viernes, 15 de marzo de 2024

El 11-M, veinte años más tarde



En el juicio del 11-M se investigaron tres tramas: la denominada trama asturiana, compuesto por delincuentes comunes asturianos que traficaban con hachís y explosivos; la banda del Chino, compuesta por delincuentes comunes magrebíes dedicados a todo tipo de delitos; y la banda del Tunecino, un grupo de islamistas radicales que se preparaba para cometer atentados en España. 

El Tribunal Superior fue incapaz de averiguar cuál fue la autoría intelectual de los atentados. Leída la sentencia con detenimiento, es imposible entender el 11-M sin la intervención de una cuarta trama, que no fue juzgada ni investigada, pese a las muchísimas irregularidades que en esos días se sucedieron. 

La hipótesis de la autoría de Al Qaeda (en la inefable Wikipedia se insiste en que fueron atentados yihadistas, pese a no haber sido corroborado ni por el Tribunal Supremo ni por la Audiencia Nacional) aún permanece en buena parte de la sociedad española y de los medios de comunicación. Es posible ver citada esta característica en numerosos libros, tengan o no relación con los atentados, porque el 11-M ha pasado ya a formar parte del acervo de nuestra historia democrática. Pero recordemos nuevamente, especialmente a aquellos que aluden al Tribunal Supremo para desdeñar a quienes objetan sobre la efectividad de las investigaciones realizadas: su sentencia negó cualquier relación entre los autores del atentado y la organización que lideraba entonces Bin Laden. 

Lo que van a leer a continuación no es sino una narración elaborada de la sentencia del Tribunal Supremo (sumario 20/2004), aunque también contiene referencias a la sentencia de la Audiencia Nacional, que instruyó los hechos. No se trata de una explicación alternativa, o conspiratoria, como se ha venido a llamar a cualesquier manifestaciones de dudas, desencuentro o simplemente negación de los hechos acaecidos hace veinte años y juzgados tiempo después. Es posible confrontar y verificar en la sentencia cada uno de los hechos que aquí se exponen. De hecho, hay autores que ya lo han hecho. Se advierte en algunos párrafos sobre ciertas interpretaciones o sospechas que, por ausencia de pruebas materiales, han quedado como simplemente eso: sospechas, indicios, pero no hechos probados. Pero la realidad no solo se construye alrededor de aquello que es posible demostrar fehacientemente (eso es algo que compete a la realidad jurídica, de la que este relato no desea formar parte), y veinte años después creo que es posible construir una realidad histórica basada en todo aquello que las investigaciones judiciales y policiales no fueron capaces de determinar. 

Escribo esto por respeto a las víctimas y como repulsa a los atentados, que fueron desencadenados materialmente tanto por quienes en este relato son nombrados como por otros que no aparecen en él, o correría el riesgo de escribir tantas páginas como contiene la sentencia. Pero también ha sido mi objetivo mostrar cómo en España pudo culparse de la muerte de dos centenares de inocentes no a los autores materiales sino al Gobierno entonces constituido; cómo diversas ideologías políticas sacaron provecho de ello alterando el decurso de la historia para siempre, pese a que muchos de sus principales actores tuvieron conocimiento preciso y exacto de cómo iban desarrollándose las investigaciones; cómo los cuerpos de seguridad fueron incapaces de salvaguardar la integridad de las investigaciones o la custodia de las evidencias, interponiendo todo tipo de trabas y obstáculos a quienes buscaban trabajar con lealtad al país en el esclarecimiento de los hechos, cuando no alterando manifiestamente las pruebas obtenidas; cómo la acción de la Fiscalía, un cuerpo jerarquizado que siempre ha de obedecer a sus superiores, no tuvo por pretensión en ningún momento servir al auxilio y alivio de la memoria de las víctimas y sus familiares, sino al interés particular del Gobierno entonces proclamado tras un vuelco electoral que, sin los atentados, jamás se hubiese producido; y, finalmente, cómo he llegado a pensar que España, a diferencia de otros países atacados por el terrorismo, como EEUU o Reino Unido o Francia, es el único Estado que no ha podido ni sabido dilucidar las causas y el origen de uno de los peores ataques perpetrados en suelo europeo. Claro que fue España el único de los países anteriormente citados, en el que no atacó Al Qaeda.   

1. Las tramas investigadas

La trama asturiana

Antonio Toro y José Emilio Suárez Trashorras se dedicaban al tráfico de hachís, el tráfico de armas, el tráfico de explosivos y el tráfico de vehículos robados. Trashorras, que había sido minero, mantenía contactos con algunas minas asturianas de caolín, lo que le permitía conseguir explosivos. 


En 2001, ETA comenzó a hacerles pedidos de armas y explosivos. Para atender a este importante cliente, Toro (arriba, a la derecha) y Trashorras (arriba, a la izquierda) necesitaban contratar a un correo que estuviese dispuesto a viajar a Francia para entregar el material a la banda terrorista. Ese encargo le fue ofrecido a Javier Lavandera, un tipo que había pertenecido al cuerpo de élite del ejército y que trabajaba de portero en un club de alterne frecuentado por Trashorras y Toro. Fue Lavandera quien, escandalizado por la gran cantidad de dinamita y detonadores que le estaban ofreciendo transportar, informó a la Policía Nacional de Gijón, quien a su vez se puso en contacto con la Brigada de Información, competente en materia de terrorismo.

La policía no hizo absolutamente nada al respecto salvo avisar al entorno de Toro del chivatazo y amenazar a Lavandera. Es un ejemplo perfecto de lo que se viene en llamar "cloacas del estado": en no pocas ocasiones somos totalmente inconscientes de los estrechos márgenes de eficiencia en que operan los cuerpos de seguridad, desplegando estrategias de investigación que luego se revelan completamente desafortunadas, todo ello debido a las complejas relaciones que mantienen con delincuentes (y confidentes). 

Pese al incidente, necesitados como estaban de alguien que hiciese de correo con ETA, Trashorras volvió a ofrecer un encargo a Lavandera: 400 Kg de Goma 2 urgente. Lavandera lo volvió a denunciar, pero esta vez a la Guardia Civil, ocupándose el teniente Campillo, quien se personó en su casa donde el primero confirmó que le habían ofrecido un negocio de mil kilos de explosivos semanales para vender. 

La consecuencia de todo ello es el arranque de una operación sobre... drogas. Ni se investigó ni se abortó el tráfico de explosivos existente entre los asturianos y ETA. Todo esto fue conocido por la opinión pública por la aparición, meses después del 11-M, de la cinta que la Guardia Civil grabó con las confidencias de Lavandera.

Las revelaciones de Lavandera no tuvieron consecuencias para Toro y Trashorras, pero sí para el confidente: su mujer apareció ahogada en la playa de Gijón y, días más tarde, recibió en el buzón de su casa un sobre con fotos del cadáver de su esposa durante la autopsia y un texto de advertencia. Ahora pregúntense quiénes pueden tener acceso a dicho material. Aún más, en 2006 dos desconocidos tirotearon a Lavandera mientras conducía, aunque sin efecto, y meses más tarde alguien colocó una bomba casera en su vehículo. 

Pese a todo ello, Lavandera declaró en el juicio del 11-M. 


Otros informadores asturianos, de los que no vamos a mencionar demasiados detalles en este artículo, tuvieron también conocimiento de la relación de Toro y Trashorras con ETA. Alguno de ellos se halla en paradero desconocido pese a haber concedido numerosas entrevistas a medios de comunicación locales. 

Recordemos un detalle interesante: Trashorras, además de delincuente común, era confidente de la policía. Veremos que la trama del 11-M está repleta de confidentes...

La trama del Chino

El Chino era el apodo con el que se conocía a Jamal Ahmidan, el líder de una banda de magrebíes dedicada a la delincuencia común. 

Antes del año 2000, el Chino se dedicaba al robo, al tráfico de vehículos robados y al tráfico de hachís en Lavapiés y en el País Vasco, donde había conseguido excelentes contactos con la banda terrorista ETA, lo que le daba protección para traficar en Euskadi. El comportamiento del Chino y de todos sus secuaces no se correspondía al del fundamentalismo islámico: prostitutas, drogas, delitos de sangre, alcohol… En otoño de 2003 el Chino alquiló una finca en Morata de Tajuña, que se convirtió en el centro de operaciones de la banda, y a la que realizaron una serie de reformas como excavar un zulo impermeabilizado para almacenar explosivos. Según testigos, amigos y conocidos, el Chino se pasaba la vida viajando al País Vasco, donde ETA siempre controló el mercado de la droga (la DEA, en 2002, definió a ETA como una organización dedicada al narcotráfico). Trashorras, como confidente de la policía, también vinculó al Chino con ETA. Que el asturiano se cruzase con el magrebí fue posible gracias a Rafá Zouhier, un colaborador del Chino que también colaboraba con Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil desde 2001, razón por la que en marzo de 2003 la Guardia Civil era conocedora del tráfico de explosivos desarrollado por Toro y Trashorras. La Fiscalía de Asturias llegó a informar de que en tales confidencias no había indicios racionales de criminalidad. Desalentado, entre marzo de 2003 y el 11 de marzo de 2004, Zouhier deja de informar de las actividades de Toro y Trashorras, incluyendo que los pusiera en contacto con el Chino, razón por la que acabó condenado por tráfico de explosivos en el juicio del 11-M.

La trama del Tunecino. Si la trama asturiana estaba dirigida por el confidente de la policía Trashorras, por el confidente de la Guardia Civil Zouhier, y denunciada por diversos ciudadanos como Lavandera y otros testigos protegidos, la banda del Chino estaba controlada por el confidente de la Guardia Civil Zouhier y muchos de sus miembros tenían sus teléfonos pinchados por la policía. La tercera de las tramas implicadas en el 11-M estaba también sometida a control policial por un confidente al que llamaban Cartagena, un argelino a quien sus estudios universitarios y su conocimiento del Corán le permitieron convertirse en imán de la mezquita de Villaverde, puesto que compatibilizó con tareas de informador de los servicios secretos marroquíes, en un principio y de la Policía Nacional posteriormente. El grupo del Tunecino estaba formado por árabes de tendencia yihadista. Con ellos, Cartagena asumió el ficticio papel de referente espiritual y se convirtió en el imán de referencia de este grupo de radicales. Cartagena reprocharía a la policía no haber evitado los atentados por no hacer uso de sus informaciones, como cuando relató que el grupo se reunió para decidir convertirse en mártires y hacer la yihad en Al-Andalus. Tras aquella información, la policía le sugirió abandonar Madrid e instalarse en Barcelona. Muchos de los miembros de la banda trabajaban, en mayor o menor grado, para la policía, incluido el propio Tunecino, líder de la banda. El juez Garzón, que llevaba el caso, jamás ordenó la detención de todas estas personas pese a las evidencias de sus intenciones. Durante el informe de conclusiones del juicio por el 11-M, la Fiscalía desveló en varias ocasiones el apellido auténtico de Cartagena, el confidente que había permitido la desarticulación de numerosas células islamistas en España.

