viernes, 27 de junio de 2008

Diglosia y bilingüismo


Voy a hablar sobre el “Manifiesto por la lengua común” promovido por algunos intelectuales. Vaya por delante que me parece un despropósito que existan normas autonómicas en contra de principios fundamentales como son la libertad de enseñanza, el derecho al trabajo y la igualdad. Pero de ahí a considerar que el castellano está en peligro, media un largo trecho por el que no me apetece transitar.
A usted le puede parecer que ninguno de los principios arriba expuestos se conculca actualmente. Aun así, entiendo que es tiempo ya para debatir sin agobios sobre el estado del bilingüismo, la diglosia y las políticas inmersivas en España. Al menos para explicarme, a mí y a tantos otros, por qué ha de sancionarse a quien desea utilizar, en ciertas comunidades autónomas, solamente el español para desenvolverse en los negocios, la administración pública, la justicia o la escuela. Y hasta aquí el debate que habría de promoverse: por qué se hace tanto, y de tantas maneras, para fortalecer el euskera, el gallego o el catalán, en detrimento del castellano. Quizá sea de un problema de desconfianza. En este caso desconfianza hacia la lengua común, por temor a que ésta dificulte la utilización de la respectiva lengua privativa. A mi entender, quienes así piensan, olvidan que fue nuestro sistema democrático, esto es, la propia lengua castellana, quien dispuso de medios y herramientas políticas suficientes para que las distintas lenguas españolas se extendiesen y se hiciesen grandes y fuertes. Fue España quien hizo del euskera, el catalán o el gallego, un patrimonio cultural de y para todos los españoles. Y como valiosísima parte de este patrimonio es como conviene entender este mensaje.
Los gobiernos autonómicos andan enfrascados desde hace tiempo en la creación de fronteras interiores mediante el uso impositivo de su propia lengua. No advierten que esta estrategia, ejecutada desde los boletines oficiales, conlleva al debilitamiento del sistema constitucional que les hizo a ellos mismos fuertes. Parece un pecado querer garantizar y consagrar la oficialidad de dos lenguas en perfecta igualdad una de la otra. Quizá sea un asunto para la ministra Aído. Y, sin embargo, pese a todo lo que he expuesto, no creo que el célebre manifiesto, del que tanto se habla, tenga sentido. Dice cosas sensatas, desde luego. Pero fracasa en su intención. No pretende sino suscitar una sensación de alarma política, única y exclusivamente. En verdad, es ese mismo contenido político lo que desvía su interés de un mejunje mucho más sustancioso en este debate tan arduo: si un gobierno autonómico pone trabas a un ciudadano que desea usar únicamente una lengua cooficial, no está atentando contra la lengua. Atenta contra los derechos civiles de ese ciudadano.

viernes, 20 de junio de 2008

Garmendia y la innovación


Hace poco más de un año, creyendo yo estar al frente del museo en Miramón, anduve gestionando la firma de un acuerdo marco con el prestigioso Centro de Regulación del Genoma, de Barcelona: un centro internacional velado por unos cuantos premios Nobel en Medicina y muchos investigadores de altísimo nivel. Los acuerdos marcos son pura generalización y buenas intenciones. Pero valía. Lo consideré un éxito. Fue entonces cuando se le ocurrió a alguien en Kutxa que ese acuerdo había de supervisarlo una pequeña empresa con la que tenían suscrito un convenio. La tal empresa es una joyita en ciernes, y se llama Inbiomed. Su promotora, Cristina Garmendia. Dudo que ésta leyese el papel de marras. Pero sí su gerente, una chica joven y de talento, que tiempo le faltó para decirme que por supuesto estaba de acuerdo con el convenio con CRG, faltaba más. Pese a lo chistoso de la ocurrencia que tuvo la caja, me sirvió personalmente para tratar de conocer mejor a la hoy famosa ministra de Ciencia e Innovación. Méritos académicos no le faltan, desde luego. Mas, sobre todo, impresiona la facilidad con que saca adelante sus ambiciosas apuestas de emprendedora. Yo la creía próxima al nacionalismo. Ha resultado estar aún más próxima a Zapatero. Buena la jugada.
Desde luego, dudo mucho que Cristina Garmendia quiera ser un brindis al sol más progresista, como sí podría apuntarse de alguna otra colega suya del Gobierno, léase mi columna de hace una semana. Lo que Garmendia ha dicho recientemente en el Congreso de los Diputados es, desde luego, toda una formulación de seriedad en su programa. Ya con Aznar hubo una ministra afín en un ministerio afín. Pero hizo poco, pues poco le dejaron hacer. Espero que las cosas ahora sean diferentes. Dicen los expertos que Garmendia se mira en el espejo alemán, donde el Ministerio de Ciencia es todopoderoso impulsor de una innovación que ha situado al país germano como locomotora de la UE. De ser así, y cumplir con este ambicioso objetivo, Garmendia necesitará bajo su mando a los muchos y desperdigados escenarios donde se cuece la innovación española. Como el CDTI, empresa pública con presupuestos mil millonarios (en euros) para investigación industrial. Ha de ocurrir tal cosa, o todas las intenciones de Zapatero en torno a la innovación se convertirán en fracaso, como con Aznar.
El mapa español necesita no solamente de racionalidad en los recursos y esfuerzos destinados. Precisa de un marco muy sólido para que sean las empresas, y no las subvenciones, las que comiencen a tirar de la innovación, tan necesaria en nuestro tejido productivo. Y les contaré un detalle, que acaso desconozcan: en tiempos de crisis es cuando las empresas petroleras más invierten investigación. Pregúntese el lector por qué.

