viernes, 2 de septiembre de 2022

La apostasía de Salman

Ustedes ya han vuelto a sus quehaceres. Yo todavía no. Sigo pedaleando estas jornadas, lo mismo agosto que septiembre. La diferencia es que hay menos vehículos en la carretera, y cuando avanzo entre las calles de las localidades que son cabeza de partido, compruebo que han sido de nuevo invadidas por el silencio y la quietud. La España menguante abre paréntesis en el estío. Pero no por ello deja de menguar su tamaño.

Por las tardes, para relajar las piernas, me tumbo en el sillón de mi padre y leo. Este verano no he querido escribir cosa alguna que no fueran estas columnas. Dejé abierto un poemario y varios ensayos, y desde el año pasado malvive varado el proyecto de narrar la historia de mi familia desde los tatarabuelos (uno de ellos, ampliamente reconocido). Bah, están verdes aún: mejor prosigo mi camino que ya habrá tiempo en el otoño de regresar a todos esos emprendimientos. De momento me he dejado absorber por una historia de las civilizaciones precolombinas y aquellos satánicos versos que valieron a su autor una declaración de muerte a perpetuidad. Cuando falleció Eco, nombré a Rushdie. Ahora que casi extinguen la vida de este, he vuelto a su literatura, que es de una calidad excepcional (miren por donde miren). Hasta hoy había aparcado la novela que soliviantó a los muchos estúpidos que pueblan el Islam. Las religiones son una congregación de grandes gentíos donde cabe de todo, pero no en las mismas proporciones, y los monoteísmos llevan arrastrando consigo la exacerbación de lo moral y lo punitivo desde hace muchos siglos. Y no quise hacer caso.

Este año he abierto sus páginas estando bien asentado el gozo de bastantes de sus obras restantes. He podido comprobar que, en efecto, sus magníficas palabras son maravillosamente merecedoras de algo más que una burda crítica por parte de quienes ni las han leído (esas u otras), de quienes no han sabido jamás de qué diantre va su fe, o de quienes no han tenido agallas para declarar en su favor, porque en su contra llevan pronunciándose desde hace décadas cientos de miles de mezquitaños y decenas de gobiernos identificados por una absurda creencia en lo no existente, origen ejemplar de lo que, siendo irrazonable, solo puede devenir intransigente por integrista. 

Si un escritor es condenado a muerte por cierta interpretación de la fe, entonces la condenada muerte es la única interpretación posible para tal cierta fe. Salman, el apóstata, reveló la única verdad. Los demás, tan piadosos, solo han podido revelar fingidas mentiras.