viernes, 25 de agosto de 2017

¿Turismo lou-qué?

No entiendo el revuelo contra el turismo de bajo coste. Estoy recibiendo mensajes y fotos desde Vietnam o Camboya o Vladivostok de quienes han ido hasta allá según directrices que luego critican en quienes nos visitan a nosotros por cuatro cochinas perras. Más aún. Es cierto que la gente viaja como nunca, pero no lee absolutamente nada: por ese motivo lo ignoran todo del país que pisan y solo saben publicar fotos y añadirles pies del estilo “qué pasada”, “es flipante” o tal vez un “esto es precioso”. Es lo que tiene elegir Internet: empequeñece el universo y convierte en vulgar algo tan reflexivo como un viaje. Porque lo llamamos viajes, pero en realidad es un simple transportarse en avión de un sitio a otro para luego no descubrir nada del otro ni de uno mismo. 

Pura perversión esto del turismo en masa. El trotamundos ha muerto. ¿Dónde está el viajero que desea descubrir de manera individual su propia estética sobre un paisaje nuevo, unos olores nuevos o unos sabores nuevos, y que regresa a casa distinto a como partió? Los blogs de supuestos viajeros están repletos de banales narraciones de lo que uno ha visto o no debería perderse (qué hartura de pontificación ramplona) en cierto lugar del mundo: no hacen sino repetir (y prolongar) la eterna visión comercial de ese mismo mundo. 

No hay tanta diferencia entre un autorretrato (selfi, que dicen ahora) en Birkenau o Choeung Ek y la imagen de esos turistas que duermen en un coche cerca de la Zurriola o se pasean en bolas por el centro de Calviá. Esto último es consecuencia de un achicamiento del mundo y de la mente: viajamos para poder presumir de movernos por lugares remotos, pero nuestra sensibilidad no abarca las posibilidades iniciáticas del éxodo ni entiende de más profundas inquietudes. Por eso, no me vengan con tonterías: da igual donde uno vaya, siempre hay un “tour operator” al acecho (L. Osborne dixit) y si usted acepta encantado ese viaje de escasa calidad iniciática en favor de un bajo precio está aplaudiendo la proliferación de locales dedicados a la venta de recuerdos, ropa barata y yogur helado.  

Y la pregunta de moda: ¿Arran protesta contra los turistas o contra la explotación económica del turismo? Yo no desprecio al turista, sino al explotador del turista. Y no, no les tengo simpatía alguna a los de Arran: estoy convencido de que ellos mismos son “low-cost”. Pero lo diré bien claro: no me molestan sus pintadas. Lo que me molesta es que usted no se vea criticado en ellas.

jueves, 17 de agosto de 2017

Atentar es fácil

Tenía que pasar. Atentar es fácil. No importa que sea en Londres, Niza, Berlín o Barcelona. En todas partes hay lugares donde el tránsito humano es masivo, vehículos en las inmediaciones con libertad de circulación y, por lamentable que parezca decirlo, imbéciles radicalizados a quienes basta uno de tales vehículos para arremeter contra nosotros, los infieles. Mejor una furgoneta o un camión: los daños y el número de muertos y heridos serán mayores. Así se expresaba no hace muchos meses la revista yihadista Rumiyah y así lo pensamos todos, pero con obvio sentimiento repulsivo.
Este tipo de matanzas son, tristemente, habituales en conocidas regiones de Oriente Próximo o el norte de África. Pero las que se producen en nuestro continente van cargadas de dramatismo: los perpetradores no eligen atacar en mercados o aglomeraciones de las barriadas, sino en lugares simbólicos y conocidos para impactar en nuestras consciencias, y en fechas muy concretas: la reunión antiyihadista de Washington, el Día Nacional francés, las navidades en Alemania o el agosto español. Serán unos grandísimos hijos de puta, pero saben muy bien lo que se traen entre manos. Tratan a Europa con cortesía macabra.
Tengo muy claro que no solo buscan inocular el terror y el miedo entre nosotros. Sobre todo, pretenden nuestra fragmentación, la radicalización de la sociedad civil, que rompamos anímicamente con nuestra proverbial tolerancia y enarbolemos el discurso bélico (lo hizo Hollande -madre mía- tras los atentados de París). Por eso, aun ignorando qué mensajes se escucharán hoy en radios y televisiones, pues carezco de tanta clarividencia, estoy convencido de que en alguna parte resonarán mensajes cargados de islamofobia y radicalidad. Ese es el juego lúgubre al que juega el yihadismo. Para ellos sería un éxito completo que nos volviéramos todos tan imbéciles como ellos.
A otros corresponde decir cómo eliminar esta plaga que nos asola, en caso de que pueda denominarse así. Ellos nos tildan de infieles porque llevan en su código ético una visión destructiva del sentimiento religioso. Nosotros los llamamos de muchas maneras porque su locura es impenetrable. De momento han cercenado la vida de inocentes que paseaban por las Ramblas. En algún lugar (o lugares) del mundo habrá quien se encuentre celebrando el sacrificio. Ninguno de ellos escucha a su dios, que reiteradamente les ordena que, de no vivir en paz, se eliminen a sí mismos de la faz de esta tierra.