Las dos caravanas de la muerte. En otoño de 2003 el Chino empezó a preparar el atentado que le habían encargado. Uno de sus hombres de confianza recordó que un viejo amigo suyo (Rafá Zouhier) tenía contactos en el mundo de la delincuencia organizada y le explicó que el Chino quería comprar explosivos y estaba buscando vendedor de confianza. Zouhier, que llevaba diez meses vigilando a la trama asturiana por encargo de la Guardia Civil, se ofreció a ponerlos en contacto. Zouhier informó a Toro y a Trashorras de que les había conseguido un comprador para sus explosivos y detonadores. El 28 de octubre de 2003, Trashorras viajó desde Avilés a Madrid para reunirse con el Chino. A partir de entonces, y hasta el 11 de marzo fatídico, los contactos entre Trashorras y el Chino fueron constantes. Trashorras se sirvió de algunos chavales de Avilés para ir entregando pequeñas cantidades de explosivos, siempre transportadas en la línea de autobús que conecta Asturias con Madrid. A finales de febrero, tras varios cruces de llamadas entre Trashorras y el Chino, este último viajó a Asturias acompañado de dos secuaces empleando dos vehículos y portando rifles y munición. Una vez en destino, recogieron explosivos y detonadores en la zona de Mina Conchita. El viaje de vuelta no se efectuó por la A6, como el de ida, sino que decidieron emplear la A-1, pese a que aquel fin de semana el norte de España se vio azotado por temporal de frío y nieve que cerró numerosos puertos de montaña y obligó al uso de cadenas en los pocos que quedaron abiertos. Tras atravesar las rampas del puerto del Escudo, completamente cubiertas de nieve y en un coche repleto de explosivos, la caravana de la muerte se detuvo en algún lugar cercano a Burgos. Conviene advertir que en el año 2004 el Comando Donosti de ETA disponía de un zulo para almacenamiento de armas y explosivos en Cabañas, muy cerca de la capital burgalesa. De ahí que el Chino se jugase la vida en el puerto del Escudo, el uso de dos vehículos, y la necesidad de ir armados: iba a encontrarse con ETA cerca de su zulo para recibir de esta material peligroso y abundante. Además, aquel mismo día, ETA introdujo por Hendaya una furgoneta cargada de explosivos, pero sus responsables sí sufrieron un accidente y fueron detenidos por la Guardia Civil. Los detenidos reconocieron haber recibido instrucciones del número uno de ETA (Mikel Garikoitz Aspiazu, alias Txeroki) para entregar los explosivos a otro grupo de activistas. Los agentes que los detuvieron incautaron a los etarras un mapa de carreteras con el Corredor de Henares marcado en rojo con rotulador junto a la leyenda O-11 escrita con el mismo rotulador. El 11-M de 2004 cayó en jueves, y jueves en euskera se dice ostegun. Según la Comisaría General de Información, todas esas coincidencias se debieron al azar.

La finca de Morata. El 1 de marzo de 2004 llegaron a Morata de Tajuña los explosivos que Trashorras había proporcionado al Chino en Mina Conchita y los que habían sido entregados a la banda en Burgos. A partir del 3 de marzo empiezan a llegar también los teléfonos móviles que harían de temporizadores en las bombas del 11-M que fueron fabricadas, por tanto, en la semana que va del 3 al 10 de marzo de 2004. El Chino y sus hombres no tenían conocimientos técnicos para fabricar los artefactos. En una conversación pinchada por la Guardia Civil, el Chino anunció a su hombre de mayor confianza que el 3 de marzo llegarían a la finca de Morata unas personas a las que nadie podía conocer ni ver. Las personas que alojó el Chino en Morata de Tajuña durante la semana anterior a la comisión de los atentados fueron las que montaron las bombas. Un informe policial practicado tras los atentados en la finca de Morata revela que hay huellas dactilares en el lugar que no se han podido identificar. Que sean anónimas acredita  que esas personas no pertenecían ni a la banda del Chino, ni a la banda del Tunecino, ni a la trama asturiana. En la tarde noche del 3 de marzo de 2004, dos individuos que hablaban perfecto español se plantaron en un bazar de la avenida Real de Pinto para comprar una docena de teléfonos móviles liberados. A la mañana siguiente, el dueño envió a liberar los doce teléfonos a un establecimiento regentado por un agente de la Policía Nacional de origen egipcio, de quien se ha sospechado que trabajaba también para los servicios secretos marroquíes. El dueño declaró en el juicio que, además del perfecto español hablado por aquellos dos individuos, se comunicaban entre sí en un idioma que no conocía. Al ser preguntados, los dos individuos le respondieron que eran búlgaros. Según quedó registrado en la antena de Amena que da cobertura a la zona de Morata de Tajuña, el 10 de marzo por la noche alguien encendió en Morata los diez teléfonos. Una vez encendidos, se fijó la alarma de cada uno de ellos para las 7.38 de la mañana del día siguiente, hora a la que, según los horarios de RENFE, los trenes elegidos se encontrarían parados y con las puertas abiertas en las estaciones de Atocha, El Pozo y Santa Eugenia. El último paso, conectar los móviles a los detonadores, no era aconsejable hacerlo hasta el último momento por lo que, estos individuos que hablaban perfecto español y también “búlgaro”, explicaron al Chino cómo hacerlo. En el libro de caja del bazar se encontraron anotados los códigos IMEI de los móviles, que coinciden con los IMEI de los teléfonos que fueron encendidos en la noche del 10 al 11 de marzo bajo la cobertura de Amena. Durante el juicio se comprobó, pasando el libro hoja por hoja, que los dueños (hindúes) absolutamente nunca apuntaban el IMEI de los teléfonos que vendían. Pero casi al final del libro, tras una serie de páginas en blanco, aparecen anotados los IMEI de los diez teléfonos vendidos a los misteriosos personajes que hablaban búlgaro entre ellos. Pese a que las anotaciones del libro de caja eran todas correctas y correlativas en fechas, tras la página correspondiente a marzo de 2004 hay varias páginas en blanco e intercalada la página con los IMEI de los teléfonos comprados por los búlgaros. La página siguiente ya no es correlativa: contiene anotaciones de septiembre de 2002.

Circunstancias inquietantes. El Chino confesó por teléfono a Trashorras que los etarras detenidos en el accidente de tráfico eran amigos suyos. Luego le pidió que enviase a alguien a recoger el Toyota Corolla que había transportado los explosivos cinco días antes. Trashorras empleó para ello a un menor de edad, el Gitanillo, que carecía por descontado de permiso de conducir. Fue detectado por la policía y perseguido. Se salió de la calzada de la A-42 tras perder el control del vehículo. Este coche resultó ser un vehículo robado cuya matrícula real correspondía a una mujer madrileña. Cuando la Guardia Civil la telefoneó para informar de que un menor acababa de estamparse en la A-42 con su coche, esta comprobó que su Corolla, el auténtico, descansaba intacto en el parking. Durante la declaración, la Guardia Civil preguntó a Beatriz si conocía al Chino y a Trashorras. Esto sucedió el 5 de marzo, seis días antes de los atentados, lo que demuestra que las Fuerzas de Seguridad conocían la relación entre Trashorras y el Chino, y su vinculación con el coche accidentado. Además, en la primera semana de marzo, mientras alguien fabricaba las bombas en Morata, la banda del Chino alquiló un piso en Leganés y otro en Albolote (Granada) y al etarra José Ignacio Esparza Luri le incautó la policía francesa el acta de una reunión celebrada a mediados de febrero donde la dirección de la banda planeaba el futuro proceso de diálogo con el PSOE, pese a que este partido se hallaba en la oposición y todas las encuestas le auguraban una severa derrota. En aquella reunión intervinieron Josu Ternera, María Soledad Iparraguirre alias Anboto, Mikel Albizu alias Antza, Peio Eskizabel y el propio Esparza Luri, y se llegó a decidir que el intermediador entre ETA y el PSOE sería el Centro Henri Dunant de Ginebra, la misma organización que acabó haciendo de árbitro durante la negociación política entre ETA y Zapatero tras las elecciones. Dos días antes de los atentados, la izquierda proetarra repartió en el casco viejo de Donosti octavillas invitando a sabotear la RENFE y no emplear sus trenes entre el 1 y el 14 de marzo. 

2. Los atentados

El hombre de la Kangoo. A las siete de la mañana del 11 de marzo de 2004, frente al número 5 de la calle Infantado de Alcalá de Henares, se estacionó una Renault Kangoo de carga de donde bajaron tres chicos jóvenes con la cara cubierta por pasamontañas, pese a que aquella mañana Alcalá amaneció con un tiempo primaveral. Uno de ellos, en solitario y, sin quitarse nunca el  pasamontañas, se dirigió hacia la estación de RENFE portando una mochila colgada a modo de  bandolera y que parecía pesada. Este misterioso ocupante de la Kangoo entró en la estación y sin quitarse el pasamontañas se dirigió a la taquilla, asegurándose de no pasar desapercibido, incluso entablando una animada conversación en correcto español con la taquillera sin descubrirse jamás la cara. Ninguno de los testigos pudo reconocer en las fotografías a alguno de los miembros de la banda del Chino o del Tunecino, y que se expresase en español con acento de español descarta su origen magrebí. Ninguna cámara grabó la imagen del hombre de la Kangoo, ni la de los terroristas que depositaron las bombas en diversos trenes del Corredor del Henares. Las cámaras de seguridad de distintos aeropuertos norteamericanos permitieron identificar en 2001 a Mohamed Atta y a sus compañeros como los autores del ataque a las Torres Gemelas; y las cámaras del metro de Londres permitieron identificar a los autores de los atentados de Londres del 7-J. Pero el 11 de marzo de 2004 ninguna de las cámaras de seguridad de las estaciones tenían activada la función de grabar. El objetivo del misterioso ocupante de la Kangoo era asegurarse la localización de la furgoneta. El propio Tribunal Supremo, sin citarlo expresamente, afirma que no era ninguno de los acusados ni de los fallecidos en Leganés.

El tren que explotó en Atocha. A las siete y un minuto de la mañana del 11 de marzo de 2004, mientras el hombre de la Kangoo charlaba con la taquillera sin quitarse el pasamontañas, efectuaba su parada en el andén primero de la estación de Alcalá de Henares el primero de los cuatro trenes de la muerte, con destino a Alcobendas y San Sebastián de los Reyes. Un pasajero observó que un hombre colocaba una pesada bolsa de deportes en la repisa portaequipajes del vagón, justo encima de donde se encontraba él. Varias estaciones después, la mochila permanecía en su sitio pero su dueño, en cambio, había desaparecido. Un segundo pasajero, en ese mismo tren, hacia la mitad del penúltimo vagón, observó cómo otro pasajero, que llevaba una bolsa de deportes de color azul de grandes dimensiones, se cambió de asiento para ocupar uno enfrente de donde estaba, colocando allí la mochila. Cuando el tren se detuvo en Santa Eugenia y se abrieron las puertas del vagón, el hombre continuó sentado unos segundos, para apearse precipitadamente en cuanto sonó el cierre de puertas. El hombre que había olvidado la bolsa, se quedó mirando cómo se alejaba el tren. En otro vagón del mismo tren, un tercer pasajero se extrañó de que un individuo que se acercaba por el pasillo con una pesada bolsa de deportes azul marino se detuviera justo enfrente y colocase la mochila, con mucha suavidad, evitando golpes bruscos, sobre la repisa portaequipajes, continuando el viaje de pie. Este pasajero pensó que el hombre había olvidado la mochila. Cuando el tren se detuvo en Atocha y abrió sus puertas, se apeó y avanzó unos metros por el andén. Las bombas explotaron a las 07.38 horas de la mañana del 11 de marzo, y afectaron a los tres últimos vagones del convoy procedente de Alcalá de Henares con destino a Alcobendas y San Sebastián de los Reyes, que se encontraba en ese momento estacionado y con las puertas abiertas en la vía 2 de la estación de Cercanías de Madrid-Atocha. Los artefactos habían sido colocados en los vagones cuarto, quinto y sexto. Fallecieron 34 personas. En el primer vagón había otra bomba cuyo mecanismo no funcionó.

