viernes, 31 de julio de 2015

Desconexión

El sustantivo del título quizá sea lo más interesante del tinglado de la independencia catalana. Desconectar. Pero, ¿se refieren a como se desconectan los tubos que mantienen a un enfermo aferrado a la vida, o como  se desconecta la luz de un inmueble por impago? Ambos ejemplos suscitan inquietudes diversas… De igual modo, lo desconcertante es comprobar los motivos por las que un pueblo, o buena parte de él, decide pensar en deshacerse de todos los vínculos que lo han mantenido integrado en un país. No mejorar, ni ampliar, ni modificar. Eliminar. Lo que ya no me desconcierta en absoluto es que las políticas de quienes más voz y responsabilidad parecen disponer se hayan orientado justamente hacia la corriente independentista, porque es cierto que la apatía perezosa del Estado ha confeccionado un camino estupendo para ser recorrido…

Hace tiempo que yo me desconecté de la Cataluña independentista. De la nacionalista, no. Sería injusto privar a nadie de la defensa de los propios intereses dentro del juego político constitucional. Pero la independencia no es un juego. Es el delirio, la exacerbación de lo onírico y fabuloso, la negación de la Historia, el rechazo al presente: es puro nihilismo, en una palabra. Se ha revocado la necesidad de la unión como forma de mejor encarar los problemas (sencillamente porque los problemas han dejado de incumbirnos como individuos), para dar paso al diseño de sociedades más pequeñas y a priori más coherentes con una Historia compuesta y descompuesta en demasía. Y es todo esto a lo que concedo escaso valor, muy marginal de tener alguno. Como resulta que sí creo en la verosimilitud de los países fuertes y cohesionados, la opción del independentismo, aparte de resultarme una incógnita, me parece una amarga insensatez.

De revertir esta situación de estupidez supina, empezaría por la indolencia del propio Estado: parece no querer encontrar remedio a sus intrínsecas enfermedades (con su Presidente al frente como único responsable de tan infinita incompetencia). Y, acto seguido, la exaltación del odio y el desprecio que padecen los gerifaltes catalanes: dudo que les hayan elegido para desconectar, sino para gestionar, por eso su búsqueda es antes un acto de tiranía que una decisión de soberanía del pueblo. Y como me temo que ninguna de estas dos atrocidades se van a resolver antes de septiembre, quizá lo más sensato sea desconectar nosotros de todo ello por un tiempo, ahora que el verano invita…

viernes, 24 de julio de 2015

Las políticas sociales y el fin (del mundo)

Los titulares de prensa arrecian con las proclamas de quienes tratan de camelar a la clase votante para mayor gloria de sí mismos durante la recolección en las urnas. ¿Piensan ustedes que esos vocingleros de vía estrecha tratan de empujar la ilusión del pueblo hacia el objetivo de crecer, de crear, de subir, de convertir esta descuartizada nación en un lugar de prosperidad, emprendimiento, justicia y libertad? Y un cuerno. Los contenidos de todos ellos, casi sin excepción, pasan por eso tan rutilante que se ha venido en llamar “políticas sociales”: dicho en plata, gastar excesivas cantidades del dinero de los impuestos en dar y repartir, en lugar de promover acciones que generen riqueza.
Dirá usted que hay millones de personas en situación angustiosa, en exclusión social, y que todo dinero es poco. Dirá usted que no es justo que un solo niño pase hambre. Y dirá bien. Pero yo le voy a responder que repartir la miseria no librará a nadie de su actual angustia ni creará un solo puesto de trabajo, salvo algún funcionario o cosa parecida. ¿Acaso no hay mejor forma de emplear los 6.000 millones de euros que cuesta la genialidad del mínimo vital que quiere introducir ese señor del PSOE que nadie sabe de dónde ha salido? Ya el omnipresente de la coleta advierte de la muchísima pobreza que hay en este país: porque uno sale a la calle y, claro, lo único que contempla es eso, miseria y ratas por la calle, y gente muriendo de hambre sobre las aceras o rebañando de los estercoleros...
¿No éramos ese país que hace tan solo una década pretendía hablarles de tú a tú a los más egregios dirigentes del orbe? ¿Cómo ha sido posible que tan rápidamente se haya convertido todo en el actual erial que nos vociferan estos visionarios de tres al cuarto, mensajeros del miedo y de la ruina, despreocupados de cualquier idea que suponga arrearle un buen empujón a la iniciativa privada o a la libertad de los individuos¿ ¿Por qué estos frikis parecen haber convencido de la proximidad del Apocalipsis a tan amplio espectro de la población? ¿No será que al final, como es habitual, habrá que concluir que tenemos los gobernantes ramplones que nos merecemos?
Que el modelo de vida que nos traten de imponer sea la renta universal básica, habla poco y muy mal de nosotros. Este país no se resquebraja por las tensiones independentistas. Se hace añicos porque los líderes políticos venden, con éxito, el reparto de la pobreza como eje vertical de sus programas.