viernes, 13 de junio de 2008

Frivolidad ministerial




No sé a usted, lector. Pero a mí, me ofende (y mucho) que una ministra del Gobierno comparezca en el parlamento para decir las primeras tonterías que se le han ocurrido respecto a algo. Porque eso es, y no otra cosa, lo que la ministra de Igualdad ha proferido en relación a un tema de su competencia. Un tema muy serio, y muy grave: las agresiones y maltratos hacia la mujer. La oposición ya le ha echado en cara que les cuente a sus señorías ocurrencias felices respecto a la denominada violencia de género. En concreto, lo del teléfono para desahogo de maltratadotes. Propuesta que, por cierto, en dos o tres días ya ha sido aclarada, matizada, corregida y enmendada. Es de una ingenuidad atroz hacernos creer que un teléfono pueda dialogar eficazmente con un energúmeno, en realidad un criminal, dispuesto a matar a su pareja. En todo caso, este imbécil embrutecido y lesivo, hará uso del tal teléfono cuando, arrepentido, pues siempre se arrepienten (pero tarde), llame para decir que él ha cometido un asesinato. Y que otra mujer, otra más, esta vez la suya o ex- suya, engrosa desde ese instante la pavorosa estadística de mujeres muertas por culpa de los hombres.
Crear un número de teléfono para que maltratadores y agresores canalicen su furia y su violencia, no resuelve nada. No sirve para paliar un hecho evidente, alojado en nuestra sociedad, y difícilmente extirpable, por lo que se ve. Y vale. Aceptemos alguna innovación. No se equivoca del todo la ministra al hablar de promover reflexiones conducentes a entender mejor los nuevos roles de la masculinidad del siglo XXI. Pero sí se equivoca cuando distrae su atención hacia el objetivo más firme que debería atajar. Que no es sino el de combatir conductas y comportamientos que se nos antojan medievales, que aún persisten y que, lejos de disminuir, no dejan sino de aumentar.
No por muchas veces dicho vamos a dejar de insistir en ello. Por la calle se pasean hombres con el odio latente y oculto. Odio manifestado en celos obsesivos, acosos irracionales, agobios insoportables, intolerable misoginia nacida de un irracional sentimiento de posesión. Edúquese a nuestros hijos en la igualdad de oportunidades y derechos. Cuando sean adultos, educarán a sus hijos, nuestros nietos, en esos mismos valores. La siguiente generación, tendrá mucho más asumido que hombres y mujeres son seres iguales, libres e independientes, y que ni siquiera algo tan humano como el amor sirve de excusa para conculcar este principio. Y mientras ese futuro va llegando, en nuestro presente, luchemos los hombres junto con las mujeres para allanar el camino. Señalemos con el dedo a los agresores y acosadores y maltratadotes. Llamémosles lo que son. Que cada vez puedan ocultarse menos de la mirada de las gentes.

viernes, 6 de junio de 2008

Lo peor de dos mundos


Estanflación. Dicen que es lo peor de dos mundos, ya de por sí, bastante perniciosos ellos. El estancamiento económico, uno. La inflación, dos.
La palabreja se las trae. Quizá alguno de los amables lectores que me lee, esté versado en economía y conociese el palabro anteriormente. O alguno de los no tan amables, que los tengo también. En cualquier caso, sepa usted que a mí el concepto ése me pilló desprevenido cuando se lo escuché al abuelete Solbes. Nuestro entrañable hombre de la economía dice las cosas muy bien, muy sentidas y con gran presencia. Pero algunas cosas que dice, y muchas de las que no dice, son capaces de dejar despavorido al más pintado de los mortales. Como lo de la estanflación. “Ese fenómeno olvidado hace años que podría volver a producirse”. Era yo muy niño aún en los años 70. De modo que en mi caso, el fenómeno no ha sido olvidado. Simplemente no tenía la menor idea de lo que significaba. Y ahora que he hecho los deberes, me deja despavorido. Como buen mortal que soy.
Digo yo que algo de causa hay en los altos precios del petróleo, hasta cuatro veces por encima de su umbral de rentabilidad. Que el crudo esté tan sobrevalorado, es cuestión de meditarse. Alto precio del petróleo implica encarecimiento de todo lo demás. La anterior estanflación provino de la decisión unilateral, por parte de los países árabes, de elevar los precios del petróleo en los 70. Entonces se reaccionó devaluando el dólar y acelerando los precios. Esto es, con la inflación. Lo que sucede ahora con los alimentos y algunos productos industriales. 
El capital procedente del petróleo ha migrado rápidamente al mundo de las finanzas. Y de allí, al sector inmobiliario. En Estados Unidos, el país con mayor poder adquisitivo, estos mercados han venido generando una burbuja tan artificial como esos 140 dólares por barril que pagamos hoy. Tiene el petróleo delirios de astronauta, y el exceso de dinero que genera se deposita en bancos y, de ahí, especulativamente en inmuebles. Lo curioso es que se ha esfumado, como por arte de magia, con la actual crisis. Porque los petrodólares nos los han prestado a nosotros para pagar unas hipotecas (aceleradísimas también) que muy pronto no vamos a poder pagar. Los clientes de las hipotecas somos las víctimas. Y luego todo lo demás.
Me pregunto quién inventó estos nuevos y cada vez mayores precios para el petróleo. Y quién se ha inventado esta crisis que hace desaparecer, como por arte de magia, el capital pagado en exceso. Dicen los economistas que son las leyes del equilibrio macroeconómico, que es la ley de la globalización. Pero no me cabe en la cabeza que un producto tan imprescindible como el petróleo cuadruplique su valor sin que todo se desmorone. Sinceramente, no me lo acabo de creer.