viernes, 31 de diciembre de 2021

Como el año que fue

Tengo las manos llenas de cortes y magulladuras. Esto de montar estanterías es de aparente facilidad, pero los primeros y últimos esfuerzos son lesivos: aquellos por la inexperiencia con que uno se enfrente a la tarea; estos por el cansancio que se ha ido acumulando en brazos y piernas. Dos días he dedicado al tratado de carpintería para neófitos proveniente del norte, un palmo más abajo en el mapa del lugar donde residen elfos y un gordinflón risueño vestido de payaso. Y créanme que detesto la estrategia de endiñarle al público maderas agujereadas, tornillos y pernos para lograr que una biblioteca parezca aquello de lo que trata. Pero mi exiguo presupuesto y la incomparecencia creativa de los catálogos competidores me han obligado a optar por los nórdicos. 

Creo que afuera está el mundo revuelto por el avance de los contagios del virus. Aunque, si les digo la verdad, no sé si han comenzado a remitir o está a punto de eclosionar la definitiva guerra de los mundos, esa que han de librar los humanos contra los virus y bacterias para que venzan estos últimos. Sinceramente, me da lo mismo. A estas alturas llevo trasegado suficiente histerismo para escribir varios volúmenes de un tratado versado en por qué la humanidad jamás atravesará el Gran Filtro de Kardashev y se extinguirá sin remedio y con un inmenso sentido de justicia cósmica. Si hacen balance del año seguramente descubran exigüidad en los actos dignos y provechosos en lo que respecta a enfrentar una pandemia.

¡Oh, sí! Casi lo había olvidado. Siendo esta la última columna que escribo, y ustedes leen, en 2021, tocaría sintetizar lo que hemos vivido y listar las promesas e intenciones a acometer en 2022. Pero no, no voy a realizar una cosa ni otra. El resumen del año lo van a emitir las horribles televisiones que nadie dice ver ya, y los sueños y promesas son el bálsamo de Fierabrás de la gente sin perspectiva de nada, todo lo más un par de semanas en el futuro. Prefiero referir que todos vamos a seguir trabajando en lo que sabemos o podemos con desigual fortuna, sin que tal situación nos desanime y con independencia de lo que se le ocurra a los políticos, esa gente que se pasa las veinticuatro horas del día en maquinar modos de perpetuarse en el magín de los ciudadanos. Aunque, en esta ocasión, a los políticos habría que añadir a muchos quejicas y vocingleros que, como bocacaces, sueltan riadas de tonterías siempre que pueden. 

Pues eso. Traten de ser felices y no se atraganten con las uvas. Feliz Año Nuevo.


viernes, 24 de diciembre de 2021

Ding Dong Merrily on High

Han dejado de sonar los campanarios porque en parte alguna quedan campanas que anuncien la Navidad. Sobre la faz de la Tierra los hombres no cantan alabanzas a Dios porque dejó de existir hace mucho tiempo. Tampoco hay razones para que las voces, una vez unidas, se asocien en la sencillez de un coro en la calle.  Los únicos cánticos provienen de la publicidad y de los pequeños dispositivos que impiden cruzar la mirada con otros en las contadas ocasiones en que se usan las aceras. Las voces que sí elevan su tono por encima del ruido mundano son las de los fanáticos, ahora llamados activistas, muy activos en las redes de comunicación y con voto en las políticas que gobiernan el mundo.

No existen las familias: se habla de allegados porque el parentesco resulta anacrónico. La imagen oficial de la unidad familiar abarca cualesquier situaciones y solo como elemento descriptivo, perfectamente prescindible por lo demás. A los padres, con independencia de cómo se haya configurado este vocablo neutro, no se les permite imponer sus criterios a los hijos. Las tradiciones son revisables, especialmente las arcaicas que retrotraen a épocas pretéritas, y han de ser sustituidas. Las del credo mayoritario, que se mantiene por la raigambre que aún permanece en algunos hogares, son repulsivas para el resto de credos y deben ser abolidas para no causar desazón a las minorías.

Llamamos Navidad a un tiempo de ocio orientado al consumo injustificable de alimentos costosos, dulces indigestos y juguetes sexistas. Es insostenible y agrava el cambio climático, las desigualdades de todo tipo y el futuro romo al que habría de tender la civilización para asegurar su bienestar y porvenir. Erradicado el hecho religioso, deviene prescindible. Incluso los festejos por el cambio de año mancillan los calendarios de otras culturas, por lo que no deberían considerarse pertinentes. Navidad ha de ser un tiempo oscuro, alejado de toda fe, de profunda recapacitación sobre lo que nos ha condenado a ser alegres, artísticos, insostenibles y amables. Erradicándola podremos dar el paso definitivo hacia un mundo plano y homogéneo, verazmente obsesionado con el mañana, que tal es el deseo de las mentes que lideran el mundo libre actual, donde todos hemos de ser reeducados.

Sean ustedes dichosos en estas fiestas del cariño o comoquiera que sea la boludez inventada por algunos para sustituir la palabra Navidad, cuya etimología latina remite a un portal, la germana a lo sagrado y la anglosajona al ritual de la misa.

viernes, 17 de diciembre de 2021

Oposición o posición

A la principal oposición al arte de gobernar sin gobierno (cfr. Sanchismo) le viene grande la tarea. Se les da mejor zurrarse entre ellos, especialmente el julepe de patio con que los rezagados de clase creían resarcir sus frustraciones a costa de los empollones, que no las tenían (si lo sabré yo, que encabezaba a estos últimos). Aquí los rezagados son quienes controlan la soldadesca (tropas disciplinadas son los partidos) y los empollones esos sargentos bravillos que sí saben ganar elecciones (como una ayuso) o recobrar la dignidad ideológica en territorios comanche (como una cayetana) que luego ellos arruinan. Por buen camino van yendo. 

Hay un segundo partido opositor, escisión del primero, al que arrean con denuedo por creerles hijos de Satán, que no suyos (que lo son). Que prefieran esta labor a oponerse a este Gobierno, posiblemente el de más fácil oposición desde la época de don Viriato, es una canallada. Será que no encuentran motivos suficientes para hacer con ilusión su trabajo. Es normal: enmudecieron ante aberraciones como el cerrojazo del Parlamento en tiempos de pandemia y defienden las medidas medievales que sacan del magín quienes, gobernando, no quieren darse por enterados de que su misión es gestionar, no salvar el mundo del Apocalipsis, que es justo lo que acontece cuando uno se esfuerza por evitarlo y arrastra a todos los nacidos al camino de la pobreza y la desesperación. La ayuso plantó batalla y arrasó. Me pregunto quién les hace a estos pardillos los informes…

En realidad, la oposición al Gobierno la vienen ejerciendo los ciudadanos, hartos de pagar más y más impuestos, tarifazos eléctricos, plusvalías inconstitucionales, hartos de yoliprogres comunistas con audiencia vaticanal, falcones a destajo, huelgas de osos de peluche, prisión preventiva a varones solo por haber nacido, concesiones sin límite a secesionistas y proetarras, hartos de presupuestos risibles y de mentiras sin límite… Hartos de este sindiós en que una pandilla ha convertido el pasado, presente y futuro, porque doquiera que ponen la mano no dejan cosa sana. Y, ¿a qué está la oposición, aparte de tirotearse entre ellos? ¿No vieron aún qué fácil es ganar al indocto que nos desgobierna, ya sea juntos o revueltos? 

Creo que les abruma el envite. Y que prefieren matar ayusos y cayetanas y abascales, esos bichos de la sabana que les han de llevar en volandas al monclovismo anhelado por todos. Pero no, lo siento mucho, así no llegan. Para sancheces ya tenemos las originales y auténticas.


viernes, 10 de diciembre de 2021

Omicrones griposos

Este último y larguísimo fin de semana me enzarcé en un debate sobre el ómicron del virus de la China que llamamos covsarsnoséqué y su enfermedad covid, palabreja que a los viejos nos suena a mascota de olimpiadas celebradas en el territorio donde, según el curso hodierno de las cosas, a los niños se los azuza para que hablen el idioma allí privilegiado. Decía, antes de irme por los quijotescos cerros de Alvar Fáñez, que a la enfermedad del virus se la denomina covid cuando no deja de ser una gripe, cosa que siempre fue. No la gripe de andar por casa, la misma que dejó tras de su origen varias decenas de millones de muertos en el mundo hace un siglo, pero una gripe al fin y al cabo, que es como acabamos denominando a las covsarsnosécuántos cuando finalmente surgen de ella variantes muy infecciosas y poco letales. 

La tengo por una noticia estupenda, pero me temo que a muchos politicastros se les acabará el juguetito con que se arrogan ser héroes o dioses o (diría yo que más apropiadamente, por tener su taloncito de marras) aquíleos en lo tocante a salvarnos la vida a todos y muy a pesar nuestro. Porque de llevar las riendas de un país no sabrán, que tal cosa la tenemos por descontada, pero ejercer el mando en plaza con tintes dictatoriales, que suena a fascismo porque ya nada suena a comunismo, y eso que es igualmente peligroso, de eso sí saben un rato. 

Lo que hace el mandar, oiga: ahí siguen teniendo a una exdependienta empoderada por su exnovio hasta asir cartera ministerial y la de bobadas enloquecidas con las que tenemos que lidiar desde entonces (heteropatriarcados, todes varies, sí sí sí hasta la muerte pequeña, y otros pluses por el estilo), que a poco que nos opongamos a alguna cosa de esas, por imprecisas y hasta ridículas, te condenan al fuego eterno sin explicar la causa de la pena, quizá por darla por sabida. 

Lo mismo que alguna ha pensado que la mejor manera de amanecer un mundo nuevo es reeducando a los hombres, habrá quien decida que el alumbramiento del mundo tras la gripe covidiosa es factible reeducando a los políticos para que dejen de saltarse a la torera las libertades de los demás, que creen moneda de cambio para usar y desusar a su antojo. Por mi parte, si las empresas que se encargan de vacunas y fármacos, debido a sus buenos emolumentos, se ven impelidas a buscar ese mundo mejor para el virus que viene, me sentiré satisfecho pese a los gobernantes y sintiendo muy hondo que a los faltantes ya nadie pueda dar vela en su propio entierro.


viernes, 3 de diciembre de 2021

Sollozo otoñal

Flaquea el otoño en diciembre. Una vez, no hace tanto, le tuve mucho aprecio a esta estación singular, en la que amarillean las hojas de los árboles caducos y en las calles se agolpa la seroja. Lo aprecié hasta que, un buen día, advertí que el otoño, sin hacer ruido ni ensuciar el silencio, se fue llevando todo cuanto una vez he querido y fue mío. Me arrebató a mi padre, a mi madre, a Serafín, y en un postrero zarpazo se llevó incluso a mi pobre gatito. 

Ogaño (lo escribo sin hache) aporta a mi vida solo frío, este frío de nieve que anticipa el calendario invernal y proporciona a los amaneceres indeclinable rigidez y tiesura. Afuera, conforme escribo esto, llueve el otoño y se agolpa el silencio. Oigo el siseo de una lluvia leve. El agua se abate contra el jardín fingiendo ser escolanía, como si reservase las voces adultas para las grandes urbes, donde solo hay ruido e insomnio. Ahora vivo alejado de todo, perdido entre angostillos y motas que no quieren crecer porque no hay más sitio, y vagabundeo en vano pues no hay lugar en el mundo donde me pueda sentir a gusto.

