Tengo varias imágenes de actualidad impresas en la retina.
Una diputada europea que acude a votar con su bebé recién nacido, en brazos.
Los llantos por la muerte de dos ancianos a quien el encargado olvidó en la
furgoneta. Los atascos del día mundial de las ciudades sin coches. Las teas
encendidas en las astas de un toro. Pero aún no he visto las hojas de los
árboles caer sobre la hierba o el asfalto, formando seroja.
Tengo impresiones de una vida durmiente contra el cálido
seno de su madre, quien, así lo ha decidido, protesta por las dificultades
laborales de las madres. Es una denuncia, sí, visual, dirigida a prender en la
retina, para que aparezca en la televisión. Una carta bien escrita hubiera carecido
de la misma rotundidad. Nos hemos estabilizado en un punto en el que, si no
vemos algo con los ojos, entonces no existe. Yo no hubiese querido ser ese
bebé.
Tengo impresiones de dos muertes absurdas. Y de la congoja
y amargura del cuidador, que no se lo explica. Yo tampoco me explico cómo los
padres pueden olvidar a sus hijos en un coche, o cómo un par de ancianos pueden
ser inadvertidos del autobús que los conduce a un sitio donde no molestan. En
este mundo uno puede morir de muchas maneras absurdas, pero ésa, precisamente,
resulta ominosa porque parece entresacada de un manual de tortura.
Tengo impresiones de coches atascados en las ciudades. Eso
del “día sin coches” es como lo de la diputada italiana y su hijo: ganas de
salir en la tele. Lo llaman concienciación, pero nadie quiere ser concienciado
de lo que ya sabe. Simplemente, miramos hacia otro lado cuando acudimos al
trabajo y cuando huimos de las ciudades. Vivimos atascados en el asfalto. Es
como una caverna sin techo.
Tengo impresiones de un astado con teas encendidas en los
cuernos. Se me antoja que es un espectáculo de un mal gusto deplorable. Ni
asomo de oficio, arte o estética, como las que impregnan las corridas, se esté
o no de acuerdo con ello (yo no lo estoy). Tanto prohibir, tantas leyes, y a
nadie le avergüenza no trazar una raya en la indecencia.
Por último, me agrada saber que pronto tendré impresiones
de hojas cayendo. De hojas muertas en el suelo. Y tristeza en los árboles. Luto
en el cielo. Una hoja que cae es un poema de vida y de muerte, como lo es
apretarse contra el seno materno, o difuminarse en un olvido imperdonable. La
vida transcurre sin atasco alguno. Todo sucede como si nadie pudiese pintar una
raya que nos ilumine el cielo.