viernes, 18 de diciembre de 2009

Nieve blanca


Escribo mi última cita de 2009 con DV rodeado por el asombro del albo manto invernal que, de manera anticipada, nos visita estos días sin anuncio previo. Bajo los varios centímetros de nieve sigue estando la tierra, el asfalto, las verdes praderas y los montes roqueños. Bajo el color blanco, de belleza y pureza, late todavía el corazón negro.
Hace doce meses, chachareábamos unos y otros con arrancar las hojas este año moribundo, y sestear en todos los órdenes hasta que irrumpiese el 2010, que habría de venir próspero y jubiloso. Yo no sé lo que pensarán ustedes, pero lejos de cumplirse el chascarrillo, este año venidero ha de traernos aún más miedo e incertidumbre. Sigo pensando lo mismo, no he encontrado motivos para hacerlo de otra manera: vivimos tiempos de enorme inseguridad. Pese a las proclamas, las leyes, los parlamentos y debates de los que tienen por hablar su cometido. Y por las ambiciones, ruindades, avaricias y sinrazones de quienes es el suyo, no hablar, sino acopiar beneficios.
Hemos visto, en alguna hoja del calendario ya fenecido, cómo la humanidad más evolucionada y próspera ha dilapidado, en sostener el regocijo de los más pudientes, cifras cercanas a diez veces la cantidad de dinero que se necesita para llevar agua y comida a la otra humanidad, la que se pudre de muerte y miseria por muy bien o muy mal que vaya la economía. Hemos contemplado, más o menos pasmadamente, cómo los inventos financieros del mundo civilizado, ese mundo tan complejo y miserable que entre todos hemos construido, corrían desaforadamente de sus créditos y titulizaciones hacia la más infame especulación con alimentos y combustibles. Finalmente, estamos aún comprobando cómo los gobiernos del mundo se ahogan en palabrería y mentiras, en incapacidad de articular un solo remedio que devuelva algo el sentido y el orden a este mundo en el que ya no prima la producción de las cosas que se necesitan, sino la codicia y avidez de los capitales sustentados en papel invisible. Nos asfixian unos y otros, porque este mundo nuestro ya no quiere evolucionar unánimemente, sino enriquecerse, hasta la náusea, individualmente.
Me despido, por tanto, de ustedes, hasta 2010, sin esperanza ni ilusión alguna por ver alguna cosa cambiada a mejor, por mor de los paisajes nevado, las sonrisas navideñas o las esperanzas humildes. Que todo cuanto hay en derredor es miserable, y sólo en la miseria ajena parece que hemos encontrado nuestro camino.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Que inventen ellos

Hace año y pico ya, comenté las buenas sensaciones que me ofrecía Cristina Garmendia como ministra de Ciencia e Innovación. Sus primeras declaraciones parecían bien orientadas. Eran lógicas las expectativas. En aquel momento, pensé que con Garmendia se producirían las mejoras que habrían de lanzarnos a la definitiva vanguardia de la investigación europea. Me equivoqué.
Todo va a cambiar, y a mucho peor. Se venía diciendo en los mentideros. Se rumoreaba en los ambientes bien informados. El BOE, destripada su farragosa narrativa y su críptica gobernanza, apuntaba hacia un ministerio demasiado estático, cosa que en política significa estar acabado. El recorte previsto en los Presupuestos para 2010 hundió los ánimos. Y finalmente, "Nature", la más prestigiosa de las revistas científicas, la que más se lee y comenta, ha sepultado las dudas que aún permanecían latentes con un durísimo editorial.
El Gobierno se excusa en la crisis económica para acabar con veinte años de esfuerzos en ciencia e innovación. Usted, lector, se preguntará cómo puede ser tal cosa: un mal año lo tiene cualquiera, y un pequeño frenazo no debería suponer mayor problema. Pero sí lo supone. La ciencia y la innovación es el motor que hace progresar a la economía, a las empresas y a los ciudadanos. Nos hace competitivos, genera empleo y aumenta las capacidades productivas. Es un factor lento, costoso, necesitado de recursos e impulso continuado: no puede detenerse. Que sólo el 21% de las empresas españolas invierta en innovación, según los últimos datos del INE, da justa medida del esfuerzo que supone ser competitivo. Podríamos dejar que sean otros los que inventen, cosa que acabará sucediendo si España se aleja de Europa en este asunto, pero nos hundiríamos en el pozo del retraso, el desempleo y la falta de oportunidades.
Por eso duele tanto que, lejos de promover el tan cacareado cambio de modelo productivo, el Gobierno decida hundir el presupuesto en ciencia e innovación hasta las tinieblas. Y la responsable no es otra que Cristina Garmendia: por su incapacidad a la hora de articular un ministerio operativo, por su inexperiencia política y por su ridícula entidad dentro del Consejo de Ministros. Eso sí, se le da muy bien cesar a colaboradores críticos.
Alemania va a recortar el presupuesto en todos los sectores excepto en Investigación y Educación. Grecia, que es más pobre que nosotros, también. Garmendia, en cambio, juega a que inventen ellos.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Leyes vacías

Lo dijo, hace ya muchos años, alguien de esta tierra: cuando un gobierno carece de ideas, inventa leyes. Muchas leyes, cuantas más, mejor. Solamente así puede dar aspecto de saber lo que está haciendo. Solamente así, creando leyes inservibles, inútiles, irreflexivas, grandilocuentes y fatuas, puede dar a entender que trabaja mucho. Pero el meollo, la enjundia, la sustancia de esas nuevas leyes escrituradas, no deja de ser un aguachirle insustancial que a parte alguna conduce.
Descargue usted, por favor, el documento sobre economía sostenible. Es un anteproyecto de ley de lectura divertida, si se da la circunstancia de que usted aún conserva algo de humor en el cuerpo. Entonces se preguntará: ¿en esto pierden el tiempo nuestros gobernantes? ¿En asentar las bases de las décadas venideras cuando ni siquiera son capaces de acertar con los problemas de la semana en que vivimos? ¿En hablarnos de respeto a los recursos del mañana, cuando el Estado está socavando hoy un agujero estructural del orden de cuatro planes E y miles de millones de euros en subsidios?
Menuda tomadura de pelo telegénica, televisiva, teleñeca. Yo lo tengo claro. El Gobierno sabe que lo tiene todo perdido. Que no puede hacer sino engancharse al furgón de cola del tren de la recuperación europea, ése que parte de otra estación hacia un futuro desconocido. Por eso inventa patrañas como la economía sostenible, y se permite decir (como ha dicho esta semana, sin ir más lejos, a causa de las cifras del paro) lo contrario a lo que venía diciendo hasta ahora. Y lo peor no es eso, está por venir. Azorado y disperso, el Gobierno se aferrará a rimbombancias sentenciosas más propias de iluminados que de gobernantes.
Y no se engañen. No tienen ni idea. Se sientan en el consejo de ministros los más perfectos incapaces que la democracia reciente haya podido parir. Nos rigen gentes que no saben resolver un asunto de piratas, ni tampoco promover medidas que relancen nuestra economía siquiera un poco, ni mantener cohesionado el Estado en lo fundamental (y lo fundamental es lo económico, no lo político), ni dejar de azuzar a la gente con temas vacuos que sólo promueven la polémica. Al contrario. Son gentes que no dejan de gritar y de chillar y de soltar la primera necedad que se les ocurre. Por eso traen bajo el brazo un anteproyecto de ley que yo, con permiso de ustedes, usaré para envolver los embutidos cuando desgrasen. Porque no sirve para absolutamente nada más.