De alguna manera he terminado sometido voluntariamente al destierro. Para muchos, una tienda cercana garantiza la continuidad de una vida tranquila y suficiente. Yo solo quiero mis libros. No para aprender, cosa involuntaria cuyo valor se supone: solo necesito desvanecerme del tiempo. Transito estos meses de otoño sin preocuparme por adquirir tempero, como si ahora mismo careciese de cualquier valor la sementera: que otros esparzan trigo y aprovechen este largo tiempo vegetativo. Sé que un cotejo justo de la realidad sentencia que, si me he venido adonde no puedo ser encontrado, es porque pretendo vislumbrar con ello alguna benignidad en la primavera de mi hijo, que se antoja muy dura (para él y muchos otros).

Decía que flaquea el otoño, porque los ciclos, para suceder, han de eclipsarse primero. En cambio, nosotros, humanos, somos lineales. No resurge el periodo vernal una vez concluido el invierno. Las vidas se desvanecen formando copos que caen sobre los prados hasta que no queda más frío en el cielo. Son otros quienes han de hollar y disfrutar de esos pastos jugosos que nuestra impronta ha concebido. 

Siento mortificación, si lo pienso con detención, y decido volver a aletargarme, enroscado como un ovillo para protegerme no del frío, solo del llanto. Este esconde un mirífico ímpeto, porque no proviene del quebranto: es sollozo de quienes pujan valientes por la vida, no de un corito atajo de cobardes.


viernes, 26 de noviembre de 2021

Batalla lingual

Algunos medios lo titulan de modo “retumbante”: el TSJC tumba la inmersión lingüística en Cataluña. La ce mayúscula es importante y conviene advertirla. El verbo es incorrecto. Lo que el TSJC ha hecho es desestimar un recurso (de casación) de la Generalitat a una resolución de diciembre de 2020, para el que aportó un informe donde podía comprobarse que ese 25% de horas lectivas en castellano es tan ficticio como un héroe cinematográfico. Lo restante de la providencia no hay lego que lo entienda. Al menos yo no entiendo nada de los párrafos tercero y cuarto, solo me resultan claros los dos primeros, los relevantes, que avivan la batalla de baja intensidad que ya dura 27 años y que sigue ganando la Generalitat por incomparecencia de este y anteriores gobiernos, que desoyen por sistema los generales intereses cuando se trata de recabar particulares apoyos. Acaso la mayor diferencia de este Gobierno estriba en que le entra por un oído y le sale por otro lo que dictamina el TC (o el TSJ).

Hay quienes se rasgan las vestiduras por lo del catalán: no de pena, propósito original del desgarro, sino de forma exagerada. Lo de que las leyes tienen que cumplirse siempre es una quimera, un mito: ciertas leyes solo las cumplen quienes carecen de la fuerza, los medios o la influencia suficientes para oponerse a ellas sin que suceda nada. Las restantes, todos. Por ejemplo, las leyes hacendísticas se cumplen sí o sí, sea usted autonomía, elegetebeísta o cojo manteca. La batalla se plantea de forma sistemática en leyes tan difusas como lo de la cooficialidad, y siempre en aras de la sacrosanta patria con bandera, himno y lengua.

España es independiente, pero me temo que casi sin bandera, salvo por la de la plaza madrileña de Colón, sin himno, salvo por el fútbol y los menguantes cuarteles del ejército, y, eso sí, con una lengua (maravillosa) que sus habitantes emplean cada vez peor, pero que admira a propios y extraños (más a los extraños). Atesora bastantes obras literarias universales, de esas que políticos catalanes (y vascos) sueñan con tener algún día para sus lenguas, y ojalá que lo consigan. De momento al catalán parece que lo salvaguarda esa República ilusoria, huida del exterminio español, porque sus habitantes hablan lo que les parece y como les parece, y a los demás ni nos molesta ni nos importa.

Del euskera ya se dice mucho en estas páginas, incluso en otras mías, de modo que sobran las palabras. ¡Hasta lo exigen los amigos de los niños para los dibujos animados de estos!

viernes, 19 de noviembre de 2021

Polonia despertada

Si omitimos la presión migratoria de Bielorrusa sobre las fronteras polacas, cuantas noticias suelen provenir del país eslavo informan de terribles males ocasionados por la extrema derecha perdularia que gobierna y a los que la UE combate con toda intensidad, por ejemplo bloqueando los Fondos de Recuperación. Pareciera que Polonia, un país que forma parte de la UE, no lo olvidemos, ha gestado un germen de intransigencia capaz de abominar incluso de su reciente historia bajo los mortales yugos de la esvástica y la hoz y el martillo. 

Fíjense que, en el fondo del asunto, se encuentra el dictamen del Tribunal Constitucional polaco sobre algunas partes del Tratado de Adhesión, específicamente donde hace prevalecer la independencia de su poder judicial sobre las normas comunitarias. A nosotros, una vez contemplado el espectáculo circense de cómo los partidos entienden lo de la independencia de los jueces, nos suena a quimera de tiempos mejores. Pero a Polonia no. 

Se da la circunstancia de que este país está gobernado por conservadores, lo cual muchos consideran una aberración terrible. Yo no acabo de entender por qué los mecanismos de la izquierda han de parecernos propios de mentes avanzadas y los de la derecha todo lo contrario. Tan extendido está que incluso la derecha se izquierdiza renunciando a sí misma, lo cual antes que logro es demérito. De un tiempo a esta parte, ciertas minorías se han acostumbrado a dictaminar sin debatir qué es moralmente válido en el orbe, de uno a otro extremo, como si la humanidad despertase de las cavernas gracias a sus hallazgos filosóficos. 

Cuénteselo a los polacos: su primer ministro sufrió en su juventud las persecuciones de los siempre eficientes comisarios políticos comunistas y casi todos los polacos tienen un ancestro aniquilado en los miasmas de los muchos Auschwitz que se extendieron por el territorio. Cuesta pensar que sean tan absurdos como para querer abrazar otro régimen totalitario, aun de signo contrario, pero eso es justamente lo que proclama el partido de Donald Tusk y lo que muchos han creído a pies juntillas. Cuando la otra parte ha hablado, la respuesta del Parlamento Europeo han sido insultos y amenazas, anuncios de bloqueos e indignaciones varias, con tanto furor que uno se pregunta si no será Bruselas el bastión del totalitarismo “woke” que no soporta que se contradiga sus premisas, sus divagaciones y sus corolarios. 

Este es el signo de los tiempos. La total sumisión de la política hacia los despertares mágicos.


viernes, 12 de noviembre de 2021

Fogones lentos

No lo cuento porque haga frío, que lo hace (díganmelo a mí, que cada día uso la moto sin encender la calefacción, porque no la tiene), pero siempre que me ha tocado compartir mesa y mantel en otros países, regreso a casa añorando un buen plato de legumbres estofadas.

Como sucede en todas las casas donde se cocina de manera tradicional, en la nuestra mi madre refundió las tradicionales recetas cocederas hasta crear una olla podrida con garbanzos o alubias muy de su gusto y del gusto que hubiere en el Siglo de Oro (si bien no hasta el exceso de los noventa ingredientes con que en Alemania satisfacían su apetito los reyes y los nobles). Es la misma receta que yo he adoptado para cualquier pote, mas liberándolos de la opresión del mondongo durante la cocción. Ya les dije hace meses que me he vuelto espartano, fino y fibroso, y no el gordinflón con que ustedes se confunden al ver la foto que aparece encabezando esta columna (no me reconocerían). Ciertamente, los potajes los prefiero enviudados: sin vuelcos ni abrazos de moza, que decían los antiguos, y siempre con pan, porque de ser algo, culinariamente, me definiría como un Pultofagónides artófago. A mucha honra y sin hablar fenicio.

Muchos viven en la convicción de que el cocido garbancero o la tolosana alubiada son fundamento arguiñanal de cualquier obeso. Nada más lejos de la realidad. En el reino de las alubias, los garbanzos, las berzas y los puerros no crece el colesterol. Tampoco crecen las fermosas núbiles de vientre plano que venden en la tele fármacos para la tripa voluminosa de los demás (qué pensamiento tan machista: ya me avergonzaré en otro universo), pero eso es otro cantar. Tales males pandóricos gozan de hispánica clemencia lo mismo en Donosti que en Cádiz, piedad que se despacha sorbiendo chocolate con soconusco y mordiendo indigestas porras. Seamos claros: en estos tiempos de tarifazos, impuestazos, elegetebeísmos(plus) y parafernalias “woke”, lo de siempre es refugio donde volver a sentirnos naturales y mansos.

Las legumbres y viandas similares requieren calma y sosiego, no son muy coherentes con este tiempo en que vivimos. Los italianos tienen su pasta de diez minutos y los ingleses sus hamburguesas de cinco. Muy rico, pero cansino. Nosotros podrecemos las ollas para que tornen suculentas, y mejoran de un día para otro. Claro que también narcotizan más las locuras de la tele que la complacencia de los diarios, esos que sientan mejor en papel y delante de un café que se vaya enfriando implacablemente.


viernes, 5 de noviembre de 2021

Museos vendo

Kutxaespacio es un precioso lugar para trabajar y divertirse, mas no es imprescindible para divulgar la ciencia. Alberga artefactos y talleres más afines a un parque de atracciones que a un currículo formativo. Cuando entré a dirigirlo, había una cámara de Wilson, un simulador de movimiento browniano, una visualización del átomo, rayos catódicos… pero no un capítulo educativo que permitiese al visitante pasear por los constituyentes de la materia sin perderse. Y así con casi todo su contenido. Era impactante, pero no estaba bien acabado. Por eso, con la inestimable ayuda de Jenaro Guisasola y el magnífico equipo de profesionales del museo, elaboramos un plan que paliase tal deficiencia y asentase las bases para ser tenido en consideración en cualquier política divulgativa futura de la Lehendakaritza. Dibujamos muchos otros planes: todos papel mojado, salvo el de entretenimiento, que sí prosperó: su resultado son los simuladores que disfruta la gente y un excelente planetarium que fue mejorado a mi salida, cuando yo ya no insistía en ello. Fui breve, pero longevo.

Reorientar el Kutxaespacio no es un error. Es la consecuencia lógica de estos tiempos. Replantear su misión puede ser un acierto si se hace con criterio y una estrategia clara. Los museos de mayor éxito, no solo en España, son aquellos que con perspicacia han diseñado su utilidad dentro de la enseñanza formal del sistema educativo. Lógicamente, la misma pasa por un correcto didactismo, pero no solo en un sentido comercial (vender más entradas). Para ser referente, palabra que gusta mucho, Kutxaespacio ha de ser depositario y divulgador de conocimiento tanto al erudito como al lego, combinando la transferencia de los conocimientos científicos a un sector más amplio, no solo el escolar, con un bagaje cultural científico provisto de riqueza y completitud para toda la población.

No nos rasguemos las vestiduras: la sociedad y la propia ciencia hace tiempo que caminan muy alejadas de estos museos dedicados al ocio. Ser referente no consiste en sacar pecho por tener un edificio bonito y un calendario de talleres. Creo que Kutxa dispone de una oportunidad magnífica al reconsiderar una estrategia que quedó obsoleta hace años. Les sugiero que echen un vistazo a aquel trabajo ingente desarrollado en el museo entre 2006 y 2007 para modernizar no solo los módulos del Kutxaespacio, sino toda su propuesta educativa y el discurso científico que nunca tuvo, cuando alguien decidió que era más fácil tener un parque de atracciones.

