viernes, 26 de febrero de 2016

Títulos y mentiras

En  Sudamérica, presidentes de estado, ministros y líderes de la oposición son todos doctores. Hasta los comentaristas de fútbol son doctores. Por estos pagos no hay tantos. Y a los que lo somos, nos llaman de tú como a cualquier otro hijo de vecino (salvo que uno sea médico, profesión en la que basta licenciarse para que le llamen a uno doctor). Allende la mar océano, eso de ser doctor parece más una cuestión de respeto que una denominación rigurosa del expediente académico. Ya sabemos que respeto es eso que sienten por uno quienes se consideran inferiores, pues lo del respeto entre iguales es una impostura moderna lejana a los principios de la Ilustración. Que se lo digan a las mujeres que sufren acoso (no digo ya maltrato)
Un colombiano amigo mío, licenciado en dos carreras y doctor en otra, siempre dice que con la actual abundancia de oferta universitaria, “cualquiera” puede obtener el grado que desee, aunque sea el doctorado. En realidad, solo la prisa por acudir al mercado laboral y amortizar el tiempo y dinero invertidos en formación, impide que seamos una sociedad 100% de doctores. Como la Iglesia.
¿Qué pasa con la gente que, sin poseer un título de calidad, pretende desempeñar un puesto para el que la lógica dicta que ha menester disponerlo? Una de dos, o realiza durante unos años un ejercicio saludable de investigación (caso del líder de Podemos), o se busca un atajo perpetrando una tesis de medio pelo posteriormente defendida ante un tribunal de amiguetes (caso del señor que aspira a convertirse en Presidente de nuestro Gobierno). Y que conste que admito claramente que el desempeño excelente es algo excepcional incluso entre quienes poseen títulos adecuados al mismo.
En mis años como científico, en España y en el extranjero, acostumbraba a firmar los correos añadiendo un PhD al nombre. Casi todas mis comunicaciones científicas las realizaba en inglés y deseaba dar a entender que era un investigador de pro quien las escribía. En España apenas he necesitado hacer elogio de ello (tampoco de mi MBA). ¿Para qué? Un título no califica un desempeño de igual modo que un desempeño no otorga títulos, aunque califique a la persona que lo ejerce si es excepcional. Colocarse ornamentos no deja de ser un modo de usurpación y un reflejo del poco interés que concedemos casi todos al esfuerzo y a la excelencia. Ya lo dice el proverbio latino: Quod natura non dat, Salmantica non præstat. Que se lo pregunten a Le Corbusier.

viernes, 19 de febrero de 2016

Libros de animación

Me gustan más las películas de dibujos animados que las de carne y hueso, pese a que los dibujos animados ya no son artesanales y la carne y el hueso nunca aparecieron mejor que ahora.  Me gustan más, sí, lo cual no sé si es por la mediocridad del cine actual o es alabanza del buen trabajo de los guionistas de los dibujos animados. Algunos me dicen que me suelte del cine y vuelva a la tele, donde echan series morrocotudas que te mantienen cinco o seis o más años con el culo pegado al sofá, y les replico que, cielo santo, menudo espanto estar concernido tanto tiempo con folletines televisivos por muchas y estimables que sean sus cualidades: yo no soporto tanto. Entonces me replican que las descargue de internet y las vea del tirón. Hay respuestas para todo…
De todos modos, he dicho que prefiero las pelis de dibujos y no es del todo cierto. En realidad, debería decir que, ahora mismo, las películas de dibujos muestran una coherencia y calidad mayores que las filmadas con actores y escenarios. Hay demasiadas aventuras en el cine, demasiados agentes secretos, demasiados elfos, demasiados sables láser, demasiado ruido y demasiado metraje. ¿Y las películas de arte y ensayo?, me dirán ustedes. ¿Y los dramas? En efecto, hay oportunidad aún para disfrutar de buenas historias y una correcta construcción de personajes y situaciones, pero partiendo del hecho de que no por provenir de Irán una película deba ser forzosamente buena, o por tratarse de un drama la cosa vaya  a ser estupenda.
Cada vez visito más el cine considerado como clásico. En color y en blanco y negro, por mucho que espante ya la monocromía, como si ese cine datase del siglo de Pericles. Entonces el discurso visual estaba mejor planteado y la economía de recursos técnicos agudizaba el ingenio de escritores y guionistas. Los esfuerzos técnicos del cine actual (soberbios ejemplos de hasta dónde puede llegar la capacidad humana) han devaluado demasiado deprisa a los que escriben, muchas veces arrastrándolos a plantear artificios perfectos en los que todo lo argumental resulta pueril y evidente.
Tampoco me sorprende. En el mundo de la novela sucede algo similar. Ahí están las librerías demostrándolo día a día. Historias muy vendidas y muy poca maestría dentro de ellas. ¿Y qué hacer? Puedo recurrir a una peli de dibujos antes que enfrentarme a un nuevo fiasco perpetrado con actores reales. Pero, ¿dónde están los libros de animación? ¿Hay alguien que los escriba?

