Primero degollaron a un maestro. Ayer a tres personas. El asesinato del profesor francés a manos de un checheno, por aquello de que Alá es grande, apenas produjo reacción aquí (no hay más realidad que el virus y sus perimetralizaciones). Algo afín sucederá tras el nuevo hachazo de la inquisición islámica, empeñada en devolver al Medioevo a toda la humanidad. El checheno acabó cosido a balazos. El de ayer también, pero creo que sigue sobreviviendo.
A los musulmanes les encanta crear sociedades separadas en
aquellas donde -dicen- quieren integrarse. Las leyes occidentales, repletas de
laicismo y libertad, son siempre inferiores a su sharía. En Francia, los guetos
islámicos han conseguido expulsar -literalmente- de sus barrios y ciudades a quienes
no soportan: el Islam son muchos votos y los políticos acuden golosos a ese
caladero, guste o no Alá (eso da lo mismo), a prometer cualquier cosa por mucho
que se perviertan los valores que dicen preservar.
A ese mundo islámico dentro de otro mundo, en Francia lo
llaman separatismo. Aquí separatismo es otra cosa y por eso se puntualiza con
lo de separatismo islámico, no se vaya a confundir. Los matices lasos son lo
nuestro cuando hablamos del Islam o de cualquier cosa que venga de fuera: dogma
es, el mundo está lleno de gente pacífica, honrada, trabajadora, que solo huye del
hambre y la pobreza. Y cuando no rige esta razón, como en el checheno, la culpa
es del capitalismo, que es, en esencia, lo que pacíficos y sanguinarios desean
disfrutar pese a que en la época del profeta aún no se había inventado.
En ese orinal llamado Internet dieron albricias tras el
ajusticiamiento del profesor que enseñaba libertad a sus alumnos. Y me juego lo
que sea a que también tras lo de ayer. A Macron, diseñador de toques de queda, le
llovieron chuzos de punta desde el mapamundi islámico por apuntar medidas contra
esa peste: la defensa de los derechos de las mujeres, la educación laica... No por
fastidiar la fiesta de moros y cristianos, sino porque en esos lugares tan modélicos
con la libertad como Turquía o Irán, sus mandamases consideran ofensiva cualquier
consideración que mencione al Islam y sus valores puros tras cada salvajada igualmente
pura. Eso sí, lamentan las muertes. Que nunca tienen que ver con ellos. Decirlo
es fomentar el odio.
Celebraría que el mundo entero metiese la religión (la que
sea) en casa y no la sacase ni para festejar. No tanto porque Dios o Alá no
existan. Sino porque, en su nombre, no dejan de crecer los fanáticos.