viernes, 24 de abril de 2020

Espera mortal


La consultora Rystad Energy lo tiene claro. El número oficial de infectados por coronavirus en todo el mundo representa el 5% del real. Otras fuentes apuntan al 10%: por ejemplo, la agencia de protección civil italiana. En cualquier caso, habría en el mundo cerca de 40 millones de personas contagiadas, la inmensa mayoría leves, asintomáticas o curadas. Por desgracia, la cifra de 185 mil muertes por coronavirus es tan cierta como tétrica y muy inferior a la espantosa realidad que aún nadie alcanza a ver. Pero podríamos estar hablando de una tasa de mortalidad real del 0,6%: lo sabremos cuando se esclarezcan los casos en muchos países confiables.
Si el virus no se ensañase con la población de más de 70 años (solo ellos representan el 85% de los fallecidos), estaríamos hablando de 900 muertos en España, no de casi 14 mil. Pero se ha ensañado, y de qué manera. A nuestros mayores los llamamos de riesgo porque, con independencia de su esperanza de vida, tienen muchas posibilidades de que una u otra causa deteriore su salud. Y, mientras no exista una vacuna, esta Covid-19 es y seguirá siendo una verdadera cabrona para ellos. La realidad que acaso debamos admitir es que, por mucho que nos duela y por mucho empeño que pongan quienes se juegan la salud cada día en los hospitales, los cuidados intensivos en pacientes frágiles no salvan vidas. Por supuesto, es legítimo y moral intentarlo hasta el último momento.
Pero lo anterior no quita que la pregunta de “por qué aquí hay tantos muertos” siga representando la inmensa flaqueza de cómo el Gobierno ha afrontado la emergencia. Cerramos el país un mes después del primer fallecimiento, con más de 500 decesos. Italia lo hizo 18 días más tarde de contar el primer fallecido, con 473 muertos ya en el depósito. A nuestro alrededor tomaron buena nota. Grecia se confinó a los 4 días. Portugal, cuando aún no había fallecido nadie. Sus números son mucho mejores: los que tendrían que ser. El virus en España o Italia no parecía chino, era mucho peor. De repente, un sistema sanitario acostumbrado a gestionar la salud mediante listas de espera reveló su ineficacia: el virus no espera. Si esperas, y eres frágil, te mueres.
Y en el ínterin nos dejamos asombrar por lo mal que viene respondiendo el Gobierno: mascarillas, test, sanitarios sin protección, muertos sin enterrar, autoritarismo de vía estrecha, paternalistas homilías presidenciales… También queda claro que no hay prisa. Han tardado mes y medio en acordar una comisión en el Congreso para que dentro de un mes empiecen a hacer política antivírica. No solo hay lista de espera en los hospitales.

viernes, 17 de abril de 2020

La guerra del pacto


El día que desaparezca el ser humano del planeta, la naturaleza ocupará con su naturalidad todos los espacios por nosotros conquistados. Pasearán los leones por los aeropuertos y los delfines por los canales de Venecia, como ahora, y no habrá nadie para dejar escrito o fotografiado lo que ocurra. Y eso será todo lo que suceda. Tampoco los dinosaurios supieron que, tras su total extinción al cabo de 135 millones de años de existencia, unos bípedos inteligentes buscarían sus restos con ahínco 65 millones de años más tarde. Si lo pensamos bien, es irónico que a los gigantes saurópsidos se los llevara por delante un asteroide, que es algo grande e imparable, y a nosotros, como nos descuidemos, un virus pertinaz que se resista a desaparecer, que es algo bastante pequeño. ¿Cuestión de tamaño?
Será que, de escuchar todos los días lo mismo, con independencia de hacia dónde oriente uno las antenas, me siento pesimista. No por el virus: el patógeno me da lo mismo. Languidezco porque se está cebando con la generación de mis padres, la que resucitó este país de su miseria y nos lo entregó (no para que nos encargásemos de descuartizarlo). Aunque si lo pienso bien, también lo siento por las quintas de quienes ahora son niños, porque no tengo ni idea de lo que van a acabar recibiendo y no me gusta nada lo que imagino... 
Decía mi abuela que ojalá nunca conociésemos las estrecheces de la guerra. Guerras hay muchas en el planeta, algunas en la mismísima Europa, pero no nos afectan. Las concebimos con tantísima indiferencia que nos arrogamos el derecho a equipararlas con una crisis sanitaria. A todos los que emplean el lenguaje bélico los obligaría a leer los reportajes del Dombás. O mejor, los arrojaría de bruces en el propio Dombás para que, de una vez por todas, comprendiesen la crueldad y la barbarie de que son capaces los hombres. Un virus es un patógeno: no un tipo con un rifle dispuesto a matarte solo porque eres el contrario. La miseria y la pobreza que se ciernen no son las de una guerra: son las de nuestra incapacidad innata de trabajar juntos. Y no me refiero a las adhesiones a ultranza, por el artículo 33, so pena de ser considerados poco menos que facinerosos. Los políticos deberían aprender más sobre cómo logra avanzar la ciencia…
Juntos, pero no ciegos ni porque sí. Unidos en una estrategia consensuada entre todos. Y de remate: el CIS pregunta si apoyamos “el pacto”. Lo que apoyaremos será el resultado (esto sí es el pacto), no el anuncio de que habrá una reunión. Lamentable.



