La
consultora Rystad Energy lo tiene claro. El número oficial de infectados por
coronavirus en todo el mundo representa el 5% del real. Otras fuentes apuntan
al 10%: por ejemplo, la agencia de protección civil italiana. En cualquier caso,
habría en el mundo cerca de 40 millones de personas contagiadas, la inmensa
mayoría leves, asintomáticas o curadas. Por desgracia, la cifra de 185 mil
muertes por coronavirus es tan cierta como tétrica y muy inferior a la
espantosa realidad que aún nadie alcanza a ver. Pero podríamos estar hablando
de una tasa de mortalidad real del 0,6%: lo sabremos cuando se esclarezcan los
casos en muchos países confiables.
Si
el virus no se ensañase con la población de más de 70 años (solo ellos
representan el 85% de los fallecidos), estaríamos hablando de 900 muertos en
España, no de casi 14 mil. Pero se ha ensañado, y de qué manera. A nuestros
mayores los llamamos de riesgo porque, con independencia de su esperanza de
vida, tienen muchas posibilidades de que una u otra causa deteriore su salud. Y,
mientras no exista una vacuna, esta Covid-19 es y seguirá siendo una verdadera
cabrona para ellos. La realidad que acaso debamos admitir es que, por mucho que
nos duela y por mucho empeño que pongan quienes se juegan la salud cada día en
los hospitales, los cuidados intensivos en pacientes frágiles no salvan vidas. Por supuesto, es legítimo y moral intentarlo hasta el último momento.
Pero
lo anterior no quita que la pregunta de “por qué aquí hay tantos muertos” siga representando
la inmensa flaqueza de cómo el Gobierno ha afrontado la emergencia. Cerramos el
país un mes después del primer fallecimiento, con más de 500 decesos. Italia lo
hizo 18 días más tarde de contar el primer fallecido, con 473 muertos ya en el depósito. A nuestro alrededor
tomaron buena nota. Grecia se confinó a los 4 días. Portugal, cuando aún no
había fallecido nadie. Sus números son mucho mejores: los que tendrían que ser.
El virus en España o Italia no parecía chino, era mucho peor. De repente, un
sistema sanitario acostumbrado a gestionar la salud mediante listas de espera
reveló su ineficacia: el virus no espera. Si esperas, y eres frágil, te mueres.
Y
en el ínterin nos dejamos asombrar por lo mal que viene respondiendo el Gobierno:
mascarillas, test, sanitarios sin protección, muertos sin enterrar, autoritarismo
de vía estrecha, paternalistas homilías presidenciales… También queda claro que
no hay prisa. Han tardado mes y medio en acordar una comisión en el Congreso
para que dentro de un mes empiecen a hacer política antivírica. No solo hay
lista de espera en los hospitales.