El tren que explotó en la calle Téllez. Quienes idearon y planearon los atentados buscaban más de un millar de víctimas mortales. El retraso de este segundo tren evitó una mayor tragedia. Según el horario oficial de la línea C-2 de Cercanías que une Alcalá de Henares con Chamartín, este convoy debería haberse encontrado a las 7.38 horas detenido en el andén 5 de la estación de Atocha y con las puertas abiertas. A esa hora los andenes de la estación se encuentran atestados de gente. El 11 de marzo de 2004, a las 7.38, habría en los andenes entre las vías 2 y 5 de Atocha más de un millar de personas. El plan era hacer estallar cuatro bombas en el tren de Alcalá y otras cuatro en este. Pero el retraso de un tren que ocupaba la vía 5 impidió al convoy llegar a Atocha antes de las explosiones, y tuvo que detenerse a la altura de la calle Téllez, a ochocientos metros de Atocha, a la espera de que la vía quedara libre. Mientras esperaba detenido, estallaron cuatro mochilas bomba en los vagones primero, cuarto, quinto y sexto. Fallecieron del doble de personas que en Atocha porque las puertas cerradas en el momento de las deflagraciones convirtió el interior de los vagones de Téllez en una trampa mortal.

El tren que explotó en El Pozo. Detrás de los dos trenes anteriores, circulaba un tercer convoy procedente de Guadalajara. Sus vagones eran de dos pisos. Pasadas las siete y media de la mañana, el tren efectuó su parada como estaba previsto, en el andén número uno de la estación del Pozo del Tío Raimundo. Luego el convoy cerró sus puertas y reinició la marcha. A los pocos segundos, sin tiempo para abandonar la estación, estallaron dos bombas en los vagones cuatro y cinco. Una tercera bomba falló y fue explosionado más tarde por los TEDAX. Fallecieron 65 personas porque, al igual que ocurrió con el tren de la calle Téllez, que las puertas se encontrasen cerradas en el momento de las explosiones multiplicó el efecto asesino de las ondas expansivas.

El tren que explotó en Santa Eugenia. El último de los trenes atacados fue un convoy que salió de Alcalá de Henares con destino a Madrid-Príncipe Pío. A las 7.38 de la mañana, cuando el tren se encontraba estacionado en el andén primero de la estación de Santa Eugenia, una fuerte explosión destrozó el cuarto vagón. Fallecieron 14 personas.

3. Lo que sucedió a continuación ese día

Tras los atentados. Cinco minutos después de las explosiones, un hombre fue visto cuando se acercaba a una caseta de obras situada en las inmediaciones de la estación de Cercanías de Vicálvaro. Oculto tras la caseta, se quitó el pantalón y la sudadera y las dejó allí escondidas. Debajo de la ropa llevaba otro pantalón y otro jersey, con los que abandonó el lugar. El testigo que lo vio llamó a la Guardia Civil y contó lo que había visto. El informe de ADN practicado en las prendas halladas en Vicálvaro identificó la presencia en la ropa del perfil genético de varios miembros de la banda del Chino.

De la inmediata revisión de los trenes en busca de posibles mochilas bomba sin explosionar se encargó el grupo TEDAX de la jefatura Provincial de Policía de Madrid. El jefe de los TEDAX dio la orden de revisar todos los trenes desde la cabecera hasta la cola, comprobando dos veces objeto por objeto y abriendo todas las bolsas y mochilas, en busca de posibles nuevos artefactos explosivos. Los TEDAX desplazados a la estación de Atocha revisaron dos veces el tren. Fue cuando apareció,¡ en el suelo del primer vagón una mochila abandonada en la que había un móvil del que salían dos cables que unían el teléfono con una bolsa de plástico. Por el tipo de daños encontrados (cortes limpios sin mordeduras) los TEDAX sospecharon que el explosivo era probablemente C3 o C4. Se probó a desactivar la bomba con agua a presión, pero el  método falló y la bomba explosionó. El artificiero reconoció inmediatamente el característico olor a almendras amargas de la nitroglicerina. En la propia estación de Atocha, hacia las once de la mañana, otra mochila sospechosa en el segundo vagón obligó a un nuevo desalojo de la estación, pero se trataba de una falsa alarma.

Nada más producirse las explosiones, llegaron a la estación del Pozo dos policías municipales que decidieron revisar el tren. Uno de ellos encontró en el piso inferior una mochila tipo petate, en cuyo interior había una tartera redonda de la que salían dos cables conectados a un móvil de aspecto antiguo. En ese mismo instante, llegó a la estación un vehículo sin distintivos policiales de donde bajaron dos personas que se identificaron como TEDAX pese a vestir de paisano y no mostrar placa alguna. El policía municipal les contó lo que había visto y les señaló el lugar en el que había depositado la mochila-bomba. Los TEDAX de paisano le tranquilizaron y dijeron que no se preocupara, que ellos se harían cargo de la bomba y su desactivación. No se ha vuelto a saber nada de ellos. Mucho después, un policía nacional encontró una mochila apoyada en el muro de la estación, en el mismo lugar donde el policía municipal había dejado antes una mochila con una bomba en una tartera naranja. El policía nacional no encontró una bomba en una tartera naranja, sino una bomba en una bolsa de basura azul. Nadie sabe por qué la tartera naranja se transformó en bolsa de basura azul. Los dos supuestos TEDAX no informaron a nadie de la existencia de la mochila bomba, pues la mochila que finalmente fue explosionada controladamente fue la que encontró en el andén el policía nacional sin que nadie le avisara de su existencia. Según el agente municipal que encontró la mochila de la tartera naranja, desde que avisó a los supuestos TEDAX hasta que escuchó la explosión controlada de la mochila que encontró el policía nacional había transcurrido una hora y cuarto. Demasiado tiempo para la desactivación urgente de una bomba. El EDAX verdadero que sí explosionó la bomba hallada por el policía nacional (no la hallada en el vagón por el policía municipal) explicó que los cables no estaban encintados, lo que pudo motivar que se soltasen del detonador y la bomba no explosionase. Este mismo TEDAX dijo que todos los compañeros desplegados a quienes se había dado la orden de revisar los trenes dos veces, en la estación de El Pozo revisaron objeto por objeto no dos, sino hasta cuatro veces. Estos TEDAX no sabían que uno de los responsables de la masacre se encontraba a pocos metros de allí: el Chino acababa de llegar a su casa, en la calle de Villalobos, en pleno barrio de Vallecas. A la mañana siguiente, el Chino anunció a su mujer que había decidido irse unos días a Francia. Aquella tarde, el Chino explicó por teléfono a su mujer que al final no había ido a Francia, sino que se quedaba unos días en el norte de España. Hizo la llamada desde Pamplona. La banda del Chino tenía tres pisos de seguridad (Morata de Tajuña, Leganés y Albolote), pero su líder no se escondió en ninguna y se refugió en el norte, donde recordemos que tenía buenos contactos con la ETA. 

El testigo que había visto a los tres jóvenes con pasamontañas descender de la Kangoo, avsió enseguida a la policía. Una dotación policial se desplazó a la calle Infantado y se hizo cargo de la Renault Kangoo: una furgoneta pequeña, con dos asientos en la parte delantera y una pequeña zona de carga detrás, separadas por una rejilla metálica. Se reclamó la presencia de la Unidad de Guías Caninos, que acudió con los perros adiestrados llamados Aníbal y Lovi. Aníbal, se encargó de realizar la inspección exterior de la furgoneta. Durante los quince minutos que duró la inspección, ni el perro detectó presencia de material explosivo ni el policía apreció ningún objeto en la zona de carga. Luego le llegó el turno a Lovi, que tampoco detectó explosivo alguno en el exterior. Tras forzarse con una palanca la puerta trasera de la furgoneta, Lovi olfateó toda la zona de carga sin detectar restos de explosivo. El agente no encontró nada en la zona de carga. La furgoneta llegó al complejo policial de Canillas a las 14.30 del 11 de marzo y fue depositada en el hangar de la Unidad Central de los TEDAX. Hasta una hora después, las 15.30, no se avisa a la Policía Científica de la llegada de la furgoneta.  Cuando los agentes de la Policía Científica desprecintaron la Kangoo encontraron más de 100 objetos (61 evidencias) en su interior, entre ellos numerosas prendas de ropa impregnadas con restos de ADN de diversos miembros de la banda del Chino, objetos de gran tamaño y una cinta casete con inscripciones en grafía árabe. Bajo el asiento del copiloto apareció una bolsa azul con detonadores y restos de dinamita Goma 2 ECO contaminada con metenamina. La Policía Científica analizó una muestra patrón de Goma 2 ECO que los TEDAX guardaban en su almacén y el análisis determinó que la Goma 2 ECO que guardaban como patrón los TEDAX también estaba contaminada por metenamina. La metenamina no forma parte de la Goma 2 ECO. Si las dos muestras procediesen del mismo cartucho, habría que concluir que una persona con acceso al almacén de los TEDAX cogió un poco de dinamita del patrón de los TEDAX y la introdujo debajo del asiento del copiloto, aprovechando la hora en la que la furgoneta no estuvo bajo custodia. En las microfotografías que ocho peritos nombrados por el Tribunal practicaron al explosivo intacto que el Tribunal del 11M les ordenó analizar, se puede apreciar a simple vista el enorme parecido existente entre los gránulos que deja la muestra patrón de Goma 2 ECO que custodiaban los TEDAX y los gránulos de la muestra de Goma 2 ECO procedente de la furgoneta Kangoo. Por el contrario, los gránulos de almidón del resto de muestras (mochila de Vallecas o de la explosión de Leganés)   eran diferentes en forma y  tamaño. Pero aunque esta prueba no sea concluyente, la evidencia en la que sí hubo acuerdo es que de la Kangoo descendió una persona con una mochila al hombro y un pasamontañas cubriéndole el rostro, y que se dirigió a la estación. Es evidente que esta persona quería que, una vez cometidos los atentados, la policía encontrase la Kangoo. Recordemos que los testigos afirmaron que se trataba de un español que hablaba un español correcto con acento español, pero la ropa que aparece en la parte trasera de la furgoneta no contiene ADN de ningún español, sino de magrebíes con acento de magrebí: los restos genéticos de varios miembros de la banda del Chino, ninguno de ellos español. La sentencia del Tribunal dice claramente que los explosivos y los terroristas no se desplazaron en la Kangoo. Es la misma furgoneta donde se encuentra después una cinta de radiocasete con grafías árabes, estratégicamente olvidada allí dentro. El hombre de la Kangoo tuvo especial cuidado en no dejar ningún tipo de huella dactilar ni de ADN en el volante ni en la palanca de cambios de la Kangoo, pero sí en dejarse olvidada la ropa interior del Chino y de sus amigos junto con una bolsa con huellas dactilares de otro miembro de la banda, bajo el asiento del copiloto. El ADN era el algunos autores materiales de los atentados.

