viernes, 24 de noviembre de 2023

La aurora y el ocaso

Hacía mucho tiempo que el cielo, antes del alba, no aparecía tan despejado e inmaculado como en estos deliciosos días del otoño. La oscuridad se extiende como un lienzo suave de parte a parte, cubriéndolo todo con la majestuosidad de su harmonía. Mas hacia el este la claridad rosicler avanza lentamente, amenazando con disturbar así el titilar de los luceros, que parecen querer despertar de su límpido sueño para unirse al coro de voces de la naturaleza. Pueden vislumbrarse unas pocas nubes, dispersas, cerca del horizonte, por donde más tarde despuntará el sol, pero solo allí: dejan el resto del firmamento negro e impoluto para que podamos contemplar el centellear de astros y planetas. Este cielo tan límpido y tachonado de estrellas parece querer perpetuarse. Las alcarrias se ven salpicadas de luces dispersas, aquí y allá, como jugando a ser vistas. Cuando llego a mi trabajo, la aurora va elevándose desde muy lejos con indolencia otoñal. La negrura del cielo es fría, pero alegre. Está tan bonito el otoño que, mucho antes de despertar, todas las cosas, vivas e inertes, cantan juntas jubilosas.

Las hojas de mi granado caen despacio de las ramas cuando los pájaros se apostan para disfrutar de los últimos frutos. La seroja que forma es amarillenta y frágil, y muy abundante. Formo montículos con la ambarina materia quebradiza, y pienso que los árboles se desprenden de sus galas para ataviar paseos y pretiles, pero nos empeñamos en adecentar las calzadas. Aun así, qué fascinante luz surge de todo este desprendimiento. Pese a la agrura que parece extinguir el ánima de las plantas caducas, el correteo del aire y los rayos de sol entre sus ramas desnudas las convierten en gigantes de jardín, aunque en estos tiempos tan hodiernos los niños apenas solazan sus tardes con juegos: tal vez los más pequeños.  

Está muy, muy bonito este otoño. Cómo no deslumbrarse con la charabasca podada, la hojarasca, el frío grato y alegre que se va aposentando poco a poco… Contemplar la aurora cada mañana es una recompensa mucho mayor de los méritos contraídos por nosotros, los humanos que pretendemos arrumbar la naturaleza. Pero, no siendo bastante, esta época del año concede un último asombro: al volver a casa, recorriendo hacia el oeste el trayecto inverso de la mañana, también puedo contemplar el ocaso, el acabamiento del día, con su pajiza decoloración en la punta contraria del horizonte que por las mañanas me desvela. Es algo muy parecido a asistir al adormecimiento paulatino de un niño, cansado de retozar. El áureo declinar, teñido de silencio, hechiza con su imponente coloración amarilla y naranja, mientras poco a poco, muy lentamente, la noche viene cayendo desde el oriente.

A quién puede importar las minucias que estos días pueblan los diarios. Ninguno ha plantado el otoño en su primera plana: qué lástima.


viernes, 17 de noviembre de 2023

7,8 millones

Hay 7,8 millones de personas que, esta semana, serán felices por haber visto jurar su cargo al inútil indocto que nos vuelve a gobernar. Y, esta misma semana, hay 4,8 millones de personas que se sentirán jubilosos con el nombramiento, porque ha sido posible gracias a ellos. Esta misma semana, hay poco más de 3 millones de personas que no sabemos cómo se han de sentir, entendemos que mal, pero no estamos seguros de ello. Y, por último, esta misma semana, 8,2 millones de personas se hallarán en un estado de enorme consternación al comprobar que, todos los demás, coadyuvados por esos 3 millones que no sabemos qué piensan (y también por el líder de los 8,2 millones y séquito; huelga decir que el tal líder es un tipo pasado de confianza y, por qué no decirlo, un gallego bastante panolis) brindan por haber dejado el gobierno de este país en manos de un individuo sin ninguna referencia moral o ética, un improvisador nato sin estructura intelectual alguna y al que en su partido nadie osa toser porque, sabido es, los que mandan enseguida se ven rodeados por una corte de abrazafarolas de todo pelaje.