(El siguiente párrafo no fue incluido en la edición impresa del DV) 

Entonces Obra Social Kutxa venía regida por gente absurda que convertía cualquier asunto que se abordase en un infierno. En ese ambiente desquiciado había que trabajar, como bien sabe el bueno de Félix Ares, a quien “aparcaron” inmisericordes. Kutxa tardó en reemplazar aquella tropa infecta que, en su infinita egolatría e ignorancia, no dejaba hacer y mandaba a la papelera cualquier plan aprobado por ellos mismos el día anterior. Cuando se quiso revertir la situación en OS, Kutxaespacio ya había perdido su gran oportunidad. En La Caixa a Wagensberg le dieron tiempo y recursos: en Kutxa solo nos dieron por saco.


viernes, 29 de octubre de 2021

Incongruencias quijotescas

Algunos son tan atípicos que hasta con el entusiasmo crían incongruencias. Por acudir feministas a marchar contra las leyes de la transustanciación sexual, un podemita con escaso mando en plaza y excesiva facundia para soltar esputos, aloja a sus integrantes donde el estercolero hiede peor. Y a una jueza que concluye sus provisiones con “perspectiva feminista” al valorar a quién conceder la custodia de un vástago, por calificar de profunda a cierta región galiciana la turba habitual de iletrados (que acostumbran a no leer nada sobre lo que hablan) que normalmente habría de auparla a los altares, hace que llueva sobre ella chuzos punzantes. 

Como todo el mundo puede opinar sobre cualquier cosa, lo mismo volcanes que la proteína S del coronavirus, al final lo que todo el mundo acaba haciendo es insultar a bote pronto y con impaciencia contra cualesquier opiniones que crean provenientes de un contrario. Y cuando se adquiere el hábito de difamarlo todo por creerse uno en posesión de ejemplares valores, como en esto de los nuevos fueros del multigénero y otras mandangas, al final se gasta munición contra cualquier cosa que se mueva, y no de fogueo, precisamente. Es comprensible: las orillas de estos ríos, donde se cuecen intrincadas batallas, no bastan ya para albergar tantísima enemistad y, en lugar de dos, necesitan ser muchas las orillas, lo que obliga a transformar los ríos en cubos tetradimensionales, y sabido es que en un bicharraco de más de tres dimensiones las geometrías se embrollan y quienes antes pasaban por cuates ahora resultan ser escoria, basura, o bien trastorno digestivo y ventosidades malolientes. De verdad, en este barullo orillístico no hay quien pueda quedar vivo.

Pero qué divertido lo deja todo esta farsa artera, en verdad no sé de qué me quejo. Fíjense: anda a palos el Gobierno contra sí mismo por derógueme usted una ley que dijo que sería la primera derogación que usted acometería (ya va para tres años el anuncio); a palos las muchas facciones que menudean en sede parlamentaria, siendo o no de la misma orilla; a palos los que aspiran a prebostes de un mismo partido político,  sin importar la idéntica procedencia y sin mirar demasiado a quién sacuden o por cuánto tiempo (los abofeteados tornan aliados y las alianzas enconamientos - y a punto he estado de colocar ahí una eñe)… Esto es como el capítulo del Quijote donde la venta de Maritornes, la de un ojo tuerta y del otro no muy sana: que apagose un candil y zumbáronse todos a bulto sin compasión. 


viernes, 22 de octubre de 2021

Indulgencias plenarias

A vueltas con el revisionismo histórico (cada día más concurrido), lo primero que se advierte es el oportunismo que lo rodea, porque en la cuestión de fondo estamos todos de acuerdo: genocidio, esclavitud, segregación, etc., son todas evidencias protervas en sentido imperativo. Otra cuestión es que, quienes vivieron en esas épocas donde el comportamiento humano se regía con actitudes censurables, tuviesen avíos para cuestionar lo acostumbrado. Muchos no, pero alguno seguro que sí. Tampoco las tenemos ahora: no es improbable que, andando los siglos, los humanos del siglo XXI seamos censurados por nuestro egoísmo e individualismo, por haber alcanzado una evolución social y económica y tecnológica poderosa sin querer resolver de una tacada las carencias más elementales de muchos contemporáneos nuestros: hambrunas, sequías, guerras… Pero estoy divagando.

Cada día más gente se apunta al revisionismo, especialmente quienes lo consideran una obligación de justicia universal. En España, sin ir más lejos, ha servido para acrecentar la leyenda negra que nos persigue desde hace siglos y ante la que el español medio se agazapa cobardemente. Pero en otros países cuecen habas similares. Tanto que se ha puesto de moda el perdón retroactivo, como si tal cosa tuviese asiento. Quienes se empeñan en exigir tan nada remisorio perdón parecen querer extender a los coetáneos la culpabilidad en que incurrieron quienes hace muchos años dejaron de existir. Y lo rechazo. Si me repugna y rechazo la maldad tanto como al que más, ¿por qué razón he de asumir yo su diabólica herencia y no los demás, habida cuenta de que tal malignidad fue homogénea en todos los países y pueblos que vivieron en las épocas aludidas? Ni me siento culpable de los desmanes en que pueda incurrir mi hijo ni responsable de los pergeñados por mis ancestros (al menos desde mi tatarabuelo, que hasta ahí he subido en el árbol genealógico).

La Historia nos enseña no solo las gestas, también la brutalidad y fiereza con que se llevaron a cabo. Los códigos morales en que nos asentamos y que aparecen traducidos en las leyes modernas son justa respuesta a la observación del mal en las raíces que nos soportan. Las nuestras, en las que jamás participamos. Lo de exigir perdón no deja de ser una ominosa reprobación arrojada a la cara de otro con superioridad estúpida. Nadie está libre de ese pecado original de nuestros antepasados. Y nadie debería rechazar las gestas que acabarían definiendo una ética moderna en tiempos entonces futuros.


viernes, 15 de octubre de 2021

Divertimentos políticos

Con qué razón entiendo ahora la indolencia política que contemplaba en los mayores cuando niño y a la que me sumo ahora entusiasmado. Me he vuelto mayor, no por las canas ni las arrugas, sino por el cinismo que a uno le sale del alma en cuanto observa las inepcias muchas que se trae la cosa pública. Al menos, yo, las considero como tales, y no solo en lo que respecta a los partidos y gobiernos, que de un tiempo a esta parte son habituales tanto en los medios de incomunicación, por ejemplo cuando denominan información a lo que antaño era un editorial, como en buenos sectores de la sociedad que aplauden alborozados los extraños e irrisorios atavíos con que se lustra eso llamado el nuevo cambio social.

Con todo, los sucesos más divertidos, y también los más lamentables, suelen estar protagonizados por ministriles y parejos. Últimamente dos situaciones me han causado gran perplejidad, que para la risotada ya me he acostumbrado al chiste. Véase, por ejemplo, el rollo de la descentralización (de las instituciones) del Estado, como si el Estado no estuviese ya descentralizado en las autonomías, cuyos presidentes (incluido el lehendakari) constitucionalmente lo representan, mal que les pese y quieran justo lo contrario. Este novísimo relato se torna despiporre cuando lo explica en términos de compartición la ministra portavoz que lo es también de lo territorial por no querer decir que se trata de un peaje. Antes muertos que sencillos. O véase el extraño suceso de una señora que fue ministra de las cosas del exterior cuando justifica ante un juez que no puede decir nada sobre un asunto que le competía porque alguien, hace una década, escribió un papel convirtiendo en secreto todo cuanto le pete a un Gobierno.

Todos los días salta a la palestra un divertimento más audaz que el anterior, pero maldita sea la gracia que nos hace ya. Es lo que tenemos, y resulta que lo que tenemos es de un miserabilismo sonrojante, no solo por el contenido de las actuaciones, también por la exasperante tendencia a polarizar a la propia sociedad. Es lo que tiene optar por los extremismos más centrífugos y dirigir una democracia como si fuese una propiedad. Tiendo a pensar que no son las ideologías, sino las inteligencias de que se ha pertrechado el poder a través de los partidos, que aborrecen actuar con amplitud y largo plazo. Por eso es mejor contemplar la destrucción que ocasiona un volcán o discutir con los tontainas que cada doce de octubre vindican el indigenismo como forma de vida superior.


viernes, 8 de octubre de 2021

Que vieron los siglos

En la Historia se hallan las huellas que confluyen en el presente. Libros y museos la atesoran, sí, mas los primeros no son ya leídos y los segundos solo sirven al turismo y para guarecerse de la lluvia. Casi mejor acudir a la güiquipedia, aunque el riesgo de toparse de bruces con un odiador profesional es cada día mayor y más riesgoso, pero mejor eso que nada, aunque yo sigo prefiriendo la Larousse o la Británica, pues no hay enciclopedia digital moderna que las iguale. 

Nunca hubo como hogaño tantos ignorantes, envanecidos de modernidad, que quisieran no solo reinterpretar, sino sojuzgar la Historia. Siempre los hubo, que esto de no leer y creerse muy leído no es solo de modernos, mas la carestía intelectual de tiempos pasados nada tuvo que ver con la actual, mucho más oprobiosa, preñada como está de indolencia, flojedad y eternidades ocupadas en tuíteres e instagrames y netflixes varios, y son estos ignaros quienes vienen ocupando de un tiempo a esta parte los estrados donde se aprueban los cambios sociales, y no sabiendo dedicar el tiempo a lo que siempre importó, se ocupan los ministriles en crear confusión, cuanta más mejor.

Digo lo anterior por perpetuar sin revisión la más alta ocasión que vieron los siglos (pasados y venideros), sucedida hace cuatrocientos cincuenta años frente a las costas griegas del golfo de Corinto, al oeste de Nafpaktos, ciudad bautizada por los venecianos como Lepanto, y de la que muy pocos se acuerdan, ocupados como están en compensar las muchas horas que no pudieron guasapear días antes. Allí (en Lepanto) una liga católica, liderada por Felipe II, rey de cuando España era un Imperio y no este perpetuo y patético guerracivilismo en que ha devenido, derrotó a otro Imperio, el otomano, musulmán y formidable, amén de turco. Lepanto suena, por tanto, a batalla, pero también a manco, por Cervantes, quien luchó subido al esquife de la Marquesa, ayudando a los arcabuceros en la recarga y donde fue el Príncipe de los Ingenios herido de tres balazos, uno de ellos en la mano izquierda, aciago aunque feliz suceso que no habría de impedirle escribir El Quijote, esa universal obra que hogaño ni tan siquiera es leída, como la Historia.

Para quienes solo gustan de folgar, comer, turistear y creerse excelsos, apremia derrocar no a los gobiernos sino a la Historia. Para quienes, en cambio, encontramos en sus páginas fuerza y aplomo, nunca es poca la ocasión de revivificar y honrar la memoria que, en aras de la democracia, muchos menoscaban a diario.


viernes, 1 de octubre de 2021

Euskaraz

Irakurle maitea. Seguru asko ohitzen zara niretzat zein zaila den esaldi bakarra euskaraz idaztea. Pentsatu behar dut aditza esaldiaren amaieran jarri, izenak, artikuluak eta adjektiboak ondo deklinatu eta "dut" edo "du" -rekin ez sartzea. Hiztegian ere begiratu behar dut ez dudalako hitz egiten eta hitzak oso erraz ahazten ditudalako. Euskara gehiago eta hobeto ikasten saia ninteke, baina pixka bat kostatzen da. Bide batez, Juanjo lagun onak zutabe hau berrikusi du eta ziur nago Diario Vascoko profesionalek zuzenketa gehiago gehituko dituztela: lerro hauetan irakurri duzun emaitza ahaleginaren barrenak dira. 