La mochila de Vallecas. Tras la evacuación de los heridos y el levantamiento de los cadáveres, hubo un sinfín de mochilas, bolsas, carteras, maletines y bolsos que poblaban el suelo de los vagones destrozados. El jefe de la Unidad Provincial de los TEDAX de Madrid ordenó revisar por dos veces los trenes, desde la cabecera hasta la cola, objeto por objeto, mochila por mochila. En el Pozo estas órdenes fueron cumplidas con especial celo, porque cada objeto fue revisado cuatro veces. Fruto de esta revisión fue la mochila de la tartera naranja y la que apareció una hora después apoyada en un muro, de la que no se sabe si es o no es la misma que la de la tartera naranja. Los TEDAX no encontraron más bombas. Tras las revisiones, los TEDAX introdujeron todos aquellos enseres en grandes bolsas de basura para poder transportarlos a otro lugar e inventariarlos. Esta labor fue lenta y duró hasta las tres de la tarde. A esa hora, cuatro policías de la comisaría de Puente de Vallecas recibieron la orden de dirigirse con dos furgonetas a la estación del Pozo para recoger los bolsones de basura con los efectos recuperados del tren. El comisario (que posteriormente fue condenado por delitos de falsedad documental y detención ilegal por falsificar un atestado policial para detener ilegalmente a dos militantes del Partido Popular, acusándoles de supuestas agresiones al entonces ministro de Defensa), les ordenó llevar todos los efectos al pabellón 6 de IFEMA, lo que contravenía las órdenes del Juzgado de Instrucción de Madrid que había acordado que los efectos del Pozo quedasen depositados en la comisaría de Puente de Vallecas. Una vez en IFEMA, los efectos quedaron bajo la responsabilidad de la UIP (Unidad de Intervención Policial), pero no estuvieron custodiados. En el juicio quedó acreditada la ruptura de la cadena de custodia a partir de su depósito en el pabellón 6 de IFEMA. Además, los bolsones no estaban precintados, sino únicamente anudados en su parte superior. Los policías del turno de noche que recibieron la orden de inventariar los objetos procedentes de la estación del Pozo encontraron una bolsa de deportes de color azul, de unos diez kilos de peso, que contenía un teléfono móvil del que salían dos cables hasta una bolsa de basura azul. Posteriormente, en el asa de esa mochila se encuentran vestigios genéticos de un individuo considerado anónimo, lo que significa que no se corresponde con el ADN de ninguno de los acusados en el juicio del 11-M, ni de los fallecidos en Leganés, ni de los terroristas que lograron escapar. Los TEDAX determinaron que la bomba no había explotado porque los empalmes practicados en los cables no estaban encintados, ni llevaban cinta aislante, ni estaban conectados a los detonantes: era una chapuza de bomba. Pero el artefacto montado usando un móvil como detonante era ingenioso, luego en aquella bomba intervinieron, en realidad, dos personas: el experto que fabricó la bomba y el chapucero que olvidó encintar las rabizas. La mano experta habría ideado y preparado las bombas. La otra, más inexperta y chapucera, las habría colocado. Esto concuerda con que las bombas fueron fabricadas en la casa de Morata de Tajuña durante la semana anterior a los atentados por los misteriosos invitados del Chino.

4. La investigación de los explosivos 

La recogida de las pruebas (y su desaparición)

Manda el protocolo que, cuando se produce un atentado terrorista con explosivos, los TEDAX sean los encargados de buscar y recoger en el escenario del crimen las "piezas de convicción", es decir, las distintas pruebas halladas en el lugar de los hechos que permitirán investigar el primer peldaño de toda investigación: el arma del crimen, que en estos casos es el tipo de explosivo. Para ello, recogen aquellos restos de la explosión que, una vez analizados, permitirán determinar los componentes del explosivo utilizado: tierras del cráter originado por la explosión, restos de chapa, telas y otros objetos que, por efecto de la explosión, han quedado impregnados. Los TEDAX también frotan algodones impregnados con agua y con acetona para obtener muestras de aquellas superficies que han estado en contacto con el explosivo. Estas pruebas son etiquetadas, clasificadas e introducidas cada una en su bolsita transparente. Desde el momento en que se recogen (por su condición de piezas de convicción) deben quedar a disposición de la autoridad judicial, de modo que sólo el juez puede autorizar su destrucción. 

El 11 de marzo de 2004, a los pocos minutos de estallar las bombas en los trenes, el inspector jefe Cáceres Vadillo, en su condición de jefe del grupo TEDAX de la Brigada Provincial de Madrid, se puso al mando de la operación de recogida de muestras y repartió a sus agentes entre los cuatro escenarios del atentado (Atocha, Téllez, El Pozo y Santa Eugenia). El propio Cáceres Vadillo estuvo recogiendo muestras personalmente en Atocha junto con muchos de sus hombres. Todos ellos declararon después que recordaban haber recogido algodones con agua y con acetona en cada uno de los focos de explosión: dos por foco en Atocha y uno por foco en los demás escenarios; es decir, 16 algodones con agua y otros 16 con acetona. También recogieron una bolsa con tierra y piedras del cráter por cada foco (12 bolsas de tierra del cráter). Además, recogieron, entre otras piezas de convicción, diversos trozos de chapa, un jersey, componentes electrónicos, trozos metálicos, varios clavos y, por último, polvo de extintor de un foco de El Pozo. Sólo de la estación de Atocha, los TEDAX recogieron unas 80 piezas de convicción, cada una en su correspondiente bolsa de plástico transparente debidamente etiquetada.

Lo que marca el protocolo es que, una vez recogidas, etiquetadas e introducidas en sus respectivas bolsas de prueba, las piezas de convicción deben ser trasladadas primero a la sede del grupo provincial competente (en este caso, el de la Brigada Provincial de Madrid) donde se hace una relación de las muestras recogidas, se fotografían y se realiza el correspondiente acta. Finalmente, el propio grupo traslada las pruebas a las instalaciones de la Unidad Central, que es el depósito judicial de estas piezas de convicción.

En el 11-M se actuó de otra manera.

A mitad de la mañana, irrumpió en la estación de Atocha el comisario Juan Jesús Sánchez Manzano, por entonces jefe de la Unidad Central TEDAX, quien se atribuyó el mando de la operación, y colocó en cada escenario del atentado un superior de su unidad que tuviera mayor rango que los TEDAX desplazados del grupo de Madrid. De este modo, por primera y única vez en la historia de la lucha antiterrorista, la Unidad Central (que no tiene funciones operativas, sino de apoyo a los grupos provinciales) asumió el mando de una incidencia relegando al grupo provincial competente. Es así como Manzano, que carecía por completo de experiencia en la recogida de restos de explosivos (ni siquiera había hecho el curso de especialidad) se hizo con el mando de la operación en detrimento del inspector jefe Cáceres Vadillo, que posiblemente fuese el TEDAX con más experiencia en la investigación de atentados terroristas.  

Lo primero que ordenó Manzano fue que los TEDAX de Madrid entregasen a los de la Unidad Central las muestras recogidas hasta entonces, impidiéndoles incluso terminar de etiquetarlas y clasificarlas. Cáceres Vadillo se indignó al ver que Manzano estaba mezclando todas las muestras recogidas, sin ni siquiera clasificarlas previamente según el foco de recogida, y le advirtió de que al hacerlo así se rompería la cadena de custodia. Pero Manzano zanjó el asunto gritando "¡aquí mando yo!", hizo caso omiso y terminó mezclando todas las evidencias.

Según aseguraron los testigos, las pruebas recogidas en Atocha, mezcladas, sin inventario y sin clasificar, se las llevó el inspector Rogelio Campos, cuya actuación aquel día es un misterio: tres testigos presenciales distintos declararon haberle visto acompañando y asesorando a Manzano en Atocha toda la mañana y llevándose las muestras recogidas en un Nissan Patrol a primera hora de la tarde; en cambio, Campos negó al juez bajo juramento haber pisado Atocha aquella mañana y haberse llevado las muestras. Después del 11-M, Rogelio Campos fue premiado con un cargo directivo en Repsol.

Algo parecido ocurrió en los otros tres escenarios del atentado, donde los mandos enviados por Manzano también arrebataron las muestras a los TEDAX de la BPI de Madrid y se las llevaron sin etiquetar ni inventariar en sus vehículos. El inspector Miró se llevó las muestras de la calle de Téllez y el inspector Larios, las de Santa Eugenia. La investigación judicial nunca pudo averiguar quién se llevó las piezas de convicción recogidas en El Pozo.

Las Normas Provisionales de Actuación del Servicio de Desactivación de Explosivos, vigentes en el momento de los hechos, establecen que es competencia de la Unidad Central TEDAX la custodia y depósito de los restos de las explosiones a disposición de la autoridad judicial. No es necesario recordar que la Ley de Enjuiciamiento Criminal prohíbe destruir piezas de convicción sin la previa autorización del juez. Por tanto, era responsabilidad de Manzano, como jefe de la Unidad Central, custodiar todas las piezas de convicción recogidas por los TEDAX en los distintos focos de los atentados para entregárselas al juez cuando éste las reclamase.

En enero de 2007, días antes de la celebración del juicio, a petición de algunas partes (entre ellas la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M) tomó la decisión de practicar, como prueba anticipada, un análisis científico de las piezas de convicción recogidas en los focos de explosión. Para ello, reclamó a la Unidad Central todas las muestras recogidas por los TEDAX en el 11-M. Como respuesta, la Unidad Central, remitió sólo 23 muestras (concretamente clavos que, además, habían sido lavados con agua y acetona, por lo que difícilmente iban a ofrecer resultados concluyentes). Aquel día se descubrió que la Policía solo conservaba 23 muestras de 12 focos: menos de dos muestras por foco.

Si comparamos las muestras que los TEDAX aseguran haber recogido, con las que Manzano entregó al tribunal del 11-M, comprobamos que, por ejemplo, desaparecieron los 18 algodones con agua, los 18 algodones con acetona, así como las 12 muestras de tierras de los cráteres. Estas muestras (los algodones y las tierras de los cráteres) son, según aseguraron los técnicos ante el juez, las más valiosas para la investigación, o lo que es lo mismo, las más aptas para obtener resultados positivos en un análisis químico. Eran 42 bolsas de valiosísimas pruebas, etiquetadas y clasificadas, que desaparecieron sin que lo autorizase ningún juez. También desaparecieron el jersey recogido en Atocha, diversos cables y componentes electrónicos, algunos trozos metálicos y una papelera. De uno de los focos de la calle de Téllez habían desaparecido la totalidad de las muestras recogidas.

Los artículos 334 al 367 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal establecen que las piezas de convicción (llamamos así a los objetos, huellas y vestigios que puedan servir de prueba de la culpabilidad de alguna persona en relación con el delito perpetrado), al ser una clase de cuerpo de delito, deben recogerse y conservarse de forma que garantice su integridad a disposición de la autoridad judicial, siendo el juez el único que (previa audiencia al fiscal) puede autorizar su destrucción. Por su parte, el artículo 451 del Código Penal considera delito de encubrimiento la ocultación o destrucción de piezas de convicción sin autorización judicial. El Tribunal Supremo (por ejemplo, en la sentencia 543/1997) ha considerado que la ocultación de piezas de convicción por funcionarios de Policía es también un delito de omisión de perseguir de delitos del artículo 408 del Código Penal.

Detalles de lo que ocurrió después

La investigación del tipo de explosivo que asesinó a 193 personas en los trenes fue uno de los temas más polémicos (y más interesantes) de la investigación de los atentados. Las continuas trabas y las graves manipulaciones detectadas son señal de que hubo alguien muy interesado en que no se supiera qué tipo de explosivo utilizaron los terroristas para volar los trenes. 

