viernes, 18 de diciembre de 2009

Nieve blanca


Escribo mi última cita de 2009 con DV rodeado por el asombro del albo manto invernal que, de manera anticipada, nos visita estos días sin anuncio previo. Bajo los varios centímetros de nieve sigue estando la tierra, el asfalto, las verdes praderas y los montes roqueños. Bajo el color blanco, de belleza y pureza, late todavía el corazón negro.
Hace doce meses, chachareábamos unos y otros con arrancar las hojas este año moribundo, y sestear en todos los órdenes hasta que irrumpiese el 2010, que habría de venir próspero y jubiloso. Yo no sé lo que pensarán ustedes, pero lejos de cumplirse el chascarrillo, este año venidero ha de traernos aún más miedo e incertidumbre. Sigo pensando lo mismo, no he encontrado motivos para hacerlo de otra manera: vivimos tiempos de enorme inseguridad. Pese a las proclamas, las leyes, los parlamentos y debates de los que tienen por hablar su cometido. Y por las ambiciones, ruindades, avaricias y sinrazones de quienes es el suyo, no hablar, sino acopiar beneficios.
Hemos visto, en alguna hoja del calendario ya fenecido, cómo la humanidad más evolucionada y próspera ha dilapidado, en sostener el regocijo de los más pudientes, cifras cercanas a diez veces la cantidad de dinero que se necesita para llevar agua y comida a la otra humanidad, la que se pudre de muerte y miseria por muy bien o muy mal que vaya la economía. Hemos contemplado, más o menos pasmadamente, cómo los inventos financieros del mundo civilizado, ese mundo tan complejo y miserable que entre todos hemos construido, corrían desaforadamente de sus créditos y titulizaciones hacia la más infame especulación con alimentos y combustibles. Finalmente, estamos aún comprobando cómo los gobiernos del mundo se ahogan en palabrería y mentiras, en incapacidad de articular un solo remedio que devuelva algo el sentido y el orden a este mundo en el que ya no prima la producción de las cosas que se necesitan, sino la codicia y avidez de los capitales sustentados en papel invisible. Nos asfixian unos y otros, porque este mundo nuestro ya no quiere evolucionar unánimemente, sino enriquecerse, hasta la náusea, individualmente.
Me despido, por tanto, de ustedes, hasta 2010, sin esperanza ni ilusión alguna por ver alguna cosa cambiada a mejor, por mor de los paisajes nevado, las sonrisas navideñas o las esperanzas humildes. Que todo cuanto hay en derredor es miserable, y sólo en la miseria ajena parece que hemos encontrado nuestro camino.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Que inventen ellos

Hace año y pico ya, comenté las buenas sensaciones que me ofrecía Cristina Garmendia como ministra de Ciencia e Innovación. Sus primeras declaraciones parecían bien orientadas. Eran lógicas las expectativas. En aquel momento, pensé que con Garmendia se producirían las mejoras que habrían de lanzarnos a la definitiva vanguardia de la investigación europea. Me equivoqué.
Todo va a cambiar, y a mucho peor. Se venía diciendo en los mentideros. Se rumoreaba en los ambientes bien informados. El BOE, destripada su farragosa narrativa y su críptica gobernanza, apuntaba hacia un ministerio demasiado estático, cosa que en política significa estar acabado. El recorte previsto en los Presupuestos para 2010 hundió los ánimos. Y finalmente, "Nature", la más prestigiosa de las revistas científicas, la que más se lee y comenta, ha sepultado las dudas que aún permanecían latentes con un durísimo editorial.
El Gobierno se excusa en la crisis económica para acabar con veinte años de esfuerzos en ciencia e innovación. Usted, lector, se preguntará cómo puede ser tal cosa: un mal año lo tiene cualquiera, y un pequeño frenazo no debería suponer mayor problema. Pero sí lo supone. La ciencia y la innovación es el motor que hace progresar a la economía, a las empresas y a los ciudadanos. Nos hace competitivos, genera empleo y aumenta las capacidades productivas. Es un factor lento, costoso, necesitado de recursos e impulso continuado: no puede detenerse. Que sólo el 21% de las empresas españolas invierta en innovación, según los últimos datos del INE, da justa medida del esfuerzo que supone ser competitivo. Podríamos dejar que sean otros los que inventen, cosa que acabará sucediendo si España se aleja de Europa en este asunto, pero nos hundiríamos en el pozo del retraso, el desempleo y la falta de oportunidades.
Por eso duele tanto que, lejos de promover el tan cacareado cambio de modelo productivo, el Gobierno decida hundir el presupuesto en ciencia e innovación hasta las tinieblas. Y la responsable no es otra que Cristina Garmendia: por su incapacidad a la hora de articular un ministerio operativo, por su inexperiencia política y por su ridícula entidad dentro del Consejo de Ministros. Eso sí, se le da muy bien cesar a colaboradores críticos.
Alemania va a recortar el presupuesto en todos los sectores excepto en Investigación y Educación. Grecia, que es más pobre que nosotros, también. Garmendia, en cambio, juega a que inventen ellos.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Leyes vacías

Lo dijo, hace ya muchos años, alguien de esta tierra: cuando un gobierno carece de ideas, inventa leyes. Muchas leyes, cuantas más, mejor. Solamente así puede dar aspecto de saber lo que está haciendo. Solamente así, creando leyes inservibles, inútiles, irreflexivas, grandilocuentes y fatuas, puede dar a entender que trabaja mucho. Pero el meollo, la enjundia, la sustancia de esas nuevas leyes escrituradas, no deja de ser un aguachirle insustancial que a parte alguna conduce.
Descargue usted, por favor, el documento sobre economía sostenible. Es un anteproyecto de ley de lectura divertida, si se da la circunstancia de que usted aún conserva algo de humor en el cuerpo. Entonces se preguntará: ¿en esto pierden el tiempo nuestros gobernantes? ¿En asentar las bases de las décadas venideras cuando ni siquiera son capaces de acertar con los problemas de la semana en que vivimos? ¿En hablarnos de respeto a los recursos del mañana, cuando el Estado está socavando hoy un agujero estructural del orden de cuatro planes E y miles de millones de euros en subsidios?
Menuda tomadura de pelo telegénica, televisiva, teleñeca. Yo lo tengo claro. El Gobierno sabe que lo tiene todo perdido. Que no puede hacer sino engancharse al furgón de cola del tren de la recuperación europea, ése que parte de otra estación hacia un futuro desconocido. Por eso inventa patrañas como la economía sostenible, y se permite decir (como ha dicho esta semana, sin ir más lejos, a causa de las cifras del paro) lo contrario a lo que venía diciendo hasta ahora. Y lo peor no es eso, está por venir. Azorado y disperso, el Gobierno se aferrará a rimbombancias sentenciosas más propias de iluminados que de gobernantes.
Y no se engañen. No tienen ni idea. Se sientan en el consejo de ministros los más perfectos incapaces que la democracia reciente haya podido parir. Nos rigen gentes que no saben resolver un asunto de piratas, ni tampoco promover medidas que relancen nuestra economía siquiera un poco, ni mantener cohesionado el Estado en lo fundamental (y lo fundamental es lo económico, no lo político), ni dejar de azuzar a la gente con temas vacuos que sólo promueven la polémica. Al contrario. Son gentes que no dejan de gritar y de chillar y de soltar la primera necedad que se les ocurre. Por eso traen bajo el brazo un anteproyecto de ley que yo, con permiso de ustedes, usaré para envolver los embutidos cuando desgrasen. Porque no sirve para absolutamente nada más.

viernes, 27 de noviembre de 2009

La vieja nueva edición

Investigando en los anaqueles y pasillos (todos virtuales) que conforman la inmensidad de nuestra Gran Biblioteca de Babel, buscando con empeño en pos de alcanzar las páginas amarilleadas del Diario Vasco que ya no se adquiere en quiosco alguno, he encontrado contenidos en ellos que me han parecido deliciosamente sublimes.
Grande, muy grande periodismo, del que permanece bien escrito y bien argumentado. Interés tanto en titulares, cuya composición ahora nos parece extraña, como extraña parece la información provista a gusto del lector de entonces. De muchas épocas distintas, unas atribuladas, otras promotoras de cambio, otras defensoras de valores intrínsecos. He leído en esas ediciones a muchos de los más grandes escritores y opinadores en lengua castellana, e intuyo que también en este euskera recientemente unificado del que aún no soy capaz de leer apenas nada, y por tal razón solamente puedo pronunciarme de manera indirecta, por lo que otros han dejado dicho.
Saben ustedes, caros lectores míos, que yo vasco, no soy. Me vine aquí en un momento en que muchos habían marchado, y así tuve ocasión de decírselo al entonces lehendakari de los vascos. Luego, los devenires humanos me alejaron del mar por donde los vascos se hacían al mundo, pero no de la tierra. Y así se lo vengo demostrando a ustedes cada semana, opinando con libertad, de manera filantrópica y con mucho interés por hacerlo. Opinar es poner orden en los propios cajones.
No solamente me lo han permitido. De alguna manera tácita, me lo han venido pidiendo desde el ocho de marzo de un año ya atrasado en la memoria. Y hoy, viernes, el lugar del convite semanal cambia, evoluciona, se moderniza. Pero bien sé que la esencia, el sentir común de las personas que trabajan en DV, permanece. Evolucionamos nosotros, obsolescentes y fugaces estelas de vida, para contemplar mejor a la Gipuzkoa que permanece. Me gustaría conocer la opinión de esta tierra, de sus praderas, montes y picos, de sus ríos y su mar, de cuanto puebla de vida aquello que nosotros muchas veces matamos. Pero no puede ser.
Empero, lo que sí puede ser es poder dejar estas opiniones para cuando ya no estemos aquí y alguien, desde el futuro desconocido, vuelva sus ojos hacia nuestro tiempo, y opine, también, allá en su época, sobre nuestros hombros ya escombrados. Y, por su supuesto, dejar mi más sincera enhorabuena al director de DV y a todo su equipo de eficientes y espléndidos profesionales.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Juicios populares

