viernes, 31 de diciembre de 2021

Como el año que fue

Tengo las manos llenas de cortes y magulladuras. Esto de montar estanterías es de aparente facilidad, pero los primeros y últimos esfuerzos son lesivos: aquellos por la inexperiencia con que uno se enfrente a la tarea; estos por el cansancio que se ha ido acumulando en brazos y piernas. Dos días he dedicado al tratado de carpintería para neófitos proveniente del norte, un palmo más abajo en el mapa del lugar donde residen elfos y un gordinflón risueño vestido de payaso. Y créanme que detesto la estrategia de endiñarle al público maderas agujereadas, tornillos y pernos para lograr que una biblioteca parezca aquello de lo que trata. Pero mi exiguo presupuesto y la incomparecencia creativa de los catálogos competidores me han obligado a optar por los nórdicos. 

Creo que afuera está el mundo revuelto por el avance de los contagios del virus. Aunque, si les digo la verdad, no sé si han comenzado a remitir o está a punto de eclosionar la definitiva guerra de los mundos, esa que han de librar los humanos contra los virus y bacterias para que venzan estos últimos. Sinceramente, me da lo mismo. A estas alturas llevo trasegado suficiente histerismo para escribir varios volúmenes de un tratado versado en por qué la humanidad jamás atravesará el Gran Filtro de Kardashev y se extinguirá sin remedio y con un inmenso sentido de justicia cósmica. Si hacen balance del año seguramente descubran exigüidad en los actos dignos y provechosos en lo que respecta a enfrentar una pandemia.

¡Oh, sí! Casi lo había olvidado. Siendo esta la última columna que escribo, y ustedes leen, en 2021, tocaría sintetizar lo que hemos vivido y listar las promesas e intenciones a acometer en 2022. Pero no, no voy a realizar una cosa ni otra. El resumen del año lo van a emitir las horribles televisiones que nadie dice ver ya, y los sueños y promesas son el bálsamo de Fierabrás de la gente sin perspectiva de nada, todo lo más un par de semanas en el futuro. Prefiero referir que todos vamos a seguir trabajando en lo que sabemos o podemos con desigual fortuna, sin que tal situación nos desanime y con independencia de lo que se le ocurra a los políticos, esa gente que se pasa las veinticuatro horas del día en maquinar modos de perpetuarse en el magín de los ciudadanos. Aunque, en esta ocasión, a los políticos habría que añadir a muchos quejicas y vocingleros que, como bocacaces, sueltan riadas de tonterías siempre que pueden. 

Pues eso. Traten de ser felices y no se atraganten con las uvas. Feliz Año Nuevo.


viernes, 24 de diciembre de 2021

Ding Dong Merrily on High

Han dejado de sonar los campanarios porque en parte alguna quedan campanas que anuncien la Navidad. Sobre la faz de la Tierra los hombres no cantan alabanzas a Dios porque dejó de existir hace mucho tiempo. Tampoco hay razones para que las voces, una vez unidas, se asocien en la sencillez de un coro en la calle.  Los únicos cánticos provienen de la publicidad y de los pequeños dispositivos que impiden cruzar la mirada con otros en las contadas ocasiones en que se usan las aceras. Las voces que sí elevan su tono por encima del ruido mundano son las de los fanáticos, ahora llamados activistas, muy activos en las redes de comunicación y con voto en las políticas que gobiernan el mundo.

No existen las familias: se habla de allegados porque el parentesco resulta anacrónico. La imagen oficial de la unidad familiar abarca cualesquier situaciones y solo como elemento descriptivo, perfectamente prescindible por lo demás. A los padres, con independencia de cómo se haya configurado este vocablo neutro, no se les permite imponer sus criterios a los hijos. Las tradiciones son revisables, especialmente las arcaicas que retrotraen a épocas pretéritas, y han de ser sustituidas. Las del credo mayoritario, que se mantiene por la raigambre que aún permanece en algunos hogares, son repulsivas para el resto de credos y deben ser abolidas para no causar desazón a las minorías.

