viernes, 28 de septiembre de 2018

Maricones de España

En ciertas ocasiones me dicen que soy muy afectado a la hora de hablar, porque me expreso de una manera poco natural. Y es posible que tengan razón, aunque no lo haga por mostrar presuntuosidad… Lo he comprobado estos días a vueltas con las revelaciones aportadas por cierto peligroso individuo con respecto a una ministra y algunos contertulios. Ya en su día aduje que los chismorreos solo atraen a quienes conceden importancia al qué dirán antes que al cómo se dice; y si bien no resulta orgulloso juzgar o criticar al prójimo por lo que este haga o deje de hacer con su vida y su privacidad, sí lo hay a la hora de estimar que las gentes se comportan con doble rasero y que lo tienen perfectamente asumido (bien cierto es que llevo demasiados años topándome con gentes que en público se pronuncian de un modo y en privado de otro).

Desde mi punto de vista, importa tanto el modo en que una ministra se expresa en una conversación de sobremesa como su contenido. De hecho, soy de los que opinan que ambos son evidencias de un mismo trasfondo. Por ejemplo: a nadie puede resultar raro que dicha ministra tache de maricón a un homosexual. Eso está a la orden del día en cada rincón de nuestra geografía y en boca de millones de gentes por mucho que los adalides de la corrección política nos quieran convencer de lo contrario. Pero ojo, he dicho que no es raro: no que sea probo. Porque no lo es en absoluto. El problema se genera cuando desde las altas esferas se reconviene a los ciudadanos nuestra forma de pensar y se publica legislación orientada a asegurar que las palabras no influyan en las integridades morales de otros (aunque haya quienes sientan orgullo en ser sufridores), para luego interrumpirse esa política cuando no hay focos ni micrófonos. Por eso entiendo que la ministra la emplee: no tiene por qué ser bien hablada en privado cuando casi nadie lo es. Hablar bien mola si es cara a la galería. Lo dice alguien a quien tachan de redicho por no querer emplear apenas ni la palabra maricón ni otras igual de malsonantes (apenas).

Me contaba un amigo venezolano que en España todo lo aderezamos con putas y hostias y joderes, o de lo contrario nos parece que lo que decimos no cuenta con la suficiente firmeza e intensidad. Y tiene razón. Porque soltar un “maricón” no juzga a una ministra, pero sí lo hace que lo haga por amistad a un tipejo de la peor calaña al que ella negó conocer tres veces, como Pedro a Cristo (eso es lo grave).

viernes, 21 de septiembre de 2018

Doctores tiene la Iglesia

Con permiso del padre Astete, quien ya en el siglo XVI evidenciaba una lucidez que para sí mismos quisieran muchos en nuestro hemiciclo, doctores faltan en el Gobierno. Su plan económico es inexistente, aunque tienen una estrategia: subir impuestos a quienes ya los pagamos (la ministra de Economía lo considera buenísimo), aumentar el déficit, subir el gasto público y atender las muchas necesidades sociales demandadas por la ciudadanía, etc. Uno hace mucho que aprendió la diferencia entre un plan y una estrategia (o, como dicen algunos, un relato). 

Sorprende que, fuera del Congreso, donde Ciudadanos lanza datos sobre fiscalidad y recaudación sin paralogismos ideológicos, la idea podemita de tirar de gasto público y subida ejemplar de impuestos apenas haya sido cuestionada por la otrora fuerza social llamada empresariado y que, de repente, calla, tal vez por aquello de “asno callado, por sabio es contado”. Claro que hay una clase empresarial en la que uno, ni nadie, debería confiar la sensatez, y me estoy refiriendo a todos aquellos cuyos bonus y millonarias pensiones dependen del BOE (constructoras, eléctricas… las de más fama, vaya). Ignoro si en privado alguno de ellos ha efectuado admonición, pero no me consta que en público haya habido llamada alguna de atención. Total, cuando gobiernan los unos incluso el cordón sanitario parece de obligado cumplimiento y cuando gobiernan los otros están permitidos hasta los calzones mefíticos (con perdón por la expresión).

Tenemos a un Presidente encantado de haberse conocido que, cuando habla, más le valdría estar callado por tanto cuanto ignora. Tenemos una dizque clase empresarial poderosa a la que le da lo mismo que gobierne uno que otro, porque a todos bailan idéntica rosca, tanto porque dependen del diario oficial sin importar el color del mismo como por no depender en absoluto de ello (polaridad extrema). Y los demás, esto es, hemiciclianos y españolitos de a pie, divertidos con pendencias de todo tipo: que si plagios, que si tesis de guardería, que si… 

Y mientras tanto, la deuda por los cielos que cubren cualesquiera previsiones legales u orgánicas, el déficit inmerso en sus mentiras expansivas a priori y en sus verdades sufridoras a posteriori. O dicho de otra manera: política social presente a costa de la deuda y los impuestos del futuro. Porque, claro está, el futuro no le duele a nadie, no existe, y es súper progresista hacer uso de tanto como se nos antoje de él.