Me pide una lectora, de las más asiduas, que hable esta semana del clamor popular que recorre las calles de Irún por el resultado del juicio a Diego Yllanes. Aunque no puedo compartir ese clamor, estoy muy próximo al sentir de las gentes que, estos días, se indigna con las conclusiones del juicio. El suceso espeluzna, por supuesto. Relatado en innumerables ocasiones desde julio de 2008, causa pavor el conocimiento de los hechos que condujeron al homicida a matar a Nagore Laffage y, posteriormente, a desprenderse de su cadáver queriendo, de ese modo, ocultar no solamente el espantoso crimen, sino también la culpa que le atenazaba la consciencia.
Por una parte, se ha hecho justicia, pues la justicia ha actuado, guste o no guste el veredicto final. Y, guste o no guste, las conclusiones del jurado popular se han adoptado de acuerdo a lo establecido en este sistema. El culpable confeso ha dispuesto de un juicio con todas las garantías procesales y, a la vista del resultado, le ha sido favorable si atendemos a las expectativas de pena que se levantaron en su momento. Si se ha incurrido en errores conducentes a una resolución insatisfactoria, habrá que pedir explicaciones a quienes lo hayan cometido e intentar subsanarlos la próxima vez. Pero de momento, deberíamos predisponernos a la conformidad que supone reconocer que el sistema funciona. Y solamente a eso, pues ya nadie podrá devolver la vida a Nagore, ni reparar la pérdida que han sufrido su familia y sus amigos.
Me pregunto si la justicia puede actuar de otro modo frente a hechos que, como poco, son una monstruosidad. Vivimos tan ensordecidos por la brutalidad humana, puntual o permanente, que uno ya no sabe de qué manera enfrentarse a hechos tan repugnantes. Hay que disponer de unas entrañas férreas, casi titánicas, para asimilar que compartimos las aceras con personas como Yllanes, capaces de segar la vida de una joven por capricho, al margen del resto de sus actuaciones aquella noche. Tipejos como él son la amenaza constante de una gran parte de la población humana, la femenina, sin contar las aberrantes conductas de quienes, sin agredir o matar, sumergen a la mujer en un hondo pozo de lástima y dolor, convirtiendo la vida en poco menos que una miseria.
A Nagore ya nadie podrá devolverle la vida. La justicia ha obrado, e Yllanes pagará la pena que le corresponde. Pero siempre tendrá de mí el desprecio más firme, y la repugnancia más nauseabunda por su crimen.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Mueren las voces egregias

Van muriendo, implacablemente, irremediablemente, tardíamente al menos, las voces egregias que una vez levantaron el más reciente espíritu humano por encima de cualquier conocida meseta. Claude Lévi-Strauss. Francisco Ayala, también. Ambos nada comunes, ni siquiera de verse exiliados, una vez, de sus respectivos infiernos. El uno, por judío. El otro, por republicano. Pero la Historia a veces se complace en devolver la cordura a tiempos que una vez devinieron enloquecedores.
Me pregunto cuáles serán, y cuáles vienen siendo, esas grandes voces egregias del presente, destinadas a prevalecer sobre el silencio del descanso eterno. Las voces vivas que hoy, alzadas sobre hombros de gigantes, siguen hablando, y que, como uvas desgranadas del racimo, irán cayendo lentamente con el devenir de los tiempos. Qué dirán otros de su paso por la tierra. Cómo las recordaremos. Si habrán contribuido más de lo que imaginan… Algunas de ellas, con su importante y decisiva influencia en la cultura, aguardan su definitivo ascenso al templo de los dioses. Pero la inmensa mayoría, que permanecen ocultas y grises bajo el infierno multicolor de lo famoso, obtendrán su eternidad de manera inadvertida, salvo para unos cuantos, y tácitamente marcharán como han vivido: sin romper la monocromía gris del ruido tecnicolor, ni la opacidad ocultadora del pensamiento masivo.
Quizá, usted, lector, no haya leído al judío egregio, ni tampoco al magistral republicano. No se avergüence por ello. Yo les he leído más bien poco, pero ya me aguardan los Tristes Trópicos y las Muertes de Perro encima de la mesita. Impresos, desde mi ordenador, en papel ciertamente ecológico (yo sólo descargo, consecuentemente, conocimiento: y le sugiero que comience a hacer lo mismo). Es triste, y en parte lamentable, que deba enterarme por los periódicos de los libros que debo leer sin demora. Como si la infinita eviternidad de su maestría debiera someterse ahora al dictado de la actualidad candente.
Además, no importa. Gusta, y mucho, disponer de cualquier excusa para volver la vista atrás, a esos tiempos recientes o pretéritos en que las voces egregias, como la del genial Levi-Strauss o el extraordinario Ayala, como la de tantos otros antes que ellos dos, hablaban palabras capaces de hacer avanzar al mundo. Por eso digo, citando azarosamente a uno cualquier de ellos, aquello de: “Odio los viajes y los exploradores. Y he aquí que me dispongo a relatar mis expediciones”.

jueves, 29 de octubre de 2009

Regeneración



Me pregunto, hoy también: ¿vamos a ser capaces de reconstruir lo que estamos destruyendo? Aunque debería especificar, ESTÁN destruyendo. No me veo responsable de la desolación que se extiende por todo el panorama español. Los signos son apocalípticos. Nos abrimos paso hacia una ruina económica de catastróficas consecuencias. El déficit público es gigantesco. La ausencia de reformas destruye sin piedad el tejido industrial. Los bancos invierten en Deuda Pública el dinero de los créditos que autónomos y empresas necesitan para salir adelante. Del paro mejor no hablar, hace semanas que vivimos en una rutinaria estupefacción. Tenemos un presidente incapaz, cada día más incapaz, y una oposición tancredista y vergonzante. Y, como no podía ser de otro modo, estallan por todas partes casos de corrupción y desfachatez política. Por eso me vuelvo a preguntar: ¿cuándo volverá la primavera a esta sociedad que parece perpetuarse en un invierno de frío y devastación?
Porque esa primavera existe. La vivimos aquí, entre nosotros. De todo lo que se cuece en la rúa, a mí, personalmente, me parece importantísimo destacar como ejemplo de buena política, aunque no se esté de acuerdo con las actuaciones, el acuerdo PSE-PPvasco que permite al lehendakari Patxi López gobernar y ejercer la sensatez que una vez se olvidó. Euskadi se regenera, se vivifica, vuelve a sentirse como partícipe del Estado, se percibe de otra manera. Las cosas cambian y las antiguas proclamas, que son recientes, parecen olvidadas. Guste o no guste a quienes fueron desalojados del poder y que, ahora mismo, se dedican a caminar por todas las orillas de los ríos que encuentran a su paso: las suyas propias, y las ajenas. Sobre este aire fresco y renovado ejercemos la crítica y la opinión, seguros de estar nuevamente transitando por veredas ilusionantes.
Si socialistas y populares, mandados por la ciudadanía, están siendo capaces de reconducir los atavismos vascos, que parecían irreductibles, ¿cómo no pensar que también pueden imponer luz, juntos, en estos tiempos ruinosos que se ciernen en lo más inmediato de nuestras vidas? Nuestra sociedad sabe afrontar retos y dificultades, lo ha demostrado en numerosas ocasiones, y ésta no ha de ser distinta. Por eso digo: que cambie lo que deba cambiarse. Que se vayan quienes deban irse. Que se regenere la política, el parlamento, el Gobierno. Que no corren tiempos para ser regidos por mediocres, y mucho menos por incapaces.

jueves, 22 de octubre de 2009

¿Le importa mucho?

