Yo deseaba hablarles hoy de un lago y un volcán. De una
extensión enorme de tierra estrecha por donde una cordillera se sumerge en el
océano. De un lugar donde la noche es inmensa y las estrellas resplandecen
rodeadas de una oscuridad que todo lo abarca. De comunas aisladas y poblados
agrícolas tan pobres como dignificados por un tiempo que parece haberse
detenido en el pasado de por vida. Deseaba hablarles de estas tierras del Sur,
que parece siempre lejano y pendiente, y del reflejo sin mácula de la Historia
contenida en estos paraísos distantes de Chile a los que otros antes, mucho
antes, arribaron.
Pero no ha de poder ser. Por el siguiente motivo.
Frente al volcán Villarrica, ante un sol resplandeciente y
puro, embriagado del azul y la quietud de un lago que se postra generosamente
ante su cumbre, dialogaba yo apaciblemente con un señor de México. Comenzamos
hablando de los ciclos de vida de las cosas, cuestión que nos reunió a ambos en
este paraje, y pronto derivamos la plática hacia esa opresión negra de la
influenza. Así es como mi interlocutor de México nombra a la gripe porcina que
aterroriza a la porción de humanidad que no vivía aterrorizada por la crisis.
Que los terrores no han de sumarse como los números naturales.
Y digo yo, tendré que empezar a someterme voluntariamente a
la observación metódica e incuestionable de lo que hay que hacer si uno puede
haberse contagiado. Porque al señor de México le di la mano para saludarlo, como
corresponde a las buenas normas de la cortesía, y no interpuse mascarilla
alguna para comunicarme con él. No tenía intención alguna de permitir que una
sospecha limitadísima derivase en pésima educación. Quizá cometí un error, pero
la afrenta hubiese sido lamentable.
Coincidirán conmigo en que es asaz molesto perder la
oportunidad de escribir cuestiones dichosas para el entendimiento, contagiado
(esta vez sí) de los horrores que se propagan con mayor celeridad que los
virus. No pretendo minusvalorar la importancia de la gripe. Lo que intento es mantener
una existencia llevada con dignidad suficiente. Y, para ello, nada como la
información y unos saludables hábitos higiénicos. Ya me gustaban las verduras y
las frutas, pero seré más cuidadoso en adelante con mis manos, que lavaré
frecuentemente, y me abrigaré bien para que una corriente de aire no me obligue
a estornudar. Porque sepan que, a orillas de este lago, enfrente del volcán
Villarrica, refresca bastante por las noches.