viernes, 18 de abril de 2008

Jóvenes agresores

Acaba de imponerse, como estrategia política, elevar la igualdad social a rango de ministerio. A algunos les suena a frivolidad de país tercermundista. A otros, un avance social impecable. A la joven reciente ministra de eso, el ensalzamiento del principal valor de la democracia. No sé lo que le parecerá a usted, querido lector. Opine de ello en la edición digital de DV. A mí, personalmente, me resulta innecesario. La igualdad ante la ley es un derecho presente en la Constitución. El Gobierno, como anteriores gobiernos, es el responsable de velar por su cumplimiento. No me parece que haya habido nunca dejación. Otra cosa es que ciertos derechos tarden más o menos en ser asumidos, entendidos y ejercitados. Reconozcamos que los cambios sociales cuestan. Y, a veces, cuestan mucho.
Cuesta admitir, por ejemplo, los resultados del estudio elaborado por la UPV y patrocinado por Emakunde. Ayer se mencionaba la noticia en este diario. Los adolescentes vascos optan por la agresión física ocasional para resolver conflictos. Hay una abrumadora evidencia de que los jóvenes piensan que es “insano” ser agresivos. Pero en una valoración de 0 a 5, los bofetones (sic) a los hijos alcanzaban un valor entre 3-4, y el bofetón a la pareja  de 2. Como puntualizaba la profesora Juana Mari Maganto, en un programa radiofónico, lo esperado hubiese sido un categórico y rotundo 0. Pues no. Se justifican los jóvenes en su propia inseguridad. A mí me resulta espeluznante que se tolere y entienda la agresión ocasional como parte de la convivencia. Parece cavernícola. Pero ahí está. Por qué habría de sorprendernos que cada semana una mujer muera porque su pareja la ha asesinado. Ellos (que no ellas, no olvidemos este matiz) aprueban que se les vaya la mano de vez en cuando. Es difícil no pegar a quien se quiere, deben de pensar. La confianza, ya se sabe, da asco.
Ya tiene trabajo la joven ministra. Tendrá que dedicarse de lleno a esta tarea. Y no solamente en lo concerniente a la violencia en la pareja. Porque nuestros adolescentes, motores de la futura sociedad, dicen asumir los conceptos de corresponsabilidad familiar y de igualdad entre géneros, pero no se la aplican ni a su pensamiento. No entienden lo que significa. Lo prueba el informe. Las mujeres piensan que se concilia familia y trabajo con un empleo a tiempo parcial. Los hombres, abriendo guarderías o que sea la amona quien se ocupe de cuidar a los hijos.
Qué difícil y complicado es vivir en sociedad. Tanto como avanzamos y cuántas evidencias de convicciones vejatorias. Me pregunto si en el seno de las familias se reflexiona sobre las consecuencias de este tipo de actitudes. Perdón, olvidé que de eso se ocupa ya la televisión…No he dicho nada.

viernes, 11 de abril de 2008

Estado y eutanasia

El debate sobre la eutanasia tiene ida y tiene vuelta. Flujo y reflujo, como las mareas. Recientemente abierto en Francia, y en toda Europa, por el suicidio de una mujer. Una mujer deformada por un tumor progresivo e incurable. Los jueces impidieron que fuese el Estado quien coadyuvase a lo que, sin duda, debió suponer un ejercicio formidable de voluntad. Quitarse la vida.
La eutanasia divide a las gentes. Cierto. Tropieza con la iglesia. Tropieza con muchas sensibilidades. Dicen los críticos a la eutanasia que la vida es un bien digno de protección. Que está por encima de cualquier otra consideración. Y que el Estado ha de protegerla. Que no ha de tener en cuenta la reiterada y obstinada voluntad de morir de las personas. No recuerdo caso alguno en que se solicitase morir por capricho obvio. Siempre han sido pacientes terminales, incurables, sometidos a atroces torturas. Se alude a la obligación de impedir comportamientos totalitarios y eugenésicos, como los del nacionalsocialismo alemán. Esto supone asumir que la actitud frente al dolor íntimo de un ser humano, que lucha contra su destino, está vinculado a la actitud de todos frente al dolor aberrante de ver mancillados los derechos humanos. Inconcebible parece a estas alturas de la Historia, pero todavía se esconde ese terror al acecho.
No creo que se trate de una discusión sobre la libertad personal. Ni sobre el valor de los derechos fundamentales. Éstos se rubrican en cartas magnas que luego muchos gobiernos incumplen sabedores de la pasividad diplomática restante. La cuestión es otra. Con la eutanasia hablamos de disposiciones que establecen los individuos respecto a su valor más íntimo, en una situación de indefensión tan extrema que parece, ante todos, objetivamente insostenible. Porque esta disposición sobre la propia vida, la de ejercer dejación sobre ella misma, es un hecho muy anterior a cuantos acuerdos hayan derivado en consensos sociales, libertades y derechos. Tan anterior, que Chantal Sébire, una mujer monstruosamente afectada de desesperanza, vence la inercia genética a seguir viviendo e ingiere una cantidad mortal de barbitúricos. Nadie cuestiona su íntima renuncia final. Pero eso sí, la cuestionamos antes. A ella y a quienes se enfrentan, sin capacidad para realizarla, a la decisión más terrible. Cuando están vencidas y rotas todas las esperanzas (que jamás son infinitas). 