A usted, lector, ¿de verdad le importa el debate de los presupuestos del Estado, el fragor de la batalla política que allí se desarrolla? A mí, personalmente, ni lo uno, ni lo otro. Ya no.
Para qué interesarme. El Gobierno ya consiguió quien apoyase sus presupuestos. Lo llaman negociación. PNV y Coalición Canaria han votado a favor. Unos piden blindaje para el concierto económico. Otros, más dinero. Yo lo del blindaje no lo entiendo, es decir, sí lo entiendo, pero no lo quiero entender. Usted me perdone si le ofendo. Y lo del dinero para la comunidad ultraperiférica se excusa en las consecuencias de la crisis que también azota, y muy violentamente, en esa mitad del Atlántico. Todo lo demás que se ha escuchado, invasión valenciana de la TV3 incluida, era puro y simple chalaneo.
Además. ¿Sirve de algo interesarse? Los Presupuestos del 2009 no se cumplieron. Estaban extraídos de algún universo alternativo. No de éste. Lo cual significa que  los Presupuestos, en realidad, quizá no sirvan para mucho, acaso para televisar un debate y analizar una gráfica de distribución de gasto. El previsible desastre del 2010 no lo va a poder evitar el Gobierno de ninguna manera, y vamos a tener que ser todos, los de a pie, quienes vayamos sacando esto adelante, una vez que escampe en este internacionalísimo cielo grisáceo que cubre de momento nuestras cabezas. Los presupuestos hablan una lengua extraña y construyen el futuro inmediato con frágil cristal, las mal llamadas previsiones que nada prevén, salvo las mentiras con que nos alimentan desde el congreso.
Tal vez usted, lector, tan interesado en el debate de los Presupuestos del 2010, sea capaz de entrever en ellos el acierto de unas medidas políticas eficaces, o el rigor en los planteamientos estratégicos más allá de pagar el paro a quienes esta crisis desemplea, pues esto es lo que vienen en denominar gasto social. Yo no observo compromiso alguno con eso del cambio de paradigma económico. El ladrillo privado lo han convertido, parcialmente, en ladrillo público. Y se sigue gastando mucho en paliar sufrimientos, antes que en evitarlos. Por ejemplo, el mercado laboral, las prestaciones sociales, los agujeros bancarios e industriales… No sigo. Todo esto se viene diciendo desde hace meses.
Seguimos bajo el paraguas del peor gobierno de nuestra historia reciente. Y ante esa evidencia, ¿qué me importa lo que ellos debatan con otros, no mucho mejores, en el congreso de los diputados?

jueves, 15 de octubre de 2009

Yo también abucheo



Que a uno le abucheen no es malo. Otra cosa es que no le guste. Las personas somos, por lo general, frágiles, buscamos el reconocimiento de nuestras acciones y pensamientos, y precisamente lo hacemos “en” nuestras acciones y pensamientos. Somos endebles, nos rompemos con fragilidad, y apenas nos sentimos capaces de soportar los preludios de una crítica, y mucho menos la crítica en sí misma. Necesitamos del apoyo y el afecto de los demás como demostración de nuestro propio valor, el que disponemos cuando mostramos al mundo nuestras ideas. Paradójicamente, ese valor que nos impulsa a cambiar el mundo es, por lo general, individualista, y coincide con la manera en que hemos construido el mundo moderno: cambiante, flexible, voluble, donde todo fluye.
Yo también abuchearía al presidente. A todos los presidentes actuales, para ser más preciso. Pero con otras maneras y por distinto motivo: el fomento de la liquidez humana. Como ya apuntase el sociólogo Zygmunt Bauman, la sociedad en que vivimos es líquida, no es sólida, no forja valores sólidos permanentes. Nuestros dirigentes viven impregnados de esa misma liquidez como forma pragmática de desgobierno. Revisan continuamente los conceptos, y los convierten en aquello que desean en el preciso momento en que lo necesitan. Han sustituido con celeridad los pilares forjados a lo largo de cientos de años por un “todo vale” que, justamente, a ellos les vale, les resulta útil, les sirve para la liquidez temporal en que desempeñan sus cargos. Por eso, sin ir más lejos, han creado una crisis imparable, y paradójicamente se presentan ante nosotros como los salvadores.
En realidad, todos los fundamentos que parecían sustentar el futuro en libertad de los seres humanos están siendo derruidos por el vórtice en que se ha convertido la economía. Incluso la solidaridad tiene sólo sentido en función del beneficio que reporta. Pero, eso sí, luego nos hablan con grandilocuencia de impedir el calentamiento del planeta y de erradicar las guerras, las mismas que ellos promueven o no detienen con sus decisiones geopolíticas. Es todo falso, es todo pragmatismo. Mitifican algunos pocos problemas para empujar hacia ellos al grueso de la población, y que olvidemos las muchísimas pequeñas cosas que están desajustando con su pragmatismo.
Presidente, ¿cómo no voy a abuchearle, a usted y a tantos otros presidentes? Merecen, todos ustedes, del Nobel de la Paz hacia abajo, mi pataleta más indignada.

jueves, 8 de octubre de 2009

Campanella


En muy pocas ocasiones hablo aquí de cine. O de teatro. Y sin embargo, las artes escénicas siempre han atraído mi atención, desde que, siendo aún muy joven, me embarcara en esa aventura a través de un grupo aficionado que yo mismo dirigía. Desde entonces, guardo una querencia especial hacia lo que sucede en las tablas de los escenarios españoles. Por ejemplo, este fin de semana pude disfrutar del talento de Josep María Flotats encarnando a Descartes. Pero me distraigo. Hoy quería hablar de cine.
La última película de Juan José Campanella pasó, enamorando a propios y extraños, salvo excepciones, por la última edición de Zinemaldia. Y de ese amor absoluto, cálido y fresco, yo también quise participar. Atenuaron poco a poco las luces de la sala y ya estaba con el alma abierta y el corazón estallando de gozo. Seguía una intuición, nada realista, pero no me importaba. Mi entendimiento estaba dispuesto hacia la aceptación de la obra de un autor que en anteriores ocasiones mucho me había conmovido. Y no me equivoqué.
Las buenas películas del cine actual tienen, todas, una característica común. El guión. La precisión del mismo, su austeridad esencial, la ilación entre lo que se cuenta y lo que no se narra directamente ante nuestros ojos. Los estudios Pixar, los de los dibujos animados, o el grandísimo Clint Eastwood, por citar tan sólo un par de ejemplos, son buena muestra de ello. Y Campanella también. En su film, nos habla con infinita dulzura de unos acontecimientos duros, broncos, perversos, en una etapa convulsa y terrorífica de la reciente historia argentina. Y, sin embargo, no nos lo muestra apenas. Concentra su atención en la historia de amor, eterna e inabarcable, de sus protagonistas, entrelazados mediante una causa judicial que también nos arrastra, y su propia incapacidad frente a un presente que desean y no consiguen.
Existe una buena literatura, que ya no se lee. Y un muy buen cine y teatro, al que apenas se acude. Flotats no logró llenar el patio de butacas, a diferencia de esos musicales abarrotados de público, como Campanella no concitó el favor del jurado del festival donostiarra. Pero qué importa. El discurso del consumismo cultural ya lo conocemos, y sabemos de la peregrinidad de los certámenes. El discurso que ignoramos, y es el que merece la pena homenajear hoy en esta columna, se encuentra, aún sin esbozar, en las páginas del próximo guión que este gran director decida llevar a su gran pantalla

jueves, 1 de octubre de 2009

Impuestos infelices



Ignoro, lector, si le hace feliz pagar más impuestos. O pagar algún impuesto siquiera. Supongo que no. Pero no lo sé. Las declaraciones que vengo leyendo, de un tiempo a esta parte, me hacen dudar. Por supuesto, me permito dudar de muchas cosas. Que la duda genera conocimiento, es sabido desde antaño. Y el conocimiento evita ser manipulables.
Por tanto vivo satisfaciendo, moderadamente, mi sed de conocimiento, esa cuestión inabarcable que estrictamente viene supeditada a mi existencia, que tampoco sé cuánto ha de durar. Y ante el resto de cuestiones que me afectan, por mucho que no sepa enumerarlas todas, creo saber adoptar algún criterio. El económico es crucial, por más que le restemos importancia, a menos que decida irme a vivir a la República de Vanuatu, donde son todos muy felices.
Carnegie, el conocido filántropo y millonario, pensaba que las enormes fortunas del mundo deberían ser en gran parte devueltas a la sociedad. Y, recordémoslo, esta sociedad es una carrera de perros en pos de la riqueza y el acomodo. A menudo no trabajamos más para ser ricos, cosa que no lograremos nunca salvo excepciones, sino para sobresalir más que los demás. No somos más felices por disponer de un poco más de dinero, sino por saber que vamos dejando atrás, en esta carrera, a otros perros que igualmente corren junto a nosotros con la lengua fuera. Atisbamos esas fortunas inmensas como un faro que nos guía en la oscuridad del alma, sin darnos cuenta de que casi nadie se hace inmensamente rico sin el esfuerzo de quienes no lo son. Y esto, lector, es otra manera de representar gráficamente la inmoralidad de la sociedad capitalista. Una inmoralidad que admitimos, toleramos, y de la que nos aprovechamos.
Justo parece, entonces, que las fortunas, grandes o medianas o pequeñas, devuelvan a la sociedad lo que de ella arrebataron, lo que su perjuicio ha ocasionado a muchos, se reconozca o no. Y que esa devolución coadyuve a la sostenibilidad de todos. De ahí la existencia de los impuestos directos sobre la renta. Los indirectos afectan sobre todo a quienes no pueden ahorrar. Quien se gasta todo su poquito sueldo en sobrevivir, paga todo el IVA de lo que precisa. Quien ahorra la mitad, paga la mitad del IVA de lo que gana. De ahí la falacia de no querer tocar los impuestos directos, como va a hacer este Gobierno, o eso dicen. Supongo que en eso consiste lo de gobernar para quienes no lo tienen todo, y yo, por tanto, estar muy equivocado.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Autores