viernes, 12 de febrero de 2016

Italia inhóspita

Hace años, cuando vivía en Italia, me desternillaba con los chistes (italianos) sobre política. “La nuestra es tan complicada”, decían, “que no la entendemos ni nosotros mismos”. En nuestro país, ahora, la política parece una exportación transalpina. Tanto, que mis colegas italianos, alarmados, me interrogan sin ambages para que les aclare cómo está la situación en mi país. Les explico que se llevan a cabo negociaciones entre socialistas y podemitas (la izquierda y la extrema izquierda), una vez admitida la retirada conservadora, consciente de su bien merecida soledad parlamentaria, y del extraño caldo de cultivo que habría de cocerse añadiendo la aquiescencia (y abstención) de una decena larga de partidos, sobre algunos de los cuales soy incapaz de precisar su origen o actuales idearios. “Ma dai”, exclama el mayor de mis interlocutores, “quello é un vero casino, molto peggio che nostra situazione”. No me queda otra que asentir. ¡Si al menos yo supiese con certeza lo que está pasando o de lo que se habla! Pero no lo sé y aplaudo como factible la interpretación de mi amigo.
Exhaustado el tema político, toca el económico. Echan pestes mis colegas sobre la situación de la metalurgia en el país con forma de bota. La caída de la producción en su sector, desde 2009, se sitúa en el 50%. Y aún no se ha detenido, solo se ha desacelerado, que dicen los expertos empleando terminología cinemática. Saco pecho hablando de la recuperación del sector español, del grueso de sus exportaciones, del tirón para el resto de sectores constructivos. Pero los titulares de prensa vierten un frío de hielo destructor sobre mis esperanzas. “Europa camina hacia una segunda crisis”, me advierten, “y esta vez caerán todos, empezando por Alemania”. Sigo los vaticinios con atención, echo una extrapolación rápida de lo que podría suponer encadenar un desastre similar al vivido los últimos años en nuestra maltrecha producción actual (y facturación), y me entra el pánico. “El problema es que no tenemos políticos capaces de articular soluciones factibles”, me dicen. Este argumento ya lo he escuchado antes. Está repetido. No sé si hablan de Italia, de España o de Europa. Tal vez de todo. Años más tarde, se repiten cíclicamente los temores. Tal vez también la crisis…

En espera de ver lo que nos depara la política, toca mejorar el discurso. Ellos que sigan atentos a lo que sucede en Asia. Nosotros, a seguir anhelando las nieves en este invierno tan extraño…

viernes, 5 de febrero de 2016

Tiempo impropio

Los confidentes, hablando de secretos, acordaban un tema cualquiera de conversación para despistar ante eventuales intromisiones de quienes, casualmente, pasasen por allí a interrumpir sus mutuas confesiones. Daba igual. No importa lo que eligiesen hablar (gobierno, deportes o la salud): azorados, lo primero que se les venía a la mente era comentar lo impropio que resultaba el tiempo para esta época del año.

Les escribo desde Barcelona. Lo digo porque bien sé que ustedes siguen mis viajes con fervor y a mí me complace facilitar las labores de inteligencia. Aquí, como en tantos otros lugares, incluida Euskadi (aunque llueva), el tiempo es impropio. Esta es época de heladas, de nieves, de caliginidad y nubarrones en el cielo. Pero estas atmósferas transparentes, de azules voraces, de claridad pujante, de espacios infinitos, con temperaturas vernales, tanto que da gusto pasear de Montjuic a Sants sin abrigo y en plena noche, ni son normales ni hay cristiano que lo entienda.

No me vale lo del cambio climático. Miren ustedes: una tras otra, sin conmiseración alguna, en Estados Unidos, y precisamente ahora mismo, las olas de frío polar asolan el territorio dejando a su paso un rigor álgido y una sensación de inclemencia que vaya usted a otro con lo del calentamiento global y planetario, no importa que luego sea ésta la explicación que más encaje (seguramente lo haga, pero llevamos ya tanto hablado de ello que uno empieza a licuefactarse).

Como impropios de aspecto se quedan algunos de mis interlocutores catalanes cuando les hablo del reciente aniversario (500 años ya) de la muerte de Fernando el Católico, II de  Aragón, V de Castilla, rey en Sicilia, Nápoles y Cataluña. Lo admiten y rugen por dentro, las fechas del pasado no son empáticas. Qué mal sientan las remembranzas de la Historia cuando no coinciden con lo que uno hubiese querido que fuesen. E impropias son estas circunstancias políticas de contubernios y maquinaciones, si bien algo hay de provecho en todo este asunto. Para unos y otros. Todo alimenta, incluso las desgracias. Quizá más.

En fin. A ver si nieva. Tengo una amiga en Zumaia a quien le encanta esquiar, pero no le queda más remedio este año que lamerse las ganas e ir de compras si desea aliviar el estrés de sus negocios empresariales. Es lo que tiene este tiempo impropio en estos impropios tiempos políticos y sociales en los que no se ve sino el frío dela crisis que aún no se ha alejado. Como el anticiclón…