Escribo mi última cita de 2009 con DV rodeado por el
asombro del albo manto invernal que, de manera anticipada, nos visita estos
días sin anuncio previo. Bajo los varios centímetros de nieve sigue estando la
tierra, el asfalto, las verdes praderas y los montes roqueños. Bajo el color
blanco, de belleza y pureza, late todavía el corazón negro.
Hace doce meses, chachareábamos unos y otros con arrancar
las hojas este año moribundo, y sestear en todos los órdenes hasta que
irrumpiese el 2010, que habría de venir próspero y jubiloso. Yo no sé lo que
pensarán ustedes, pero lejos de cumplirse el chascarrillo, este año venidero ha
de traernos aún más miedo e incertidumbre. Sigo pensando lo mismo, no he encontrado
motivos para hacerlo de otra manera: vivimos tiempos de enorme inseguridad.
Pese a las proclamas, las leyes, los parlamentos y debates de los que tienen
por hablar su cometido. Y por las ambiciones, ruindades, avaricias y sinrazones
de quienes es el suyo, no hablar, sino acopiar beneficios.
Hemos visto, en alguna hoja del calendario ya fenecido,
cómo la humanidad más evolucionada y próspera ha dilapidado, en sostener el
regocijo de los más pudientes, cifras cercanas a diez veces la cantidad de
dinero que se necesita para llevar agua y comida a la otra humanidad, la que se
pudre de muerte y miseria por muy bien o muy mal que vaya la economía. Hemos
contemplado, más o menos pasmadamente, cómo los inventos financieros del mundo
civilizado, ese mundo tan complejo y miserable que entre todos hemos
construido, corrían desaforadamente de sus créditos y titulizaciones hacia la
más infame especulación con alimentos y combustibles. Finalmente, estamos aún
comprobando cómo los gobiernos del mundo se ahogan en palabrería y mentiras, en
incapacidad de articular un solo remedio que devuelva algo el sentido y el
orden a este mundo en el que ya no prima la producción de las cosas que se
necesitan, sino la codicia y avidez de los capitales sustentados en papel
invisible. Nos asfixian unos y otros, porque este mundo nuestro ya no quiere
evolucionar unánimemente, sino enriquecerse, hasta la náusea, individualmente.
Me despido, por tanto, de ustedes, hasta 2010,
sin esperanza ni ilusión alguna por ver alguna cosa cambiada a mejor, por mor
de los paisajes nevado, las sonrisas navideñas o las esperanzas humildes. Que
todo cuanto hay en derredor es miserable, y sólo en la miseria ajena parece que
hemos encontrado nuestro camino.