Se han apaciguado las voces que se alzaban contra la SGAE, esa sociedad que gestiona los derechos de autor de quienes crean arte con su talento y lo manifiestan en público. Hace muchos años, tantos como un siglo entero de por medio, Chapí, Arniches y los Álvarez Quintero, entre otros, defendieron su derechos contra los contratos leoninos de intermediarios y exclusivistas. De aquella unión cuelgan las pancartas de hoy en día.
La gente, la sociedad, se subleva contra el canon, contra las campañas que intentan detener y hacer retroceder la piratería, contra los derechos de la propiedad intelectual. Para muchos, la universalidad de la cultura exige el derrumbamiento de sus precios y la imposición de la gratuidad y el libre intercambio. Quienes disfrutan de su solaz con la creatividad ajena, no parecen comprender que los autores que a ello se dedican, también comen y pagan una hipoteca. A nadie le viene el dinero caído del cielo. Ojalá.
Las voces son muchas. Y muchas las cosas que dicen. Que el canon es injusto. Que la piratería no tiene, en su inmensa mayoría, ánimo de lucro. Que la SGAE se ensaña, codiciosa y deshumanizada, incluso con las causas más justas. Las voces no hablan de las razones por las que los autores decidieron un buen día, asociarse. A mí no me molesta que, desde la calle o los diarios, se critique el canon y lo que sea menester. Estamos aquí para eso, criticar, y luego contribuir a alcanzar acuerdos satisfactorios para todos. Pero sí me molesta que se esconda bajo ese manto el reclamo de algo que me parece absolutamente injusto, como es la piratería, el uso indiscriminado del trabajo ajeno y todo aquello a lo que tan fácil es acceder y fácil de difundir por el aire o por los cables.
Para bien o para mal, vivimos en un mundo donde el mercado lo abarca absolutamente todo. Y las leyes del mercado son despiadadas, pero están universalmente aceptadas por todos. Y de igual modo que las empresas defienden con uñas y dientes sus derechos de propiedad y explotación de los productos que comercializan, y a nadie he visto yo montar trifulcas públicas por ello, justo es que los autores defiendan lo que es suyo. El alcance de unos y otros: que lo regulen las leyes civiles, debate social incluido.
Hago constar los dos matices con los que quiero terminar esta columna: una, que los autores son generalmente pobres; y dos, que hay mucha cultura gratuita, para quienes se niegan a pagar siquiera un poquito.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Ríos de Siberia


Hace unos días leía una atinada reflexión de un conocido sociólogo. Se preguntaba –y respondía- sobre las causas por las que se repite, con tanta insistencia, esa falacia de que la actual generación de jóvenes es la mejor preparada de la Historia. Y digo falacia, porque falso es. Es cierto que nunca ha habido tantos estudiantes como ahora. Es cierto que la escolarización se puede considerar total. Y es cierto que al alcance de cualquiera se encuentra la inmensa biblioteca de Babel, que denominamos Internet. Pero todo eso no convierte la falacia en cierta.
Pondré un ejemplo. Cuando era niño aprendíamos, hincando los codos sobre la mesa, que los grandes ríos de Siberia son el Obi, el Yeniséi y el Lena. Hoy, los profesores, alentados por una pedagogía de textos con colorines, dibujitos, letras grandes y muy poca información, a lo sumo piden a sus alumnos que elaboren un breve trabajo sobre Siberia. Por supuesto, la ausencia de gimnasia memorística conseguirá que el estudiante no recuerde los tres grandes ríos, mucho menos sus afluentes: acaso que divague sobre la posición exacta de los Urales, si es que tal nombre le suena.
Es cierto que la juventud actual sabe mucho de emepecuatros, de feisbuk, y que, ya puestos en harina, manejan las herramientas informáticas con una soltura digna de admiración. Pero saben muy poco de todo lo demás. Su incultura es lacerante a poco que se deje abierta una página cualquiera de sus mentes. Y lo que es peor, en innumerables ocasiones, su incultura no es sino su indisposición a querer conocer mejor el mundo que les rodea. Para muchos, este hecho tiene múltiples causas, siendo una de ellas particularmente sangrante: la bajísima capacidad lectora de los estudiantes.
Y hay que leer. Y mucho. Que todo viene en los libros. Y ahora, muchas cosas también en Internet. Pero unas y otras no acaban en las células grises por telepatía: se necesita algo de gimnasia mental. Ya lo dije hace unas semanas. Muchos padres dicen que sus hijos son muy inteligentes, pero vagos, y en eso se quedan, con cierta benevolencia, pensando que así lo remedian ya todo. Y no. El remedio no consiste en encogerse de hombros ante la molicie. Ésta siempre proviene del mismo rincón: la del atraso pertinaz y vergonzante. Los conocimientos se pueden adquirir de muchas maneras, pero el sustrato básico no puede ser otro que el trabajo constante, el esfuerzo, la exigencia, y el reconocimiento de la brillantez personal.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Vacunas



Ayer recogía DV en sus páginas que, en breve, se realizarán los primeros ensayos clínicos de una vacuna contra la gripe A. Medio centenar de niños vascos, entre seis meses y cinco años, participarán en ellos. Yo recibo esta noticia con una cierta mueca de ironía en el rostro, cuando no de sorna, porque la verdad es que uno está aburrido de esta tremenda paranoia en que se ha convertido la lucha de las naciones del mundo contra el virus A H1N1.
Ustedes quizá ya no lo recuerden. No hace muchos años, corría por el mundo la sombra mortal de la gripe aviar, la del virus A H1N5, que causaría, según la OMS, unos 7.5 millones de muertes en todo el planeta. Lean el dato de nuevo. Hoy nadie habla de esa gripe. Fallecieron, en todo el globo, según la propia OMS, unas 270 personas. EEUU gastó 1.200 millones de dólares en generar dos millones de dosis de vacunas, vacunas que, por cierto, son curiosamente similares a la de la gripe porcina o gripe A. Nadie murió en EEUU. La gripe común mata en el mundo, cada año, a medio millón de seres humanos. Un ciudadano estadounidense tenía más probabilidades de morir a consecuencia de un rayo que de la gripe aviar. Pero esa gripe, ésa, ya no importa.
Ahora importa la otra, la de los titulares de prensa y las declaraciones ministeriales. La OMS, con su prístina claridad para avistar epidemias que han de acabar con la especie humana, ha declarado hace poco que, hasta el verano, se habían producido unas 400 muertes en todo el planeta como consecuencia de la gripe A. Parecen muchas. Sobre todo si lo comparamos con los 14 millones de personas que mueren cada año en este mismo planeta por enfermedades perfectamente curables o evitables, ¿verdad? Por supuesto, ni la malaria ni la diarrea son, por ejemplo, interesantes para las compañías farmacéuticas que comercializan las vacunas de la gripe A. Es más rentable para estas empresas convencer a los gobiernos que luchen, a golpe de talonario, contra esa terrible gripe, usando las vacunas que venden y la propia OMS recomienda sin escrúpulos. Por eso les va tan bien en las acciones de bolsa. Porque, ¿quién tendría la desfachatez de minusvalorar los terribles efectos de una gripe capaz de aniquilarlo todo? Los gobernantes, desde luego, no.
Somos así de mediocres. Y qué pena me da. La gripe no es la epidemia. Lo es la paranoia, contra la que no parece existir vacuna. Usted puede seguir leyendo noticias sobre el H1N1. Yo tengo cosas mejores que hacer.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Y ahora, ¿qué?



