viernes, 30 de junio de 2023

Acaba junio

El día en que junio concluye suele conferir una alegría y contento especial a las gentes, que ya empiezan a pensar en el verano. Verano es la única estación climatológica que se asocia no a la posición astronómica del planeta, sino a la intención de quienes en el planeta viven. En puridad, cuántos son conscientes de la importancia que tienen esos veintipico grados de inclinación del planeta (que son una barbaridad, por cierto) cuando, delante de los ojos, están Facebook y Netflix e Instagram para informarnos.

A mí me gusta el verano por unos cuantos motivos, y me disgusta por otros tantos. El verano es la mejor temporada del año para pedalear por los pagos de las Arribes que tan gratos me son, y esta sería la principal causa de mi felicidad una vez atravesado el solsticio de junio. También por ser la estación de la caída de la ropa, pero creo que es algo que solamente resulta notable en la juventud, esencia pura y renacentista de la belleza humana. Y si he de señalar algún otro motivo más, no mencionaré las vacaciones, sino la fecundidad de los frutos que provee la tierra en estos terruños mediterráneos, aunque ya saben ustedes mi descontento con las drupas y casi también con las sandías y, ya puestos, todo tipo de frutas: no sé qué hacen las empresas que se encargan de transformar la agricultura en consumo humano, pero cada vez tienen peor sabor. Así lo único que se consigue es que detestemos las sanas y jugosas frutas. Esa estupidez de que el consumidor solo compra un melocotón por su aspecto, es justamente eso: una estupidez. No hay como repetir las cosas varias veces para convertir una mentira en verdad. 

Hay quienes denuestan el calor de manera categórica, como si el sufrimiento de los rigores caniculares fuese una cuestión opinable. Es preferible decir que no se soportan o no gustan las altas temperaturas, por aquello del agostamiento de mieses y cuerpos, porque sin el calor del verano y el frío del invierno, nuestra tierra no sería de clima templado sino tropical o polar, directamente. Y oiga, en los trópicos también se puede vivir muy bien, y de hecho millones de personas lo hacen, pero todo el entorno y el contexto que rodea al ser humano es mucho más agresivo. Sin duda alguna, elegir una población litoral, de entre las muchas que existen en esta piel de toro, es mejor elección: el mar regula los contrastes, dulcifica las acrimonias invernales y suaviza la acritud estival. A mí me pasa que el mar no me gusta, salvo por contemplarlo, y para ello no necesito que sea un lugar masivo de arribajes turísticos. 

Tengan ustedes un muy buen verano.


viernes, 23 de junio de 2023

De rubias endiosadas

Ahora que ha entrado el verano, una vez resuelto el solsticio astronómico, merece la pena aprovechar esta luminosidad radiante del sol cenital, tormentas mediante, y volver la vista a los asuntos más mundanos, algunos de los cuales son rabiosamente interesantes. En una de las regiones españolas donde el estío agosta más los cuerpos y las almas, en Extremadura, las cosas de la política han tornado patéticas. Resulta que allí podría gobernar una sedicente política popular una vez alcanzado el acuerdo con las huestes de su derecha. Aunque no ha vencido en las urnas, porque en el recuento se impuso el partido que lleva allí medio siglo gobernando, aunque por muy poco, el cambio de tornas era posible. Uno se imagina que la alternancia, ese concepto consistente en el cambio decisorio del pueblo hacia sus gobernantes cuando aquel se harta de estos, suele ser positivo, o no, pero a priori las ganas de cambiar siempre son buenas. 

Pues no. La susodicha señora, de apellido balompédico, no piensa permitir un solo paso atrás en cuanto a derechos de la mujer respecta, así lo propagó a los cuatro vientos, y estipuló que tales derechos eran, en este orden, la ideología de género, el aborto, el LGTBI y la inmigración. Para ciertas mujeres, los derechos de la mujer (que ya vienen defendidos por la ley) nunca son el acceso a las comunicaciones, y en el caso del territorio que nos ocupa, las necesidades hídricas o la salida de ese empobrecimiento secular que se extiende por tan magno territorio limítrofe desde que, en tiempos antiguos, las extremaduras se fueron confinando más y más contra Portugal (lo sabemos muy bien los de Salamanca). Yo me he quedado perplejo porque, al parecer, el votante popular de la patria chica donde nacieron tantos prohombres de nuestra Historia, no reclamó nada de todo eso, solo lo del género (el qué), la inmigración (el qué), el aborto (el qué) y el LGTBI (el qué). Digo “(el qué)” porque son todos temas ya abordados por las leyes nacionales, pero siempre queda algo por legislar en los taifas. Y se legisla.

