En la película “Psicosis”, del maestro Hitchcock, Norman
Bates mataba a diestro y siniestro creyendo ser su propia madre. En la
insensata “Psicosis 2”, Norman Bates está igual de loco y sigue creyendo ser su
propia madre. Y entonces uno se pregunta, ¿para qué demonios hacen en el cine
eso que se llaman secuelas?
Yo se lo voy a preguntar a la difícilmente definible Bibiana
Aído, inefable ministra de esa cosa de la igualdad. Y lo haré porque, al cabo
de siete días de mi última columna, algo que ha dicho ella, con esa frivolidad impropia
de quien se sienta en el Consejo de Ministros, me suscita una nueva reflexión
que acaso a usted, lector, le interese conocer. Sea, pues, este análisis una
suerte de secuela del anterior,
aunque confío en dotarle de enjundia, no como en el cine.
Lo primero. No sé qué pensarán ustedes, y me gustaría
saberlo, pero siendo uno ministro de algo, lo de decir en público expresiones
como “ponerse tetas” revela un desatino profundo, incapacidad de expresión y
carencias importantes en el pensamiento. Para qué insistir. Ya lo dije la
semana anterior. Esta chica parece un camionero. Y lo segundo, y más
importante. Si la cuestión es enfatizar en la capacidad de una adolescente para
interrumpir o no su embarazo, dígase claramente: “queremos que el aborto sea un
acto decisorio equiparable a otras decisiones personales”. Pero esta ministra
no sabe decir las cosas con claridad. Y como no sabe, ni le da la gana crecer
en dialéctica, busca subterfugios para demostrar que sus análisis y
planteamientos son de primera consideración. Y no teniendo suficientes
argumentaciones en su cabeza, suelta la primera bobada que se le viene a las
meninges.
A quién se le ocurre establecer una comparación tan espuria
entre una mejora estética y la interrupción de una vida en curso. Con
independencia de la boutade que es,
revela un absoluto desdén por quienes no opinan de igual manera. Y éste es un
tema asaz delicado, de esos que conviene tratarse con mucho respeto hacia las
sensibilidades opuestas.
Una cosa es legislar para dotar a las leyes de instrumentos
que se consideren necesarios, y otra muy diferente despreciar la opinión de los
ciudadanos, sean mayoría o minoría. Los ciudadanos podremos estar en desacuerdo
con lo que se legisla, pero acatamos la voluntad de la mayoría. A cambio,
esperamos que la respuesta a ese acatamiento no sea la frivolidad de pensar en
tetas cuando de lo que se habla es de un embarazo.