Con el primero de los cuatro meses que anuncian el final del año en curso, han vuelto las reuniones y los titulares que, como onomatopeyas de la maquinaria social, anuncian quejicosos el devenir inmediato de nuestra sociedad civil.
Vivimos el gran desastre económico de la era capitalista, y apenas hemos desarrollado una mínima responsabilidad histórica. El mundo sigue empeñado en crear dinero mediante hipotecas y créditos, sigue siendo incapaz de resolver uno solo de los problemas eternos del ser humano, sigue persistiendo la privacidad y el lucro por encima de todo lo demás, y aunque estén las estructuras económicas resquebrajándose, aunque se estén abriendo hendiduras cada vez más profundas, nada de lo establecido parece cambiar un ápice para que, siquiera, el futuro venidero sea más próspero.
Para el ciudadano, es momento de apechugar, que las naciones se diseñan para que los de siempre sustentemos eso del estado del bienestar. Los políticos lo llaman confianza, lo que necesitan las empresas, los grandes capitales, para que todo fluya más rápido y hacia arriba. Por eso, que la situación actual sea ahora muy hacia abajo, y que debamos ser los de siempre quienes saquemos las castañas del fuego a estos gobiernos que apenas pueden hacer nada para arreglar los desaguisados, produce el más iracundo de los enfados.
Porque, ahora, ¿qué va a pasar? Que pagaremos más impuestos, era de esperar. Que aguardaremos a que otros países se desatasquen primero, parece lógico, visto lo visto. Que seguiremos oyendo hablar de pactos y acuerdos que a ninguna parte llevan, es incluso deseable. Pero nada de todo eso resolverá la crisis. Ya hemos gastado el 5% del PIB para ayudar a unos y a otros, para incentivar el consumo (¿cuál?), para que la actividad industrial se mantuviese (¿cómo?), y la recesión ha continuado su camino demoledor sin apenas despeinarse, y sin dejarnos más opciones, que es lo peor de todo.
Esta crisis es muy extraña, muy compleja, demasiado intrincada. Llega como consecuencia de todos los desatinos sociales, de la irrealidad en que se fundamenta el capitalismo moderno, de la avaricia de todos, ciudadanos incluidos, y no sabemos aún muy bien qué paisaje ha de dejar tras su paso. Pero una cosa sí intuyo. No logrará que aprendamos algo provechoso. Me temo que el fantasmagórico remedio que se ha puesto en marcha, ha de ser el germen de la próxima crisis, la que nos ha de llevar a todos definitivamente al carajo.

jueves, 27 de agosto de 2009

El fin de los días


Escrituro estas líneas rodeado de silencio y negrura de noche como ya no recordamos en las ciudades. No hace sino un par de días que, acá en el pueblo, depositamos bajo tierra el cuerpo sin vida de la madre de mi madre, mi abuela Leonor, quien, sin apenas salir de estas Arribes del Duero, en su casi centenaria existencia conoció mucho más de lo que yo llegaré a conocer jamás en vida. Las dos guerras mundiales, la guerra fratricida española, la dictadura, el auge y caída del comunismo, la exploración espacial, el dominio del átomo... Sorprende, si se piensa con detenimiento, que haya un mundo en la Historia donde todo transcurre a toda prisa, observado al mismo tiempo por otro mundo, coevo con aquél, y muy distinto, que permanece abandonado en el pasado de por vida, por tan despacio como le gusta caminar. Mis cognados, rústicos y campesinos, han pertenecido al último. Yo, en cambio, como tantos de ustedes, he abrazado sin ambages la celeridad de la Historia Moderna.
En casa de mi abuela la nevera siempre estuvo en el salón. Casi cuesta recordar que, una vez, su aparición fuese tenida por milagrosa, y que le correspondiese la ubicación más solemne de toda la casa. Cómo han cambiado las cosas y nuestra perspectiva. Ahora ni siquiera nos sorprende que podamos adquirir, a ritmo mensual y a buen precio, no sé cuánta tecnología aportando no sé qué, si calidad o soberbia. En los años de mi abuela la vida era muy distinta, las neveras no existían. Había fresqueras y despensas donde, como mucho, podía encontrarse la tercera parte de lo que nosotros colocamos en nuestros potentes frigoríficos cada fin de semana, cuando hacemos la compra para muchos días. Ahora todo eso nos parece tan lejano y distante, que cuesta creer que haya ocurrido alguna vez en este mismo país donde vivimos.
Y, aunque me tachen de insistente, sigo pensando que es posible que estos días de abundancia en que vivimos acaben pronto. Posiblemente a causa de una cualquiera de las muchas amenazas que conviven con nosotros, ésas que ya no percibimos porque nuestras mentes aburguesadas no las conciben ni sospechan. La crisis económica, la falta de petróleo, la crisis del agua, la sobreproducción… Sobrevendrá el fin de los días, los que ahora disfrutamos, pues nada hacemos por impedirlo. Será el mismo fin que han de contemplar mis ojos, equivalente o aun superior a cualquiera de los muchos episodios históricos que mi centenaria, y magnífica, abuela presenció.

jueves, 20 de agosto de 2009

Lánguido verano



Cada tarde, al salir de paseo con Queco cuando menos aprieta este calor que achicharra campos y personas, desde el horizonte veo avanzar columnas de humo negro. Desde distintos horizontes cada vez, que unas veces oteo hacia el sur, otras hacia el norte, y así sucesivamente. Queco se divierte viendo pasar los aviones sobre nuestras cabezas, provenientes del embalse de Almendra, donde se abastecen del agua que luego vierten sobre las llamas. La otra noche, sin ir más lejos, murmuraban en el pueblo que uno de los fuegos avanzaba desde la raya que separa nuestra población de la vecina, que es más fecunda en comercio y agricultura. El rojizo resplandor de las llamas, como a brochazos sobre la línea de noche de la tierra, hipnotizaba miradas y entendimientos. Tan cercano parecía… Sin embargo, a pocos kilómetros que uno se desplazase, advertíase sin dificultad que aquellas llamas quedaban aún lejos, muy lejos, mucho más lejos que las lindes del pueblo. La preocupación podía esperar algo más. Me pareció una memorable metáfora sobre la solución a esta crisis que quiere calcinarlo todo.
Languidece el verano, sí, aunque el calor no termine de abandonarnos, cosa que desearíamos a la mayor prontitud, al menos yo, que siento mi cuerpo ausente de los asuntos en que me venía ocupando hasta hace poco. Ni siquiera me apetece entrar en discusiones sobre famoseo, política, fútbol o multas de tráfico, que son los asuntos de los que se habla estos días. Todo lo más, sonrío, entre malicioso e irónico, cuando algún padre, echándole relumbre a la familia, me habla de lo listo (o inteligente) que es su chico, pese a las malas notas, ésas que por verano delatan inmisericordes la molicie o la falta de ingenio. “Pero es muy vago”, concluye el padre atribulado por la realidad. “Claro”, pienso yo, aunque no lo diga, “y el mío es corredor prodigioso de maratón, pero se cansa”. Nos falta gimnasia, nos viene sobrando orgullo. Ésta no es manera de enfrentarse a los problemas.
Mediado quedó agosto, y van pasando las fiestas del toro, las semanas grandes e incluso los certámenes. Nada de eso me importa. Este verano apático y amedrentador no presagia nada bueno. La sociedad tiene miedo, como yo. Por eso apenas prestamos atención a las escasas noticias que pueblan los diarios. Ya sabemos lo que contienen. Alarmas, alarmas por el fuego. Fuego de llamas y, sobre todo, fuego económico, la devoradora realidad de este verano seco y angustioso de 2009.

jueves, 6 de agosto de 2009

Verano maquillado


¿Brotes verdes? Con un agujero presupuestario que no deja de crecer. Con la Intervención General del Estado avisando del deterioro sin precedentes del saldo fiscal. Vivimos en economía de guerra. O casi. El gasto público está enloquecido, crece un 30%. Los ingresos se desploman, caen un 20%. En medio año, el Estado ha gastado el doble de lo que ingresa. El IVA desciende a los infiernos. Las empresas no tienen beneficios. Los consumidores no consumen. Tenemos en el mercado la mayor deuda pública de la historia. El Banco de España ha colocado más de medio billón de euros, con be de barbaridad. En algunas CCAA, los técnicos confiesan sin pudor que no tienen ya dinero. Hay ayuntamientos al borde de la quiebra. Muchos servicios públicos quizá sean pronto recortados. Se aplican recortes drásticos, necesarios, a los presupuestos. La prudencia es casi desesperada. No siempre la hay.
Nos intoxican con positivas cifras de paro y ocupación. Pero la realidad no es ese pasado inmediato. El Plan E se desinfla. Se ha creado menos de la mitad del empleo de junio, cuando ya hubo un 14% menos de contratos que en 2008. Hay casi cinco millones de demandantes de empleo. Pero a unos los descuentan por formación. Otros por otra causa estadística. Las cifras siempre se maquillan. La situación no es la que nos venden. La situación acaso nos la han de explicar, a los de dentro, los de fuera.
El Gobierno vende innovación. El cambio de modelo económico. Los recortes en estos proyectos han sido brutales. Los centros tecnológicos se han quedado tiritando. Los grupos de investigación ven frenadas en seco sus propuestas y su futuro. Se financia lo inmediato. Nadie, desde las administraciones, quiere vender en 2010. La apuesta por el desarrollo tecnológico tendría que servir no para paliar el desastre económico de las empresas, sino su competitividad futura. En España éramos competitivos vendiendo pisos e hipotecas. Ahora, ni lo uno, ni lo otro. Los motores de la UE se alejan más, cada vez más, ya van quedando muy lejos. El modelo seguirá siendo el mismo. El cambio se ha quedado solamente en las proclamas, en la propaganda, en los titulares de prensa.
Estamos en un pozo. El sol de verano nos ciega. No vemos lo que ha de venir. No queremos tampoco verlo. Las medidas de salvación serán poco electoralistas. Nos enfadaremos. Regurgitaremos bilis y rabia e impotencia. Alguien ha de respondernos, y sin mentir.
Felices vacaciones (a plazos, claro).