Para mí que la peculiar política popular es, en realidad, una travestida política sociata que contempló más oportunidades de éxito vistiéndose de gaviota que de rosa. Suele ser habitual escuchar a podemitas y demás rojillos demonizar a los de más a la derecha que la balompédica cuales satanes promotores de las agresiones machistas, la persecución de extranjeros, o enemigos de los pobladores del abecedario. Pero, miren ustedes, allá donde cogobiernan, pese a las muchas barbaridades que en ocasiones sueltan por la boca, y no son mayores que las que soltaba un idiota impedido hasta hace poco en el Parlamento, el mundo no se ha acabado e incluso han mejorado sus resultados. 

En fin. Que van listos los de la gaviota. Qué estrategas y qué mentes preclaras las suyas. Les dan el acceso a la poltrona porque los votantes están hasta las narices de los de siempre, y la tonta de turno lo desprecia y arruina por un cuento ideológico repleto de absurdeces y naderías. Hay balompedistas que, directamente, deberían quedarse en la inopia. Me pregunto qué piensa el señor serio ese de Galicia, si es que piensa en algo al respecto.

 

viernes, 16 de junio de 2023

Mediado va

Mediado va el año y, como por asombro, las nubes enormes, grandes, blancas y negras, siguen engalanando las tardes y dotando de hermosura a un cielo que siempre creímos azul por estas fechas. Se va acercando el solsticio y, con él, el bochorno inmenso de las noches mágicas (que no majicas) alrededor de un fuego. Nos vamos cargando, no precisamente poco a poco, sino a toda máquina, las costumbres más arraigadas, las tradiciones más seculares, las usanzas más autóctonas, pero seguimos empeñados en abrazar, cuales farolas con alcoholímetro, las más incoherentes. Hace seis meses, el jalogüín ese de las narices, que no puede haber cosa más horripilante y de peor gusto cuando es debido recordar a los muertos (ojalá un día los antepasados se levanten de sus tumbas como zombis vivientes peliculeros y se coman a todos las medianías que se disfrazan de ellos, para, ipso facto, volver a las cárcavas a seguir bien muertos, pero en paz: tanto pazguato irreverente lo tiene más que merecido). Ahora, el solsticio, nacimiento del estío y fallecimiento del periodo vernal, sorprendente, aunque casi nadie repare en ello, porque no sucede a medio camino de los equinoccios, como tampoco el invernal dura lo mismo que el estival, y hará usted muy bien en preguntarse la razón, en caso de desconocerla, y buscar la respuesta en Copérnico y, mejor aún, en Kepler y todos los gigantes que los siguieron.

Mediado va el año, con las gentes planteando sus vacaciones. Ya saben que lo mío es pedalear, leer y huir otro poco de lo mundanal, que es el ruido, que nunca se huye lo suficiente ni se aleja uno lo bastante de este caos citadino que, de puro enloquecimiento, ha vuelto a todos absurdos. Mas, este año, por sorpresa, con el verano arriba también lo que algunos llaman una cita electoral, la más importante y útil, la que permite entronizar a individuos con egolatrías infectas para, en aras del buen gobierno, desbaratar todo aquello en que sus psicopatías prenden mecha (y ya saben de quién estoy hablando), como dar pábulo a señoras irrelevantes en casi todo que desfogan sus propuestas a micro abierto amenazando con más impuestos y más trampantojos, lo mismo que olvidar no puedo a ese señor gallego que tan mala espina me da… Total, que toca escoger entre lo horrendo conocido y lo vaya usted a saber qué por conocer nos queda.

Mediado va el año. Cómo pasa el tiempo, que diría el otro. Les juro que sigo pensando que ayer fue la festividad de Reyes, pero el tiempo (climático) no acompaña, lo cual me induce a sospechar que esta propensión mía a no querer ver cómo se suceden los días, las semanas o los meses no es otra cosa que este profundo e inveterado espanto que tengo a verme cada vez más envejecido.


viernes, 9 de junio de 2023

Guerra eterna

Casi todas las semanas intento obtener información sobre la guerra en Ucrania. Siento que se lo debo a los ucranianos que allí se están dejando la piel por salvaguardar su país. Una guerra cuya respuesta internacional, que debiera propagarse en muchos ámbitos (frentes), me ha parecido, desde un primer momento, mezquina. No por egoísta o avara, que no lo ha sido, sino por su parquedad. La diplomacia ha encontrado formas (siempre las encuentra) de combatir el mal sin renunciar a lo que el mal mercadea. Usted dirá que la primera obligación de un mandamás es asegurar la mayor calidad de vida posible de sus conciudadanos, de ahí que la contestación militar (tan condicionada por las bravatas nucleares rusas) haya debido armonizarse con una cierta rígida transigencia en lo mercantil o económico. Pero eso es parecido a admitir que no se podía contestar de otra manera. Lo cual no deja de ser un círculo vicioso: la diplomacia solo encuentra formas para lo que le interesa. Pero, dígame, ¿por qué países con España han mantenido sus transacciones comerciales con Rusia en ligero aumento, si tan hartos e incómodos y enfadados estamos con Baldomero? Ah, misterios: lo hizo un mago.

