viernes, 26 de julio de 2019

Artículos hegelianos 

«Han dado espectáculo», dice un periodista, emocionado con los devenires del hemiciclo. «Han dado el espectáculo», dice otro, muy distinto, enojado como al parecer siempre lo está con estas cosas. Y yo pienso: cuánto determina el artículo al sustantivo en el sintagma nominal… 

Espectáculo o no, ni siquiera se han asomado sus señorías estos días al tríodo hegeliano: ética, estética y dialéctica, pese a lo muy próximos que han estado al filósofo alemán en cuanto a las cotas nunca antes holladas de lo ininteligible. Uno puede comprender las causas estéticas del disgusto, de la frustración. La escenificación, en suma, del enfado tras las negociaciones, esas sedicentes diplomacias en las que cada uno de ellos ha trabajado arduamente para desvelar los secretos de lo que estaba en el ajo, sin reserva ni discreción alguna, “Trumpeando”, diríamos, porque de ese modo es como ahora se encuentran los compañeros de cama que la política en tiempos pretéritos celosamente conseguía aplicando criterios éticos muy diferentes. Pero, una vez producido el fracaso, hemos visto que la cuestión dialéctica se convierte en «cuestión personal». Léase, la persona se sobrepone a la a la dialéctica (muy pobre), e incluso a la estética (formal) y la ética de sus intríngulis. 

Lo acabamos de ver. Ha sucedido en numerosas ocasiones en el pasado y habremos de seguir viéndolo, porque los casos tales no son pocos, sino muchos, como corresponde a una situación en la que el sujeto disfruta enormemente anteponiéndose al objeto. Nuestra perversa gramática antropocéntrica lo distingue muy bien: antes es el «querer tener razón» a la «razón» en sí misma; antes de cualquier consideración es «vencer» a «convencer»; antes es el «yo» (presidencial) que la muchedumbre opositora o el rebaño coadyuvador. Es mal camino para establecer principios, si es que, en asuntos de ética y estética y dialéctica, conviene disponer de principios universales y críticas del juicio. 

Dirán ustedes que la estrategia está bien planteada, porque las encuestas favorecen la sustantividad del sintagma que se pasea por los jardines monclovitas en detrimento de los otros sintagmas ambivalentes o expectativos. Pero, ¿es por esto que ustedes han votado? ¿Para repetir el juego electoral una y otra vez hasta que el hastío decante la balanza? Divertido me quedo. Otro año electoral más con doble votación a la que no acudiré. El espectáculo de querer dar el espectáculo que lo trasiegue otro. No yo. 

sábado, 20 de julio de 2019

Amenazas eclesiales 

Lo discuto aquí, en Las Arribes, con un paisano que tiende a levantar la voz en cuestiones de política. Se queja de la casilla de las aportaciones a la Iglesia. Que no debería existir, dice. Y le replico, para su satisfacción, que no debería existir, en efecto. Pero no por los motivos que él piensa (es anticlerical acérrimo) sino porque, en realidad, da lo mismo que se ponga esa casilla en el IRPF o que no se ponga. Las aportaciones a la iglesia católica provienen de los presupuestos del Estado. La casillita de marras es más una trampa para apaciguar las conciencias que una opción. Lo que recauda la Iglesia no depende de la voluntad eclesial del contribuyente. Entonces, ¿por qué colocar esa quimera? 

En las catedrales e iglesias, y durante los oficios religiosos, hay cestitos para que los fieles realicen aportaciones al sostenimiento de la Iglesia. En mi pueblo, tan católico de boquilla como tantos otros pueblos, se vierte en la colecta un par de céntimos de euro y nunca más de veinte, excepción hecha de ciertas señoras mayores como mi madre para quienes la cosa nunca baja de varios euros. Será que eso de compartir los bienes, que dice el Misal Romano, para la mayoría no significa cantidad sino simbología… 

Hacienda no es nada simbólica y sus asuntos suelen ser muy secretos, como la confesión. Ignoro si publica la proporción de contribuyentes que eligen la casilla de la iglesia en sus declaraciones frente a los que no lo hacen o los que eligen ambas, pero debería: valdría para saber más del grado de catolicismo en España. 

Todo esto del IRPF sirve lo mismo para la Iglesia que para las ONG. Yo abogo por una modificación de la financiación de ambos, pero no del modo que este gobierno en funciones ha espetado públicamente, ante micrófonos, quién sabe si por berrinche o por venganza contra la Iglesia por el dichoso asunto de la momia del dictador, quien estaba muy bien enterrado hasta que profanaron su eterno sueño quienes quisieron derrotarle una vez muerto. Lo quisieron con todo el ruido del mundo y solo lograron resucitar no su cadáver putrefacto sino a los retrógrados fundamentalistas que permanecían extintos. 

