viernes, 29 de abril de 2022

Pausando Ucrania

Pausando porque Alfonso y Juanjo me han pedido que escriba sobre lo que sucede en estos pagos tan desgobernados por quienes gobiernan desde siempre. Algo de razón tienen: estoy empecinado en Ucrania. Esta guerra me parece un conflicto de tal magnitud, y con tantas implicaciones (precisamente por suceder en Europa), que ante ella todo lo demás son minucias. Pero el tiempo pasa y el flujo de noticias es periódico en su lobreguez. Por eso entiendo que la gente se acabe aburriendo. 

Ya casi nadie presta atención por mucho tiempo a un tema en el que no se halle incurso. Por ahí fuera sigue habiendo millones de tuits sobre muchos otros temas. Sin mascarillas, el coronavirus (a cuya libranza tildábamos de guerra, sin serlo) parece erradicado, cuando solo se halla emboscado, y nos ha importado durante dos años porque nos ha afectado de pleno. Los contubernios que acontecen en la piel de toro son tremendamente originales para lo que estábamos acostumbrados y todos repercuten en el monedero. Por esta razón discutimos más sobre el lío (o sea, amancebamiento) de ayer entre el ente presidencialista (no me he equivocado de palabra) y quienes han defendido la causa bélica contra españoles desarmados y discrepantes, que de las medidas anticrisis.

Yo no. A mí esta guerra de Ucrania me genera mucha más preocupación que el coste del diésel. No pienso esperar a que se ruede un filme sobre el sitio de Kiev para entender la crudeza de esta guerra youtubeada. Contemplar durante diez minutos la conventrización de Mariupol, con ojos de dron, anudará la boca del estómago, pero no explica cómo es vivir y perecer mientras la vesania de Baldomero y sus esquizofrénicos adláteres reduce la ciudad a escombros. Solo por este motivo no deberíamos pausar Ucrania, como si fuese un DVD, hasta que los rusos hayan regresado a sus casas con el rabo entre las piernas. 

Muchos han explicado (y muy bien) que Ucrania representa nuestra razón de ser en pleno siglo XXI. Yo lo que observo es ilación temporal entre la locura putinesca y nuestro devenir político mundial. En una hay muerte y destrucción, en la otra mayormente estupidez, de cuyo enconamiento han nacido estas y otras guerras. Las estupideces cansan a todos, salvo a quienes las cometen. En una parte de Europa, alguien ha querido destruir un país que caminaba hacia la prosperidad. En esta otra, la que nos concierne, muchos sueñan con hacer lo mismo mientras los demás callamos y miramos hacia Ucrania, indignados. El problema es que Putin quiso dejar de soñar.