El presidente es un tipo que jamás ha ganado con rotunda claridad en los comicios en que él, o los por él interpuestos, debían batirse el cobre. Victorias dispersas, poco más. La insuficiencia de votos la salva dando a sus aliados cualquier cosa que pidan, aunque sea hacer añicos la mismísima Constitución o el Poder Judicial. Qué más da. Si no tiene ideología alguna, más allá de su extremismo (también improvisado) y solo le preocupa ocupar el palacio monclovita, no le ha de preocupar firmar pactos con etarras, con vasquitos desorientados (vaya tela con los gordinflones vizcaínos), con comunistas de medio pelo y abundantes bienes, con esa raza nueva de idiotas que ha parido la tierra y que se hacen llamar catalanes independentistas, e incluso con una señora de Canarias que, total, si todos ponen el cazo y se lo llenan, por qué a ella no.

Es un trilero. Lo de que sea un mentiroso compulsivo tiene una disculpa: aquí todos mienten porque la política es el arte de no decir nunca la verdad y que los demás te crean. No sabe lo que quiere hacer, si permanecer en la OTAN o abrazarse a Soros, y todo el tema de la amnistía y el referéndum que tantas páginas lleva escrito, se la suda (con perdón): es entretenimiento de torpes (los torpes somos nosotros) que aún creen en la existencia de las hadas. Tiene subalternos para dar y tomar, y seguramente muchos de ellos ni siquiera lo voten a él, pero también le ha de traer sin cuidado siempre que trabajen (o hagan como que trabajan) para que él siga durmiendo en la cama presidencial. NO es un líder. Es un dictador, y encima sin inteligencia, que es como gusta a la gente que sean estos tipejos: unos grandísimos hijos de la gran puta capaces de todo con tal de ver al oponente morder el polvo. Los inteligentes suelen tener escrúpulos con la condición de que su villanía no supere el coeficiente intelectual (que también pasa). Estos tipejos no tienen nada, ni de lo uno ni de lo otro: solo tienen votantes a los que igualmente se la suda lo que pase con su voto, porque -vuelvo a repetir- el objetivo es masacrar al contrario.

Aparte del documentito ese, horrendo, sobre la amnistía y lo que ha pedido el de Waterloo (fácil misión le dejaron las matemáticas: pedir para que le fuera concedido), ¿sabe usted qué ha acordado con el resto, etarras incluidos? A unos dice que les dará los impuestos todos, a otros que expulsará a la benemérita, a la señora de Canarias no tengo la menor idea y lo de los gallegos es una incógnita. Son pactos, si es que lo han sido, tan secretos y ocultos como superficiales. ¿No ven lo pésimamente escrito que estaba el documentito para el huido allá a Flandes? Tela con los catalanes: cuatrocientas mil personas deben de estar festejando la liberación de su mesías, otro inútil sin conocimientos ni inteligencia al que tampoco saben echar los suyos. Y, si hablamos de vascos, o más concretamente, del PNV, porque lo del partido del etarra ese es traca aparte, que me cuenten cómo van a explicar que son capaces de meterse en el mismo jardín que los etarras y los comunistas, porque los suyos se supone que son vasquitos industriales y demás empresarios de derechas, una derecha católica y bastante carlista que sostiene con sus dineros al gordito y al soriano y al maestro que, de vez en cuando, sacan a colación a un racista enloquecido llamado Policarpo que se inventó lo de Euskadi. Porque a los industriales y a los empresarios, los etarras les arrearon de lo lindo en plan te envío una carta con sorpresa o ahora te rapto un par de semanas para que pagues mejor, cuando no los liquidaban ipso facto. Y a esos mismos industriales y empresarios no creo que les siente muy bien las proclamas comunistoides que ahora estos izquierdosos de vía estrecha acaban de descubrir. 