Amenazar fiscalmente al Nuncio es una torpeza porque no se persigue con ello el interés general, que tiene otros cauces, y lo confunde todo. Los impuestos no son del Gobierno. ¿Me van a amenazar a mí también? Ya una vez (otros) pretendieron desvelar secretos fiscales. A veces los políticos no entienden nada… 

viernes, 12 de julio de 2019

Trump, el lioso

Se lo resumo. Uno ha dicho (en un informe filtrado): “Trump es inepto, inseguro, incompetente y disfuncional (como presidente)”. El otro ha replicado (en Twitter): “(Fulano) es chiflado, estúpido e imbécil pomposo”. Nótese que la enjundia se encuentra en los paréntesis. La diplomacia, existente desde la Paz de Westfalia, con sus valijas inviolables y sus secretos profundos, se ve contrapuesta hogaño por el uso indiscriminado que de las redes sociales hacen los mandatarios (no solo Trump) al enterarse de las informaciones por los servicios secretos o la prensa. Y en las redes sociales ya se sabe hay millones de idiotas que hablan sin cesar, con fama o sin ella, con razón o (lo que es habitual) sin ella. Que los mandamases se unan a esta sedicente democratización de las opiniones, dibuja con realismo verídico el nivel intelectual de nuestras élites.

Sé por experiencia que no hay nada tan goloso como las confidencias. Cualquier cosa dicha en discreción acababa tornándose vox populi con el tiempo. Tal es el afán de nuestra curiosidad humana. Pero lo que no parece de recibo es devolver las pelotas de la diplomacia en la vía pública, porque ahí ningún gobierno está exento de culpa (ni falta que hace). Supongo que el señor que habita en la Casa Blanca es consciente de los sentimientos que desata su persona y, como los borricos en la noria, pretende librarse del sambenito tirando aún más del arreo. Todo muy confuso, como la que esparce Trump en sus políticas con Teherán, puestas en entredicho por quien ha tildado de pomposo; o en sus relaciones peligrosas con Kim Jong-un, poseedor de bombas nucleares; o en las turbias negociaciones qataríes con talibanes afganos, nidos de cucarachas (terroristas).

En fin. Que las cosas con los Trump se dirimen siempre a la vista de todos. Como cuando su esposa se encaró (por Twitter) con quienes criticaban la puntillosa y desvelada presencia de sus eréctiles pezones bajo un vestido blanco en plena conmemoración del Día de la Independencia. Encaramiento para el cual encuentro todo el sentido hacerlo en público (como hicieron los detractores). Pero digo yo que unos senos egregios no son tema de política internacional, sino de rumiación en el bar. Confundirlo todo es arengar hacia la confusión y el lío. Los vericuetos de las relaciones diplomáticas son lo suficientemente importantes como para sentir la responsabilidad de esquivar la tentación de rebuznar donde no se debe. Con sujetador o sin él.

viernes, 5 de julio de 2019

Turisteando


Comenta un lector mi última columna. No le encanta mi malquerencia hacia el turisteo. Aprovecha, además, para enviarme la célebre fotografía de Nirmal Purja con decenas de alpinistas haciendo cola, pacientemente, en el último tramo antes de coronar el Everest, porque cree que desconozco tal fotografía y que ha de producirme pavor. Ignora que ya la había visto: hace tiempo. Creo haber hablado de ello en alguna columna, pero no lo recuerdo y me siento perezoso para efectuar una búsqueda. Será que me repito cada año por estas fechas (¿acaso usted no lo hace?). En cualquier caso, por este lector me siento obligado a recordar que no me molesta el turista, sino quienes explotan miserablemente a ese turista que, en la mayoría de las ocasiones, o bien ignora estar siendo explotado o simplemente lo acepta porque es lo que hay.
Que una larga fila de alpinistas espere pisar la cumbre de la montaña más elevada del planeta es de lo más normal, aunque no sea turismo low-cost. Hace una semana, en Finisterre, ese lugar emblemático de la Costa da Morte gallega que hace varias décadas era un lugar inhóspito, pude horrorizarme con la tópica proliferación de tiendas con regalitos y otros enseres inútiles, bien acompañadas de bares y un asfalto facilitador (el turista es indolente) y de trastos, ropas y basuras desperdigadas por toda la extensión visitable del célebre cabo. Tanto en el Himalaya como frente al Atlántico uno puede deleitarse con el imperecedero azul del cielo o la imponencia del mar bravío (para todos es la representación de lo sublime), pero no lo parece tanto si no lo ensuciamos todo y no se asfalta el camino. Y no me vengan diciendo que ustedes no son así, que anhelan otros afanes. No les pienso creer ni una palabra de lo que digan.
Sea en el Everest o en Galicia, e incluso en las estepas mongolas, siempre encontrará una horda de turistas que lo estropeen todo mientras hacen fotos para el Instagram (dudo que quede alguno que se absorba contemplando el paisaje con los ojos desnudos). Y tras ellos, los tour operadores. Y la hostelería y demás industria de servicios. Por ese motivo se colapsan las plazas, los museos, los pueblecitos blancos y las cumbres borrascosas. Todo el mundo quiere ir a todas partes pese a quien pese.
La semana pasada hablaba de la soledad y el silencio estivales. estoy cada vez más convencido a estas alturas de que solo se encuentra en mi pueblo. Y en Altamira (que la cerraron al público).