Euskara bezain konplexua den hizkuntza bat hitz egitea ez da inorentzako erronka intelektuala, euskalduna edo ez: niretzat euskararekiko errespetu eta interes zintzoaren erakustaldia bada, batzuentzat onartezina den interferentzia da ez izateagatik lurralde hauetan jaio edo bizi izana. Ez dakit nire irakurle maiteak euskaraz gehiago edo gutxiago hitz egiten duen bere bizitza pribatuan. Berdin zait. Txostenek diote gutxi hitz egiten dela, nahiz eta politikariek ahalegin handia egin duten eskualde eder eta maitagarri honetako hizkuntza ofizial bakarra izan dadin. Askotan gertatzen den bezala, jendeak egiten duena politikariek proposatzen dutenarekin bat ez badator, jendeak irabazten du eta politikariak gogaitzen du. 

Imajinatzen dut independentista baten buruan nagusi dela eskualde hau endogamiakoki eta betirako hazten ikusteko nahia: agian horregatik uste du "estatu egituretatik gaztelaniaren arrasto guztiak ezabatuz soilik lor daitekeen zerbait dela". Baina Euskal Herria izugarria ez denez eta populazioa oso ugaria ez denez, endogamia politiko-linguistiko horrek gainbehera eta geldialdia besterik ez du ekarriko. Agian oker nago, baina ziur asko bizitza pribatuan euskaraz erabiltzen ez duen jendeak gauza bera pentsatuko du. 

Mundua hizkuntzaz betea dago (biziak eta hilak) eta zoragarriki aberatsa da zentzu horretan. Latina, euskara, grekoa eta baita klingona ere gustatzen zaizkit. Sinets iezadazu: pozik nago euskara pixka bat idazteak, zubiak ditudala eta bi aldiz disfrutatzen dudala pentsarazten dit. Edozein mugimendu independentistak lehertu nahi dituen zubi berdinak dira (batzuk modu errealean ere bai): lurralde zehatz batean jaio direlako zoriontsu bizi garen guztiok baino hobeak direla pentsatzen dutenen adierazpen maltzurra eta munduko edozein lekutan. 

Datorren astean, irakurle maiteek onartzen badidate, berriro gaztelaniaz idatziko dut, baina ez dut utziko euskaraz gehiago egiteari, oso gaizki egiten ari naizela  uste ez badute behintzat. 


En euskera

Querido lector. Seguro que te haces a la idea de lo difícil que es para mí escribir una sola frase en euskera. Necesito pensar en poner el verbo al final de la oración, declinar bien los sustantivos, artículos y adjetivos y no liarme con el "dut" o el "du". También tengo que buscar en el diccionario porque no lo hablo y olvido muy fácilmente las palabras. Podría intentar aprender más y mejor euskera, pero cuesta un poco. Por cierto, mi buen amigo Juanjo ha revisado esta columna y estoy seguro que los profesionales de Diario Vasco sumarán más correcciones: son los entresijos del esfuerzo cuyo resultado leen en estas líneas.

Hablar una lengua tan compleja como el euskera no solo es un desafío intelectual para cualquiera, vasco o no: si para mí es una demostración de sincero respeto e interés por lo vascongado, para algunos es una intromisión inadmisible por el hecho de no haber nacido ni vivido permanentemente en estas tierras. No sé si mi querido lector habla más o menos euskera en su vida privada. No me importa. Los informes dicen que se habla poco a pesar de que los políticos han hecho grandes esfuerzos para convertirlo en el único idioma oficial de esta hermosa y entrañable región. Como suele ocurrir, si lo que hace la gente no coincide con lo que proponen los políticos, gana la gente y fastidia el político. Me imagino que la cabeza de un independentista está dominada por el deseo de ver crecer esta región de manera endogámica y para siempre: tal vez por ello crea que es algo que solo se puede lograr eliminando todo rastro de español de las “estructuras estatales”. Pero como el País Vasco no es enorme y la población no es muy numerosa, esta endogamia político-lingüística solo conducirá al declive y al estancamiento. Quizás me equivoque, pero seguro que la gente que no habla euskera en la vida privada piensa lo mismo.

El mundo está lleno de idiomas (vivos y muertos) y es maravillosamente rico en ese sentido. Me gusta el latín, el vasco, el griego y hasta el klingon. Créanme: soy feliz escribiendo un poco de euskera, me hace pensar que tiendo puentes de unión y lo disfruto doblemente. Son los mismos puentes que cualquier corriente independentista desea hacer volar por los aires (algunos incluso de forma real): la expresión artera y ruin de quienes piensan que por haber nacido en un territorio específico son mejores que todos los que vivimos felices en cualquier parte del mundo.

La próxima semana, si me lo permiten mis caros lectores, volveré a escribir en lengua castellana, pero no voy a renunciar a hacerlo más veces en euskera salvo que les parezca que lo hago fatal.


viernes, 24 de septiembre de 2021

Tierras brexitañas

Por tierras del oeste de Inglaterra me encuentro, razón por la que les escribo un par de días antes de que esta columna llegue a sus ojos. Ya es otoño y en la campiña británica los matices son muy distintos a los habituados en la piel de toro, Euskadi incluida. Esta dulzura, para mí desacostumbrada, parece el guiño refutado de cuanto sucede en La Palma, donde la lava arrasa cuanto encuentra a su paso. Pero las entrañas de las gentes no son las entrañas del volcán, y aquellas nos conmueven en la desgracia donde estas nos admiran por su poder incontrolable. ¿Habían olvidado que somos ignorados por la naturaleza inanimada? 

Con amabilidad sajona, mis colegas ingleses preguntan por el volcán rugiente, pero poco. Una cierta curiosidad les impele, nada más. No se trata de una devastación de proporciones bíblicas y tienen otros asuntos en los que pensar. Tal vez más importantes. Tampoco he hallado en el Brexit una razón de peso para las sobremesas. De hecho, la industria a la que pertenecen ha vivido estos últimos doce meses una de los periodos más expansivos que se recuerdan dado que sus clientes principales son los que mantienen conectados a la inmensa mayoría de los humanos del planeta. El virus tampoco quiere ocupar su puesto en las tertulias. A fuerza de eliminar todas las restricciones, el gobierno británico ha conseguido que aquí todos hayan vuelto a vivir con normalidad. Y normalidad significa que la relación humana con la enfermedad o la muerte está donde solía. Debieran aprender de ellos los mandamases del resto del mundo, tanto mindundis como egregios, empeñados como están en ser salvadores universales de descarriados e ingratos ciudadanos. No he observado que aquí protesten médicos y sanitarios. Los entusiasmos acaban pereciendo en los ríos de lava de la cotidianeidad.

Encuentro la Gran Bretaña más conservadora que antes tras el Brexit. La proverbial flema, aun abigarrada, es compartida por todas las aristas poliédricas del espacio político y ciudadano. Tal vez por eso a nadie repugna la inmensa inscripción estampada en la fachada principal de la empresa de mis colegas: “Made in Britain”. En mi país, pienso, se ha laminado lo que significa España hasta convertirlo en un asunto burocrático menor, incluso cadavérico en ciernes, por vivir al albur de los caprichos y petulancias de quienes solo persiguen perpetuar su preeminencia. 

Cuando me lea, caro lector, habré regresado. Seguramente durante un par de días pensaré en por qué no tuve la suerte de nacer británico.


viernes, 17 de septiembre de 2021

Hiyab hispano

Me preguntaba hace unas semanas qué habíamos hecho durante veinte años en las tierras del Talib. Era una pregunta retórica: lo que hicimos fue devolver derechos a quienes carecían de ellos (mujeres sobre todo), permitir el acceso universal a la educación y evitar que la violencia triunfase. Por qué fallamos: sigo sin saberlo. Es posible que por imponer a la fuerza la democracia, como ha afirmado el jesuita Bergoglio parafraseando a Putin creyendo que citaba a Merkel, y obviar que los talibán instruyen la sharía con cánticos sensibles y guirnaldas de azahar para adornar los cuellos de quienes se muestran reticentes. 

Tendemos en Occidente a lidiar incongruentemente con el Islam. Yo mismo he tardado en advertir el atavismo heteropatriarcal cristiano que despliego al contemplar las mujeres magrebíes con el velo musulmán de modestia coránica, prescrito en el siglo octavo y que continúa vigente más de mil trescientos años después (luego dicen de la geología). Digo que he tardado y no saben cómo agradezco a nuestras próceres de Igualdad y Agenda 4501 que me abran los ojos hacia el maltrato a que son sometidas las mujeres sin velo en este país. A las del velo las proscribe su dios: aquí somos un país aconfesional y en las relaciones con los credos religiosos se sigue favoreciendo al mismo Vaticano que en 1983 se desentendió, sin abrogar, del velo prescrito por San Pablo para las mujeres en las epístolas que remitió a la iglesia de Corinto que fundase seiscientos años antes de las iluminaciones mahometanas. 

Nuestra modernidad, según las activistas ministrantes, no deja de ser sedicente y oculta una realidad menos lustrosa: la mujer es vapuleada de continuo, se le impide el acceso a cualquier tipo de estudios o de trabajo y no puede deambular borracha y sola por la calle, aspiración legítima que acaso no alcance en todo el siglo XXI. Puro Afganistán. Porque, atendiendo el griterío insaciable, la libertad en España comienza y acaba donde los hombres heterosexuales, homofóbicos e islamofóbicos decidimos y tamañas pretensiones no pasan de meras ambiciones a las que accederemos cuando a nosotros nos venga en gana. Ni entiendo cómo dejamos hablar tanto a las activistas con cartera: tal vez para que las que llevan cartera sin ser activistas, reconocibles por estar sentadas a izquierda y derecha de Dios Sánchez, no desarrollen ínfulas en demasía. 

Qué grande es disponer de guías preclaros en estos tiempos de gloria preterida. Si resulta que se vive mejor en el Talibán y todo…


viernes, 10 de septiembre de 2021

Drupas insípidas

He debido esperar hasta septiembre para encontrar un melocotón que satisficiese mis anhelos de saborear gozoso esta drupa, porque ciruelas tenemos en la huerta y son abundantes y exquisitas. Los albérchigos desaparecieron de mi terruño hace años (un rayo hendió el árbol) y el melocotonero se secó no recuerdo cuándo ni por qué motivo: de ahí que mi querencia por un estupendo prunus haya ido siempre en aumento. Resulta que en Hipercor encontré lo que quería: un melocotón jugoso de sabor intenso. Siento la propaganda: los demás que aprendan a comprar en mercados mayoristas.

