Saben
que estuve viviendo unos años en Arabia Saudita. Fue hace mucho tiempo, cuando
me dedicaba a la exploración del petróleo y aún el reino unificado de los Saúd no
importaba trenes, navíos o bombas españolas. Le tengo cariño a Arabia Saudita,
pese a su clase privilegiada regente que dulcifica su rígido islamismo (cuales talibanes)
con un exquisito gusto por la cultura y la educación (ninguna es gratuita
allí).
Últimamente
voy a Arabia por trabajo. En general, me gustan sus gentes de a pie, aunque
sean muy distintos a mí, y no me sirve de mucho que sean tildados de fanáticos
religiosos (si lo son, que no lo son todos ni mucho menos): el fundamentalismo
católico que presidió España durante cuarenta años no tiznó a la gente humilde
y trabajadora que recorría las calles (mucho más laboriosos y sencillos de lo
que lo somos ahora, aconfesionales todos, sí, pero con vicepresidentes entre
rejas y una pasión por el dinero como nunca conoció hijo de vecino alguno en la
piel de toro por aquellos días).
Por
desgracia, no me sorprende que mataran a Jamal Khashoggi degollándolo y
despedazándolo: quienes dictaron esa orden tenebrosa no son gentes de a pie,
sino una clase de sátrapas con mucho poder que necesita mantener a su pueblo
cortamente maniatado porque cualquier revolución sería muy perjudicial para
ellos. Tampoco me sorprende que nuestro doctor Presidente diga que el comercio
con Arabia de las bombas y demás se mantienen vigentes porque es a favor de los
intereses de España. Ya sabemos que la política es hipócrita a más no poder.
Los socios parlamentarios del monclovita denuncian las barbaridades del reino
saudí, pero callan las que se producen en países afines ideológicamente a
ellos. Y entre una vida humana y contratos multimillonarios de bombas y buques,
qué quiere que les diga: muchos arrestos hay que tener para no hacer el hipócrita.
Al
presidente le ha bastado con una condena genérica por lo sucedido. No necesito
pensar lo que hubiera dicho estando en esta misma circunstancia sentado en un
escaño de la oposición. Qué divertido es el relativismo político. Cómo cambia
todo cuando hay poder y millones en juego. Las razones de estado son
todopoderosas. La vida de un periodista libre no.
En realidad,
nadie vale nada. Morimos en vano. Acaso sea mejor morir anónimamente… Pero sí
les digo que yo hubiera sido más coherente, con sinceridad, y también digo que
no hubiese durado en el puesto monclovita ni dos noticiarios.