viernes, 8 de julio de 2022

Gora San Procopio!

Ayer fue San Fermín (ya sabe: chupinazo, encierros…), santo nacido en Pamplona cuando Pamplona era Pompelon (diez siglos después vendría lo de Iruña) y martirizado en Amiéns, allá en Países Bajos, mucho antes de que llegaran los Tercios de Flandes. Sinceramente, creo que a casi nadie le importa un carajo todo eso o el hecho de que, desde finales del XVI, se festeje un siete de julio a un santo que nada tuvo que ver con esa fecha y que fue ordenado obispo bastante lejos de aquí. 

Pero ayer fue ayer. Hoy es San Procopio. No se ría usted del nombrecito, que le veo venir: por Miami corretean zagales de nombre Ironman de Jesús y yo apenas me río de ellos (me río de sus padres). Este santo no tiene encierros, pero es asaz interesante. Fue el primero de los mártires de Palestina, cuando el estado de Israel aún no existía. Hablamos del siglo IV y las persecuciones de Diocleciano, años después de la primera de Trajano Decio (Desius). Dicen sus hagiógrafos, porque hay quienes de esto saben un rato, que fue un varón lleno de gracia divina y ninguna perspectiva de género. Son los mismos hagiógrafos que cuentan que desde niño se había mantenido en castidad y practicado todas las virtudes, domando su cuerpo hasta convertirlo en un cadáver. Solo con saber esto huelga excusar que ni usted ni yo seamos santos de la Iglesia, ni ganas de serlo. Lo de mantenerse en castidad mosquea un poco, qué quiere que le diga hablando de una criatura, pero lo de convertir el propio cuerpo en un cadáver no suena beatífico sino terrorífico. ¿Quiere ser un cadáver en vida? Haga como san Procopio, viva de pan y agua y coma cada tres días (mire, como algunas dietas modernas). Ni se le ocurra pedir a algún desalmado que lo meta en un zulo un par de años (cosa de mártires modernos olvidados).

Procopio era un santo inculto: como solo meditaba sobre la palabra divina no le daba tiempo a estudiar geometría, artes o leyes (en eso tampoco era original, hoy nos salva el moderno san Gúguel). En Palestina desempeñaba tres cargos eclesiásticos porque lo suyo era el pluriempleo (tal vez estaba el precio de la gasolina como ahora). En fin, que los compañeros de Procopio, por ser tan santo, lo adoraban mucho y lo enviaron a Cesárea, donde fue arrestado nada más cruzar las puertas de la ciudad y mandado ejecutar. Le cortaron la cabeza al séptimo día del mes de Desius según los antiguos latinos (los modernos solo saben de reguetón), cuando las nonas de julio, justo el mismo año que degollaron a San Fermín. Solo que este se quedó con la fiesta.