No volveremos a vivir como acostumbrábamos a hacerlo. Esto
del bienestar creo que se está acabando. Contemplo, desde mi humilde
perspectiva, cómo la sociedad avanza hacia un futuro carente de la abundancia a
la que nos habíamos habituado. Había varios modos de hacerlo, pero
fundamentalmente dos: despacio y deprisa. Y finalmente le echamos una carrera a
un viejito al que, por su paso más lento, quisimos dejar atrás enseguida
lanzándonos a tumba abierta por la carretera, y que, con su paso tranquilo, nos
ha alcanzado poco a poco, en las subidas de la pendiente más exigente, donde
acabamos por dejar hasta el aliento.
Me preocupa, y mucho, el mundo que le vamos a dejar a
quienes vienen detrás de nosotros. Llevamos veinte o treinta años disfrutando
del Estado del Bienestar, y temo que se esté cayendo a trozos: quiebran los
estados, congelan las pensiones, cierran las empresas, despiden a la gente… ¿Seremos
capaces de reiniciarlo todo, pero correctamente?
Como fondo de todo ello, están el mercado y la economía.
Hemos hecho del dinero el motor absoluto de nuestro desarrollo como individuos
y como sociedad. Pudimos haber elegido otros motores, pero no lo hicimos. Alrededor
del dinero fluctúan todas nuestras premisas. Erradicar el hambre, las guerras,
las enfermedades… es cuestión de dinero, por cierto, de menos dinero del que
venimos dedicando a sostener este sistema que ahora nos amenaza con abrasarnos.
Nuestro Estado del Bienestar está construido sobre la economía, aunque lo hemos
querido fundamentar en lo ideológico (que suena mejor), en conceptos como la
sanidad gratuita, la escolarización universal, el derecho a ser jubilado y las
prestaciones por desempleo. Y siendo, como son, conceptos magníficos: ¿no hemos
caído en la cuenta de que acaso no todos son posibles con el dinero disponible?
No lo digo yo solamente, lo expuso –no hace demasiado– un informe de sabios
europeos, coordinado por Felipe González.
“Esto” se acaba, y
nadie dice por qué, con tanto como se escribe ahora que la crisis nos afecta
como si quisiera destruir el mundo. Se aducen razones financieras, fiscales,
productivas, sociales... Tendríamos que reconocer que se nos cae a trozos el entramado
porque hemos querido, egoístamente, correr desatados cuesta abajo, queriendo
dejar muy atrás a ese viejito torpón y lento al que siempre nombramos
(sostenibilidad). ¿Y saben una cosa? No quiero realmente que esto se acabe: yo
quisiera todo lo mejor para mi hijo.