Con esta negación, el Estado, que defiende los derechos suscritos en la Historia, evita cualquier atisbo de contradicción. Le basta con desoír la voluntad de quien considera que ya no queda nada por hacer. Al Estado le basta, en realidad, con asistir al debate ciudadano, de ida y de vuelta, sobre si la eutanasia es o no una mera imploración.

viernes, 4 de abril de 2008

La ciencia del fin del mundo

Menudo alboroto se ha armado con un asunto que parece baladí. Un juez de Hawai ha admitido a trámite una denuncia interpuesta por dos supuestos científicos estadounidenses. La razón: la puesta en marcha del LHC, el mayor colisionador de partículas del mundo, en el CERN, en Ginebra. Dice la demanda que en uno de los experimentos del CERN se intentará crear un mini agujero negro. Y ésa es la clave. El experimento sale mal y el agujero negro comienza a engullirse a la Tierra. O sea, el fin del mundo. Prosaico, ¿verdad?

Pero no se me alarme usted. Un agujero negro no se traga todo lo que hay alrededor. Un agujero negro no es más que un objeto con una densidad tan grande que, a partir de cierta distancia, denominada horizonte de sucesos, nada escapa a su atracción. Ni siquiera la luz. Por eso se dice que es negro, claro.

Un agujero negro es muy denso. Este matiz es importante. Que un cuerpo sea agujero negro o no, viene determinado tanto por su masa como por su tamaño. Un objeto con la masa de la Tierra, cuyo horizonte de sucesos fuese igual o inferior a 9 milímetros, sería un agujero negro. Es decir, un agujero negro con la masa de nuestro planeta, tendría 9 milímetros de radio. En el caso del colisionador de partículas no se pueden conseguir cuerpos de esas masas. Allí se trabaja con partículas subatómicas. Un agujero negro de tan sólo una tonelada (que es una cantidad enorme) tendría un radio miles de millones de veces más pequeño que un núcleo atómico. Un agujero negro de un kilo tendría un radio 1.000 veces aún menor.

Así que la idea de un experimento fallido, creador de un mini agujero negro que se traga a la Tierra, es, por decirlo pronto y fácil, ridícula. Tal vez conforme el mini agujero se fuese desplazando y engullendo vorazmente partículas subatómicas, y luego átomos enteros, podría suponer un peligro. Pero… Dice la teoría, formulada por el archifamoso Stephen Hawking, que un agujero negro minúsculo pierde masa más rápidamente cuanto más pequeño es. O sea, para colmo, el mini agujero negro se desvanece antes de pensar nosotros en decir “kaixo, agujerito”.

Pero voy a jugar a ser apocalíptico. Supongamos que el mini agujero se traga la Tierra. Dice la demanda que acabaría por engullirse al universo entero. Y eso sí que no. El resultado sería un agujero negro con la misma masa que la Tierra, siguiendo la misma órbita que la Tierra. El Sistema Solar no se enteraría del cambio. Tal vez el movimiento lunar, por aquello de las mareas. Pero sin poetas que le canten, la cosa carece de romanticismo.

Como curiosidad, la creación de un mini-agujero negro era lo que conducía a la destrucción de Vieja Tierra en la novela de Dan Simmons, "Hyperion". Esos dos fulanos han resultado ser agudos lectores…