sábado, 28 de abril de 2018

Peor que olvidados

Un amigo de muchos años ha, Vincenzo, venezolano, catedrático de Física y erudito historiador, que sobrevive como puede en el infame régimen de Maduro, me comenta que se siente disgustado por el superficial tratamiento que España dispensa a sus héroes. Obviamente, se refiere a lo ocurrido en Barcelona con la calle del Almirante Cervera. Le digo que, al menos, la polémica ha servido para que mucha gente se haya aventurado a leer en Wikipedia quién fue este insigne militar español. Él, que ha viajado mucho por todo el mundo y tiene en Cuba una segunda patria, me refiere que allá en el Caribe nuestro cuasi ignoto almirante es reconocido con la pertinaz evocación que España no le dispensa.
Cervera fue rescatado del mar, una vez que su obsoleta flota fue hecha pedazos, por un comandante de los buques estadounidenses, rindiéndole honores militares. Pero a estas alturas ya sabrán que tanto en el país que nos combatió en Cuba, como en la propia Cuba, la figura del almirante Cervera goza de muy buena reputación. Los EEUU por la humanidad que Cervera dedicó a los prisioneros de guerra y el coraje con que tuvo que encajar las desatinadas órdenes provenientes de la lejana España. Y en Cuba, por el heroísmo y honradez con que quiso dar por finalizada una etapa colonial que de facto había periclitado. Bien me lo recuerda Vincenzo, más versado en estos asuntos de nuestra Historia colonial que seguramente la inmensa mayoría de los españoles de a pie.
La Historia se escribe en unos libros que apenas nadie lee y sus páginas contienen testimonios de gentes que una vez deambularon por este mismo planeta, antes que nosotros, contribuyendo en mayor o menor medida al desarrollo de la civilización que conocemos. Unos tienen reservada una página principal, de continua revisión, como Colón o Cervantes o Ramón y Cajal. Otros, en cambio, solo disponen de una columna o un párrafo y, más pronto o más tarde, quedarán relegados al olvido o, lo que es peor, su impronta será equívocamente tergiversada.
No me interesa en absoluto el exabrupto de Ada Colau al respecto. Lo sorprendente hubiera sido lo contrario. Como tampoco me asombra que, otra vez, una más, se haya generado una mediática batalla por un asunto menor, fácilmente corregible en el intelecto de cada cual, pese a que en estos momentos haya tantas otras cosas premiosas y urgentes que tratar en esta piel de toro que se está rompiendo a pedazos, para disgusto eterno de nuestros héroes olvidados.

viernes, 20 de abril de 2018

Cazadores

Mi tío, mi abuelo materno… todos labriegos y cazadores. Lo he contado alguna vez. De niño a veces me llevaban a ajear perdices o a conejos. Era aburridísimo: toda la mañana pateando el monte, saliéndose de las trochas y atajando por donde solo las cabras se atreven, para encontrar algún conejo extraviado o un nido de perdices. Todo esto formaba parte del acervo de los pueblos, de las rutinas del campo, mucho antes de que apareciesen en las ciudades los colectivos en defensa de la naturaleza, los animalistas y demás benefactores de los bichos.
En realidad, es fácil advertir que la gente comparte cada vez más un conocimiento establecido. Hace tiempo abandonó la experiencia directa para aceptar, o abrazar, lo que otros comunican, convirtiendo su sabiduría personal en un manojo de creencias. Sabiduría urbana, claro está. Incluso en muchos pueblos es así ya. Si tienen el placer de salir al monte o a la montaña, lo harán no por paliar la carencia habitual de naturaleza, o una ignorancia intrínseca del medio natural, sino porque pasear un rato por senderos, roquedas, cascajales y oteros forma parte de ese contacto que se ha estipulado como necesario para una vida sana. Pero la ignorancia de la que hablaba anteriormente seguirá igual de vigente, porque el urbanita ni vive, ni comparte ni entiende la cultura rural.
Me sorprendió el escarnio con que algunos medios atacaron al presidente francés cuando anunció recientemente que restauraría las cacerías presidenciales. O cuando el pasado fin de semana, por ejemplo, se vivieron en España una serie de manifestaciones en defensa de la caza y los medios rurales. Las redes sociales, que son urbanas, fanáticas y repletas de idiotez, enseguida pasaron al ataque, atravesadas de esa sedicente altura moral que las trufa como si una proclama cualquiera vociferada por millones de voces fuese más verdad que una certeza proferida por unos pocos.
El animalismo ha devenido identitario y arrogante. Hace poco me dio la risa al oír contar a una cocinera de colegio los lloros que soportaba cuando preparaba pollo asado para los niños. Sin olvidarnos de organizaciones como Proyecto Gran Simio, que pretende reconocer derechos humanos (sí, humanos) a los grandes simios (chimpancés, orangutanes y gorilas).
De verdad. Aunque me aburra, sigo prefiriendo una actividad cinegética responsable a las muchas rupturas ocurrentes que tratan de arrinconarla. Es una cuestión de medios: urbano o rural, y sus mezclas.

