En Sudamérica,
presidentes de estado, ministros y líderes de la oposición son todos doctores.
Hasta los comentaristas de fútbol son doctores. Por estos pagos no hay tantos.
Y a los que lo somos, nos llaman de tú como a cualquier otro hijo de vecino
(salvo que uno sea médico, profesión en la que basta licenciarse para que le
llamen a uno doctor). Allende la mar océano, eso de ser doctor parece más una
cuestión de respeto que una denominación rigurosa del expediente académico. Ya
sabemos que respeto es eso que sienten por uno quienes se consideran inferiores,
pues lo del respeto entre iguales es una impostura moderna lejana a los
principios de la Ilustración. Que se lo digan a las mujeres que sufren acoso
(no digo ya maltrato)
Un colombiano amigo mío, licenciado en dos carreras y
doctor en otra, siempre dice que con la actual abundancia de oferta
universitaria, “cualquiera” puede obtener el grado que desee, aunque sea el
doctorado. En realidad, solo la prisa por acudir al mercado laboral y amortizar
el tiempo y dinero invertidos en formación, impide que seamos una sociedad 100%
de doctores. Como la Iglesia.
¿Qué pasa con la gente que, sin poseer un título de
calidad, pretende desempeñar un puesto para el que la lógica dicta que ha
menester disponerlo? Una de dos, o realiza durante unos años un ejercicio
saludable de investigación (caso del líder de Podemos), o se busca un atajo
perpetrando una tesis de medio pelo posteriormente defendida ante un tribunal
de amiguetes (caso del señor que aspira a convertirse en Presidente de nuestro
Gobierno). Y que conste que admito claramente que el desempeño excelente es algo
excepcional incluso entre quienes poseen títulos adecuados al mismo.
En mis años como científico, en España y en el
extranjero, acostumbraba a firmar los correos añadiendo un PhD al nombre. Casi
todas mis comunicaciones científicas las realizaba en inglés y deseaba dar a
entender que era un investigador de pro quien las escribía. En España apenas he
necesitado hacer elogio de ello (tampoco de mi MBA). ¿Para qué? Un título no
califica un desempeño de igual modo que un desempeño no otorga títulos, aunque
califique a la persona que lo ejerce si es excepcional. Colocarse ornamentos no
deja de ser un modo de usurpación y un reflejo del poco interés que concedemos
casi todos al esfuerzo y a la excelencia. Ya lo dice el proverbio latino: Quod
natura non dat, Salmantica non præstat. Que se lo pregunten a Le Corbusier.