jueves, 17 de agosto de 2017

Atentar es fácil

Tenía que pasar. Atentar es fácil. No importa que sea en Londres, Niza, Berlín o Barcelona. En todas partes hay lugares donde el tránsito humano es masivo, vehículos en las inmediaciones con libertad de circulación y, por lamentable que parezca decirlo, imbéciles radicalizados a quienes basta uno de tales vehículos para arremeter contra nosotros, los infieles. Mejor una furgoneta o un camión: los daños y el número de muertos y heridos serán mayores. Así se expresaba no hace muchos meses la revista yihadista Rumiyah y así lo pensamos todos, pero con obvio sentimiento repulsivo.
Este tipo de matanzas son, tristemente, habituales en conocidas regiones de Oriente Próximo o el norte de África. Pero las que se producen en nuestro continente van cargadas de dramatismo: los perpetradores no eligen atacar en mercados o aglomeraciones de las barriadas, sino en lugares simbólicos y conocidos para impactar en nuestras consciencias, y en fechas muy concretas: la reunión antiyihadista de Washington, el Día Nacional francés, las navidades en Alemania o el agosto español. Serán unos grandísimos hijos de puta, pero saben muy bien lo que se traen entre manos. Tratan a Europa con cortesía macabra.
Tengo muy claro que no solo buscan inocular el terror y el miedo entre nosotros. Sobre todo, pretenden nuestra fragmentación, la radicalización de la sociedad civil, que rompamos anímicamente con nuestra proverbial tolerancia y enarbolemos el discurso bélico (lo hizo Hollande -madre mía- tras los atentados de París). Por eso, aun ignorando qué mensajes se escucharán hoy en radios y televisiones, pues carezco de tanta clarividencia, estoy convencido de que en alguna parte resonarán mensajes cargados de islamofobia y radicalidad. Ese es el juego lúgubre al que juega el yihadismo. Para ellos sería un éxito completo que nos volviéramos todos tan imbéciles como ellos.
A otros corresponde decir cómo eliminar esta plaga que nos asola, en caso de que pueda denominarse así. Ellos nos tildan de infieles porque llevan en su código ético una visión destructiva del sentimiento religioso. Nosotros los llamamos de muchas maneras porque su locura es impenetrable. De momento han cercenado la vida de inocentes que paseaban por las Ramblas. En algún lugar (o lugares) del mundo habrá quien se encuentre celebrando el sacrificio. Ninguno de ellos escucha a su dios, que reiteradamente les ordena que, de no vivir en paz, se eliminen a sí mismos de la faz de esta tierra.