Ellos verán. Todos ellos, incluida la señora de Canarias, una técnico que escribe su propia biografía en Wikipedia (como todos) para dejar claro que se ha matriculado en Historia, a ver si de ese modo saca un título universitario (otros se inventaron un doctorado, ya ve usted). Decía que todos ellos, etarras y vascos y catalanes y comunistas y demás, todos están escuchando el canto del cisne, lo mismo que el sanchecista empeñado en dejar quemada atrás toda la tierra que pisa, algo en lo que 7,8 millones de idiotas parece que están de acuerdo.


viernes, 10 de noviembre de 2023

A la turca

Una de las obras más estimables del barroco francés es la "Marcha para la ceremonia de los turcos", pieza que compuso Jean Baptiste Lully (nacido en Florencia como Gian Battista Lully) para la obra de Moliére "El burgués gentilhombre", un individuo rico, pero ignorante, que se encuentra desesperado por ser reconocido socialmente y a quien un criado, pretendiente de su hija, haciéndose pasar por mensajero del Gran Soberano Turco, le invita a presenciar el paripé de su propio nombramiento como Mamamouchi (gran distinción inventada por el criado). Convertido en príncipe turco, nada le impedirá desposar a la hija del pobre burgués, que verá frustradas sus ansias de reconocimiento. La obra aborda el tema de las turquerías, en relación al imperio otomano o imperio turco (como era conocido) del Asia Menor, que en el siglo XVII seguía siendo motivo de preocupación para muchos países europeos. Siglos más tarde, la Gran Guerra arrasaría con los últimos latidos del imperio otomano, reconvirtiéndose en una república. 

Turquía es un país muy controvertido para todos nosotros, tristes europeos con cada vez menos cultura histórica y menos memoria, pero no son las ínfulas de Erdogan, sino las lamentaciones del pueblo turco, las que deberían hacernos reflexionar. Escribo esta columna desde Esmirna, en el extremo occidental de la Anatolia, una impresionante ciudad que alberga el segundo puerto en importancia del país, por detrás de Estambul, y posiblemente la más "europea" de todas las urbes turcas. La gente es amable y el clima muy bonancible. Atrae a muchos turistas, tal vez por situarse en el mar Egeo, pero carece del esplendor de las islas griegas: el eterno vecino, con quien el país tantos conflictos ha desencadenado, le gana la partida con holgura.

Si uno lee las crónicas políticas en la prensa, o en los medios, diríase que Turquía es la mayor amenaza económica para una Europa demasiado vieja, demasiado bonita, y demasiado cínica. Pero si uno lee los ojos de los habitantes que aquí moran, se descubre una realidad muy diferente. Viven sometidos a una inflación galopante, de la que el gobierno de Erdogan no facilita las cifras reales, pero que se alza hasta el 450% en muchos productos y servicios (olvídense del 60% oficial). Este hermoso y austero país (lo es en muchas de sus regiones) lleva camino de convertirse en la nueva Argentina de Oriente Próximo. Suscita una lástima inmensa escuchar a la gente decir que, en los supermercados, hasta los alimentos más básicos cambia de precio entre la apertura de las puertas y su posterior cierre. Los sueldos son bajos, las infraestructuras precisan aún de mucho desarrollo, aunque son notables los esfuerzos invertidos, pero hay un sentimiento de hermandad y camaradería que, como en todas las sociedades que aún no han alcanzado el hiper desarrollismo europeo, hacen de la vida un lugar más grato, más humano.  

Aunque las cifras oficiales afirman que el 99% de la gente profesa la religión musulmana, la población de origen armenio no es menor, y son cristianos. Al menos en la mesa que compartí en Esmirna, junto al mar, solo uno de los ocupantes era musulmán y bebía alcohol y comía cerdo. Al final da gusto comprobar que las decisiones que los hombres toman en nombre de un dios (cualquier dios) para que todos los restantes hombres las sigan y cumplan, no son decisiones divinas por los siglos de los siglos. Claro que los turcos no son árabes, y ya sabemos cómo se las gastan los árabes con estas cosas.