En el análisis de las pruebas participaron dos laboratorios policiales distintos en dos momentos distintos de todo el proceso: el laboratorio de la Unidad Central de los TEDAX, en un momento inicial, y el laboratorio de la Policía Científica, posteriormente, durante el juicio. 

El primero era un laboratorio con pocos medios materiales y humanos, sin homologar y sin certificado de laboratorio oficial. Sus informes periciales carecían de validez como prueba en un juicio. Los TEDAX lo empleaban no para realizar informes científicos, sino para realizar análisis de urgencia que les permitiesen hacerse con una idea aproximada, en tiempo real, del tipo de explosivo al que se estaban enfrentando en el momento de desactivar un explosivo o inspeccionar una zona en la que pudiese haber bombas. 

En cambio, el laboratorio de la Policía Científica era uno de los mejores de Europa: un laboratorio homologado, con los mejores medios humanos y materiales, capaz de utilizar las técnicas analíticas más modernas y eficaces, elaborar informes periciales con pleno valor científico y probatorio, y con un gran número de peritos especializados. 

Los TEDAX siempre buscaron rapidez. La Policía Científica, rigor. 

Como hemos indicado más arriba, la investigación sobre el tipo de explosivo empleado por el Chino y su banda comenzó en la misma mañana del 11 de marzo, cuando los TEDAX desplegados en cada uno de los trenes siniestrados comenzaron a recoger posibles restos de explosivo. Los TEDAX estuvieron recogiendo muestras durante varios días:  tierra del cráter de cada explosión, muestras de componentes electrónicos, muestras de tornillos y de cables, trozos de ropa de los cadáveres más próximos a los focos de explosión, incluso planchas enteras del tren que habían quedado impregnadas con el explosivo. También algodones con acetona para recoger restos de explosivos de las distintas partes del vagón. Incluso se recogieron restos del polvo de extintor con el que se había sofocado el pequeño incendio que produjo la tercera mochila bomba del tren del Pozo. 

Como marca el protocolo, las primeras muestras recogidas en cada foco fueron analizadas esa misma mañana por el laboratorio TEDAX. No se elaboró ningún informe escrito, sino que se transmitió verbalmente el resultado siguiendo la cadena de mando, que pasó por varios jefes de policía hasta la cúpula del Ministerio de Interior. Según esos primeros análisis de los TEDAX, el explosivo utilizado era Titadyn con cordón detonante, la marca de dinamita que habitualmente venía utilizando ETA en sus atentados. El laboratorio TEDAX no conservó el agua y acetona con que fueron lavadas las muestras al analizarlas. Ese lavado hace que algunos componentes (por ejemplo, la nitroglicerina, componente distintivo del Titadyn) desaparezcan de las muestras, de modo que, para cualquier futuro contraanálisis, era imprescindible la conservación del agua y acetona empleados. Pero desaparecieron. Además, el laboratorio TEDAX no envió los vestigios a la Policía Científica. Los TEDAX remitieron a la Policía Científica los restos de la mochila de Vallecas y de la Renault Kangoo, es decir, los restos que aparecieron fuera de los trenes, los que no explosionaron, pero se olvidaron remitir las muestras de los focos de explosión de los trenes a la Policía Científica en el peor atentado que había sufrido Europa hasta la fecha. 

El primer informe escrito por TEDAX estaba fechado el 12 de marzo y se limitó a poner de manifiesto que se encontraron componentes de dinamita, sin decir el nombre de esos componentes, algo que es muy importante porque cada dinamita tiene una composición química diferente. Sobre esta polémica intervención de los TEDAX, el jefe de la unidad, Sánchez Manzano, declaró ante el Congreso que en los restos de la explosión se encontró nitroglicerina, componente de todas las dinamitas. Esta afirmación era falsa. En 2004, la única marca de dinamita que incluía la nitroglicerina en su composición era el Titadyn de ETA. La dinamita Goma 2 ECO que Trashorras había vendido al Chino no contenía nitroglicerina. 

Si darse cuenta, con esta declaración el propio Manzano echaba por tierra toda la versión oficial del atentado. 

Dos años más tarde, en 2006, ya en sede judicial, el jefe de los TEDAX se disculpó alegando que no quiso decir nitroglicerina sino dinamita. 

La tercera vez que declaró el jefe de los TEDAX fue durante el juicio oral del 11-M, ante el Tribunal Supremo, donde aseguró tajantemente que a la Policía Científica solo se enviaban muestras no explosionadas (algo que también declaró la perito del laboratorio), cosa que se demostró también como absolutamente falsa. 

TEDAX tenía obligación de remitir los restos de las explosiones, pero en el 11-M no lo hizo. Tan deficiente actuación se mantuvo oculta salvo para el juez y la fiscalía durante casi dos años, a quienes pareció perfectas todas las irregularidades cometidas por TEDEX. Cuando se levantó el secreto, los abogados de las víctimas comenzaron a reclamar la apertura de diligencias sobre este asunto, todas siempre desestimadas por el juez instructor. Fue en ese contexto cuando la fiscal exclamó aquello de “¡En los trenes estalló Goma 2 ECO, y ya vale!”. 

Posteriormente, el Tribunal del 11-M desautorizó al juez instructor y a la Fiscalía, acordando que se realizase una macropericia con los vestigios recogidos en los focos de las explosiones por parte de la Policía Científica. Todas las pruebas se realizaron en presencia de un secretario judicial y se grabaron en vídeo. 

Ya hemos visto que, pese a la cantidad ingente de material recogida por los TEDAX, lo único que Manzano entregó a los peritos fueron veintitrés vestigios y algunas muestras de explosivo intacto. Por ejemplo, del tercer foco de la calle Téllez solo se entregó un clavo oxidado. Recrodemos que, dos días después de los atentados, el juez de instrucción autorizó el desguace de los trenes (es decir, la eliminación del escenario del crimen, cosa inaudita), decisión a la que no se opuso la Fiscalía. Con ello no solo se desguazaron los trenes: también desaparecieron los vestigios. 

Los ocho peritos designados para la macropericia hicieron constar que todos los focos habían sido previamente tratados con agua y acetona. Pero si esto parece irregular, lo que sucedió en la macropericia superó con creces lo imposible. 

Con el juicio a punto de comenzar, los peritos se encerraron en el laboratorio y se pusieron manos a la obra. El 6 de febrero de 2007, dos peritos (uno de la Guardia Civil y otro independiente) analizaron la muestra procedente de uno de los focos de explosión del tren del Pozo y encontraron restos de un componente explosivo ajeno a la Goma 2 ECO: el DNT. A continuación, los peritos encontraron ese mismo componente en todos y cada uno de los focos de explosión de los cuatro trenes siniestrados. La conclusión era tan clara como novedosa: el explosivo utilizado por los terroristas para atentar contra los trenes del era un explosivo que contenía en su composición DNT. O lo que es lo mismo, lo que había explotado en los trenes no era Goma 2 ECO. 

Uno de los ocho peritos no aceptó el resultado y ordenó repetir el análisis. Este contraanálisis confirmó que había DNT en todos los vestigios de los focos. 

Resulta que el DNT es incompatible con la Goma 2 ECO, pero es compatible con el Titadyn habitualmente utilizado por ETA. 

Justo al día siguiente de la aparición del DNT, un apagón eléctrico en el laboratorio de la Policía Científica impidió a la cámara de vídeo grabar durante varias horas. Arreglado el apagón, la cámara volvió a grabar y los peritos reanudaron sus trabajos. Al analizar, una por una, las muestras de explosivo intacto, es decir, las muestras encontradas fuera de los trenes (mochila de Vallecas, Kangoo, etc.) descubrieron que todas ellas contenían, de repente, DNT. ¡Incluso una muestra de cocaína encontrada en el desescombro del piso de Leganés contenía también DNT! 

Ese apagón tan conveniente fue lo que hizo posible el nacimiento de las teorías de la contaminación, defendidas hasta la saciedad por la fiscalía. 

Resultó que la muestra consistente en polvo de extintor del tren del Pozo no había sido analizada ni lavada previamente. Seguramente los TEDAX no le dieron relevancia pese a que el polvo de extintor es altamente absorbente. Cuando esta muestra fue analizada, junto con los componentes propios del polvo de extintor aparecieron, uno por uno, todos los componentes del Titadyn, incluidos el DNT y, sobre todo, la nitroglicerina. 

Recordemos que la Goma 2 ECO (versión oficial) no contiene nitroglicerina. 

El mismo perito policial que la vez anterior exigió repetir los análisis (momento apagón, mediante) decidió que se debía dejar pasar un tiempo prudencial y practicar después un contraanálisis. estos contraanálisis (en plural, porque al perito no le bastó uno y hubo que realizar ocho, con dos cromatógrafos distintos) dieron el mismo resultado: el polvo de extintor contenía todos y cada uno de los componentes de la dinamita Titadyn que habitualmente venía empleado la banda terrorista ETA, incluidos el DNT y la nitroglicerina. 

Pasadas las vacaciones de Semana Santa de aquel año, después de los contraanálisis, al realizar por tercera vez los análisis, se halló nitroglicerina por todas partes y la Fiscalía pudo volver a defender las teorías de la contaminación.

5. La manipulación informativa

Mentiras y verdades

La segunda parte del plan era contaminar a la opinión pública. Pese a que algunos lo habrán olvidado, y sigan pensando que el 11-M buscaba vengar la presencia de tropas españolas en Irak, tanto la sentencia de la Audiencia Nacional como la del Tribunal Supremo omitieron cualquier alusión a la guerra de Irak como detonante del 11-M. 

Desde el mismo momento en que se produjeron las explosiones, los medios de comunicación centraron su actividad informativa en los atentados. A las ocho y siete minutos de la mañana, media hora después de los atentados, Iñaki Gabilondo, en la Cadena SER, era el primero en culpar a ETA de los atentados. El Gobierno estableció en Madrid el llamado Nivel 3 de alerta, y todos los servicios quedaron bajo las órdenes de la Policía Nacional. 

Los principales líderes políticos se sumaron unánimemente a la condena de los atentados culpando a ETA. El primer Gobierno con competencias en lucha antiterrorista que atribuyó a ETA la autoría de la masacre fue el gobierno vasco. 

En aquel momento los mandos policiales carecían de datos que permitiesen atribuir a nadie la autoría de los atentados: los primeros vestigios de los focos de explosión se estaban analizando en el laboratorio del TEDAX y aunque había sido localizada la Renault Kangoo, nada se sabía de su contenido. Alguien recordó que, un año antes, ETA había intentado colocar el mismo número de mochilas-bomba en la estación de esquí de Baqueira-Beret, y que solo dos semanas antes del 11-M, habían sido detenidos los etarras Gorka Vidal e Irkus Badillo en la caravana de la muerte de Cañaveras con una cantidad de explosivos (536 kilos), lo que evidenciaba la voluntad de ETA de cometer un atentado de gran magnitud en Madrid durante la campaña electoral. Los mandos policiales sabían, además, que a los etarras de Cañaveras se les había intervenido un plano de carreteras en el que estaba marcado con rotulador el Corredor del Henares (la ruta de los cuatro trenes atacados) y sobre el que los etarras habían escrito un «11» y la primera letra (la O) de la palabra jueves en euskera. 

Poco después se confirmaba que el explosivo era Titadyn con cordón detonante. El ministro de Interior, Acebes, transmitió esa información al presidente Aznar. La única persona que había descartado la autoría etarra fue Arnaldo Otegui. Acebes no mintió a los españoles: sus manifestaciones, y la atribución a ETA de la autoría, se correspondía con la información que había transmitido la Policía y el CNI. 