viernes, 10 de abril de 2020

Santo Viernes


Sea usted católico o no, este año la procesión va por dentro. Si tiene fe, puede recurrir a la soledad para expresar su dilección por el crucificado. Si no la tiene, busque consuelo en seguir ejercitando la paciencia. Hartos y cansados estamos todos, sobre todo de palabras. Mi consejo es huir de los discursos, muy especialmente de los que fabula nuestro Presidente: un hombre que no supo escribir su tesis, ni tampoco el libro que ha firmado, ¿cómo no iba a copiar casi literalmente la retórica de Churchill? Y se creerán, allá en el palacio monclovita, que son ingeniosos… Es lo que pasa cuando, en plena crisis descomunal, uno trata de conducir al pueblo con cosméticos para aparentar ser bello. Digámoslo sin ambages: las apariciones del Gobierno se cuentan por cabezas vacías.
Semana de Pasión, y mucha que hay en el barullo de informaciones, noticias, cifras. Uno se siente cansado de curvas y gráficos. Hay quien arguye que nos olvidamos de los hechos, es decir, de los muertos, y que resulta ignominioso aplicarles matemáticas porque es lo mismo que olvidarlos. Pero los muertos se mueren solos en esta y cualquier otra circunstancia: la muerte es consustancial a la intimidad del ser humano (los animales ignoran que existe), y el destino de morir es el olvido. Por eso el drama de la muerte pertenece a los vivos. Son a las familias de los muertos a quienes debemos rendir nuestro respeto, porque no los pueden ni siquiera enterrar en paz. Y eso es dramático. ¿Para qué somos tan modernos si, no pudiendo combatir la muerte, tampoco sabemos dar apropiada sepultura? De repente, nuestro primer mundo se ha claveteado de tercer mundo en muchas de sus costuras.
Los muertos no van a resucitar cuando todo acabe. Y ya veremos qué les pasa a los vivos. Nadie dice saber qué va a ocurrir, pero todos hablan sin cesar. De nuevo no hay silencio, solo ruido. El Gobierno ha descubierto la hibernación de los viajes económicos y sus socios el camino del soviet. Incluso algún alto cargo europeo, tras haber pasado por el consejo de administración de una gran empresa, preconiza la vuelta al totalitarismo estatal (en plata: más impuestos). Y, mientras tanto, en Europa no atinan a dar respuesta -qué raro-. El Sur critica al Norte su insolidaridad y el Norte critica al Sur su derroche. Este cuento nos suena. Y en esas están mientras la gente se muere de miedo y no del virus.
Santísimo viernes. Cómo viene la cosa. La urgencia ha concedido alas a la improvisación, y no parecen precisamente alas de ángel…

viernes, 3 de abril de 2020

Libertad confinada


Cuando la Peste Negra de 1348, Venecia cerró su puerto y obligó a todos los viajeros a 40 días de aislamiento. De ahí la palabra cuarentena. Un par de siglos más tarde, Inglaterra luchó contra la peste con una ley que permitía encerrar a los enfermos durante seis semanas.
Es una represión históricamente aceptada. Quizá porque parece aparentar que el Estado está haciendo algo, y hay muchas cosas que el Estado debería estar haciendo, pero, salvo eliminar las libertades constitucionales (aprovechando una Alarma que, constitucionalmente, no está diseñada para eliminarlas) y reunir poder omnímodo para no tener que recabar la opinión de los demás, nada se está gestionando ni bien ni a tiempo. No importa. Hay pocas dudas a la hora de apoyar de forma incondicional la concentración de poder que se está produciendo. Al parecer, una crisis sanitaria es incompatible con la Constitución y el debate. La democracia ha devenido dictadura, pero simpática.
Un ciudadano asustado es dócil. El miedo conlleva obediencia. El miedo a perder la vida, fundado o no, ensordece la pérdida de libertad. El Gobierno enfoca la lucha contra el virus como una guerra y, por ello, recibe la aprobación nacional: en la guerra, todo vale, incluso un Gobierno de concentración en una sola persona y sus asesores. Y como es una guerra, desde los balcones muchos confinados dedican su aburrimiento a combatir: esto es, agredir a cualquiera que consideren que permanece en la calle más tiempo del debido, ya sea la señora del perrito o el caballero con el carro para la compra.
El Parlamento húngaro va a otorgar poderes dictatoriales a su ultraderechista primer ministro. Y se está produciendo una transición similar en Israel, donde Netanyahu, pese a haber perdido las elecciones, ha promulgado un decreto de emergencia que le permite posponer el inicio de su propio juicio penal. Corea del Sur, una democracia floreciente y robusta, ha utilizado aplicaciones para rastrear a los pacientes, aunque sin necesidad de suspender el Parlamento.
En España, el Gobierno está muy lejos de desplegar armas tan sofisticadas. Los viejos métodos funcionan. La incógnita por responder, aunque para una inmensa mayoría de ciudadanos ni siquiera importa, es si sabrá estar a la altura de las circunstancias cuando los contagios remitan y toque devolver todo el poder a su situación original, incluyendo los decretos de emergencia. Mucho me temo que aprovecharán el coma inducido de nuestra economía para seguir gestionando de igual forma nefasta al país.