jueves, 30 de julio de 2009

Corrupción



No se corrompe quien ningún poder tiene. Ni capacidad para decidir sobre el destino de los otros. Ni opción alguna de favorecer a nadie en concreto. Los pobres, los parias, los trabajadores, los enumerados por la seguridad social, los que leemos los titulares sin aparecer en ellos, los que no somos elegidos para ostentar cargo alguno, todos nosotros, somos difíciles de corromper.
No puede decirse otro tanto del político. Por mucho que los haya honrados y sanos. Desprendidos y desinteresados. Trabajadores e ilusionados. Eso lo somos, a priori, todos, y ellos también. Con sus más y sus menos. Pero algunos de ellos, solamente en ocasiones. Cuando actúan agazapados, en la oscuridad del que se opone, del que controla, del que critica, porque vive en la espera de su momento de gloria, ése que siempre llega, tarde o temprano. Y entonces, alcanza su perseguida ambición y se tuerce el generoso entendimiento. Esto es lo que pasa. Cuando se toca poder, cuando se palpa con las manos la tersura del gobierno de los pueblos, cuando se puede decidir con un simple voto, cuando se sabe que de uno mismo depende el quitar y el poner. Un concejal de urbanismo. Un alcalde. Un consejero de alguna cosa. Un alto cargo. Siempre uno, singular, concreto, definido. El uno que mancha con su proceder corrupto la honradez de todos los demás. Pero, desfachatez inmensa, siempre hay ese uno que se corrompe, porque hay otro uno que lo quiere corromper, y aquél se deja.
Ya lo dijo, hace mucho tiempo, a finales del XIX, con cierta grandilocuencia, el historiador británico Lord John Emerich Acton: el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Las personas actúan intencionadamente en pos de sus propios intereses, con independencia de que en el camino también actúen buscando el beneficio de los demás, o el de la mayoría. Pues el contacto continuo con el poder, hace fenecer la idea del mundo mejor para todos, hace renegar de tan magno hechizo, convirtiéndolo solamente en un mundo mejor exclusivamente para sí mismo.
Tiendo a pensar que corromperse por un par de trajes suena a querer arriesgarse a la ignominia por bien poca cosa. Pero allá cada cual, que no hay crimen grande ni pequeño, sino probado o impune. Y en ese mundo de locos, en el de los políticos, donde se habla sin cesar, con grandilocuencia y vanagloria, lo que sobran son, justamente, los corruptos impunes, que de los otros ya se hace cargo la justicia. O eso esperamos todos.

jueves, 23 de julio de 2009

Ecpirosis


En llamas arden los pastos secos, los bosques sedientos y el matojo arruinado por el sol y el viento, que espera pasar las nubes de estío. En llamas arde casi toda la piel de toro, salvo esta parte húmeda de España, la del norte, por aquello de que siempre llueve en Gipuzkoa. Pero la lluvia estropea el bronceado, los días de playa e incluso las semanas tan grandes que de fiesta engalanan nuestras euskaldunas ciudades. Nadie quiere que llueva en verano. Todos deseamos el regocijo del sol.
En España llueve poco. No se sabe si menos o más que antes. El cambio climático lo está poniendo todo insoportablemente azaroso. Pero a buen seguro que, pese al imperio de los gases de efecto invernadero, y de la contaminación y el deshielo de los glaciares, aquí llueve poco, bastante poco, que por tal razón son afamadas las hortalizas y frutas de esta tierra, un reino llamado de España pero sólo en el pasaporte, pues en su territorio han vuelto a proliferar las taifas otra vez.
Ayer se lo escuché decir de otra manera, pero parecidamente, a un bombero, compañero de los cuatro fallecidos el otro día durante la extinción del incendio en Tarragona. Los bomberos de las distintas administraciones públicas usan radiofrecuencias distintas. Entre lloros y lamentos pedía cooperación, porque eso no puede ser, que no se necesita ni más dinero ni más medios: simplemente poder hacer todos juntos el mismo trabajo. Qué angustioso me pareció su lamento. Nosotros, el pueblo llano, trabajador, nosotros la sociedad civil, pedimos que quienes han conformado con el poder un ovillo de embrutecida lana sin demasiado cardar, se pongan de acuerdo. Últimamente se ciñen los acuerdos a lo económico, tirar de chequera es fácil si el dinero es de los demás. No parece haber tiempo para regentar sobre las premisas del orden, la sensatez y la coordinación.
Para qué me extraño. Los reyezuelos de taifas saben gastar, pero no ahorrar. Y nosotros, paisanos de las parroquias futboleras y el buen vivir, nos acordamos de lo sensato cuando nos hacen jirones la piel. Cuando nos toca pagar impuestos. Cuando nos aprietan tanto que no podemos sino exclamar basta. Aunque luego se nos olvide, y le echemos la culpa al de arriba, el político diseñador de ministerios, cuyo único cometido parece ser el de permitir que las taifas sigan gastando lo que no es suyo y avanzar más rápidamente que el vecino hacia el precipicio que nos espera al final de este desatino sin marcha atrás.

jueves, 16 de julio de 2009

Errare Humanum est


La negligencia de una enfermera ha ocasionado en Madrid la muerte de un bebé neonato. Los diarios en España y Europa hablan de la indignación que recorre este país a causa del trágico error. A estas horas, la enfermera que lo cometió debe de estar sufriendo tormentos realmente angustiosos. La familia del bebé, por su parte, no podrá hacer otra cosa que llorar con incredulidad y amargura, la pérdida.
La indignación general de la sociedad civil ha dado paso, demasiado rápidamente, a emociones encontradas. Por un lado, los medios han recogido la agresiva defensa corporativista de la infeliz enfermera, que se encuentra suspendida cautelarmente de sus funciones. Por la otra, y proveniente casi de la misma orilla de información, se escuchan voces solicitando una revisión profunda de la sanidad.
Para mí, el análisis es simple. La enfermera se equivocó. Incomprensiblemente, además. Se me ocurren muy pocas razones por las que alguien pueda administrar leche nutricional por vía venosa. Supongo que acudió demasiado rápido a atender al bebé, y no se acordó de que estaba suministrándole leche en lugar de un medicamento. O no se dio cuenta. O iba pensando en otra cosa. O se sentía nerviosa por ser el primer día en esa unidad. O tenía prisa. Qué sé yo. Miles de médicos y enfermeros realizan a diario su labor de manera magnífica, bajo presión y en ocasiones sin muchos recursos, y no por ello confunden las sondas de manera sistemática, o se olvidan de comprobar lo que van a inyectar a un paciente. Y que conste que digo todo esto con la máxima comprensión y cariño ante la amargura de esa joven enfermera, a quien quisiera transmitir mi aliento y mi ánimo y no solamente el reproche. Pero deseo reivindicar que nuestro sistema sanitario me parece excelente. Mejorable sí, pero excelente también. Y buena parte del prestigio que se le reconoce más allá de nuestras fronteras, proviene de la estupenda labor de sus profesionales. No puede zozobrar simplemente porque alguien haya cometido un error trágico. Ha errado el ser humano. El sistema debe acusar el golpe y seguir mejorando.
La muerte del bebé no es reparable, ya nada le devolverá la vida. Y esa pobre chica tiene aún mucho que vivir. Asumirá sus responsabilidades, aprenderá a soportar su inmensa pena, y seguirá adelante. Porque no era su ánimo provocar la muerte del bebé. Simplemente hizo algo mal, con terribles consecuencias. Porque eso pasa con la vida. Que así de frágil es.

jueves, 9 de julio de 2009

Tienen un plan


Millones de telespectadores boquiabiertos con las exequias de Michael Jackson. Setenta mil aficionados clamando o criticando, según proceda, a CR9. Honduras cayendo en el golpismo militar. Cientos de muertos en una China a la que nadie levanta la voz. Y yo preocupado porque nos cierran Garoña…
No debería. Han dicho, quienes mandan, que tienen un plan. Un plan de reactivación económica, o sea, que es cierto que se deprimirá la economía de Miranda de Ebro y Merindades, pues nadie reactiva lo que está activo. Un plan de impulso a las energías renovables, consistente en acabar con una central nuclear que podría convivir perfectamente con ellas, como venía haciendo. Un plan de infraestructuras y turismo, como si aquello, aparte de ser un paraje muy bello, pudiera convertirse en un enclave neo-marbellí tractor de masas humanas. Un plan tienen… El único plan existente es el deseo de cerrar las centrales nucleares, alegando lo de siempre, que si antigüedad, que si residuos, que si vida útil, sin aportar la más mínima argumentación sostenible.
A los cientos de trabajadores directos e indirectos que trabajan en Garoña, y a quienes reclamamos una pizca de cautela, de comedimiento, de sensatez, de no actuar de acuerdo a las tablas de la ley de un ecologismo ciertamente trasnochado, el cierre de la central nuclear no ha de reportar ningún bien, por mucho plan que digan que tienen, que eso se olvida pronto y luego pasa lo que pasa, que de plan nada. Al mix energético nacional, tampoco, aunque se quiera explicar que un 1% del suministro parece bien poca cosa, sobre todo cuando no se compara con otros porcentajes más ínfimos a los que no se aplica el mismo descalificativo.
No se cierra, además, una central cuestionada. El CSN no la cuestionó nunca, y no sirve alegar otra cosa desde un punto de vista técnico, que en esto siempre parece que las opiniones viscerales tienen su punto de consistencia, cuando no es así. Lo que se cierra, me temo, es el futuro inmediato de una energía que aún ha de facilitarnos mucho las cosas, por muy de acuerdo que estemos todos en que ha de irse reemplazando. Sí, pero no tan pronto. No ahora. Esta energía, la nuclear, consiste en estructuras perfectamente operativas, con exigentes controles de seguridad, e inversiones productivas que para sí quisiera el resto de la industria. Una energía imprescindible para planificar el futuro de la sociedad moderna. Pero ese plan, ése precisamente, no lo tienen.

