viernes, 25 de septiembre de 2020

Cuanto haga falta

La más cruenta tragedia del siglo XX no fueron las muchas guerras: fue la gripe española. Los libros de historia la omiten con descortesía. Una gripe no parece un hecho relevante así aniquile 40 millones de personas. Entre aquella, que decoloraba a los moribundos de todo el planeta o producía acromatopsia en los enfermos que se recuperaban, y esta de Wuhan hállanse asombrosos parecidos y sidéreas diferencias. Como entonces, hemos tenido la mala suerte de toparnos con una enfermedad nueva. Somos como los nativos del Perú luchando contra Pizarro y la viruela. Gana siempre Pizarro.

Una cosa es doblegar la curva (las veces que haga falta) y otra doblegar un virus. La curva quiere no alcanzar el punto de congestión de los hospitales. El virus carece de conocimiento y le importa poco la angustia de los humanos. Con él nadie está pudiendo porque no se puede, por mucha medicina y tecnología que quieran inventar (las veces que haga falta). Enfermaremos, sanaremos o nos moriremos. No hay otra. Es lo que siempre ha pasado. Con antibióticos y sin ellos. Con vacunas y sin ellas. Porque esa vacuna esperanzadora, la misma que el 40% de la población no quiere inocularse, no llegará antes que la inmunidad de grupo o el debilitamiento vírico del bicho infame. La simplicidad de la naturaleza es sorprendente: solo necesita sesenta mil millonésimas de metro para desmontar nuestros colosales castillos de arena. Por mucha propaganda, por más fuertes que digan que saldremos (las veces que haga falta), seguiremos a merced del patógeno.

Dice Juanjo que también detesta la ineptocracia que el virus ha manifestado. Yo le replico que está instaurada en el planeta, mas no en todos los países. El nuestro destaca por haberse trocado en un virus mucho más agresivo. Yo quisiera no estar al arbitrio de un Gobierno que solo sabe echarle la culpa a Madrid y que se alegra mucho de que la economía haya retrocedido un 17,8% en vez del 18,5% previsto. Qué afortunados somos. Acabaremos en un erial, pero qué progresista y qué igualitario el erial. En el ínterin, nos colarán indultos, retorcerán leyes, impondrán vetos republicanos y enviarán pésames a Bildu. Y nadie, entre ellos, dirá nada porque la población afín está bien aleccionada. Y nadie, enfrente, levantará la voz con inteligencia porque la población ajena cree seguir durmiendo en una pesadilla de indecencias que parecen justas y probas, donde la memoria se destierra de inmediato y se cambia por lo que unos incapaces dicen cuantas veces haga falta. 

viernes, 18 de septiembre de 2020

Estío concluido

Con sinceridad deseaba consumar estas columnas que vengo dedicando al estío que aún transitamos. Sin vacaciones, el verano sobra, desaparece. Y, contradiciendo el transcurso astronómico, es otoño, la estación que devuelve la ropa a los cuerpos y desprende la seroja al suelo.

Y sí, concluye el estío. Pero el virus no, que nos va a acompañar un par de años largos aún. Tómenlo con paciencia. Y cuidado. Su enfermedad seguirá sin cura hasta quién sabe cuándo. Los gobiernos enloquecieron tiempo ha y dicen poder someter al patógeno. Ilusos. Diría que se comportan como adanes. Y muchos ciudadanos también. Pero este grado de estrés no puede sostenerse: las economías no van a sobrevivir con esta locura que tampoco conduce a nada. La subcepa B3a del virus, que entró en España por Vitoria, y la subcepa A2a5 (italiana) explican y siguen explicando lo que está sucediendo aquí, en Reino Unido y en Sudamérica, donde las cifras son peores. Pero claro, no es fácil que encuentren ustedes estas explicaciones en la tele…

Acaba el estío, sí, y antecediendo al otoño arriban las borrascas históricas y las memorias imperecederas, que ahora tildan de democráticas. Nos lo recuerda sin descanso el señor cuyo padre militó en un grupo terrorista y que se reúne con los que jalean al desaparecido grupo terrorista vasco bajo un póster de ese ejército popular cuyos crímenes en el convulso periodo de la España fratricida parece que no existieron. Como nos lo recuerda el otro señor, más importante, que prefiere negociar el futuro inmediato de todos con quienes no quieren que haya un futuro inmediato para todos. Lo peor, que nos lo recuerdan con espumarajos en la boca.

Esta sensación de enfrentamiento pertinaz del Congreso, con lesivas alusiones del Gobierno al imperativo legal que les obliga dirigirse a ciertos grupos de enfrente, o calificando las actitudes opositoras de inconstitucionalidad, esta sensación produce mucho frío. No solo porque califique de atroz al Gobierno, cuya inepcia y descontrol comienzan a ser proverbiales, sino porque es recibida en las calles con alborozo por turiferarios acérrimos. Creo que la sensatez quedó infectada de virus y se halla luchando por su vida en la UCI. Yo, personalmente, detesto que un Gobierno considere ilegal todo lo que no sea de su gusto o agrado. Por ello no solo les tacho de ineptos: siento auténtica detestación, y al hacerlo reflexiono si no me estarán llevando a ese terreno bifronte donde quieren que nos situemos unos y otros hasta acabar a garrotazos.