No es baladí el asunto de las frutas y verduras organolépticamente atroces. Tanto nos hemos acostumbrado a sufrir melocotones sin sabor (o con sabor pésimo) que los compramos con resignación rutinaria porque toca arrinconar las sempiternas manzanas. Lo menciono para el caso del melocotón, que me resulta sangrante, pero sirve lo mismo para el resto de drupas, para otras frutas y para la inmensa mayoría de las hortalizas que nos venden. Toda esta variedad nauseabunda hortofrutícola ha infectado los supermercados y también las tiendas tradicionales. Saben fatal, pero son tan vistosos que podrían aparecer en la portada del Sports Illustrated (táchenme de machista por la metáfora: les tildaré de estúpidos). Como en todo, comemos antes por los ojos que por la boca. 

El cultivo hortícola en las urbes es una cosa muy mona para contar a los amigos, pero se encuentra a distancias sidéreas de constituir una amenaza a la industria frutera y verdulera. Curiosamente, la industria cárnica, con similares atropellos hacia el consumidor, ofrece productos mucho más satisfactorios. Luego quieren que seamos vegetarianos y médicos y dietistas insisten en que hinquemos mucho el diente a las zanahorias y los tomates. Pero, ¿acaso los han probado y les gusta? Cada melocotón infame es un adepto más para la tribu carnívora y quienes prefieren un dulce tras el plato de comida.

Dirá usted que dar de comer a siete mil millones de seres en nuestro exiguo planeta exige cometer tropelías con los sentidos. No es verdad. La verdura representa el 80% de nuestra dieta y su cultivo cubre el 50% de la tierra habitable. La cuestión no es de cantidad. Es de calidad. Y de distribución. 

Ya se está pasando el verano y más pronto que tarde desaparecerán las frutas con hueso de los expositores. Pero al menos yo no olvidaré la lección ni dónde acudir la próxima vez que desee degustar un buen melocotón que chorree jugo y delicias al morderlo.


viernes, 3 de septiembre de 2021

Estudiantes afganos

No tengo la menor idea de lo que España ha venido haciendo en Afganistán los últimos 20 años. Se han pasado en un suspiro, porque yo aún recuerdo, como si fuese ayer, el episodio que desencadenó nuestra intervención en la tierra pastún. Es culpa mía. Me he desentendido por completo del tema en estas dos décadas. Fíjense ustedes cuál no sería mi sorpresa al descubrir que todo aquello no ha servido para nada. Para robarle un tercio de la vida a mucha gente, poco más.

Salir por piernas de un lugar que has invadido, aunque sea amigablemente y para instaurar el amor universal, suele ser deshonroso. Especialmente para los militares, quienes se involucran de verdad en los saraos que se suceden en las tierras anexionadas. Pero con honor, o sin él, cerrar el quiosco y hacer el petate a marchas forzadas, con el Talibán en ciernes y bombardeando alrededor, conlleva traicionar a quienes allí han de quedarse. Luego lo venden como un repliegue exitoso en el que, de paso, traemos a un millar de individuos para que se refugien en este Occidente al que ayudaron allá donde los lejanos desiertos, las tribus y las amapolas. Ayudar, ¿en qué? A construir un país civilizado y moderno, democrático: eso nos dijeron (o nos han recordado estos días). Veinte años no han sido suficientes. Tal vez ni siquiera doscientos, pero esa es otra cuestión. Desde luego, cuando la cosa se ha cerrado con reuniones misteriosas entre los servicios de espionaje y el Talibán, no entre diplomáticos o gobiernos, es porque seguramente nos llevan engañando a todos desde hace mucho tiempo sobre lo que allí sucede. 

Mientras tanto, aquí a lo nuestro. Produce sonrojo escuchar la multiplicidad de estupideces en que se ha despachado la tropa. Y no me refiero a las sandeces feministas de turno, ni siquiera a los intentos de edulcorar la praxis de un Talibán como si aquellos guerreros tribales, reunidos no para defender una idea de país, sino la de un inexistente Dios que susurra a los profetas, tuvieran algún interés en lavar su imagen ante nosotros. Me refiero a las manifestaciones de los dirigentes, con el melifluo y bastante senil Biden a la cabeza y toda la recua de países “otaneros” detrás. Causa sonrojo escucharles hablar como si no nos hubiesen desalojado a patadas y de manera humillante, causando una catástrofe humanitaria y dejando a miles de otrora aliados en una situación cuyo fatal desenlace será revelado en poco tiempo. Es lo que pasa cuando juegas a ser Alejandro Magno en la piel de un Chamberlain mediocre.


viernes, 27 de agosto de 2021

Laudo ab eremita

A principios de esta semana se quebró la cubierta de la rueda trasera de mi bicicleta. Bastante había aguantado por estas carreteras destrozonas de las Arribes. Ha sido imposible encontrar repuesto. La alarmante escasez de productos manufacturados que vivimos conduce también a este tipo de molestias. Me ha contrariado mucho acabar la temporada estival de pedaleo antes de lo previsto. Solo me quedan los paseos, pero está el campo tan asfixiado y las gentes tan antipáticas que, por no encontrarme con uno y con otros, prefiero quedarme en la penumbra de mi casa a leer. 

Es curioso el fenómeno de cómo las penosidades urbanitas, con sus avariciosos deseos de bienes, se trasladan eficazmente a los entornos rurales, desatendiendo con ello la primera norma de cualquier beatus ille que por tal se precie desde los tiempos de Horacio. Somos, en definitiva, unos hipócritas Alfios, moradores de la gran urbe que, por el beneplácito de una sombra y de unos manantiales susurrantes, ensalzamos la sencillez del campo aun sin querer de ninguna manera buscar acomodo en él. Hay quienes lo intentan, y con denuedo, pero el neorruralismo no es un estado anímico que perdure los suficientes otoños, con sus soledades y aburrimientos. Que se lo cuenten a los habitantes de Fago. 

Continúan vigentes las tres admoniciones de Thoreau: lo mal que nos alimentamos, la vulgaridad de nuestras vidas y lo analfabetos que somos. El tema de la nutrición merece un escolio aparte, pero que nuestras existencias se hayan constituido en antas de la ramplonería y la ignorancia se explica por sí misma. Dirija usted, caro lector, la mirada a cualesquier manifestaciones de la cosa pública y no observará en ella sino vocinglería repudiable e inculta que, por disponer de púlpito, se arroga el derecho, y la obligación, de iluminarnos a todos sobre cuál es el sentido teleológico de nuestra existencia. 

Hay quienes cultivan huertos en una simple maceta para saciar la sed de pureza y alcanzar el locus amoenus que finalmente otorgue sentido a la aflicción de lo mundano. Yerran. No en querer cultivar, sino en el tópico. El peligro no son la porquería de melocotones que nos venden, sino la basura intelectual que nos embuten constantemente. Sin prados jugosos ni torrentes cantarines, solo podemos asirnos, en medio del ruido político y del fragor combativo de las naciones, a la búsqueda de un eremitorio privado, repleto de lecturas y reflexión, donde, aun mal alimentados y vulgares, podamos aspirar a dejar de ser analfabetos.


viernes, 20 de agosto de 2021

Telurismo

Una vez que comienzo a pedalear por las Arribes, olvido que el mundo y el tiempo restantes existen o una vez existieron. Sospecho que cada año, por el estío, me envuelve el sortilegio del campo y el aire, el sol y la carretera, el esfuerzo y el dolor, que canta su nana silenciosa al ritmo de las pedaladas. Tal vez por ese motivo no me importa demasiado ni lo que está sucediendo en Afganistán, ni los incendios forestales, ni si el virus infecta más o menos. Agosto cierra la persiana todo el mes, o al menos la porción de tiempo que dedico a empujar la bicicleta con las piernas, y las noticias que suceden ahí fuera, en el espacio circundante que todo lo llena, se me antojan indiferentes. 

Me preocupa mi organismo, que es lo que ha de impulsarme por las carreteras sobre las dos ruedas cuyo siseo es lo único que podría molestar al monte. El domingo recorrí los primeros 40 kilómetros, esa ruta de toboganes constantes que se aleja de las empinadas revueltas de los Arribes, pero que resultan perfectos para acomodar los músculos. Por favor, qué padecimiento. Qué atroz martirio unir al esfuerzo el recuerdo martillador de aquel cuerpo que, nueve meses atrás, volaba por el asfalto y se arrogaba el derecho de cruzar cualesquier revueltas que se le antojase al espíritu que lo impelía. ¡Dónde quedó esa substancia fibrosa, altanera y envanecida que con orgullo le chistaba al mismísimo cañón del Duero! Pero, los días han transcurrido, y el pedaleo ha ido mejorando pese a encontrarse lejos de sus maneras óptimas. Como le espetaron a uno en la cara, dejándolo anonadado, denle tiempo.

Ya son dos los estíos que esta casa lleva existidos sin la presencia de ninguno de mis progenitores. Pareciera que sus muros y dependencias se resisten a admitir que nosotros, los que permanecemos, podamos creernos dueños y amos de sus secretos. El pueblo mismo, esa mezcla heterogénea de vecindades y corrales arrumbados, de añosas viviendas moradas por espíritus o humanos (al final, da lo mismo unos que otros), quiere mirarme con recelo porque sabe que soy extranjero. Quien lo ignora, soy yo. Tal vez sea que mi propia memoria está empeñada en desterrarme del terruño. Incluso tengo tiempo, sobre la bicicleta, de pensar qué sucedería si un día dejase de venir por aquí para siempre…

He de invocar un conjuro que desvele este telurismo que me inquieta. Porque en cada ruta que recorro pedaleando no dejo de contemplar los espectros de mi pasado y ni una sola de las circunstancias actuales que me envuelven.


viernes, 13 de agosto de 2021

Luz exosférica

El miércoles el sol emergió tras una franja ancha de polvo graso que se extendía por el oriente. Lo único que podía avistarse era una colosal, gruesa, densa faja de polvo iluminado, sin atisbo alguno del disco solar. Ayer, jueves, esa fosca calimosa aparecía atenuada y era posible contemplar un astro rey más humilde y sencillo, de contornos nítidos. Ninguna sensación de fresco en la moto a esas horas. El calor seguirá aumentando. Dicen que persistirán por un tiempo estas jornadas caniculares…

A causa de ello, por el día y por la noche, zumban los aparatos de aire acondicionado. Funcionan con electricidad, ese suministro cuyo precio, hoy mismo, está no por las nubes, sino en la termosfera, donde los transbordadores espaciales. Una parte del disparatado precio de la luz proviene del encarecimiento del gas que la genera: Asia demanda mucho, Filomena arreció en invierno, hay problemas de suministro y, por tanto, las reservas son bajas (cuanta mayor la carestía, mayor el precio). Otra razón se halla en las restricciones de emisión impuestas por la UE, lo que impulsa el precio de los derechos hasta la troposfera (cuanta mayor la restricción, mayor el precio). Centrales nucleares y de ciclo combinado (las que usan gas) generan similar cantidad de electricidad, siendo el precio de esta última la que marca el precio final (la más cara ofrece también mayores beneficios a las baratas). Finalmente, en la mesosférica factura de la luz figura el IVA y otros impuestos. 

En toda Europa, el precio de los mercados mayoristas de electricidad ha evolucionado de forma similar en el último lustro. La volatilidad proviene de traducir todo este batiburrillo al mercado minorista, que es el suyo o el mío. En España, el precio regulado es dinámico, caso único en todo el orbe europeo y donde se están produciendo las circunstancias más escandalosas. Alguien se está haciendo de oro especulando con un mercado regulado, y no son precisamente las eléctricas quienes vencen en esta partida (aunque les gustaría). 

