Mi madre enviudó hace unos años y es mujer de profundas
convicciones religiosas. Admito que, cuando habla conmigo sobre sus costumbres
de rezos y credos y rosarios, la mayor parte de las veces me dedico a burlarme
cariñosamente de su empeño por asegurarse enconadamente una mejor otra vida,
dejando para esta, la que realmente existe, el impreciso rol de estación de
tránsito.
Los temas del Señor son profusos. No fue sino hace unos
días que recordaba aquí, en esta misma columna, aquello de que Jesucristo nunca
existió, cosa que bastó para que algunos me endilgasen unas cuantas
jaculatorias de hondísimo sentimiento pío, tales como el darwiniano sugerir que
yo aún sigo siendo simio (o acaso lo entendí mal porque quisieron decir que soy
muy mono, que lo soy, pero no lo digo para no pecar de inmodestia). Y héteme
que otro lector bastante leguleyo me advierte del peso, literal, del Código
Penal y su artículo 525, aconsejándome que retorne al buen camino no me vaya a
suceder como a ese concejal lucense a quien una asociación de viudas le ha
pedido, denuncia mediante, disculpa, rectificación y propósito de enmienda por
anunciar los carnavales de su ciudad con un dibujo de alguien disfrazado de Papa.
Cuando los católicos se fundamentan hay que andarse con cuidado. Lo curioso es
que no ha trascendido la noticia de que en el juzgado respectivo los
funcionarios se hayan muerto de la risa…
En fin, a Dios rogando y con el mazo amenazando. Dicen unos
que es por respeto, palabreja cuyo significado nunca he alcanzado a entender y que
espero que no verse sobre la preservación de lo de ultratumba. Allá cada cual
si la defensa de Dios o de la figura del Papa la ha de ejercer mediante
abogados: que el más allá nos pille bien confesados (valga la ironía y no se me
enfade: me favorece demoler anacronismos atávicos para revalidar mis cualidades
simiescas).
Basta echar un vistazo a la calle para ver que las
convicciones religiosas van careciendo no ya de sentido, también de inmanencia
e incluso trascendencia. El devenir humano campa por otros respetos. Y aunque
se me antoja que la justicia no tiene mucho que ver con el martillo
fundamentalista, por mucho que el encaje escrito de la ley contemple inmensas
lagunas, está claro que cuando incluso los hijos denuncian a los padres por
maltrato al haberles privado del móvil para que de una vez se pongan a
estudiar, ha llegado el momento crucial de volar los puentes que unen
mediocridad y necedad.