Llamamos Navidad a un tiempo de ocio orientado al consumo injustificable de alimentos costosos, dulces indigestos y juguetes sexistas. Es insostenible y agrava el cambio climático, las desigualdades de todo tipo y el futuro romo al que habría de tender la civilización para asegurar su bienestar y porvenir. Erradicado el hecho religioso, deviene prescindible. Incluso los festejos por el cambio de año mancillan los calendarios de otras culturas, por lo que no deberían considerarse pertinentes. Navidad ha de ser un tiempo oscuro, alejado de toda fe, de profunda recapacitación sobre lo que nos ha condenado a ser alegres, artísticos, insostenibles y amables. Erradicándola podremos dar el paso definitivo hacia un mundo plano y homogéneo, verazmente obsesionado con el mañana, que tal es el deseo de las mentes que lideran el mundo libre actual, donde todos hemos de ser reeducados.

Sean ustedes dichosos en estas fiestas del cariño o comoquiera que sea la boludez inventada por algunos para sustituir la palabra Navidad, cuya etimología latina remite a un portal, la germana a lo sagrado y la anglosajona al ritual de la misa.

viernes, 17 de diciembre de 2021

Oposición o posición

A la principal oposición al arte de gobernar sin gobierno (cfr. Sanchismo) le viene grande la tarea. Se les da mejor zurrarse entre ellos, especialmente el julepe de patio con que los rezagados de clase creían resarcir sus frustraciones a costa de los empollones, que no las tenían (si lo sabré yo, que encabezaba a estos últimos). Aquí los rezagados son quienes controlan la soldadesca (tropas disciplinadas son los partidos) y los empollones esos sargentos bravillos que sí saben ganar elecciones (como una ayuso) o recobrar la dignidad ideológica en territorios comanche (como una cayetana) que luego ellos arruinan. Por buen camino van yendo. 

Hay un segundo partido opositor, escisión del primero, al que arrean con denuedo por creerles hijos de Satán, que no suyos (que lo son). Que prefieran esta labor a oponerse a este Gobierno, posiblemente el de más fácil oposición desde la época de don Viriato, es una canallada. Será que no encuentran motivos suficientes para hacer con ilusión su trabajo. Es normal: enmudecieron ante aberraciones como el cerrojazo del Parlamento en tiempos de pandemia y defienden las medidas medievales que sacan del magín quienes, gobernando, no quieren darse por enterados de que su misión es gestionar, no salvar el mundo del Apocalipsis, que es justo lo que acontece cuando uno se esfuerza por evitarlo y arrastra a todos los nacidos al camino de la pobreza y la desesperación. La ayuso plantó batalla y arrasó. Me pregunto quién les hace a estos pardillos los informes…

En realidad, la oposición al Gobierno la vienen ejerciendo los ciudadanos, hartos de pagar más y más impuestos, tarifazos eléctricos, plusvalías inconstitucionales, hartos de yoliprogres comunistas con audiencia vaticanal, falcones a destajo, huelgas de osos de peluche, prisión preventiva a varones solo por haber nacido, concesiones sin límite a secesionistas y proetarras, hartos de presupuestos risibles y de mentiras sin límite… Hartos de este sindiós en que una pandilla ha convertido el pasado, presente y futuro, porque doquiera que ponen la mano no dejan cosa sana. Y, ¿a qué está la oposición, aparte de tirotearse entre ellos? ¿No vieron aún qué fácil es ganar al indocto que nos desgobierna, ya sea juntos o revueltos? 

Creo que les abruma el envite. Y que prefieren matar ayusos y cayetanas y abascales, esos bichos de la sabana que les han de llevar en volandas al monclovismo anhelado por todos. Pero no, lo siento mucho, así no llegan. Para sancheces ya tenemos las originales y auténticas.


viernes, 10 de diciembre de 2021

Omicrones griposos

Este último y larguísimo fin de semana me enzarcé en un debate sobre el ómicron del virus de la China que llamamos covsarsnoséqué y su enfermedad covid, palabreja que a los viejos nos suena a mascota de olimpiadas celebradas en el territorio donde, según el curso hodierno de las cosas, a los niños se los azuza para que hablen el idioma allí privilegiado. Decía, antes de irme por los quijotescos cerros de Alvar Fáñez, que a la enfermedad del virus se la denomina covid cuando no deja de ser una gripe, cosa que siempre fue. No la gripe de andar por casa, la misma que dejó tras de su origen varias decenas de millones de muertos en el mundo hace un siglo, pero una gripe al fin y al cabo, que es como acabamos denominando a las covsarsnosécuántos cuando finalmente surgen de ella variantes muy infecciosas y poco letales. 