viernes, 17 de julio de 2015

Hoy sí hablo de Grecia

Nunca he logrado comprender las negociaciones que emprendió en su momento Varoufakis, tan defenestrado por sí mismo y sus incongruencias que, en plena apoteosis de rabia (diría, catarsis), ha sentenciado que el rescate heleno es una edición renovada del Tratado de Versalles, donde la Alemania derrotada fue humillada a pagar costosas compensaciones. Toda esa bobada que escribe de golpes de Estado perpetrados con bancos es una idiotez supina que, a aunque a mucha gente le parezca una brillante metáfora de la situación, no deja de ser demagogia de último recurso. ¿No es a esos pretendidos golpistas a quienes el propio Varoufakis quería que le concediesen dinero en condiciones de amigo íntimo?
Lo peor en esta vida es tener una alta consideración de sí mismo. Bien sea por lo intelectual, lo monetario, lo anatómico o cualquier otra razón. Porque en cuestión de consideraciones, la unión hace la fuerza, y los gobiernos europeos, unidos, pueden destrozar las arrogancias de cualquier petulante. Como ha sucedido. Y menos mal, porque el profesor de economía de la teoría de juegos ha pretendido jugar impunemente con el destino de toda una nación sin atender otra cosa que las turbulencias de su brillante cráneo.
Lo de Tsipras, el jugador líder, con mando en plaza, es caso aparte. La realidad financiera de su país ha acabado por arrollar su temeridad. ¿No dicen que celebró un referéndum? ¿No votó el pueblo en contra de lo que, veinte minutos más tarde, aceptó sin pestañear? ¿Usted lo entiende? Porque yo no, se me escapan las nociones básicas de cómo ser político estilo siglo XXI en un país hundido hasta la cerviz en su deuda. O quizá sea que, en lo que Castro definió como “deberse los unos a los otros sin excepción”, los faroles y cuentos no sirven, solo sirve tener buen bolsillo con dinero. Y Tsipras no lo tiene.

No me da igual lo que le pase a los griegos, pero sí me importa poco el destino de estos trileros que, sin coleta y algunos con calva, han pretendido convertir una ideología de cacerolada y plaza del pueblo en un argumento superior a la de sus acreedores. En el ideario de los Tsipras y Podemos que en el mundo son, la deuda no existe y los créditos se pueden echar al fuego porque no pasa nada (auditoría popular, lo llaman). Lo que sucede realmente es que son ellos los que finalmente acaban ardiendo en dos hogueras: la que le preparan los que les ayudan, y la que preparan sus acólitos, por traicionarles. Al loro, Pablito.