El Gobierno podría hacer algo: tocar el IVA (pero anda necesitado de ingresos) y diseñar una estrategia coherente a largo plazo (de la que carece, como en casi todo). En lugar de ello, se dedica a culpar a los Gobiernos anteriores, a insultar a las eléctricas (UP es Gobierno, no lo olviden) y a sugerir horarios óptimos de planchado y lavadora. A esto, a teñir de socioemocionalidad las mates de los niños y a poner a caldo a los jueces que no les son afines, lo llaman gobernar. Arrieritos somos…


viernes, 6 de agosto de 2021

Enaltecimientos a la vasca

Es indignante la cantidad de franquistas que corren por las calles como conejos por el campo. Cuarenta y cinco años más tarde, muerto el dictador de franco nombre, enterrado dos veces sin que se haya advertido intentona de escapismo de su momificado cadáver, los simpatizantes del bajillo caudillo siguen siendo un problema de primer orden en este país y en esta tierra (España y Euskadi, elija usted el orden, las dos opciones valen).

Observo varios problemas en esto de convertir la Historia en leyes para el buen recuerdo. Por ejemplo, la desconfianza de nuestros legislativos hacia las gentes: quizá piensen que ninguno somos capaces de discernir lo que pasó tras la Guerra Civil (salvo ellos) y que vivimos al albur de las vocinglerías del exégeta de turno. Como si las décadas en democracia no hubiesen servido para nada. Pero una cosa es promover los esfuerzos por exhumar los cadáveres de quienes se enfrentaron a los sublevados y yacieron sepultados por ello bajo años de tierra y olvido, acto de reparación que todos hemos de celebrar, y otra imponer multas por enaltecer el decurso de un régimen ya periclitado. No es lo mismo decir "Gora Franco" (evidente exaltación) que "La sublevación de Franco fue debida al mal gobierno de la Segunda República". Ambas las rechazo, pero la primera es excluyente y la segunda sí invita a debatir o a seguir buscando en los libros razones para argumentar en contra de quien lo profiere.

Aunque resulte tópico recordarlo, en Euskadi se aplaude y encumbra a miserables asesinos aún vivos. Lo de "fomentar principios y valores éticos y democráticos, la dignidad de todas las personas, los derechos humanos, la cultura de la paz, la convivencia, el pluralismo político y la igualdad de género, frente a los discursos de la exclusión, la intolerancia y la negación" no parece entrar en contradicción con los aplausos en los ongi etorris hacia quienes mataron salvajemente a inocentes, incluso maniatados como estuvo Miguel Ángel Blanco. Para los aplaudidores, Sortu y compañía, es lícito celebrar la vuelta a casa de quienes han cumplido sus penas de prisión. Para las víctimas, casi todas ellas asesinadas durante una democracia mejor y más integradora que la propugnada por semejantes bestias humanas, se trata de una afrenta intolerable que goza del silencio (no sé si cómplice, traidor, interesado o simplemente estúpido) de quienes no dudan en imponer multas en defensa de una memoria que lleva décadas escribiéndose y analizándose en los libros de Historia.


viernes, 30 de julio de 2021

Veteromasculinidad

No soy duro ni agresivo. Sensibilidad y delicadeza guardan equilibrio en mi vida, o eso pienso. En ocasiones han apuntado que tengo el alma más femenina que masculina. No sé qué es tener alma femenina, pero sí sé cuál es mi biología. Tras dos millones de años de evolución, la considero más concluyente que cualquier elección subjetiva. No me cuelgo de las ramas de los árboles ni olisqueo los culos de otros cánidos. A veces bufo cuando veo pasar caminando a una hembra, pero aún no he querido flagelarme por disponer de sensaciones. No me gusta el fútbol (ni siquiera el fútbol jugado por mujeres) y compruebo que mi discurso queda lejos del odio (fascista) hacia lo diferente, pero, pese a ello, seguramente y siempre de acuerdo a ciertos neomandamientos, debo ser un hombre tóxico necesitado de inmediata reeducación. 

Los ayuntamientos están para reeducar a la población masculina. Si se deja evolucionar a esta mitad rabiosa del censo, el mundo deviene agreste, violento, supremacista y dictatorial. Mujeres y hombres que se sienten mujeres corren grave peligro de ser masacrados. Por eso resulta gloriosa la iniciativa en neomasculinidad de la alcaldesa de Barcelona. Acabará con la violencia machista y la irrespetuosidad de género por décadas. Siglos. Milenios, tal vez. El paso siguiente será abrir una escuela de neofemineidad, donde las mujeres que se sientan e identifiquen como mujeres, y por tanto dispongan sus sentidos naturales hacia los hombres (ese tipo de atracción tan tediosa), aprendan a vivir sin la deformación de los criterios ancestrales (sexualidad, familia, amor). A un lado y otro del espectro sexual quedarán sujetos plurales capaces de alumbrar un neomundo, abierto y heterogéneo, donde las relaciones arquetípicas queden felizmente superadas. 

No basta la ley. La ley no educa. El hombre masculino y potencialmente machista, o machista per se, ha de ser erradicado vía reeducación, al igual que la cultura tradicional o la desmemoria democrática. Deben reescribirse lo mismo la historia y el nombre de las calles que el código genético. Es preciso desalojar al homo sapiens de la vida cotidiana y que prevalezca la femina sapiens. Ahora o nunca. Asistiremos al alumbramiento de una nueva especie humana, a un mundo sin insensibilidad ni brutalidad, donde el anulado retrohombre deje de maltratar sistemáticamente a las mujeres, a los homosexuales y a los seres transgenéricos. Y de bufar por unas piernas. Y de gritar cuando otros veteromasculinos jueguen con una pelota en un verde prado.


viernes, 23 de julio de 2021

Estado del sentido

Como en otras Constituciones, la nuestra de 1978 establece los tres poderes del Estado: legislativo, ejecutivo y judicial. Basta con llegar al artículo 117 de los 169 que hay escritos, este último con una referencia explícita al 116, de vigencia ahora mismo por ser el que habla del estado de alarma, excepción y de sitio. Todo esto lo cuento por si no ha leído la Carta Magna, cosa que tampoco tiene mayor importancia (pocos han leído el Quijote o la Biblia y ya ve usted).

Desde que un tal Guerra que no hacía llover café en el campo, declarase muerto a Charles Louis de Secondat, bajo tierra desde hace más de 250 años, hemos asistido a un continuado ejercicio de unificación de todos los poderes en uno. El Estado es el Ejecutivo. Y como el Ejecutivo es el Presidente y unos cuantos que están ahí porque, de no estar, está muy solo, resulta que el Estado soy Yo, digo Él. Corrijamos el artículo 1, punto 3, de la Constitución: “La forma política del Estado español es el Absolutismo presidencial”. Y todos contentos. El Uno, porque podrá ejercer su labor sin el incordio de la crítica. Los Otros, porque podrán holgazanear en sus escaños sin que importe en absoluto (no importa, de hecho). Los Terceros, es decir, los jueces, porque verán aliviada su carga de trabajo, últimamente demasiado centrada en los desmadres gubernativos en relación a la Carta Magna.

Ese es el auténtico sentido de Estado. El proveniente de la fineza, talento, competencia y sabiduría de Pedro XIV, nuestro Presidente Sol. A nadie puede extrañar que un miembro del poder judicial, ejerciente en el ejecutivo, lamente la carencia de este sentido tan importante en sus colegas del artículo 117. Como el legislativo aprueba con indolencia lo que dicta el Presidente Sol, debido a un pacto suscrito con el subconjunto de legisladores definidos por denostar el Estado (quieren ser ellos soles absolutistas en sus respectivos territorios), al final solo quedamos los ciudadanos para alarmar cariacontecidos de la soleada autocracia que ha acontecido con más cara que disimulo. Pero los ciudadanos estamos solo para obedecer y pagar impuestos, luego no nos van a hacer mucho caso. Nada, realmente.

Lo irónico y divertido es que el sentido del Estado depende mucho de cómo los ciudadanos sintamos el Estado cada cuatro años. En las urnas no se eligen ejecutivos ni judiciarios, solo legisladores. Y, por mucho que le pese, al astro que quisiera ser proclamado rey se le soporta durante un plazo de tiempo limitado. Luego se elige otro.


viernes, 16 de julio de 2021

Constitucionalizando

Lo escribí el 3 de abril de 2020: “El Estado (está eliminando) las libertades constitucionales aprovechando una Alarma que, constitucionalmente, no está diseñada para eliminarlas. Un ciudadano asustado es dócil. El miedo conlleva obediencia. El miedo a perder la vida, fundado o no, ensordece la pérdida de libertad” (Libertad confinada)

Entonces falló el Tribunal Constitucional declarando ilegal la alarma. El Gobierno y sus ceroferarios excusan el varapalo diciendo que con ella salvaron cientos de miles de vidas. . ¿Acaso no se hubieran salvado si la etiqueta se hubiese rotulado con la palabra “excepción”? No se declara ilegal la medida, sino su contexto. Con la alarma llegó de inmediato la desinformación, el ocultamiento y la manipulación inmisericorde. Nos tomaron por tontos y, si objetábamos, nos criticaban por desunir, tachándonos de traidores: ¡no era tiempo de distingos! Para algunos nunca lo es. Como moría gente, qué más daba las formas... 

Sospecho que en Moncloa alguien se sintió jubiloso con un estado de excepción declarado como estado de alarma. Donde aquel obliga al control parlamentario, este permite sustraerse a cualquier vigilancia en todo aquello que le dé la gana, como a bien tuvo confirmar poco después. Solo necesitaba la firma de los integrantes del Consejo de Ministros. Estos días contemplamos para qué sirven en realidad los ministros en España: para hacer lo que le pete a su amo hasta que les son arrebatadas las carteras. Sí, sabían muy bien en Moncloa lo que estaban haciendo pese a lo inútiles que parecen en todo lo demás.

Solo Vox, esos fascistas apedreables, plantearon la inconstitucionalidad de la decisión adoptada. Vergüenza tendría que sentir el resto de la oposición que dice oponerse. Están igual de maniatados por el miedo de una población que lo mismo acaparaba papel higiénico que aplaudía en los balcones: con ilusión por todo, hasta en lo ridículo. ¿Derechos fundamentales? Para una inmensa mayoría está claro que el único derecho que debería estar suscrito es el de no tener que morirse nunca de nada. Porque ni remordimientos por sacrificar el futuro de sus hijos sienten.

Un Gobierno al que, sentencia tras sentencia, le van abriendo las costuras es un cadáver político. Tal vez por ello se conduce con proclamaciones y decisiones propias de repúblicas bananeras. Lo sabíamos y lo venimos diciendo desde hace mucho. Solo quienes viven cegados por el ideologismo o unas siglas, ahora igual de muertas, son capaces no ya de justificar lo injustificable, también de defenderlo con uñas y dientes.

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viernes, 9 de julio de 2021

Nos creemos libres y sanos

Si lo pienso bien, no me gusta el tiempo en el que vivo. Tal vez por esta razón me refugio en la literatura y música clásicas. Cualquier tiempo pasado debió ser mejor. Tal vez los vivientes de esas otras épocas tuvieran la sensación de que sus existencias eran miserables, plagadas de enfermedad, de muerte, de gobiernos absolutistas y tiránicos, de esclavitud… La diferencia es que nosotros creemos haber evolucionado hacia un estadio mejor, donde el hambre y la pobreza se han erradicado, abundan los alimentos y los elementos de ocio, disponemos de libertad y elegimos a quienes nos gobiernan. 

