Hoy en día, cualquiera puede ser escritor en la blogosfera,
esas páginas de Internet donde se rumian los pensamientos de millones de
personas. Escribir es sencillo. Basta con tener algo que decir, y redactarlo.
Algunas veces, ni siquiera es preciso lo primero. Mucha gente escribe sin saber
lo que está diciendo. Ser escritor, en cambio, es complicado. Para serlo,
alguien tiene que leerte, al margen de lo que defina el diccionario. Ser
escritor es la realidad compartida del ser que escribe. Alguien que escriba
obras nunca leídas, podrá considerarse a sí mismo como un escribidor acaso
importante, pero difícilmente un escritor, salvo para su propia mente,
suponiendo que este utópico escribidor sí se lee a sí mismo.
En Internet se escribe mucho. Tanto, que no se dispone
nunca de tiempo material para abarcar todas las experiencias lectoras que pueden
originarse. Ya resulta complicado elegir un libro de entre los miles de libros
que se editan al año, como para querer pasear por todos los pastos
intelectuales que penden, como naranjas, en la red. El ejercicio lector siempre
resulta azaroso. Uno descubre un texto, sin saber cómo, y puede quedarse a
leerlo o bien pasar de largo. También puede sentirse enganchado. En Internet la
actividad escritora es similar a la impresa: cada escritor va creando su
círculo de lectores, algunas veces con mimo y atención, y se dedica a nutrir a esa
colección de mentes que le persigue.
Hay un apunte obviado en toda esto. Es preciso saber leer y
escribir, estar alfabetizado. Y a veces no es tan obvio. Esta misma semana
descubrí, en un blog conocido, la hermosa y asombrosa carta de una escritora de
la red, cuyos escritos rezumaban siempre de un lirismo cándido y una sencillez
de recursos conmovedora. Esta mujer, respondiendo a quienes ejercían su
relativo derecho a criticar los textos que publicaba, algunas veces con
excesiva crudeza, desveló que es una gitana adulta que ha permanecido demasiado
tiempo sin saber leer ni escribir, cosa que ha podido corregir a través de los
planes de alfabetización que mantiene la iglesia católica para atender a este
tipo de gentes. Pasmado me quedé. Tanta modernidad, tanto blog y tanta gaita. Celebro
que alguien se ocupe de quienes aún se pasean por la vida sin oportunidades.
Porque con la carta de esta mujer advertí que lo que cuenta es poder decir
aquello que se siente. El oficio de escritor no es una cuestión de orgullo. Es
una cuestión de sensibilidad.