 

viernes, 3 de noviembre de 2023

Memento mori

Otoño. Otoño machadiano, lloviendo tras los cristales. Sobre los chopos deshojados, sobre los tejados pardos y los campos, también llueve. No solo lagrimea el cielo porque sea otoño. A mitad de camino hacia el invierno, y siempre en otoño, nos obligamos a tornar la mirada por no encontrarnos con la muerte. Triste recuerdo de triste apariencia, tras las tapias sombrías de los camposantos, donde llueve sobre tierra removida y con el tiempo aposentada. Depositamos flores, tal vez, y nos acordamos de los nuestros. “Los nuestros”, que ya no están y jamás volverán a estarlo. No hay ritual más sincero, no hay plasticidad más verdadera que la otorgada a la muerte. Diríase que cimenta el sentido litúrgico de todo aquello que hemos asociado a los dioses. 

Si el otoño arrastra el ceremonial de la muerte, por qué en otoño hemos venido apartando los ojos del recuerdo del polvo al que volveremos. Lo sé. Mundo de entretenimientos que, como cualquier iconoclastia, pretende demoler lo que con tanto esfuerzo ha sido construido, simplemente porque no queda quien sepa hacerlo mejor. Por ese motivo necesito protestar otra vez, con insistencia, aunque a usted, caro lector, le disguste. Hoy, y me lo han pedido, no voy a escribir de las amnistías, de los falsos doctores, ni de las aburridas princesitas de los cuentos dogmáticos. Hoy necesito entregarme al dolor que ningún ramo de flores podrá desalojar jamás de mi corazón, preciso devolver a mi existencia la firme convicción de su final. Porque todos decimos, en un momento u otro, que es así, que ha de pasar, que es forzoso el cumplimiento con tan íntimo y definitivo trance. Pero es falso, es mentira: nuestra indiscutible ilusión es vivir como inmortales. Cuando se espera vivir para siempre, continuamente quedan cosas nuevas por hacer, enigmas impenetrables que descubrir, surgencias que ordenar. Todo por permanecer unidos a esta tierra ingrata que se ríe de nuestros delirios de eternidad.

Inventamos, hace miles de años, la idea de la vida eterna, pero es mucho más rica y pura la idea del alma, de la consciencia, del revolotear por la vida mientras ésta perdure. Porque, conforme avance el reloj y se cansen los latidos cardiáceos de golpetear contra las paredes del corazón, iremos descubriendo que los nuestros, quienes una vez nos fueron dados, finalmente nos fueron arrebatados, lo mismo que nosotros dentro de no tanto tiempo. Ya pueden colmar los prados del Elíseo de dioses, huríes o ángeles celestiales. Ya podemos atiborrar las calles con juegos para la infancia, donde la muerte nunca existe, y volcarnos nosotros, los adultos, adustos o austeros, eso da igual, en jugar con el nombre de los muertos, desproveyéndolos de su severo destino para hacerlos bailar y sonreír y disfrazarse y decir bobadas, resucitarlos incluso o convertirlos en mezquinos monigotes de feria. A ellos les da lo mismo porque los muertos no existen, no tienen existencia presente o futura, y el pasado solo es nuestro y quema, arde, entristece, porque es el tiempo en que no hubo ausencias. 

Memento mori... De la solemne ritualidad litúrgica, tan plagada de silencio y lágrimas, a la chabacana desconsideración moderna, no hubo tanto espacio ni tanto tiempo. Sólo el justo para dejar de ser pobres y dignos y erigirnos en amos inmortales del universo. Prefiero la pobreza a este espectáculo horrendo que quiere esquilmar mi dolor irresoluble con su ruido vacío, sus risas mendaces, su diversión ridícula, que todo vale con tal de ser mediocres.