Cómo cansa este espectáculo continuo del desastre y la
tragedia. Cómo cansa (tan pronto) este gobierno de las reformas que nos grita
todos los días. En alguna parte he leído que la diagnosis en España es fallida
y la estrategia inexistente. El resto es una enorme incertidumbre, pero sólo
para ellos, que yo tengo arraigada muy adentro la convicción de que estamos
arruinados, de que este país es un vagón en vía
muerta que se mueve por inercia hasta la completa detención. Y son
ellos, ellos solos, no yo, ni usted, ellos únicamente, los políticos, las
elites bancarias, los de los yates en Mallorca, quienes nos han aplastado hasta
sacarnos las tripas por la boca.
Ni siquiera puedo decir que contemplo las cenizas de esta
península ardiente desde el desencanto, aunque desencantado me sienta. Peor que
eso, soy espectador desde la impotencia, el abatimiento y la rabia contenida.
Ellos, manirrotos, ruines, dictadores, estúpidos, bocazas, demagogos y
adinerados, desde su casta política donde nunca llegan los helados vientos de la
desgracia, siguen igual que antes, como si nada, como si tal cosa, como si no
hubieran sido los responsables, como si pudiesen arreglarlo todo de manera tan
eficaz a como lo han destrozado. Ellos, con sus bancos, con sus constructoras,
sus carísimos pisos de mierda vendidos a precios imposibles, sus opulencias
indecentes, sus barrigas asquerosas, sus esputos de poder e influencia, ellos
se ríen como si fuesen tan víctimas como nosotros. Ellos, sí, zafios, patanes,
que sólo saben apretarnos el gaznate, que hablan de reformas sin mencionar que
primero habrían de reformarse sus cerebros grasosos, ellos son los culpables.
En Islandia, ese país pequeñito, pero qué docto y sabio,
el Tribunal Supremo salió en defensa del pueblo. Y encarceló a los causantes, y
alentó que se cambiase todo, sin oír más que a la propia justicia y el libre
criterio. ¿Dónde están aquí nuestros jueces, dónde quienes nos defiendan de
esta casta infecta, nauseabunda, mezquina, manirrota, interesada, despreciable?
¿Es que ya no quedan hombres y mujeres en esta tierra con la frente bien alta,
la mirada intensa, que nos devuelvan la perspectiva de nuestra propia grandeza?
Espectador me he convertido, pero desencantado,
cual alfeñique tembloroso incapaz de hacer valer su palabra, perdido en este
inmenso bosque de intereses creados. Y cuando ni la palabra sirve de nada en
absoluto, gritar más alto es lo mismo que callar más hondamente