viernes, 11 de septiembre de 2020

Estío corrompido

Los coletazos del verano van dejando en el panorama político nacional algunas perlas sucias, negras como la pez. Lo de nuestros representantes en las Cortes es de una finura tal en el análisis inductivo que cabe preguntarse si el hemiciclo no se ha ido rellenando, paulatinamente, con lo peor que se iba encontrando en cada casa.
Unos anuncian imputaciones a los de enfrente e incluso aventuran cuál será la sentencia: que aprendan los juzgados lo que es rapidez, qué diantre. Otros, queriendo escapar del estigma que han heredado, denuncian orquestaciones maniobrables en lo más oscuro del banquillo contrario. Unos y otros aprendieron el otro jueves, como quien dice, que el pasado en política es un bumerán lanzado hace siglos para que le sacuda en el cogote a quien, medio milenio después, tome el relevo, se halle enterado o no del asunto. Cierto es, muy cierto, que ese señor de Palencia que ha recibido el fenomenal golpetazo se encontraba por allí, entonces, pintando muy poco. Casi como ahora, por mucho que parezca importante porque le han dicho que guarde turno a ver si el poder le cae sobrevenido: es decir, encima, como un costalazo bien dado.
Ya que estamos aún en el estío, aunque no lo parezca, podríamos aprovechar el singular del apellido en plural del señor a quien casi habíamos olvidado pese al escándalo que montó en su día con los suyos por unas cuentas dobles o múltiples, las del partido que preside, de momento, el palentino. Ese apellido, en singular, evoca a un encantador pueblo cántabro percibido de verdor y frescura, tiznado con la huella evocadora que estampan, en lontananza, los montes. Pero claro, hablar de frescura y frescachones es remitirse nuevamente al hemiciclo, donde abundan los peces que beben en el río de las sinecuras partidistas. Porque si lo que se cuece en el banquillo del principal opositor es tórrido, lo que lleva hirviendo unas cuantas semanas en la bancada aliada del Gobierno es nauseabundo hasta decir basta.
De una manera u otra, el patio se encuentra divertido y lo que se percibe desde el proscenio casi es más interesante. Por un lado, soplando en contra de los que fueron suyos, un secretario de Estado; por el otro, a favor, los vientos de una fiscalía que pagamos todos los ciudadanos para que el Gobierno crea que es suya y solo suya. Y aunque el de Palencia esté sufriendo, el asunto (grave) no va con él. Pero el prescriptor de jarabes sigue esperando un milagro que le alivie del oprobio de haberse encastado tanto él como su partido.

viernes, 4 de septiembre de 2020

Estío septembrino

Aun siendo verano, parece concluido el estío. Septiembre surge, todo él, otoño. El calendario nos arrebata casi un mes de esparcimiento para introducir el duelo en nuestras almas.
Llevaban avisando los medios que este mes sería una carnicería de esperanzas y futuros.  Y lo entiendo. Todos quieren hacernos creer que esta pandemia es excepcional y que no hay registro alguno en la historia reciente que se le asemeje. No importa que las pandemias sean recurrentes y no haya generación que se libre de alguna. Lo insólito de la nuestra es que, a escala mundial, la hemos afrontado desde un pánico desmedido. Y así nos va. Apocalípticamente. Ni el ébola en África ha sido gestionado como este coronavirus al que envuelven recurrentemente en prognosis armagedónica.
Mientras esto pasa a la única escala límite del ser humano, en la nuestra, la de nuestra piel de toro, tan troceada y malinterpretada, los discursos siguen rellenándose de vaciedades: por ejemplo, la urgencia de la unidad, reclamo perpetuo que se proclama más cuanto mayor es el deseo de división, como sucede ahora, en una sociedad cercenada en dos bloques cada vez más antagónicos. Lo peor es que no nos deberíamos extrañar. Nos gobierna un individuo que no solo miente, también hiere de forma constante las sensibilidades e inteligencias de los ciudadanos a quienes se debe. Vive tan campante, ha confundido tanto la gobernanza con la propaganda, que solo sabe dedicarse a la única inutilidad de la que es capaz. No importa que un país entero, el nuestro, desde todos los frentes, se halle encogido, con el corazón contrito, no tanto por los rebrotes (tan previsibles y obvios que espanta que resulten tan lesivos para el sosiego común) como por la crisis que se avecina, y no se ha avecinado ya sin darnos cuenta.
Mal asunto el reciente espectáculo con el Ibex presentando armas. Lo mismo que esas vacaciones a cuerpo de rey (del rey que echó) tan soberbiamente interrumpidas cuando el bronceado no admitía más tono para mantener reuniones y conferencias tan inútiles como su gestión de todo. Somos, ahora mismo, un país sin futuro. Por eso mismo me siento convencido de que uno a uno, quienes no atendemos proclamas ideológicas ni partidistas, especialmente sin estas últimas, haremos aquello que debemos hacer pese al ruido entorpecedor de las altas esferas.
No se dejen humillar por este teatro del ridículo en que ha tornado los asuntos del Estado. La propaganda no cesará. Pero los demás podremos dejar de escucharla siempre que lo queramos.