jueves, 25 de junio de 2009

Futuro temible


La crisis, interminable, es un monstruo que exhausta el presente y se alimenta del futuro. Nos acosa hoy con más desempleo, menos confianza, más incertidumbre, y obliga a nuestros representantes a improvisar. No parece haber recetas y soluciones que sirvan para mucho. Y mientras fagocita nuestro sacrificio actual, amenaza nuestros sueños, que lo onírico del ser humano es la puerta de entrada de lo porvenir, nunca de lo ya venido.
Vamos a pagar muchos impuestos por decisiones cuestionables. En los meses del año que hemos visto pasar, casi un millón de personas ha perdido su trabajo. Nuestra producción industrial se encuentra por donde las calderas del Pateta. Quien dice consumo quiere decir supervivencia. El déficit público está donde ni la bencina lo alcanza. Y la recaudación fiscal es muy inferior a la del ejercicio pasado. Y todos estos mimbres, todos ellos, los pagamos los ciudadanos y los han orquestado los del Gobierno. Aplico el verbo orquestar porque, al menos, no han construido nuestros próceres la crisis, simplemente han manejado, espantosamente mal, la batuta con que deberían haberla enfrentado en lugar de mentir, interesadamente, como nos han mentido. Y oiga, que todo tiene su perdón, pero que al menos lo reconozcan. Yo admito que ésta es una desigual contienda, que no dejamos de ser un país enfangado en una batalla donde asestamos cachetes y no mandobles. Está muy bien inyectar dinero a las empresas, pero está muy mal no advertir lo podrido que mantienen el sistema y la avariciosa acaparación de recursos sin mover un dedo por cambiarlo. Solamente por tal motivo creo yo que esta gran crisis no se resolverá nunca, pero eso sí: la convertiremos en mucha más pobreza para algunos pobres desgraciados.
Vivimos queriendo tenerlo todo y queriendo disponer de absolutamente todo. Y eso no puede ser.  De ahí que nos vaya a tocar pagar sin protestar las avaricias de unos, y las ambiciones de otros, y las mediocridades de muchos. Qué negrura la nuestra en el horizonte. Al menos que sirvan de algo todos esos impuestos con que nos van a exprimir, y que nuestras existencias futuras sigan siendo cómodas y modernas como hasta ahora. Tal es mi deseo. Bien quisiera disponer de una varita mágica y poder zanjar de un plumazo todo este trasunto maloliente de la economía. Y ni eso, que bien me conformaría con que se iluminase el entendimiento de los mandamases, que están dando todos un espectáculo un poquito lamentable…

jueves, 18 de junio de 2009

TDT


Leí, no hace mucho, en alguna parte, que la TDT es una variedad moderna del DDT, insecticida tóxico para el ser humano. Sinceramente, si ya en los tiempos analógicos la televisión era mala para la salud mental, la era digital puede causar el completo exterminio neuronal del telespectador.
Los grandes canales son agotadores. Sus mejores programas, y los peores también, están repletos de publicidad. Tanta, que la ilación de por sí muy escasa que en ellos se encuentra acaba por desaparecer.  Han aprendido a embutir publicidad en el propio discurso de los presentadores, como sucede en la radio. Y, conocedores como son del alma humana, los directivos de las televisiones cada vez echan más mediocridad a las parrillas, que el pueblo lo que consume es basura, basura visual, infecta y visceral, tal y como averiguaron hace años en EEUU.
Nos prometieron con la TDT una televisión interactiva, interesante. Pero hace muchas décadas que los caminos hertzianos se cerraron para la cultura, el conocimiento y el entretenimiento de calidad. Alguna vez se cuela algo que merece la pena, pero pocas, muy pocas veces. Y no iba a ser distinto con la llegada de la intoxicación humana digital. Si quiero ser benévolo, pensaría que todavía nadie se ha decidido a incorporar fórmulas novedosas, por miedo a eso que llaman rentabilidad, y que no consiste en ganar dinero, sino en ganarlo a espuertas, cada año más y más. Pero como de benévolo, en estas cuestiones, tengo más bien poco, lo que realmente pienso es que a las televisiones les da absolutamente igual todo, pues jamás pretendieron ser instrumentos de comunicación, sino de consumo. No puedo explicar de otro modo tanta teletienda, tanto tarot, tanto porno-sms, y tanta chorrada. Que ya da asco, oiga.
No hay nada en esto de la TDT que permita asegurar un avance cualitativo importante de la televisión que vemos en este país. El futuro de lo televisivamente interesante, de lo bueno, está en manos de los canales de pago presentes y futuros. Pague usted, lector y espectador, como paga casi todo, a menos que piratee y robe, o la pequeña pantalla habrá de vaciarle el cerebro, su dignidad e incluso el bolsillo, si es que no los tiene todos ya bastante vacíos. Cosa que no me espantaría saber, pues la TDT manifiesta, sin tapujos ni vergüenza, la toxicidad de un sistema social tan hedonista y patético, que fácil ha sido para lo vulgar llevar las riendas de nuestros objetivos cada vez menos humanos.

jueves, 11 de junio de 2009

Apoyo la moción


De confianza. De censura. Me da lo mismo. Yo apoyo todas las mociones. Las que hagan falta. Las que necesitemos. Las que nos dicten nuestro sentir. Ya sea la una o la otra. O ambas. Yo confío en la censura. Y censuro la confianza. Me gusta la crítica hasta llovida en el caldo: la mejor sopa. Me emociona la retórica. La batalla dialéctica entre oponentes que inadvertidamente sonríen mientras hablan con rostros abotargados y serios. Que se opongan quienes oponerse deban. Que defiendan su gobierno quienes rigen nuestras cuentas. Y que encuentren la medida del asunto. Pero que hagan algo, por favor, que va siendo hora.
No acaban de sacarnos de esta crisis, y ya andan enzarzados en cómo ganar las siguientes elecciones. Es lo que tiene esto de la cosa pública, que tanto gusta de comicios y votaciones, de política de diseño, de titulares y murmuraciones de salón. Porque, lo que se dice hacer algo, poco hacen. No debe de gustarles tanto. Se juntan en sus escaños sus egregias señorías, tan preocupados por sus propios asuntos, confiados en que funcionarios y técnicos sigan dedicados a la resolución de los problemas que van surgiendo. A ellos, con vociferar y vituperarse con evidente desatino, les parece bastante. Ni siquiera este imponente dragón de fuego, que se lleva por delante empleo y riqueza, empresas y sosiego, les ha aunado en pos de ese futuro puesto en entredicho cada vez que aquél abre la boca y escupe fuego abrasador. A ellos, a los vocingleros, a los políticos que no hacen nada sino pensar en ganarle al contrario lo que sea, no parece afectarles la quema, y por eso enarbolan sus propuestas de risa, sus patrañas y sus innecesarias leyes, sus mediocridades planetarias, su total falta de juicio. Y mientras tanto, entre tanta ausencia y tanto alboroto que a ninguna parte nos lleva, la crisis –el dragón- desgrana uno a uno los racimos del empleo y del bienestar.
Por eso digo, y por eso repito: necesitamos que se mocionen. Los unos y los otros, mutuamente y por turnos si hace falta. Que se mocionen y dispongan. Que analicen y propongan. Que ya está bien, que se echa el tiempo encima, que tiene el otoño aspecto muy fiero, amenazando con ocluir el estío hasta hacerlo estallar. Que vamos ya hartos de tanta monserga y tanta bobada. Sean bienvenidas todas las mociones, esperemos que el movimiento deje varados a muchos ministros en alguna orilla recoleta, y a tantos otros opositores en el olvido. Buena falta les hace.