viernes, 14 de septiembre de 2018

Franco corpore insepulto


Cuando oigo las razones por las que conviene reescribir el pasado me pongo a temblar y recuerdo, de inmediato, aquel Ministerio de la Verdad de la novela 1984 de George Orwell que se encargaba de adaptar la Historia a cada situación requerida. Y cuando leo las razones aducidas por tantos prohombres y prebostes con ínfulas intelectuales (plagios y mediocridades académicas aparte) y su necesidad por constituir una verdad de la Historia única e indiscutida, enseguida me pregunto cuándo vendrá el próximo que intente volver a redactar la suya.
Los totalitarismos del siglo XX reescribieron (todos) la Historia que ellos concebían única y verdadera. Y siempre encontraron turbas enfurecidas de rabiosa felicidad porque, por fin, alguien había descubierto la verdad que más les gustaba. No hace falta irse muy lejos: en Cataluña pasa eso exactamente ahora mismo. Los hechos, aunque se demuestren irrefutables, siempre abren la oportunidad a las interpretaciones. Y en las interpretaciones la verdad a veces se esconde y otras deslumbra: se llama historiografía, y es amplia y discutible al igual que las teorías científicas.
En esta ley de la Memoria Histórica no estamos hablando de recuerdos, aunque se refieran a la memoria. Recordar es una obligación. Yo no quiero recordar solo un poco, quiero recordar la globalidad. Y si no puedo, que entre todos lo hagamos posible, porque no hay nada más despreciable que el actual negacionismo del mal que se extiende por el mundo sin que nos demos cuenta. Por eso, quizá, aborrezco tanto el turismo sin concierto y la tropelía de la incultura masificada (no se puede recordar aquello que no se conoce), como también desprecio los esfuerzos de muchos en querer democratizar los recuerdos para que rememoren solo lo que ellos quieren y en la medida que les apacigua.
A veces conviene olvidar. Y en nuestra Transición, hubo un pacto en favor del olvido que fue decisivo para que surgiera lo que somos ahora. Pero fue un pacto político, para nunca más devolver los motivos de tamaña agresión como fue la Guerra Civil, toda vez que Franco quedó bien muerto y bien sepultado bajo una inmensa cruz de oprobio y una pesada losa que creíamos imposible de levantar. ¿Quién lo ha olvidado que ahora necesita una ley para recordárselo? Los símbolos solo surten efecto cuando uno quiere. Para mí este en concreto siempre fue una inmejorable excusa para no olvidar jamás. Solo eso. Sin efecto taumatúrgico: que incluso las atrocidades de la humanidad jamás acabaron tras Auschwitz…

viernes, 7 de septiembre de 2018

Perediano

Muchas vueltas ha de dar el mundo para que el nombre de Pedro Sánchez no evoque en mis meninges al protagonista de la obra homónima de Pereda. Es posible que no la conozcan y de ahí que les recomiende su lectura, porque es magnífica de principio a fin, no como la triste realidad que nos atrona.

Y no, no me refiero a las decisiones económicas que se enarbolan cual orientación político-moral para desvalijar, crear pobreza, despreciar el esfuerzo de todos, reescribir el pasado, etc. Al fin y al cabo, gentes hay en suelo patrio a quienes estas contribuciones suenan a gloria: allá ellos. Me refiero abiertamente a las inminentes experimentaciones cuasi bolivarianas y al listado interminable de condiciones que la también interminable cola de enemigos imprescindibles le ha estampado en la cara al señor poco perediano que ocupa el trono gubernamental. Fíjense en la ocurrencia de desentenderse del Senado por quítame allá un estorbo en plan venezolano. Uno siempre se ha declarado en contra de la inutilidad de esta institución, pero caramba, las formas cuentan incluso para finiquitar un edificio amparado por la Constitución…

Otra triste realidad es la de 84 diputados perplejos por la brutal carga de nepotismo, revanchismo y díscolas pretensiones, al margen de notorias inmadureces propias de improvisadores, en que se ven rodeados. Y si no es asombro lo que los representantes socialistas sienten, seguramente sea vértigo al comprobar, día a día, cómo la única acción de gobierno en la Moncloa consiste en estirar el poder no obtenido en las urnas mediante cambalaches con los independentistas de todo cuño y los neocomunistas de la izquierda más recalcitrante que jamás haya parido madre. Otra magna y señora brecha sangrante en pleno corazón de un Estado que se va haciendo añicos desde tiempo ha…

Esto de ser una democracia y que haya tan pocos demócratas en los entresijos del poder tiene su aquel. Y es un aquel que no conoce de lados políticos: todos hacen lo mismo o, mejor dicho y con mayor precisión, las acciones que eligen ambos lados son justo aquellas orientadas a enturbiar la democracia y convertirla en estricto papel higiénico, y ya saben ustedes para qué sirve.

El Pedro Sánchez perediano regresó a la tierruca con fracaso a cuestas y la Historia alrededor desbocada. Al que duerme en la Moncloa se le ve incluso incapacitado para enterarse de cuáles son las costuras difíciles que una vez nuestras cosueñas hilaron. Triste lamento.