Durante toda la mañana del 11 de marzo, como parte de la investigación, el CNI había grabado conversaciones telefónicas de dirigentes de Herri Batasuna en las que los propios mandatarios abertzales daban credibilidad a la autoría etarra. Arnaldo Otegui fue grabado dando estas instrucciones a otro dirigente batasuno: “Hay que ganar tiempo y apuntar a los islamistas”. 

Minutos después de que el CNI entregase su informe al gobierno y a Rodríguez Zapatero, candidato socialista (quien tuvo información policial en todo momento), la Policía Científica practicó la inspección ocular de la Renault Kangoo, en la que aparecieron los famosos restos de dinamita envueltos en papel parafinado, los siete detonadores y una casete con grafías árabes que contenía la tercera sura del Corán. Pero hasta las seis y media de la tarde la policía no se informó a ningún miembro del Gobierno ni del hallazgo de la Kangoo, ni de su contenido. 

Los detonadores y el explosivo de la Kangoo no suponían ningún indicio sobre la autoría de los hechos, pero la cinta coránica sí. Pese a que los mandos policiales y el CNI aseguraban a Acebes que la cinta carecía de trascendencia y que el principal sospechoso era la banda asesina ETA, el ministro ordenó a los mandos policiales que abrieran una segunda vía de investigación para averiguar si se estaba ante un atentado islamista, y convocar una rueda de prensa para informar a la opinión pública de la aparición de la cinta coránica. Mientras tanto, Aznar llamaba por teléfono a Zapatero y le informaba de la aparición de la cinta coránica y de la apertura de la nueva línea de investigación. 

A las siete en punto de la tarde, en el laboratorio de la Policía Científica, un perito terminaba de analizar el explosivo de la Renault Kangoo y firmaba un informe que establecía que el explosivo de la furgoneta era Goma 2 ECO contaminada por metenamina. Se lo comunicó a sus jefes y se dispuso a tramitar el informe. Pero las órdenes del comisario general Corrales fueron retener el informe. Acebes informó a la ciudadanía de la aparición de la Kangoo y la cinta coránica, pero omitió que el explosivo de la Kangoo era Goma 2 ECO porque el perito había retenido dicho informe. Minutos después de la conferencia de prensa, el comisario Corrales se dirigió al perito para que lo entregase . 

Esta maniobra del comisario fue lo que necesitó la SER y el PSOE para acusar a Acebes de mentir y ocultar a la sociedad el resultado de los análisis de la Kangoo. Según la versión del perito, un comisario desleal habría evitado que ese dato llegase a tiempo a manos del ministro. 

A las nueve y media de la noche, la agencia Reuters difundió la noticia de que el periódico Al Quds al-Arabi había recibido un correo electrónico desde El Cairo, enviado supuestamente por una organización islamista autodenominada Brigadas de Abu Hafs al Masri, reivindicando el atentado. Ese grupo, en realidad, ni siquiera existe. Es alguien que se dedica a reivindicar cualquier atentado que se produce. Meses atrás habían reivindicado el apagón sufrido por Estados Unidos y Canadá en 2003, debido en realidad a un fallo técnico.

Acoso y derribo

La noche del 11 al 12 de marzo fue el comienzo de la más lamentable campaña de acoso y derribo que haya habido contra gobierno democrático alguno: sin escrúpulos, repleta de mentiras y vulneraciones de la Ley Electoral. 

En ella la Cadena SER desempeñó un papel fundamental. Desde sus micrófonos, a las diez de la noche informa de que en uno de los trenes había aparecido el cadáver de un terrorista suicida, con tres capas de ropa interior y muy afeitado, práctica habitual entre los islamistas antes de inmolarse. Durante el juicio quedó acreditado que la noticia difundida por la SER era completamente falsa. A esa misma hora, Rodríguez Zapatero estaba llamando por teléfono a los directores de los principales medios de comunicación para convencerles de que “su gente en la policía” (ojo a la cita) le había confirmado la existencia de los terroristas suicidas. 

Ni Gabilondo ni Zapatero han explicado jamás de dónde surgió esa noticia falsa. 

Tras el programa nocturno deportivo, la SER informó de la presencia de suicidas en los trenes, de que en una furgoneta se ha hallado un explosivo que no es Titadyne, y que en una de las mochilas que no había explotado había aparecido un teléfono móvil. Se aportó, además, otro dato falso: el Gobierno habría pedido la colaboración de forenses israelíes expertos en atentados suicidas. La SER también se había inventado esto último. 

Solo faltaba la campaña del “pásalo” para convencer a la gente de que unos terroristas suicidas se habían inmolado por culpa del empeño de Aznar en llevar a España a la guerra de Irak. 

El mensaje de la SER significaba que el Gobierno mentía al negar la existencia de terroristas suicidas y al ocultar que el explosivo de la Kangoo no era el Titadyn que acostumbraba a utilizar ETA. Lo que no sabían los ciudadanos era que quien les estaba mintiendo era la Cadena SER. 

Al mediodía del 12 de marzo, Zapatero, que estaba informado de todos los avances de la investigación del Gobierno, y a sabiendas de que él y Gabilondo eran los únicos que estaban difundiendo una noticia falsa (la de los terroristas suicidas), continuó haciendo campaña electoral con los atentados: la estrategia era difundir a los cuatro vientos el cuento del terrorista suicida y  acusar al Gobierno de mentir por ocultarlo. 

A esas horas las únicas pruebas de una posible implicación islamista en los atentados eran la una cinta coránica a la que el CNI no daba relevancia, una reivindicación de unas brigadas que se dedicaban a reivindicar cualquier cosa que ocurriese en occidente, y una noticia falsa sobre un terrorista suicida difundida por la Cadena SER cuya falsedad conocía el Gobierno. 

A las seis y media de la tarde del 12 de marzo, un comunicante anónimo, que dijo ser portavoz de la banda terrorista ETA, llama a ETB y al diario Gara y afirma que ETA no tiene ninguna relación con los atentados del 11-M. La cúpula policial y el CNI no dieron credibilidad a ese comunicado. 

A las siete de la tarde, toda España salió a la calle a celebrar manifestaciones de repulsa. Pero la manipulación de la SER y el PSOE ya había hecho mella. 

Tras las manifestaciones, la SER volvió a la carga, acusando al Gobierno de no haber traducido la cinta coránica porque seguramente contenía una reivindicación. Pero la cinta coránica había sido traducida la misma tarde del día 11 de marzo por el intérprete de la Comisaría General de Información, dando como resultado que en ella no existía reivindicación ninguna, sino solo la tercera sura del Corán.

Las primera detenciones

El 13 de marzo, jornada de reflexión de las elecciones generales, se informó al ministro Acebes de los avances de la investigación sobre los teléfonos móviles. Acebes hizo caso a la policía y no mencionó las detenciones producidas para no entorpecer la investigación. 

A las tres de la tarde, la SER volvió a mentir en su informativo, diciendo que el CNI creía que el atentado era obra del terrorismo islámico, concretamente de un grupo numeroso, de entre diez o quince individuos, que en aquellos momentos podrían estar fuera del país tras haber colocado las bombas en los trenes. 

Recordemos que primero había informado de que los terroristas se habían suicidado en los trenes. Da igual, porque todo era mentira siempre. Poco después de emitir esta noticia falsa, el director del CNI desmentía a la cadena de radio. A las tres y media de la tarde fueron detenidos los marroquíes responsables del locutorio de Lavapiés donde se había vendido la tarjeta del teléfono móvil de la mochila de Vallecas y los hindúes que habían vendido el teléfono de dicha mochila. Los dos hindúes y dos de los marroquíes serían puestos en libertad sin cargos a las pocas semanas, cuando su foto ya había llenado las portadas de los periódicos. Solo uno de los marroquíes, Jamal Zougham, fue imputado, no por haber vendido el teléfono, sino porque fue identificado en los trenes por algunos testigos presenciales. A las 6 de la tarde comienzan las manifestaciones ante las sedes del PP en media España. Pasadas las nueve de la noche, Rubalcaba puso la guinda de aquella campaña lanzando el nuevo lema electoral de su partido: los ciudadanos merecen un gobierno que no les mienta (también dijo que el PSOE conocía las líneas de trabajo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y que, pese a ello, por respeto a las víctimas, había permanecido callado cuando desde el Gobierno se hacían afirmaciones que no se correspondían con la verdad porque ellos nunca emplearían el terrorismo en la confrontación política).

Cada uno de los objetos que alguien dejó en la Kangoo tenía su cometido. La cinta coránica fue el primer eslabón de la campaña de intoxicación informativa que permitiría a los terroristas alcanzar su objetivo electoral. Pero los ideólogos del 11-M se aseguraron de conducir la investigación hacia la trama asturiana. Para ello dejaron una valiosísima pista bajo el asiento del copiloto: los siete detonadores tenían aún adheridas las etiquetas del fabricante. Esas etiquetas fueron el comienzo del fin de Trashorras. Tras detenerlo, la policía elaboró un informe dando cuenta de que Trashorras había reconocido que el Chino era amigo de los etarras Irkus Badillo y Gorka Vidal, detenidos en Cañaveras. Ese informe no se adjuntó al sumario. Como todos los demás informes que reflejaban cualquier relación entre los autores del 11-M y ETA, desapareció misteriosamente y fue sustituido por otro similar que omitía la mención a los etarras amigos del Chino. También se ocultó la declaración de la propietaria del Toyota Corolla, en la que se evidenciaba que el 5 de marzo las Fuerzas de Seguridad del Estado relacionaban y controlaban al Chino y a Trashorras. En el juicio, la testigo dijo que tuvo que volver a prestar declaración por un supuesto (y falso) problema informático que había echado a perder la declaración del día anterior, pero que en esa segunda ocasión le preguntaron lo mismo y en el mismo orden, pero no por el Chino y Trashorras.

Antes de ser detenido, Trashorras habló con la policía de un Rafa, el marroquí, que le había presentado al Chino. Lo que no sabían los policías ni Trashorras es que el tal Rafa también era confidente, pero de la Guardia Civil. Y que sospechaba de la implicación del Chino en los atentados, tal y como se lo contó días más tarde a su controlador, tras ver por televisión la detención de un ta Jamal como responsable de los mismos, pero que él sospechaba de otro Jamal distinto, al que conocía por el apodo del Chino: un marroquí que vivía en Vallecas y al que conocía por haber colaborado en el tráfico de hachís. Según Rafa Zouhier, el Chino tenía que estar mezclado en los atentados porque viajaba mucho a Bilbao, y allí, en el País Vasco, había conseguido recientemente armas, explosivos y detonadores, gracias a sus contactos con la banda terrorista ETA. A las seis y cuarto de la tarde del día 17 de marzo la Guardia Civil ya tenía la dirección del Chino, pero deseaban el teléfono que empleaba. Zouhier nunca consiguió el teléfono del Chino. Las confidencias de Trashorras a la policía resultaron fatales para el marroquí. Mientras Zouhier buscaba el teléfono del Chino para dárselo a la Guardia Civil, Trashorras declaraba a la policía que Zouhier era la persona que le había puesto en contacto con el Chino, y la policía acordó su detención. El 19 de marzo, el coronel del Servicio de Información de la Guardia Civil se reunía con Víctor para comunicarle que la Policía Nacional estaba buscando a uno de sus confidentes, Zouhier, por su posible implicación en los atentados. El propio Víctor llamó a Zouhier a la una de la tarde y le citó, como otras veces, en la cafetería del centro comercial de la Ermita del Santo. Nada más llegar al centro comercial, fue esposado y le leyeron sus derechos como detenido. El 19 de marzo la policía localizaba el cuartel general de la banda del Chino: la finca de Morata de Tajuña. Fue Suárez Trashorras quien acompañó a la policía hasta las inmediaciones de Morata. Pero si el 17 de marzo la policía tenía localizada (por Zouhier) la casa del Chino en la calle Villalobos, y el 19 de marzo tenía localizado (por Trashorras) la finca de Morata, donde el Chino celebraba con su mujer, su hijo y algunos parientes el día del padre. Pero la policía tuvo la deferencia de no interrumpir aquella fiesta familiar para detener al autor material de la mayor masacre terrorista de la historia europea. 