Hambre existe aún, y pobreza. De hecho, en el mundo avanzado nos aprovechamos continuamente de ello porque, de otro modo, no podríamos mantener el nivel de vida al que nos hemos acostumbrado. Tal vez horneemos pizzas industriales y compremos delicias empaquetadas, pero la comida es un asco, se lo digo yo. Cuando era niño, cogíamos los melocotones de la huerta y bastaba uno de ellos en una fuente, en el centro de la mesa, para darle fragancia a toda la estancia. He dejado de comprar melocotones, y nectarinas, y casi toda la fruta de verano porque es asquerosa: venden unos engendros que solo tienen de bueno el color, porque están duros y saben amargos. Al menos con las sandías no han podido: las mezclan con calabaza para que no tengan pepitas, mas las pobres se resisten a perder el sabor. No son como las de mi huerta de secano, pero gusta su frescura.

Ni siquiera nos hemos zafado del miedo. Miren lo del coronavirus. Ahora que las cifras de fallecidos e ingresados son ridículamente bajas, los gobiernos se ceban con los contagios para seguir masacrando las economías de quienes más viven de la libertad de las personas. Ahítos de soberbia, en vez de ir recomponiendo lo descompuesto, perpetúan su complejo de malos gobernantes: en Euskadi se sabe mucho de esto. Por miedo, las personas han renunciado no solo a sus derechos, también a respirar aire fresco y acostumbrarse a inhalar sus propias bacterias, lo mismo en el monte que en una calle desierta. Qué bien se gobierna con miedo. A partir de ahora surgirá una emergencia planetaria bajo cada roca donde se halle un cangrejo sospechoso de alguna lobreguez.

Pobreza. Alimentos. Dictaduras... Me queda la esclavitud de Twitter o Facebook, pero hoy la soslayaré, que esta mañana vine al trabajo contemplando, como cada día, el precioso amanecer sobre los campos, y no quiero que nadie lo use como pretexto para un tuit de esos tan vergonzosos.


viernes, 2 de julio de 2021

Derrotas encallejonadas

Cada vez que las huestes nacionalistas hablan de autodeterminación se meten más al fondo de un callejón sin salida. De un cul-de-sac se sale dando media vuelta. De una situación imposible, además, cabizcaído. Aceptar a regañadientes, sin que se note, que la autodeterminación es imposible no es otra cosa que ejercer el derecho a gestionar la derrota y al consuelo de berrear proclamas secesionistas donde les dé la real gana (normalmente en la calle y en alguna fecha señalada, por ejemplo el día del independentista emancipado).

Algunos se metieron hasta el fondo del callejón moliendo a palos a todos los demás en su huida (mucha Euskadi y libertad, pero hoy solo les aplauden en su casa a la hora de comer). Otros siguen pensando que merece la pena vivir complacidos con el culo tan bonito donde viven, pero sabedores de que hay una puerta bien grande a la entrada porque hay que irse de vacaciones o hacer negocios con los territorios más amplios y adyacentes (eso sí, luego hablan de autogobierno y de relación con el entorno por no pronunciar el fatídico símbolo del fracaso). Los hay que estando dentro arman un ruido infernal porque solo así pueden seguir alimentando las ilusiones de quienes una vez fumaron hongos hasta el delirio y ahora poco menos que se creen el reino de los Incas (de hecho, es todo tan de mentirijillas y psicodélico que llegan a proclamar durante unos pocos minutos la apertura del callejón por el otro lado pese a que este sigue ocluido). Al final, los de afuera del callejón, que ni entienden por qué pasa lo que pasa allí dentro ni tienen más sensación que el hartazgo por el constante ruido que meten los encallejonados, asumen resignados que eso del callejón es una cosa que hay que conllevar, como al petardo de la familia que no sirve para otra cosa que tocar los cojones (con perdón).

Los autodeterministas disfrutan de un sucedáneo de aquello que sueñan que habría de obrar el poder de contentarlos. Siempre dicen que no basta. Quieren ser chocolate del bueno. Pese a ser administrados y educados y sanados y entretenidos únicamente por ellos mismos, y además creerse que lo hacen de puta madre, mucho mejor que los de afuera, el sabor del sucedáneo suena (y es) engañifa para sus altos fines. No se dan cuenta de que, al masticarlo y dejando para los sueños eso de ser nación distinguida, ya han firmado la capitulación. Igual que los de afuera, que seguimos pensando que, en el fondo, a los del culo de bolsa se les debe algo desde hace siglos. Y no es cierto.


viernes, 25 de junio de 2021

De nuevo el verano

Me he liberado de los vapores ciegos que atenazaban mis ojos, traídos por el invierno desde muy lejos, cuando, a punto del introito primaveral de hace un año, el mundo hubo de sucumbir y entablar batalla contra la naturaleza y contra el propio ser humano. Ciegas eran las vaharinas, los alientos, las brumas, los arreboles, y ciegas también las risas, jolgorios, algazaras y alegrías, en aquel invierno perpetuo, crepuscular, pajizo, de pesares y muerte, dolor y llanto, pesimismo, derribos y fracasos. Bien lo hube de sufrir en la propia carne y el propio desconsuelo. Afuera no había nadie. Solo ruido amasado por las funestas voces de quienes nunca dejan de hablar.

Han vuelto las golondrinas a sus nidos bajo los aleros: lo sabemos por habernos despojado de los ciegos vapores. Y hace frío por las mañanas, pero las alboradas son tan dulces que abren a los ojos un vivo esplendor como no viera nunca el alma en sus ensueños. La visión, de pronto desplegada, de la inmensa ciudad (gran selva de edificios) sigue naufragando en las glorietas y en los vehículos que un día desaparecieron. Eso fue lo más extraño de todo: no que fuesen reemplazados por corzos, lobos o venados. Perdimos una ocasión magnífica para ser sabios e instruidos.

Hubo un momento en que fábricas y comercios parecieron hechos de oro por lo inaccesible que devinieron. Ni siquiera tañían las campanas de las torres tras las argénteas agujas que apuntan a lo más alto. Adornadas de almenas, no solo las iglesias sostenían los astros con luciente pedrería. Cualquier edificio, por miserable que fuese, escondía tras antas y muros el universo encerrado en sí mismo. La naturaleza labraba un efecto de materia oscura, borrasca tras borrasca, ya por fortuna apaciguadas. Era oscuridad cavernaria, de los vapores ciegos que emanaron del cerúleo cielo.

Hemos vivido con todo confundido, mezclado, en recíproco ardor, fundidos en ignorancia y asintiendo lo mismo que si fuésemos esclavos. Y por esta esclavitud asumida lo hemos perdido todo, especialmente el futuro. De ahí que, habiéndose soliviantado los ánimos contra el común enemigo que siempre oprime y gobierna como le da la gana, este asombroso atavío que forman las ciudades con sus vagos edificios haya acabado estallando. Y continuará haciéndolo.

No importa si esta extraña columna parece compleja de entender. Se lo aclaro: defendámonos a ultranza de quienes portan consigo el ultrajante invierno y reencontremos dignidad cívica y buen sentido: no otra cosa es lo que llamamos verano


viernes, 18 de junio de 2021

Brevedades sutiles

La inmediatez cultural del mundo actual ha extendido su característica allende sus fronteras. Ahora la brevedad tuitera afecta también al enrevesado mundo de las relaciones diplomáticas e institucionales. Dada la prolijidad de estos asuntos, sospecho que sus representantes emplean algún tipo de código que les permita expresar con completitud aquello que enuncian sucintamente. Como entre pillos anda el juego, se entienden con muy poco: imagino que les basta el arranque de una frase, o la primera palabra, o la sílaba inicial, o incluso la letra con que se escribe para desplegar de facto todo su argumento. Por ejemplo, “ENE”. Donde todos leemos el nombre de una consonante, ellos saben leer “Nuestra voluntad de diálogo con el reino marroquí para resolver el problema del estrecho es firme y no cabe ponerla en duda”. Y mucho más, lo que pasa es que yo no tengo tanta imaginación para llenar una columna entera con el contenido de una letra.

Tardo diez segundos en recitar todo el alfabeto. Pongamos que, en aras de una perfecta dicción y por facilitar la comprensión ajena, voy despacio. Treinta segundos. Luego en los treinta prodigiosos segundos que nuestro Presiliente despachó con el señor de la Casa Blanca tuvo la oportunidad de abordar casi veintiocho temas de absoluto interés y máxima prioridad. La mascarilla no permite ver el movimiento de los labios del señor ese con quien había que despachar a toda costa, pero tampoco pasa nada por asegurar que se dedicó, principalmente, a escuchar lo que nuestro doctor estaba diciendo. Saber escuchar es de sabios. Saber decir muchas cosas en medio minuto, es de portentos. Pero me mosquea lo mucho que tarda en hablar el Presiliente cuando se dirige a nosotros, los ciudadanos, en sus locuciones… Deberíamos hallar un código para reducir esas tabarras a diez segundos.

Enhorabuena por los nuevos estilos diplomáticos. Fíjense en lo enjundioso que fue el encuentro entre ese señor que ocupa el trono de la Generalitat con el rey que ocupa el trono de España (y que desde la abdicación del monarca emirático sabemos que se trata de una simple silla de madera). Uno que no quiere ver al otro en aras de su excelso sentido de la concordia y el otro que ha de aguantar lo que le echen porque eso es el sentido de estado aunque por ello deba ser tachado de fascista. Lo importante: un minuto de concordia, diálogo, reconciliación y presentaciones. ¿Quién da más?

De verdad que lo que pasa en este país últimamente es para morirse o del disgusto o de la risa.


viernes, 11 de junio de 2021

Apagones náuticos

Dicen que el otro día se cayó Internet. Yo no me enteré y espero que muchos de mis caros lectores tampoco se enterasen. En puridad se interrumpió un rato el servicio que una empresa de las nubes presta al Amazonas y a los espotifais y resto de aplicaciones que en el mundo digital habitan. ¡Me hubiese gustado ser testigo del gran desastre! Llevo soñando con un abrupto regreso a 1990 desde que advertí lo desagradable que se ha vuelto la red en muchas de sus manifestaciones, superando incluso a la televisión (que ya es decir) tras demoler la pretensión que teníamos por construir una vida más creativa y democrática junto con unas cuantas bondades más (todas las que concibiésemos, valían). Nada de eso pasó.

Supongo que comprar de todo en el Amazonas y que lo lleven a casa mientras se navega por Netflix es un beneficio inmenso para la humanidad. Eso del cine en el barrio o el comercio de proximidad resultaba un artificio tan medieval como la monarquía, pero sin capacidad de renovación. Todavía acudimos al supermercado porque nos gusta ver la bandeja de plástico con albóndigas envueltas en una película de plástico transparente antes de entregar el dinero que dicen que cuesta, pero si lo pensamos bien, estamos tan acostumbrados a comer cualquier porquería que daría lo mismo pagar primero y mirar después. Es solo una reminiscencia de cuando éramos jóvenes y soldados. 

