viernes, 17 de junio de 2022

Receta de magdalenas

Les voy a dar una receta de magdalenas que les va a encantar. Pueden prepararlas de la manera que más les guste, claro. Yo por ese motivo no me pienso enfadar con ustedes, caros lectores, o al menos no del modo que algunos de ustedes se enfadan conmigo cuando digo algo que no les convence o lo hago de un modo bien dispar a lo que dicta su criterio. Porque elijan una receta distinta a la mía no me voy a alterar, pero si lo que hacen es sentir antojo e irse al supermercado a comprar una bolsa con bollitos industriales, me molestaré. 

Para empezar, se necesita un vaso de leche. Leche es ese líquido amniótico blancuzco que venden sin lactosa, sin nata y sin leche. Ponga agua. Es lo mismo, pero mucho mejor. Vierta el vaso en un bol y añada tres huevos. Tiene su gracia porque ahora todos los huevos dicen ser de gallinas que caminan por el suelo y se alimentan de maíz. Ya no hay huevos de macrogranjas, esos engendros que a todo el mundo da asco, pero de los que todo el mundo come. Han debido de desaparecer o tal vez hayan sacado las gallinas de paseo por los alrededores. No lo sé. En casa, nuestras gallinas ponen huevos pequeños y de un color y sabor que da gusto. En fin, ponga tres huevos, los que sea. Como tampoco tendrá usted un campo de trigo para hacer buena harina, cómprela y elija la de repostería, la cobran más cara a cambio de una nadería. Si hablo de levadura me da la risa. Con el vaso de aceite que ha de añadir al bol puede estar confiado: en España hay un aceite excelente. Añada dos vasos de azúcar (¡oh, pecado!) y dele al botón de amasar o amase usted mismo hasta que se haga un mejunje espeso de color gracioso. Yo suelo echar manzana triturada por añadirle sabor, pero nunca elegiría una drupa: ¿no recuerda mi columna de los melocotones del año pasado?

En todo este tiempo habrá puesto el horno a 180 grados y se habrá dado cuenta de dos cosas: uno, que con el calor que hace es de locos cocinar magdalenas; y dos, que el recibo de la luz no admite ya florituras por muy sanas y ricas que sean. Por tanto, olvídese. Ni siquiera vierta la crema en los moldes. Métala en la nevera y ya se la zampa usted a cucharadas cuando le entre el gusanillo. Tendrá magdalenas desestructuradas y muchos se han hecho de oro con algo parecido. Usted habrá malgastado diez minutos de su tiempo y bastantes euros (por la inflación), pero se podrá sentar satisfecho en su butaca pensando que, en el fondo, le ha pegado una patada al trasero de esta sociedad consumista que ni siquiera sabe hacer magdalenas.