6. El final 

El piso de Leganés. El 3 de abril de 2004, el confidente Cartagena fue trasladado desde Almería a Madrid donde los agentes de policía le explicaron que sospechaban que el Tunecino y su grupo estuviese implicado en los atentados del 11-M.  Cartagena se enfadó porque la información aportada en numerosas ocasiones sobre el Tunecino debía haber bastado para que la policía hubiese detenido a toda la banda antes del 11 de marzo. La policía le explicó que sabían que el Tunecino y todos los demás estaban escondidos en un piso de Leganés y le pidió colaboración para entrar en el piso, algo a lo que se negó (con buen criterio). A esa misma hora, los TEDAX recibían una llamada de la Comisaría General de Información para preparar un equipo de artificieros: esa tarde se iba a realizar un registro en un piso de Leganés en el que podía haber explosivos. Eran las doce de la mañana. Esa llamada, y la petición a Cartagena de que visitase el piso, son los dos indicios de de que la policía ya tenía localizado el piso por la mañana. Los informes de la Comisaría General de Información enviados al juez instructor sobre la localización del piso de Leganés hablan de que los agentes que investigaron las conexiones de los teléfonos móviles utilizados por los terroristas pudieron averiguar que uno de los terminales telefónicos sospechosos de haber sido utilizado el 9 de marzo anterior estaba siendo utilizado por una persona muy vinculada a los autores materiales de los atentados. Al rastrear las llamadas, los investigadores de la policía habían comprobado que aquel teléfono había recibido cuatro llamadas entrantes procedentes de otro teléfono cuyo titular era el propietario de la inmobiliaria que había alquilado el piso de Leganés a uno de los magrebíes. Según la Comisaría General de Información, esos fueron los datos que llevaron a pensar a los investigadores que el piso de Leganés era uno de los refugios clandestinos de los terroristas. Según la policía, esta investigación permitió localizar el piso de seguridad del Chino y sus secuaces a primera hora de la tarde del 3 de abril, es decir, en el momento mismo en el que, según todos los testigos, se puso en marcha el dispositivo policial que rodeó el edificio de Leganés. Esto no explica por qué aquella mañana se informase a los TEDAX de la localización de dicho piso y de que la operación iba a tener lugar por la tarde. Según el atestado policial de la operación de Leganés, la policía ya tendría localizado el piso el día anterior. La Fiscalía llegó a defender que la localización del piso de Leganés se produjo más allá de las 18 horas del 3 de abril, pero que no tuvo nada que ver con la investigación de los teléfonos. El caso es que no se sabe cómo se localizó el piso de Leganés. La Fiscalía defendió que se localizó, tras una persecución policial, a las 6 de la tarde horas del 3 de abril. La Comisaría General de Información mantuvo que se localizó, tras una ardua investigación sobre los teléfonos de los terroristas, a primera hora de la tarde de ese día 3. Por su parte, los TEDAX y Cartagena aseguraron en el juicio que la policía ya conocía el piso, al menos, por la mañana del día 3. Finalmente, el atestado policial afirmó que la policía ya tenía conocimiento de la existencia del piso desde el día 2. Un jaleo. La realidad es que es posible que la policía tuviese localizado el piso muchos días antes, incluso meses. A los vecinos del edificio no se les escapó que era la tercera vez consecutiva que el piso se alquilaba a una banda de delincuentes y, también, la tercera vez consecutiva que el alquiler terminaba con una redada policial. Los dos anteriores inquilinos de ese piso habían sido dos bandas diferentes de narcotraficantes colombianos que habían ocupado esa vivienda hasta el día en que cada una de esas dos bandas fue desarticulada mediante sendas operaciones policiales en el propio piso. Las dos veces la policía había entrado en el piso, había detenido a los narcos, y se había incautado de la droga. Y ahora, por tercera vez consecutiva, una banda de peligrosos delincuentes volvía a alquilar el dichoso piso, y también por tercera vez consecutiva, los inquilinos sufrían una operación policial en la propia vivienda. Si a esto unimos el hecho de que la inmobiliaria que lo alquiló no se dedicaba al alquiler sino a la compraventa, hasta el punto de que este piso era el único que ofrecían en alquiler y que, de hecho, no había necesitado hacer publicidad del piso para alquilarlo, la conclusión es que se trataba del típico piso marcado por la policía o el CNI, al que son conducidos sin ellos saberlo diversos grupos de delincuentes para ser vigilados hasta que se toma la decisión de detenerlos. Con independencia de todo ello, a primera hora de la tarde del 3 de abril la policía rodeó el edificio y cercó a sus habitantes. Vecinos del edificio declararían días después que a las 18.00 horas del 3 de abril vieron llegar a varias furgonetas de la Policía Nacional y que minutos después un helicóptero sobrevoló la zona. Cuando el operativo policial cercó el edificio, en el interior se encontraban ocho terroristas: el Chino, el Tunecino, y seis secuaces de ambos. Abdelmajid Bouchar bajó a tirar la basura y se percató de la presencia del operativo policial, así que, disimuladamente normalidad, dejó la bolsa de basura en el suelo, saltó una de las vallas de la urbanización, y echó a correr. Le persiguió un agente de la policía, pero a Bouchar, que en el juicio declaró que practicaba atletismo y se preparaba para participar en las olimpiadas, no le costó mucho despistarle. Bouchar acabó llegando a Serbia, en cuya capital, Belgrado, fue detenido meses después. La huida de de este terrorista es otra incógnita: no llevaba dinero, ni pasaporte (que aparecería entre los escombros del piso), pero todo eso no le impidió atravesar cinco puestos fronterizos. Preguntado durante el juicio, lo único que quiso explicar es que llegó a San Sebastián, que pasó un día en la localidad donostiarra y que desde allí abandonó España en dirección a Serbia. Eso significa que la documentación falsa y el dinero que debió utilizar para huir lo tuvo que recibir en Donostia. Está claro que el Chino no era el único con buenos contactos en Euskadi.

Las despedidas. Alrededor de las seis de la tarde, un vecino creyó escuchar petardos, pero no tardó en comprobar que se trataba de disparos. No se consiguió determinar en el juicio quién disparaba a quién: fuera del piso no aparecieron proyectiles ni casquillos. El vecino se asomó a la calle y comprendió que ocurría algo grave: un gran número de policías de paisano, arma en mano, rodeaba el edificio. Entonces comenzaron los cánticos. A través del patio interior se empezaron a escuchar gritos y cánticos en árabe, en los que se identificaba el nombre de Alá. El pánico de los vecinos duró más de una hora. No se atrevían a salir del edificio porque ello suponía pasar por delante de la puerta de los terroristas y la policía no hacía nada por evacuarles. A las siete de la tarde, por fin, un policía llamó al portero automático y ordenó desalojar el edificio por el ascensor. Mientras se procedía al desalojo del edificio, los servicios de inteligencia tunecinos y marroquíes informaron a través de sus embajadas de que el Tunecino acababa de llamar por teléfono a su madre en Túnez para despedirse. Un informe policial habla de un total de 23 llamadas de despedida realizadas desde el piso de Leganés a lo largo de esa tarde. Pero contienen cosas tan sorprendentes que hacen dudar de que jamás existieran. Según la policía, aunque cada ocupante disponía de un teléfono móvil con su correspondiente tarjeta SIM, todas las llamadas se realizaron desde el mismo terminal, pero con distinta tarjeta. De todas esas pacientes llamadas de despedida que fueron realizando por riguroso turno, solo se dispone del contenido de una de ellas: la que supuestamente realizó el terrorista Abdennabi Kounjaa a su hermano Abdelkader, cuyo teléfono estaba intervenido por la policía. Antes de que le llamase su hermano para despedirse, a Abdelkader lo llamó la policía para preguntarle si lo había llamado su hermano. A los pocos minutos Abdelkader recibió una segunda llamada del mismo agente de policía que le pidió que se desplazara a la comisaría para esperar allí a que le llamara su hermano. Abdelkader, justo después de colgar a la policía, comprobó que la policía había adivinado el futuro: recibió una llamada de su hermano Abdennabi Kounjaa, al que conocía por el apelativo familiar de Abdalláh. Abdelkader no pudo precisar si le llamó su hermano o no: en el juicio aseguró que le llamó una persona que dijo ser su hermano Abdalláh, pero que no reconoció su voz como la de Abdalláh. La conversación, intervenida por la policía, que había pinchado el teléfono de Abdelkader cinco días antes, tuvo lugar a las 19.17 horas del 3 de abril y en su transcripción literal se observa la incredulidad de Abdelkader, que no reconoce la voz de su hermano y duda. Mientras se producían las llamadas de despedida, el jefe de los GEO recibió una llamada de sus superiores con la orden de desplazarse con un equipo a Leganés. Antes de las siete y media de la tarde, los GEO llegaban a Leganés procedentes de la base del GEO en Guadalajara. Inmediatamente, el subdirector general de la policía, que dirigía el operativo de Leganés, informó a los GEO de que en un piso de la primera planta se había atrincherado un grupo de terroristas, probablemente implicados en los atentados del 11-M, que había habido un tiroteo, y que el resto de vecinos acababa de ser desalojado. También informó de que los terroristas tenían en el piso cartuchos de explosivo sobrantes de los atentados de los trenes. Lo que no dijo fue cómo lo sabía. Con ayuda de un vecino, que era policía y vivía pared con pared con los terroristas, los GEO estudiaron la posible distribución del piso, analizaron las diferentes opciones que tenían y decidieron que lo más prudente no era entrar en el piso, sino obligar a los terroristas a salir utilizando gases lacrimógenos. A las ocho y media, se dio luz verde a los GEO para intervenir. El GEO encargado de comunicarse con los terroristas y negociar pidió un traductor de árabe, pero un comisario le contestó que no lo necesitaba porque los terroristas del piso hablaban español. Tampoco le dijo cómo lo sabía. Una vez dentro del edificio, los GEO subieron al primer piso y un agente, con ayuda de una pequeña carga explosiva, voló la cerradura de la puerta de la vivienda, consiguió abrirla, y él y sus compañeros tomaron posiciones en el rellano de la escalera. A la advertencia de que (los ocupantes) estaban rodeados, recibieron varios disparos y un mensaje: “¡Entrad vosotros, mamones!”. Entonces el jefe de los GEO ordenó a sus hombres ponerse las mascarillas y lanzar gases lacrimógenos hacia el interior de la vivienda. A los pocos segundos, se produjo una fuerte explosión. Un cascote arrancado por la onda expansiva le seccionó la femoral de uno de los GEO; otro cascote le produjo un fuerte traumatismo en el cráneo. Murió en el acto. Fue el primer agente de la historia de los GEO fallecido en acto de servicio. El resto de sus compañeros sufrieron múltiples lesiones a consecuencia de la onda expansiva. Murieron la totalidad de los terroristas atrincherados: Abdennabi Kounjaa alias Abdalláh, Jamal Ahmidan, alias El Chino, Asrih Rifaat Anouar, Sarhane ben Abdelmajid Fakhet, alias el Tunecino, Mohamed Oulad Akcha, su hermano Rachid Oulad Akcha y Alekema Lamari. Esa misma noche comenzó el desescombro del piso. Los restos de los cadáveres de los terroristas, uno de los cuales apareció con los pantalones puestos al revés (en siete horas de asedio no tuvo tiempo de ponérselos correctamente) fueron trasladados al Instituto Anatómico Forense. En el desescombro la policía encontró un pasaporte falso, un permiso de conducir y un pasaporte falsos con la foto del Chino, la carta de identidad marroquí de Abdennabi Kounjaa, el permiso de trabajo y residencia en España del Tunecino, el pasaporte y el permiso de conducir del Tunecino, el pasaporte y el abono transporte de Abdelmajid Bouchar, el DNI y el pasaporte de Rifaat Anouar. También apareció un papel en el que los terroristas habían anotado lo que parecían ser posibles futuros objetivos, en concreto una finca judía dedicada a campamentos y otras actividades en Hoyo de Manzanares, una hospedería judía en Avila y un colegio infantil británico en La Moraleja. Además, los terroristas guardaban en el piso tres fusiles. También intervino la policía los restos de una pistola del calibre 9 milímetros corto, 20 kilos de dinamita Goma 2 ECO sin explosionar, y numerosos envoltorios de cartuchos. A diferencia de lo que sucede con los trenes, aquí no cabe duda de que el explosivo que se encontró en Leganés era Goma 2 ECO procedente de la Mina Conchita, como los propios envoltorios delataban. Finalmente en el desescombro se recuperó una cámara de vídeo, dos cintas grabadas, y un paño o estandarte verde con la profesión de fe musulmana en árabe. Varios testigos identificaron al Chino como la persona encapuchada que lee el texto reivindicativo en las grabaciones de Leganés. Dos semanas después del atentado de Leganés, en la madrugada del 18 al 19 de abril, la tumba del GEO fue profanada por personas desconocidas. Los profanadores se dirigieron al nicho, retiraron la lápida, y extrajeron el ataúd. Luego trasladaron el féretro a un extremo del cementerio, a más de quinientos metros del nicho, y allí, rociaron el cuerpo con gasolina y le prendieron fuego. Antes de esto, le clavaron un pico en la cabeza y una pala en el pecho. El día 20, el Ministerio del Interior emitió un comunicado donde avanzó, como hipótesis más probable, una venganza promovida por islamistas radicales. Más bien suena a destrucción de pruebas.

