No
había estado nunca allí. Ni siquiera sé por qué esta vez sí me apeteció. Todo
este mes he discurrido por tierras de mi amado México y al llegar a Tijuana
sentí cierto cansancio de recrearme las tardes y algunas noches en la vecina y maravillosa ciudad
de San Diego. Recuerdo que, mirando el mapa, inadvertido de las distintas
escalas con que comprendemos los contornos de los países, el año pasado pensé
que llegar por carretera a San Francisco (que me fascina) sería solo un ratito…
pero el ratito son ocho horas de viaje en coche, que las distancias en Google
Maps engañan mucho cuando se abandona la minúscula Europa. El año pasado no me
decidí, por pensar que Los Ángeles también sería una letanía por tierra, pero
la llamada del lugar más cinematográfico del planeta me hizo asegurarme bien en
esta ocasión. Resultado asombroso: dos horas y media, nada más. Hollywood era
mío.
Hollywood
Boulevard no fue mío. Pertenece a las putas, que se agolpan junto a las
paradas del autobús rebosantes de maquillaje y sin ápice alguno del glamour de
la Pretty Woman que Richard Gere recogió en su coche. Pertenece a la suciedad que
se acumula por todas partes, incluso encima de las estrellas de la fama, que yo
consideraba mejor cuidadas. Pertenece a los indigentes y a los miles de
establecimientos cutres donde se sirven comidas y bebidas al turista que se
atreve a entrar, siquiera por ir al baño (amarga experiencia). Pero desde luego
no le pertenece a los artistas que alguna vez acudieron a esa calle mundana y
decadente donde se exponen los nombres que una vez fueron algo, ni a los que
actualmente aún vienen siendo algo. Imagino que la fascinación con que se decoran
las noches de “avant-première” logra resarcir en quienes lo presencian esta
sensación mía, pero no quiero volver allí para comprobarlo.
Marché
de Los Ángeles, tras visitar otros lugares, con la honda sensación de que esa
California no es realmente para mí, pese a lo mucho que me gustan algunas de
sus ciudades. Ni siquiera en las playas de Santa Mónica logré revertir esta
amarga consideración, amarga porque siempre la quise más dulce. De repente me
vi en un mundo caro y excesivo, donde ni la comida ni la sanidad apetecen. Es
curioso, fue volver a Tijuana y empezar a comprender que me encontraba en casa.
O al menos en una realidad más cierta, más humana.
Pasen
ustedes un buen verano. Yo ya disfruto de las soledades soleadas de mi terruño
en las Arribes del Duero. Este año con todo el tiempo que yo quiera por
delante…