jueves, 4 de junio de 2009

Europa no mola


He pensado no votar en las elecciones al parlamento europeo, e incumplir así con mis obligaciones de ciudadano. Y que nadie interprete mi opinión como una proclama por la abstención. Que cada uno haga lo que desea, faltaría más.
Sucede que me siento cansado de esta dualidad política absurda. Máxime cuando se refiere a lo de Bruselas. En el parlamento europeo unos y otros defienden lo mismo en un 70% de las ocasiones. Visto así, parece lógico que los debates y campañas se estén librando en el farragoso terreno de la descalificación, la desavenencia, el incordio y la flojera de ideas. Pero sucede que no quiero verlo así. Que ese 30% de veces en que unos y otros votan distinto, es suficiente para pedirles que me expliquen cómo ven los contendientes su futura actuación en Europa. Y que se dejen en paz de atizarse con la crisis, los aviones presidenciales, el desempleo y las fuerzas armadas. Que se ocupen de cosas igual de valiosas e importantes y pertinentes.
En Europa se cuecen muchas, muchísimas habichuelas. Tantas se cuecen, y de tal importancia son, que me espanta que la ciudadanía esté pasando olímpicamente del tema. Usted dirá que yo también paso. Y no es cierto. Podré ser un abstencionista, pero no un pasota. Yo sé, como usted sabe también, que allí están los fondos FEDER, y la política agraria, y el Programa Marco de Investigación, y los fondos de cohesión, por citar unos pocos ejemplos que mueven euros a millones. Están allí. No aquí. Y sé que esto de Europa, que es en lo que nos venimos embarcando desde hace ya unos cuantos años, se articula en ese parlamento al que los partidos políticos mandan a sus momias, a sus jubilados, a sus políticos quemados y a los que ya no dicen nada y menos hacen en todo el panorama político nacional. Que ya les vale a nuestros prebostes. Lo importante que es Europa y lo usan de cementerio de elefantes. Y por esta razón, que no por otra, no pienso votar ni a unos ni a otros. A lo mejor voto otra cosa, que si rasco un poco igual resulta que hay alguno que está siendo mínimamente coherente con el asunto.
Pero no sé de qué me espanto. Europa es una máquina que, si pudiera ir sola, o gobernada por un robot, mejor que mejor. A los políticos lo que les pone es la porquería de parlamento nacional que tenemos, y llamarse de todo en él, y hacer el ridículo más espantoso exhibiendo incompetencia y frivolidad a manos llenas. Pero Europa, lo que se dice Europa, no les mola nada de nada.

jueves, 28 de mayo de 2009

Remake con tetas



En la película “Psicosis”, del maestro Hitchcock, Norman Bates mataba a diestro y siniestro creyendo ser su propia madre. En la insensata “Psicosis 2”, Norman Bates está igual de loco y sigue creyendo ser su propia madre. Y entonces uno se pregunta, ¿para qué demonios hacen en el cine eso que se llaman secuelas?
Yo se lo voy a preguntar a la difícilmente definible Bibiana Aído, inefable ministra de esa cosa de la igualdad. Y lo haré porque, al cabo de siete días de mi última columna, algo que ha dicho ella, con esa frivolidad impropia de quien se sienta en el Consejo de Ministros, me suscita una nueva reflexión que acaso a usted, lector, le interese conocer. Sea, pues, este análisis una suerte de secuela del anterior, aunque confío en dotarle de enjundia, no como en el cine.
Lo primero. No sé qué pensarán ustedes, y me gustaría saberlo, pero siendo uno ministro de algo, lo de decir en público expresiones como “ponerse tetas” revela un desatino profundo, incapacidad de expresión y carencias importantes en el pensamiento. Para qué insistir. Ya lo dije la semana anterior. Esta chica parece un camionero. Y lo segundo, y más importante. Si la cuestión es enfatizar en la capacidad de una adolescente para interrumpir o no su embarazo, dígase claramente: “queremos que el aborto sea un acto decisorio equiparable a otras decisiones personales”. Pero esta ministra no sabe decir las cosas con claridad. Y como no sabe, ni le da la gana crecer en dialéctica, busca subterfugios para demostrar que sus análisis y planteamientos son de primera consideración. Y no teniendo suficientes argumentaciones en su cabeza, suelta la primera bobada que se le viene a las meninges.
A quién se le ocurre establecer una comparación tan espuria entre una mejora estética y la interrupción de una vida en curso. Con independencia de la boutade que es, revela un absoluto desdén por quienes no opinan de igual manera. Y éste es un tema asaz delicado, de esos que conviene tratarse con mucho respeto hacia las sensibilidades opuestas.
Una cosa es legislar para dotar a las leyes de instrumentos que se consideren necesarios, y otra muy diferente despreciar la opinión de los ciudadanos, sean mayoría o minoría. Los ciudadanos podremos estar en desacuerdo con lo que se legisla, pero acatamos la voluntad de la mayoría. A cambio, esperamos que la respuesta a ese acatamiento no sea la frivolidad de pensar en tetas cuando de lo que se habla es de un embarazo.

jueves, 21 de mayo de 2009

Piratas sin caribe



¿Sabe usted lo que es un AK-47? Yo lo ignoraba hasta este asunto de los piratas somalíes. Se trata del célebre fusil de asalto Kalashnikov. Se fabrica en una docena de países y hay, de manera ilegal, más de 80 millones de estas armas en el mundo. Oxfam las ha bautizado como la máquina de matar preferida en todo el planeta. Es muy barata: hay quienes las adquieren por 30 dólares.
Los piratas que secuestran el Alakrana usan AK-47. Y armas lanzagranadas. Y antiaéreos. Y lanchas rápidas. Hace años eran pescadores. Comenzaron su actividad corsaria con el objetivo de expulsar a las empresas occidentales que, más que pescar, saqueaban sus aguas aprovechando el vacío de poder en el gobierno somalí. Hoy, al rebufo del dinero, aquellos pescadores se han convertido en terroristas sin escrúpulos que asaltan barcos indefensos para cobrar rescates suculentos. En un país donde hace ya más de dos décadas que impera el hambre y la guerra, sin infraestructuras, en perpetuo conflicto y bajo la negruzca sombra de la muerte, no puede extrañar que una parte de la población recurra al terror con objeto de lucrarse.
Los AK-47 no los fabrican los piratas. Tampoco los lanzagranadas. Alguien se los vende. En las guerras, y la piratería del Golfo de Adén no es sino consecuencia directa de la guerra, matan y mueren los de siempre, pero se enriquece alguien del mundo civilizado. Nosotros, los países desarrollados, permitimos tácitamente que el hambre y la guerra devasten no solamente países, sino continentes enteros. Y lo permitimos porque nos interesa. Eso sí. Alzamos la voz cuando, de tanto en cuando, algún informativo de la tele alerta sobre lo que pasa por ahí fuera. Con eso aliviamos la cochina neura burguesa que nos susurra desde lo más oscuro de las meninges, y luego se lo contamos a lo demás con el móvil o el laptop, esas miniaturas que disfrutamos porque en el Congo hay una guerra donde muere gente a espuertas, como si aquello fuese la Segunda Guerra Mundial, pero en negro.
Me asusta, en sentido social, que todos los problemas geoestratégicos del mundo provengan siempre de la misma cesta: el de nuestro opulento e imparable desarrollo. Nos conviene que la gente muera en silencio, así sus voces no disturban la retransmisión del partido de liga de los domingos. Pero, ¡ay!, cuando sus voces paupérrimas se tornan violentas y crueles, entonces sí que volvemos la mirada para preguntar, estupefactos, qué demonios es lo que está pasando.

jueves, 14 de mayo de 2009

La situación a debate


Tocaba esta semana uno de esos duelos con que anualmente nos obsequian nuestros políticos. A decir verdad, y ha de serlo por cuanto tantos han dicho esto mismo en repetidas ocasiones, no se debatía sobre cómo están las cosas en España. Los políticos debatían sobre sí mismos. Es lo más triste, y aquello que demuestra hasta qué punto la iniciativa política de este siglo XXI está varada en el partidismo.
No voy a entrar en consideraciones sobre vencedores o vencidos. Sobre propuestas y críticas. No me apetece. Lo único que concluyo de ello es que España se tambalea y a poco que nos descuidamos se cae, colapsada, al suelo de los infiernos. Para mí, el estado del Estado es justamente ése: crítico. Y si lo es, acaso debamos encontrar la causa en nuestra predisposición social a ser considerados muy ricos. Sin serlo, incluso. No hace muchos días leía en un diario económico que los españoles trabajamos una tercera parte del año para cubrir los gastos del gobierno, las autonomías, los ayuntamientos y la seguridad social. Y no sé usted, pero yo encuentro muchísimo dispendio en las administraciones públicas. Sin ir más lejos, contamos en nuestro país con un puñado de Ministerios cuya función aún no me explico. Y qué decir tiene de las burocracias imperantes, y crecientes, de autonomías y concejos.
Además, me parece obvio que esta crisis no la va a resolver Patxi López en Euskadi, ni Zapatero en España, ni Trichet en Europa. Es algo tan global, tan pandémico, que nadie sabe ya qué hacer para resolverla. Cada vez estoy más convencido de que su origen reside en la voracidad de nuestra sociedad avanzada, que consume los recursos de la Tierra sin atender a nada más que al dinero que va a obtener con lo que de ellos se obtenga. Que solo por esta razón hay hambrunas eternas en muchos países del mundo, y enfermedades y pobreza que jamás se resolverán, y devastaciones y guerras, y trabajadores oprimidos, y niños explotados para que yo disponga en pocos meses de un nuevo MP4. ¿Es éste el mundo en el que deseamos vivir?
Me admira que en ese debate parlamentario nadie haya sido capaz de mirar un poco en derredor. Desconfío de las nuevas medidas tanto como compruebo que las ya implantadas no han servido absolutamente para nada. Esta situación necesita de una urgente entonación de mea culpa, sin ambages, y que nuestros líderes aúnen esfuerzos en pos de un mejor futuro. Cosa que no van a hacer. Y ésa, y no otra, es la situación a debatir.