El Skoda Fabia. Tres meses después del 11-M, el 15 de junio de 2004, una persona anónima llamó a la policía para denunciar la presencia de un vehículo sospechoso. Se trataba de un Skoda Fabia estacionado en la calle Infantado de Alcalá de Henares (la misma calle donde había aparecido, la mañana de los atentados, la furgoneta Renault Kangoo). El vehículo pertenecía a la empresa de alquiler Hertz, que había denunciado su robo en Benidorm el 7 de septiembre de 2003. Fruto de la llamada anónima, varios agentes de policía se desplazaron a la calle Infantado. No tardaron en encontrar el Skoda Fabia. Estaba aparcado a escasos diez metros del lugar en el que el 11 de marzo anterior había estado la Kangoo. En el interior del maletero del vehículo la policía encontró, entre otras cosas, dos cintas magnetofónicas en árabe y una gran cantidad de prendas de ropa. En las prendas de ropa la Policía Científica identificó los perfiles genéticos de varios miembros de las bandas del Chino y del Tunecino. En cambio, las huellas dactilares recogidas en el vehículo resultaron anónimas: no coinciden con ninguna de las huellas de ninguno de los implicados. De nuevo, se repite el modus operandi que ya vimos en la Kangoo: los terroristas son tan cuidadosos y profesionales que conducen el vehículo con sumo cuidado para no dejar huellas en el volante ni en la palanca de cambios, pero en cambio, se dejan el maletero lleno de ropa interior con su ADN. El hallazgo del vehículo en Alcalá de Henares, tres meses después de los atentados, sirvió para encontrar, por primera vez, una prueba de la posible participación del argelino Alekema Lamari en el 11-M. En aquel momento aún no se había descubierto que el séptimo de los terroristas fallecidos en Leganés era Lamari y su cadáver continuaba como anónimo. Pero la Policía venía asegurando en sus informes desde hacía algunas semanas que tenía conocimiento de la implicación de Lamari en los atentados. Tal vez por eso, entre las ropas del maletero del Skoda Fabia se identificó, entre otros, el perfil genético de Alekema Lamari. A partir de ese hallazgo, el gobierno socialista y la Fiscalía construyeron otro peldaño de su versión oficial: el vehículo estaba en la calle Infantado porque lo habían utilizado algunos de los terroristas (Lamari y Afallah entre ellos) para desplazarse a Alcalá y desde allí tomar el tren y colocar las bombas. Pero el Skoda Fabia llegó a Alcalá de Henares tres meses después de los atentados y dos meses después de que Lamari muriese en Leganés y Afallah abandonase España para siempre. El 11 de marzo el Skoda Fabia no estaba en la calle Infantado de Alcalá de Henares. El día de los atentados, la policía peinó la calle y todos sus alrededores, comprobó las matrículas de todos los vehículos estacionados en la zona, y entre las matrículas consultadas no estaba la del Skoda Fabia. No olvidemos que se trataba de un coche que constaba como robado en la base de datos de la policía: a cualquier agente que hubiese comprobado su matrícula le habría saltado. Ese vehículo fue colocado por alguien que no pertenecía a ningún miembro de las tres tramas conocidas: los que habían sobrevivido a la explosión de Leganés, en el mes de junio ya estaban detenidos o habían huido de España. Recordemos que los ideólogos de los atentados se aseguraron de traicionar a restantes tramas y asegurarse de que los investigadores y la opinión pública encontraran suficientes pruebas de la implicación en el atentado de las bandas del Chino y del Tunecino. La historia del Skoda Fabia es uno de los mayores fracasos de la versión oficial. Este vehículo, presentado por la Fiscalía como una de las principales pruebas que avalaban su versión, no tuvo ningún eco en la sentencia. Ni la Audiencia Nacional ni el Tribunal Supremo lo mencionan. Sin embargo, se trata de una prueba que proporciona mucha información: en el maletero se hallaba la ropa interior de Lamari y Afallah. Quien situó allí el vehículo, no solo conocía la implicación de Lamari y Afallah en los atentados. También las dificultades que estaba teniendo la policía para incriminar a Alekema Lamari. 

7. Las múltiples X del 11-M 

El flujograma de las distintas tramas del 11-M puede dibujarse como sigue:


La principal laguna que ha dejado la investigación policial y judicial de los atentados del 11-M es la que se refiere a la autoría intelectual. Es indudable que hubo un cerebro, porque un atentado de estas características no se improvisa. El confidente Cartagena fue tajante en el juicio cuando afirmó que los autores materiales (las bandas del Chino y el Tunecino) carecían de medios y conocimientos suficientes para la preparación de los atentados. El Chino no sabía fabricar bombas. De hecho, no sabía unir dos cables. Los atentados del 11-M estaban planeados al milímetro. Estaban planeados para ser más mortíferos de lo que fueron. La propia composición de los explosivos hace pensar en un cerebro experto en estas armas mortíferas. El Chino era un mercenario que obedecía órdenes. Como el dogma de la versión oficial exigía que los atentados fuesen una venganza de Bin Laden por la intervención de España en la guerra de Irak, se buscó este cerebro entre los islamistas, algo a lo que la Fiscalía y demás defensores de la versión oficial se lanzaron a una búsqueda desesperada. El mayor palo a los intentos de la Fiscalía y del Gobierno de atribuir los atentados a la venganza de Al Qaeda por la intervención española en Irak se lo propinó el Tribunal Supremo, cuya sentencia consideró probado que en los autores del no aparece relación alguna de carácter jerárquico con otros grupos o con otros dirigentes de esa organización (Al Qaeda). Ante todo ello, parece evidente que hubo una cuarta trama en los atentados, distinta de las que fueron objeto de juicio en la Casa de Campo, que sí es la autora intelectual de los atentados. Lo único que se sabe de ella es que ideó, organizó, pagó y ordenó los atentados; que no se trató de Al Qaeda; y que estaba interesada en el vuelco electoral de las elecciones de 2004. En mi opinión, la cuarta trama estuvo compuesta por miembros de las fuerzas de seguridad del Estado, en connivencia o en cooperación con ETA. Curiosamente, nunca hasta entonces había realizado la Fiscalía un esfuerzo tan importante para descartar la participación de una organización terrorista concreta en un atentado. Y la Fiscalía ya sabemos tristemente de quién depende. ETA fue uno de los colectivos más beneficiados por el resultado de las elecciones del 14-M, después del PSOE, que volvió al gobierno. Pero ETA no estuvo sola. La cuarta trama tuvo un papel fundamental en la constante manipulación de la investigación. El gran número de confidentes de la Policía, la Guardia Civil y el CNI implicados en los atentados es muy significativo. Solo hubo un testigo que pusiera nombre y apellidos a la cuarta trama: el confidente de la Guardia Civil, Mario Gascón, que trabajaba para la UCO en la época de los atentados y quien captó a su amigo Rafá Zouhuier y le convirtió en confidente de la Benemérita. Además, conocía al Chino, a quien había controlado para la UCO. Estaba citado como testigo en el juicio del 11M, pero la Audiencia Nacional no pudo localizarle —estaba fuera de España—, y se quedó sin declarar. Gascón irrumpió en la investigación el 14 de marzo de 2008, cuando presentó dos escritos en la Audiencia Nacional, uno ante la Sala de lo Penal y otro ante la Fiscalía. En ambos escritos, muy similares, Gascón explicó que no acudió como testigo al juicio del porque había sido amenazado de muerte por varios miembros de la UCO y había tenido que huir de España. De vuelta en nuestro país, ponía en conocimiento de la Sala y de la Fiscalía algunos hechos relativos al 11-M y aportaba su número de teléfono móvil, ofreciéndose para declarar ante un juez sobre esos mismos hechos. Entre otras cosas, Gascón ponía nombre y apellidos a la cuarta trama y atribuía la autoría intelectual del 11-M a unos agentes del CNI con los que habrían colaborado algunos miembros de ETA. Gascón no ofreció ninguna prueba (salvo su propio testimonio) que avalara su versión. Citado a declarar, la Fiscalía de la Audiencia Nacional presentó un escrito oponiéndose a su declaración. Nadie quiso que Gascón declarase, como tampoco se le abrieron diligencias por denuncia falsa. 

En cualquier caso, 20 años después hemos podido comprobar en qué ha derivado la situación de este país, cómo ETA ha acabado prevaleciendo a través de su brazo político, una vez autodisuelta (¿seguirán con el narcotráfico como alternativa?), cómo todos siguen creyendo que el 11-M fue algo de Al Qaeda, y cómo el Estado es capaz de cualquier cosa, empleando todos los medios a su alcance: incluso acabando con la vida  de casi doscientos inocentes.