muertos y el estridente alarido de la pobreza, que nadie cuenta. Las curvas, doblegadas por el tiempo, no por los gobiernos, los médicos o los epidemiólogos (aquí cada cual ha dicho o hecho lo que ha creído, todos han fracasado, desde la sanación a la gestión), parecen amerizarse por primavera sobre un océano de devastación y escombreras de donde van emergiendo las cabezas preguntándose ahora dónde vamos. La respuesta es que no vamos a parte alguna que sea nueva, con normalidad o sin ella, que muy pronto se nos olvidan las invenciones. Volvemos a donde solíamos, si es que nos dejan, que no nos quieren dejar. Limpiaremos los rastros de desconfianza con que nos han ninguneado salvo para acusar y seguiremos con lo nuestro. Lo de ellos, no nos importa.

La noticia es que se acaba el invierno. Quizá tarde más de la cuenta. Pero se termina. Aun cuando no concluya la presencia de quienes se han propuesto eternizarlo.

viernes, 12 de marzo de 2021

Paco en Mesopotamia

Mesopotamia siempre estuvo oreada por los vientos de la guerra. Y desde que el engrudo Naphthai domina el mundo, aún más. La Revolución Islámica de los chiitas, con sus ayatollahs al frente, persiguió superar con su oro negro al país sagrado de Alá. Lo que Persia unió, a Persia debía regresar: por eso Irán quiso invadir Irak, pero los de Rub Al-Khali previnieron a quien había liderado su propia revolución de julio y este decidió adelantarse. Esa guerra duró casi diez años. Yo era muy niño, aquello me parecía un lugar donde solo transitaban los carros de combate. Y así sigue, pese a la Casa Blanca, las Azores y las enseñanzas pacíficas del ISIS, cuya praxis es tan existente como el plutonio de las armas de destrucción masiva fantasmagóricas.

Quizá por ello el Papa decidió visitar Irak. No por reconfortar a los diezmados caldeos y armenios (cristianos) que allí viven, sino por estrechar la mano del Islam minoritario, el chiita. Muchas críticas ha recibido. Incluso por la mascarilla de la que no se acuerda tras haberse vacunado. Pero su gesto ha sido brioso en la patria de Abraham y en Nínive, adonde se encaminó Jonás tras ser regurgitado por el enorme pez que lo engulló, lo que invita a pensar que Bergoglio ha debido sentir que se hallaba en el claustrofóbico estómago de una ballena. Tal es la situación que se vive en la moderna Mesopotamia.

El Islam que criticamos en Occidente, el de los fanáticos y terroristas, no deja de ser una deformación monstruosa de una religión poética y lunar que convive con excesivos demonios. Nuestros líderes de Occidente, tan guerreros cuando hablan de combatir al virus, no pisan aquellas tierras aunque les vaya la vida en ello (quizá porque, en efecto, les puede ir), pese a ser un lugar estupendo para hablar de paz, benevolencia, perdón y amor entre todos los humanos: ese laicismo humanitario que tanto evangelizan desde el Twitter, convirtiendo su prédica en patetismo. Yo, al menos, no tengo constancia de que nadie de los importantes esté trabajando en cómo arreglar el feo asunto que llevamos desbaratando en Oriente Próximo desde hace un siglo.

Guste más o menos, y a mí las encíclicas del argentino me están gustando bastante poco, el Papa hace su trabajo. Parecen lugares comunes, pero lo de pensar en lo que une y no en lo que divide, poner empeño en superar rivalidades y contraposiciones, y luchar de verdad contra la pobreza o el desempleo, son mensajes que sirven tanto en Mesopotamia como en esta hartura de piel de toro donde vivimos.

viernes, 5 de marzo de 2021

Virus realzados

No acabo de entender por qué las hijas del Rey Emérito no pueden vacunarse en Emiratos si viajan al país del Golfo para visitar a su padre emirático. Hasta donde sé, esas vacunas no las paga el Estado, es decir, nuestros impuestos o deuda pública. ¿Desde cuándo está prohibido que un ciudadano español se vacune en el extranjero, máxime si está obligado a ello?

Este país es una casa de locos desde que lo gobiernan dos naderías en conjunción mareática. Cuando yo era universitario, había unos cuantos que siempre armaban el gran pifostio por lo que llamaban “prebendas de profesores”, que no era sino disponer de comedor aparte y plaza de parking. Daba igual que se explicase lo de los beneficios que las empresas ofrecen a sus trabajadores al margen del salario: ellos seguían, erre que erre, con la perorata de la igualdad y de acabar con los favoritismos y demás monsergas revolucionarias. Algunos pifostianos hoy se encuentran bien amarrados a la pata de un ministerio (da lo mismo cuál, es lo de menos), por eso de que hay naderías que llegan muy lejos con la marea, y urden ardides para que sus niñeras las pague el estipendio mancomunado de la ciudadanía. Pero claro, el juego del tiro al rey, no importa cuándo o por qué, produce buenos réditos, mucho mejores que explicar por qué razón exigen a los demás aquello que ellos se permiten con holganza.

Dirá usted, caro lector, que reyes y familiares han de dar ejemplo hasta cuando no debieran. Y seguramente sea así, pero solo en cierta medida, porque en muchas cuestiones tienen los mismos derechos que usted y yo. O puede que lo diga porque usted ni es rey emérito cargadito de turrones suizos ni tampoco ninguna de sus hijas, y simplemente tenga una envidia terrible (y una rabia que para qué le voy a contar) a ellos y a todos los felipes, amancios y botines por quienes a usted complace meter en el saco de los afortunados que merecen ira y envidia perpetuas. Si es así, de verdad: por qué no se calla.

Yo no he pasado la Covid ni seré vacunado muy pronto. Y qué. Me alegra que cada vez más gente haya sido inoculada con ARNm, en España o en Indochina o en el Golfo Pérsico, guardando turno (que algunos se han saltado) o pagándolo desde el trono o el orinal. Lo que me satura, me cansa y me aburre, es escuchar erre que erre, a todas horas, a quienes, desde que aprendieron a odiar, jamás aplacan las imposturas por cuestiones como que un profesor universitario aparque su coche en una plaza asignada. Y encima nos mandan. Joder, qué tropa.