viernes, 10 de julio de 2015

Montes quemados

Me lo acaba de contar una amiga: “pienso dejar de votar al PP, han aprobado una ley en el Congreso que permite urbanizar montes quemados sin esperar 30 años”. Mi amiga tiene familia y propiedades en Galicia. Para ella, se trata de una cuestión de pálpito y corazón. Ama los animales, ama las plantas. No quiere en modo alguno ver cómo sus fincas, por humildes que sean, emplazadas en pleno parque natural, se vean consumidas por las llamas para mejor provecho de alguna industria, algún concejal, algún constructor sin escrúpulos. Aunque oficialista, mi amiga sabe que los escrúpulos son un valor demasiado líquido que rápidamente adopta el color, la forma y el nombre del poderoso caballero.
Como siempre, los contenidos de las leyes son perezosamente inadvertidos. Total, hay tantas, y son tan numerosas e intrincadas, que cómo vamos a molestarnos los de a pie cuando ni los fiscales son capaces de manejar tanto enredo… Se trata de una ley, la Ley de Montes, aprobada por el Consejo de Ministros en febrero. Yo no había oído aún de ella (lo cual me desacredita, supongo). El meollo estriba en que la ley impedirá a los agentes forestales actuar en delitos penales y que, por causas de interés público, se podrá urbanizar terreno calcinado. Desde el Gobierno se insiste en que muchos emplean los incendios forestales para impedir que expropien sus terrenos, y con esta medida se evitarán retrasos injustificados. Los agentes forestales y muchas asociaciones han puesto el grito en el cielo…
No solo se queman los montes por el calor del verano o las colillas de los conductores. Los montes se queman desde el momento en que los ciudadanos nos despreocupamos de ellos, alegando que ya se encarga de ese tema la administración. Sucede con los montes como con los inmigrantes que atraviesan el Mediterráneo. Que nos indignan las muertes, pero nunca presionamos lo suficiente a las autoridades y gobiernos para evitarlas. Que nos repugna la combustión de los bosques y la pérdida de flora y fauna, pero siempre encontramos motivos para justificar que se trata de asuntos menores, secundarios, que lo primordial es prestar atención al paro, los bancos y la corrupción.
Como siempre, los recovecos de la burocracia o la relevancia subjetiva del legislador van a impedir dispensar claridad a los asuntos que nos conciernen. Ha pasado antes, y volverá a pasar de nuevo. Los montes se seguirán quemando y el hormigón acabará prevaleciendo con su pesadez gris y vacua. 

viernes, 3 de julio de 2015

El Califa moderno

La noticia nos estremeció a todos. La matanza de turistas en Túnez y la decapitación de un ciudadano francés nos devolvió (otra vez más) el temor hacia lo que se está construyendo en Oriente Próximo. Los análisis geopolíticos anejos a este horripilante asunto no dejan lugar a duda alguna, por si todavía hay algún iluso convencido de lo contrario. No se trata solamente de la vesania de un grupo de terroristas crueles que odian a Occidente y todo lo que representa: se trata de la solidez con que se está constituyendo el nuevo estado suní denominado Estado Islámico, y la truculenta inteligencia de sus dirigentes, con el autoproclamado Califa Abu Bakr al-Baghdadi al frente de todos ellos.
Pese a las manchas rojas con que se suele identificar las fronteras móviles de EI en Siria e Irak, es su expansión y dominio en las redes sociales (generales y propias), donde captan cada vez más adeptos empleando estrategias de seducción entre la miríada de hombres y mujeres jóvenes con gravísimos problemas de identidad), una de sus más potentes armas, a la que habría que añadir la profesionalizada gestión de su imagen, una incuestionable capacidad experta en guerra tecnológica, un ejército muy bien preparado, y una voracidad criminal que atemoriza a Occidente y le hace aparecer como un enemigo imbatible. Esto, de puertas hacia afuera. Porque en su territorio ponen en marcha políticas sociales muy activas, de manera que no puede afirmarse que nos encontremos ante una esclavización y represión brutales (limpieza religiosa al margen) de la población. El yihadismo deviene una cuestión de honor, de héroes, y no esa terrible lacra cuyo aliento sentimos todos los occidentales en el cogote.
Evidentemente las artimañas son numerosas. Pero tremendamente eficaces. Nos resultan impensables porque nosotros ni vivimos inmersos en las redes sociales ni entendemos que alguien pueda formar su personalidad adulta sin salir de la habitación, engatusándose con las mareas de propaganda que arrasan determinados foros y círculos hasta decidir unirse al EI. Quizá lo más terrible. El Califato da cumplida respuesta a las expectativas inmaduras de esos jóvenes musulmanes insatisfechos consigo mismos y con los Estados que les han dado de todo, salvo robustez y fortaleza. Les hemos desdeñado porque son una ínfima minoría, pero a golpe de minoría hay un loco en el mundo capaz de aterrorizarnos a todos con solo blandir el nombre de su organización terrorista.