En los últimos 15 meses nos hemos dado cuenta de que Baldomero no quiere abandonar Ucrania, por muchos reveses militares que sufra (que los sufre) o mucha farfolla que manifiesten sus mercenarios (que manifiestan). También nos hemos dado cuenta de que la posibilidad de que Baldomero sea “terminado” por los suyos o por los otros, es ínfima, y no precisamente por argumentaciones morales (si los yanquis matan al-qaedistas sin más explicaciones que por lo malos que son, por qué no habrían de querer matar a rusos enloquecidos y peligrosos que aún son peores). Un tercer aspecto del que nos hemos dado cuenta, aunque lo tuviésemos muy claro, es que la ingente malignidad rusa odia a Ucrania por entero, no solo a su gobierno, también a todos los ciudadanos y edificios e infraestructuras. Episodios como el de la presa recientemente hecha saltar por los aires son ejemplos que abundan en un concepto de la guerra donde todo y todos son exterminables. 

Hay muchos que afirman que esta va a ser una guerra eterna. Eternidad es el tiempo que parece que ha transcurrido desde que muchas ambigüedades prorrusas declararon la necesidad de que Ucrania se deje ganar. Como eternidad es el tiempo que aún habrá de pasar antes de que ese malnacido monstruo anormal del Kremlin perezca, así se lo lleve el cáncer, una bomba o un disparo de uno de los suyos. Y consciente soy de que tiene adeptos que, con alegría, querrían continuar su campaña. Pero esta, en concreto, la causó él y solo él. Y si eternos son todos los compases de esta guerra que jamás debiera haber existido, eternos serán los caminos donde Rusia habrá de sufrir, gane o pierda, solo por haber pretendido eliminar una nación, un pueblo, una democracia y un estilo de vida.


viernes, 2 de junio de 2023

Llegaron las lluvias

Llegaron las lluvias. Nadie las esperaba. Durante meses estuvieron las miradas amedrentadas, contemplando el éter, donde solo el límpido azul del cielo y el refulgente resplandor solar parecían tener cabida. Tornáronse muy agradables las temperaturas, veraniegas incluso, malográndose los campos, todos ellos, lo mismo los pastos que la hierba que los terrones agrios, amarillentos de puro seco. Las voces que antaño imploraban al empíreo, donde moran los dioses, para que santos y vírgenes y el mismísimo Dios del cielo se apiadase de nosotros, míseros humanos pecadores, lo mismo imploraban ahora, secular o laicamente, con un mismo significado: que necesitábamos agua en los embalses y en las riberas de los riachuelos, agua en los tejados y por las calles, agua en todas partes, porque nada venía cayendo, ni en el ventoso marzo ni en el mil veces pluvioso abril. Nada. 

Sequedad absoluta. Tanto caso nos debieron hacer en las alturas, que nos tienen ahora mismo anegados de agua hasta el cuello. Las gentes, que todos los males achacan al cambio climático, incluso las benignidades que conlleva (que se lo digan a los miles de muertes que deja a su paso el frío invierno), resolvieron una vez más que seguimos siendo virulentos los humanos y que no hay derecho a hacer lo que hacemos. Las gentes gritan mucho, porque no saben estar en silencio, pero escasas veces lo hacen con conocimiento y sentido. Esa batalla está perdida, solo se librará cuando afecte verdaderamente al bolsillo (pese a que ya lo está haciendo, pero aún no nos han convertido los oligarcas y burócratas en pobres de solemnidad). Por eso me pregunto, ¿y ahora? ¿Siguen clamando que somos todos nosotros, solidariamente, responsables de las sequías y de las tormentas, de la carestía acuífera y de su superávit? Lloverá más, seguramente, con los coches eléctricos, y con los montes teñidos todos de molinos espantosos. O tal vez llueva menos, pero siquiera tendremos el consuelo de saber que hicimos lo que siempre debimos haber hecho.

Llegaron las lluvias. Y con ellas los cielos tenebrosos, los despertares apesadumbrados y las tardes de lectura (ahora reemplazadas por Netflix). Pero las lluvias se acabarán yendo, porque todo pasa y nada permanece. Y de nuevo arribará el seco estío con su broncíneo fuego incendiando los seclusos campos que nadie holla, salvo por los senderos. El ardor del solsticio se consumirá con la magia trasnochada de los sanjuanes en vísperas de la vacacional holganza. Dicen que uno de esos días tendremos que acudir a las urnas. Ojalá sea para enterrar con el barro de estas lluvias unos cuantos preteridos años de locura.