viernes, 13 de abril de 2018

Titulitis reveladora

Me pregunto qué necesidad tiene un político con mando en plaza (o, en su defecto, uno que pueda tenerlo) de falsear el currículo. Ya está arriba. Ya hace y deshace. Ya le reverencian. Ya le adulan. Ya le temen. No lo entiendo.
Tal vez haga acto de conciencia y descubra que le falta ese título o aquel otro porque en su momento se sintió indolente (jamás nadie se reconocerá incapaz) y le avergüenza admitirlo en su fuero interno. O tal vez porque nunca le interesó realmente estudiar, ni pensó que lo necesitase ante el meteórico ascenso que le aguardaba tras lustros de adulación y paciente espera frente al mandamás supremo, y estando en la cumbre descubre que no soporta la idea de que otros inferiores en poder a él exhiban con orgullo mejores gestas intelectuales (si es que el calificativo de mejores tiene algún sentido, que eso es tema para otra columna). Por descontado que no repara en pensar que acaso no haya manifestación mayor de medianía o imposibilidad o arrogancia o soberbia que una solicitud gratuita y torticera a Salmantica de “quod natura non dat”.
En realidad, lo digo así de clarito, me da igual que los políticos dimitan o no por una cuestión de títulos falseados o firmados en la puerta trasera, donde no hay ruido y casi tampoco luz suficiente para saber si lo que se firma vale algo o es pura basura. Si no dimiten por corrupción, ¿cómo van a dimitir ante el descubrimiento de su manifiesta incapacidad y galbana? Además, se encuentra todo el arco parlamentario tan afectado por la fiebre de másters y doctorados al peso, que lo de menos son estas tormentas políticas que solo descargan su ira por el consuelo del contrario de ver que los oponentes hacen lo mismo. Lo importante es la sensación de decadencia, de avidez por el poder sin contemplaciones y sin importar la preparación que uno haya atesorado para erigirse en poderoso. El dedazo requiere no estímulos, sino pleitesía. Un dedazo a tiempo, capaz de erigirte sobre los hombros de tus conciudadanos, no acostumbra a exigir formación profunda o capacidades conspicuas: tan solo la reverencia y mansedumbre del alma.
Un título no es otra cosa que unas cuantas horas robadas al sueño para el estudio, un examen, unas tasas, una espera nerviosa y un papel grueso y bonito con letras locuaces. Nada más. Les cambio yo a estos prebostes todos los míos por un mes cualquiera con su poder, el que tan estúpidamente se empeñan en arrojar al vertedero sin justificación alguna

viernes, 6 de abril de 2018

Estudiantes desiguales


Uno de los temas de conversación de estos pasados días de asueto en mi pueblo ha versado sobre la dureza de la enseñanza en mi tierra, Castilla y León. El hijo de un vecino, uno de esos extraños especímenes que aún pueden observarse en los desolados campos aldeanos (es decir, un individuo joven que aún no ha emprendido el éxodo), y que este año ha de superar la Selectividad, se quejaba amargamente de lo difícil que es acceder a una plaza en Medicina debido al rigor y dureza de los exámenes en la región. Alegaba que algunos amigos suyos han debido buscarse otra carrera, frustrados de ver cómo los estudiantes de Extremadura sí entran en Medicina en Salamanca pese a la evidencia de sus inferiores conocimientos y unas notas en Selectividad hinchadísimas. Curiosamente, la profesora de Lengua del enano, que es de Zamora y estudió en la región, se quejaba de algo muy parecido hace un par de semanas, en una jornada de puertas abiertas en el cole.
Uno echa un vistazo a los variados informes que tratan de aportar luz a la situación educativa en España y observa que, en todo lo que no es la Selectividad, Extremadura o Canarias, por ejemplo, se encuentran en los niveles más bajos, a la cola del resto, lo cual no me extraña en absoluto. Lo que sí atormenta es pensar sobre los motivos de las autoridades de una región para querer beneficiar de manera tan burda a sus propios estudiantes frente a los demás, en lugar de querer hacer avanzar más la calidad de la enseñanza en su territorio, que sería un objetivo mucho más interesante. A la postre, el gongorino ande yo caliente prima sobre todo lo demás.
Me parece alarmante. Si le pregunto al de mi pueblo responde que él también querría ver sus notas mejoradas y poder cursar Medicina; si le pregunto por el valor que concede a saberse con más conocimientos intelectuales que otros, me responde que de nada le sirve. Y no le quito razón. Le trato de animar diciendo que hace mucho tiempo que sufro alergia hacia los médicos y que acaso el tipo de acceso a esta carrera es la causa de ello. Se ríe, pero no sirve de mucho.
Hace muchos años que la educación dejó de ser un asunto de estado para convertirse en un asunto regional. Menudo error. Que para acceder a una carrera las pruebas de acceso sean distintas para unos y otros, aún mayor error. Tanta defensa de la igualdad, tanta integración y tanta gaita, y resulta que la praxis real política es la fragmentación y el regionalismo a ultranza.