Los tomates de mi huerta no los vende el Amazonas, desde luego. Como no tengo para los miles de millones de personas que habitan el planeta, los demás compran unos tomates que parecen crecidos en una página web. De modo que antes de Internet ya había cosas horribles y nos las llevábamos a la boca o nos las vestíamos o las leíamos lo mismo que ahora. Estábamos preparados para guglear debido al increíble salto cualitativo que supuso renunciar a oler a piel en los zapatos en aras del inodoro plástico con que se hacen las cosas. Eso sí, nos preocupa mucho el medio ambiente. 

Internet es un catalizador. El progreso lo inventaron tras la segunda guerra mundial como un afán por esparcir el ansia de disponer de todo y renunciar a lo poco y bueno en favor de lo muchísimo y malo. La sociedad de consumo es la tumba que aún no se ha cerrado por completo para la humanidad. Cuando se cierre, Internet será el esparcidor donde medren unas pocas corporaciones enormes y ricas, que, para entonces, habrán construido replicantes para divertimento de Blade Runners y comodidad del ser humano, finalmente liberado de su pequeñez física



viernes, 4 de junio de 2021

Luz refulgente

Esto de la luz no tiene remedio. Con la cuestión del calentamiento arribó la de la energía. De repente todo fue clima y sostenible. Pero se sigue degradando el planeta, aunque lo haga más lento. No sé quién dijo aquello de que evolución es hacer una carrera hacia el abismo. Cuando nos hayamos extinguidos, descansará el planeta. Una lástima que no quede nadie para verlo (ni disfrutarlo).

Con el cambio de modelo energético, cambió (porque se incrementó mucho) la factura de la luz. Las llamadas renovables fueron bautizadas también como gravosas. En España, con la implosión inmobiliaria, descubrimos que el sol cuando calienta, allá en la playa, resulta limpio. El astro puede que lo sea: lo que está sucio es el sistema eléctrico en el que irrumpió Helio, achicharrando la cartera. Protestamos: ciudadanos e industrias. ¡No puede ser! Pero, oiga, ¿no queríamos ser campeones olímpicos de lo renovable? ¿No buscábamos energías limpias, abundantes y baratas? Tanta limpieza y tanta abundancia no ha de haber cuando lo que prevalece es, justamente, lo poco barata que se ha vuelto la luz. ¡Luego dicen del petróleo y la gasolina!

En Europa somos así de chulos. Emisiones o precio. Eso del coste ha de ser solo cuestión de pagar, como las tasas e impuestos, y a todos parece que nos sobra el dinero (bien lo sabe nuestro Gobierno). Pero las emisiones son suciedad que dejamos a los descendientes (como la deuda, aunque esa no la quieren disminuir) y ciudades anegadas por los océanos, que nadie se explica por qué no están aún anegadas. Pongamos directivas en Bruselas: cero emisiones, aunque para ello debamos de convertir el desarrollo económico en una cuestión de China (la del virus, la misma). Y hagamos caso al ecologismo: lo nuclear es caca y la hidráulica no sé qué tiene que no gusta (justo las dos más baratas: somos unos genios).

La factura eléctrica que me llega con periodicidad ha estado subiendo todo el tiempo y lo seguirá haciendo. Lo mismo que los ingresos fiscales del Gobierno. ¿Bajar impuestos? ¿Reducir el IVA? ¡No me haga reír! Hablamos de políticos: una vez elegidos hacen lo que sea para incrementar el gasto del Estado (y Estado somos todos, incluso los soberanistas). Mejor ajustar (otra vez) el sistema tarifario teniendo en cuenta las costumbres de los ciudadanos para, precisamente, hacer que paguen más. Llevo años poniendo lavadoras por la noche (cierro la puerta para que no asuste el centrifugado) y da lo mismo. Lo seguiré haciendo, pero no por pensar que voy a ahorrar algo.


viernes, 28 de mayo de 2021

Indultos sacrificados

Ahora que vamos a pedir la reintegración a España del prófugo de Waterloo, para indultarlo mejor, conviene advertir algunas ideas al respecto.

La primera, que las tensiones soberanistas en España, ora provengan de las palabras, ora de las parabellum, aunque a unos y otros hayan conducido a la cárcel, no son sino un continuo test de estrés con el que verificar nuestra capacidad de concordia y convivencia, actitudes en las que nunca debimos aflojar aunque los separatistas no tengan ni pizca de ellas. Esta capacidad se ve deteriorada a diario por la actuación de estructuras revanchistas y resentidas como son el Tribunal Supremo, el Código Penal o la propia Constitución, por citar unos pocos ejemplos. Afortunadamente, a restaurar la armonía se ha encomendado, cual poseso, este resiliente Gobierno nuestro para salvaguarda de nuestra democracia.

Lo segundo, la dimensión del sacrificio de nuestro Presiliente es inmensa. Diríase universal, como ese 2050 en lontananza que solo él vislumbra con su acostumbrada perspicuidad. Le acusan (le acusamos) de actuar con el solo propósito de seguir monclovizado, pero a estos mismos acusadores les pregunto (y a mí el primero) qué clase de sujeto podría viciar aún más el creciente desafecto de la ciudadanía (y de los suyos) hasta asegurarse un batacazo homérico en cuanto las urnas de todo el país vuelvan a abrirse. ¡A nadie! Cualquier otro viraría drásticamente la barcaza para eludir los bajíos hacia los que navega al pairo. Él no. Ni siquiera ha de molestarse en actuar con pedagogía. Atisba presentes donde los demás solo observamos negro vacío. Nuestra ceguera es tan proverbial como vengativa, y su sacrificio, por ello, encomiable. Ni San Sebastián recibiría con tanto aplomo tal cantidad de flechazos. Nuestro Presiliente es un hombre que hace lo que solo un hombre puede hacer (uno solo, él: no hay otro, ni siquiera ZP).

Lo tercero, y último. La filosofía taifa está tan incrustada en todos los Rh, incluido el vasco, que ni veinte pandemias podrán jamás hacer mella a tan alto propósito. Da igual que no pueda exhibir buena gestión y mejor gobernanza: el independentismo es tan fuerte que solo precisa de un Gobierno títere y un titiritero sin escrúpulos para fortalecer su pulso. Queda aún por esclarecer por qué una secesión mejoraría todo aquello que lo autonómico ya viene ejecutando, pues de momento es lo contrario. Pero mientras llega la respuesta, regocijémonos en lo bien que manipula gobiernos endebles dirigidos por resilientes mandamases.


viernes, 21 de mayo de 2021

Prisiones de Euskadi

El martirologio euskaldún parece escrito con la sangre de los asesinos, no de los mártires. Una característica de tan triste santoral es la pervivencia de aquellos frente al olvido en que están sumidas las víctimas. Si solo fuera el olvido, aún podríamos disculparlo en el humano devenir que todo lo disgrega. Pero es mucho más triste: quienes la vida fue extirpada han devenido vestigios silenciarios del mito de Euskal Herria, ese que solo existe en el magín de la izquierda abertzale y por el que jamás han renunciado a los objetivos del abertzalismo terrorista (solo a su herramienta devastadora). Les guste más o menos, sus vindicaciones soberanistas tienen lugar y ocasión porque la democracia (que nunca reconocieron quienes masacraban nucas, arrogándose lecciones sobre paz y libertad) trata de eso. 

Ahora se trata de reunir en la gestión carcelaria los distintos elementos del mito. No sería sorprendente si recabase la tarea en quienes vitorean como héroes a repugnantes asesinos. Pero en estas tierras éuscaras todo lo que el ojo contempla son dominios jeltzales y este asunto también les concierne. Reivindicación histórica (así lo llaman) por fin satisfecha. Casi parangonado al cupo. Habida cuenta de los años que llevan cosidas en las entrañas euskaldunas la educación, la hacienda o la sanidad, la celebración por el otorgamiento de esta canonjía se explica porque a los mandamases les atañe no la reintegración de la población carcelaria, sino porque en ella destacan quienes aún se creen gudaris y presos políticos.

Salvo por el incesante ruido extremista (se dan cuerda a sí mismos en cuanto advierten cierto agotamiento), la sociedad vasca vive satisfecha con sus estructuras de Estado y ese estupendo nivel de vida que otorga el cupo. Sin embargo, y aprovechándose del voto útil que a izquierdas y derechas atesoran en cada elección, los jeltzales siguen erre que erre con su pretendido entendimiento budista hacia todo lo abertzale, algo que siempre acaba (y no por error) en el bidón de la gasolina. 

Cuesta entenderlo a estas alturas del siglo. Lo del euskera es una vaca siempre apta para el ordeño y el advenimiento de la supremacía tecnológica vasca lleva vigente desde hace tanto tiempo que ya ni me acuerdo. Galantear con las proclamas abertzales, como en este asunto de las prisiones, es pura codicia (o puro cálculo) una vez que aquello que pretendían ya está conseguido. A menos, claro está, que también piensen que los muertos asesinados son muy molestos a la hora de explicar un mito.


viernes, 14 de mayo de 2021

La liga de los superhéroes

Hace unos días me llamó la atención que los grandes mandamases del balompié lamentaran la enormidad de las deudas que arrastran, al punto de encontrarse a un tris de la quiebra. Para ser el deporte rey, ese reino se sustenta en débitos. Entonces, ¿por qué pagan esas millonadas a los jugadores? ¿Esperaban un retorno que nunca se ha producido? Pero: la deuda existe porque alguien les está prestando, o ya habrían desaparecido. ¿Quiénes son los insensatos que invierten en juego tan ruinoso? Las lamentaciones futbolísticas a las que me refiero trataban de justificar la creación de un Universo Marvel solo para los superhéroes del balón. A mí la idea, en sí, me parecía magnífica, y por varios motivos: uno, que todo eso de la FIFA y la UEFA me parece un tinglado pasmoso; otro, que no es lo mismo ver jugar al Salamanca que al Barça; y luego, que eso de la socialización y democratización del fútbol es la chorrada más colosal que se ha dicho en mucho tiempo (primero que se democraticen los otros partidos, los políticos: no te giba…)

También descubrí que existe otra liga, pero encubierta y de supervillanos: la juegan los banqueros y sus ejecutivas retribuciones. Esta me parece terriblemente inquietante. La de millones que cobran incluso cuando lo arruinan todo, que suele ser cada cierto tiempo. Sin saber dar patadas al balón, talento que no todos tienen y no puede adquirirse, se forran igualmente pese a que las cosas vayan mal dadas para todo el mundo y sus goles signifiquen la ruina de muchas personas. Puestos a ser obscenos, ellos los primeros. Por eso digo que son los villanos de la película social en que nos tienen metidos. Cuanta más plantilla ajustan y menos crédito conceden, más ganan. El mundo al revés. Los futbolistas cobran según el mercado: en el caso de los banqueros, cobran de acuerdo a ellos mismos. Un cártel como la copa de un pino. Algunos braman en contra tratando de limitar sus sueldos por ley, pero pocos se acuerdan de que no hay mejor herramienta para moderar los sueldos que la ampliación de tipos y tramos en el IRPF. Póngale usted a uno de esos encumbrados un 90% de mordida y verá qué rápido se conforma con un yate menos.

Me dirán que se recaudaría solo un poco más. Pero vale la pena añadir esa lírica ahora que nos quieren estrujar a impuestos. Siquiera por equilibrar el debate: que desde el Congreso se hable de rentas altas aludiendo a 60.000 euros es constatación de que en este país algunos han dado por perdida la batalla de las estrellas demasiado pronto.