La tengo por una noticia estupenda, pero me temo que a muchos politicastros se les acabará el juguetito con que se arrogan ser héroes o dioses o (diría yo que más apropiadamente, por tener su taloncito de marras) aquíleos en lo tocante a salvarnos la vida a todos y muy a pesar nuestro. Porque de llevar las riendas de un país no sabrán, que tal cosa la tenemos por descontada, pero ejercer el mando en plaza con tintes dictatoriales, que suena a fascismo porque ya nada suena a comunismo, y eso que es igualmente peligroso, de eso sí saben un rato. 

Lo que hace el mandar, oiga: ahí siguen teniendo a una exdependienta empoderada por su exnovio hasta asir cartera ministerial y la de bobadas enloquecidas con las que tenemos que lidiar desde entonces (heteropatriarcados, todes varies, sí sí sí hasta la muerte pequeña, y otros pluses por el estilo), que a poco que nos opongamos a alguna cosa de esas, por imprecisas y hasta ridículas, te condenan al fuego eterno sin explicar la causa de la pena, quizá por darla por sabida. 

Lo mismo que alguna ha pensado que la mejor manera de amanecer un mundo nuevo es reeducando a los hombres, habrá quien decida que el alumbramiento del mundo tras la gripe covidiosa es factible reeducando a los políticos para que dejen de saltarse a la torera las libertades de los demás, que creen moneda de cambio para usar y desusar a su antojo. Por mi parte, si las empresas que se encargan de vacunas y fármacos, debido a sus buenos emolumentos, se ven impelidas a buscar ese mundo mejor para el virus que viene, me sentiré satisfecho pese a los gobernantes y sintiendo muy hondo que a los faltantes ya nadie pueda dar vela en su propio entierro.


viernes, 3 de diciembre de 2021

Sollozo otoñal

Flaquea el otoño en diciembre. Una vez, no hace tanto, le tuve mucho aprecio a esta estación singular, en la que amarillean las hojas de los árboles caducos y en las calles se agolpa la seroja. Lo aprecié hasta que, un buen día, advertí que el otoño, sin hacer ruido ni ensuciar el silencio, se fue llevando todo cuanto una vez he querido y fue mío. Me arrebató a mi padre, a mi madre, a Serafín, y en un postrero zarpazo se llevó incluso a mi pobre gatito. 

Ogaño (lo escribo sin hache) aporta a mi vida solo frío, este frío de nieve que anticipa el calendario invernal y proporciona a los amaneceres indeclinable rigidez y tiesura. Afuera, conforme escribo esto, llueve el otoño y se agolpa el silencio. Oigo el siseo de una lluvia leve. El agua se abate contra el jardín fingiendo ser escolanía, como si reservase las voces adultas para las grandes urbes, donde solo hay ruido e insomnio. Ahora vivo alejado de todo, perdido entre angostillos y motas que no quieren crecer porque no hay más sitio, y vagabundeo en vano pues no hay lugar en el mundo donde me pueda sentir a gusto.

De alguna manera he terminado sometido voluntariamente al destierro. Para muchos, una tienda cercana garantiza la continuidad de una vida tranquila y suficiente. Yo solo quiero mis libros. No para aprender, cosa involuntaria cuyo valor se supone: solo necesito desvanecerme del tiempo. Transito estos meses de otoño sin preocuparme por adquirir tempero, como si ahora mismo careciese de cualquier valor la sementera: que otros esparzan trigo y aprovechen este largo tiempo vegetativo. Sé que un cotejo justo de la realidad sentencia que, si me he venido adonde no puedo ser encontrado, es porque pretendo vislumbrar con ello alguna benignidad en la primavera de mi hijo, que se antoja muy dura (para él y muchos otros).

Decía que flaquea el otoño, porque los ciclos, para suceder, han de eclipsarse primero. En cambio, nosotros, humanos, somos lineales. No resurge el periodo vernal una vez concluido el invierno. Las vidas se desvanecen formando copos que caen sobre los prados hasta que no queda más frío en el cielo. Son otros quienes han de hollar y disfrutar de esos pastos jugosos que nuestra impronta ha concebido. 

Siento mortificación, si lo pienso con detención, y decido volver a aletargarme, enroscado como un ovillo para protegerme no del frío, solo del llanto. Este esconde un mirífico ímpeto, porque no proviene del quebranto: es sollozo de quienes pujan valientes por la vida, no de un corito atajo de cobardes.