viernes, 9 de diciembre de 2022

Perú sin castillos

Llevo tanto tiempo escribiendo en esta columna que los lectores que habitualmente se acercan a ella saben de mi querencia personal por el Perú, un país al que he viajado en bastantes ocasiones y que conozco en su práctica totalidad tanto geográfica como históricamente, más allá de su incaica imagen, la más vindicada por la población peruana. Por ejemplo, a pocos kilómetros de Lima, a norte y sur, existen asentamientos que arrojan luz sobre las olvidadas civilizaciones preincaicas y el modo en que contribuyeron al asentamiento de toda una mitad del continente americano. Pero esa es otra Historia. Hoy quiero enlazar con el presente y afirmar que cuanto ha sucedido en Perú estos días me parece positiva y extraordinariamente importante. 

No quiero creer que seamos testigos de un evento cuyo origen se halla incardinado a la asaz ánima atávica que viene recorriendo el planeta a consecuencia de la insensatez de muchos de sus gerifaltes. En Perú transluce una situación derivada del fracaso de las políticas tradicionales y del hartazgo que produce en sus habitantes, algo que, en ambos casos, viene sucediendo en otras partes, también en España. Lo que diferencia el Perú es que, bajo la creencia de que su mandato era popular y debía alcanzar todas las fronteras, el electo presidente adoptó la decisión de estatalmente golpearse, quebrantando el orden constitucional. Esto, siendo gravísimo, no es lo sustancial. Lo es la otra divergencia: que el Congreso reaccionó destituyéndolo por incapacidad moral permanente y la Fiscalía abrió diligencias contra él por rebelión y conspiración, de manera que ahora mismo se halla encarcelado.

Tras los meses ciertamente convulsos que ha atravesado el Perú y su gobernanza, alivia saber que la mayoría de la clase política, secundada por las fuerzas del orden y una no menos numerosa ciudadanía, ha sabido defender el orden constitucional. En muchos otros lugares, y ahora estoy mirando a casa, la Constitución es algo que parece no importar en absoluto. Algunos han descubierto (merced a una pandemia) que se trata de algo perfectamente obviable y que humillar a toda una nación por el mantenimiento del poder entregado (o de los suculentos beneficios que se desprenden de contribuir a tal sostenimiento) es algo tan lícito como razonable y que no se debe reparar en esfuerzos a la hora de desmantelar todas las herramientas jurídicas y legales que tratan de preservar la propia nación.

Creo que Perú nos ha impartido una lección impresionante a todos nosotros.