viernes, 11 de agosto de 2017

Independencias

Lo de Cataluña es, sencillamente, de traca. Los partidarios del independentismo no descansan ni en agosto de decir tonterías. Cualquier noticia es parte de la gran noticia. Desde la pretendida orquestación gubernamental del conflicto del Prat a las manifestaciones de que ser catalán en España es algo parecido a ser gay en Marruecos, todo vale. Lo peor es que nadie manda callar la boca, pero no porque estén todos igual de enloquecidos, sino porque en cada nuevo registro de la antología del disparate que están perpetrando hay una razón más para llenar el saco de los motivos secesionistas. No es diarrea mental (tal vez sí): es seguir acumulando razones, no importa de dónde procedan.

Vean si no los disparates del Institut de Nova Història, para quienes Cervantes, Colón o Miguel Servet nacieron con barretina y el Lazarillo de Tormes fue traducido a lengua castellana y el original, en catalán, destruido por miedo a la Inquisición. Suena esperpéntico, pero en otras ocasiones da puntadas aparentemente finas como lo de que Cataluña está imbricada culturalmente con el imperio carolingio. En realidad, da lo mismo que induzcan a la risa con estas memeces o a consultar la enciclopedia para encontrar vestigios de protohistoria: siempre alguien habrá que piense que estas afirmaciones tienen su ijada en lugar de hilaridad. Es lo que tiene la búsqueda de raíces milenarias inexistentes: evoca una trascendencia inalcanzable para los demás.

Nos hemos acostumbrado a vivir con dosis diarias de desatinos, tan perseverante que ya es difícil aseverar si hay cimientos sólidos bajo los pies. Ha pasado el tiempo y el edificio, por endeble que sea, sigue en pie y amenazante. Como ya dijera en esta columna hace un tiempo, en la independencia de Cataluña se han reunido varios factores, pero decisivamente uno: el rechazo de la Generalitat, durante la crisis económica, a llevar a cabo dolorosos ajustes presupuestarios. Luego vino la polarización social, el populismo de una calle siempre presente, la demagogia política y la exacerbación de un sentimiento diferenciador que, por subjetivo que sea, parece superior a toda otra consideración.

Dice Puigdemont que Cataluña, lejos de tener miedo, inspira miedo. A mí el miedo, realmente, me lo imbuye la constatación de que los desatinos pro-independencia siempre quedan escritos con renglones firmes en páginas muy sombrías donde ni unos, ni otros, cuentan nunca la verdad. Total, sic transit gloria mundi.

viernes, 4 de agosto de 2017

Pedaleando

Por las mañanas salgo un par de horas a machacar las piernas por las carreteras de las Arribes del Duero. Da gusto pedalear a buen ritmo, en solitario, por estas tierras que tan bien conozco. Las carreteras secundarias siguen siendo, en muchos tramos, más caminos agujereados que firmes pavimentados, lo que ralentiza considerablemente la marcha. Pero los aromas del campo agostado, el silencio del sol o el silbo rumoroso del viento que orea encinas y robles compensan con creces los estragos del duro sillín y el dolor que acaba por atenazar las rodillas y gemelos al exigir más rendimiento.
Para mi satisfacción y seguridad, compruebo que este año los automóviles sí se apartan de mi bicicleta la distancia que marca la DGT. Las noticias han surtido un efecto benéfico para nosotros, los ciclistas. Aunque no todos actúan con idéntica prudencia: los vehículos más viejos, aquellos que se distinguen fácilmente porque sus matrículas comienzan aún con SA (de Salamanca) y que suelen ser conducidos por lugareños a quienes las normas de tráfico quedan muy lejos y las nuevas recomendaciones en la ignorancia, siguen acercándose a mi cuerpo cada vez que se topan con mis pedales en una recta o un rellano (en las curvas y rasantes guardan cierto alivioso miramiento).
En la huerta hemos arrancado los garbanzos, este verano menos productivos que el pasado, y aguardan las patatas para uno de estos días. Los tomates y pimientos muestran un aspecto fecundo y jugoso pese a las lluvias fuertes de julio, que detuvieron la maduración habitual de los productos de la huerta. Uno de los guindos se ha desgarrado de arriba abajo, no ha soportado el peso de su tronco escorzado, y las ramas de los ciruelos parecen un ejercicio de puntillismo de tanto fruto como pende de ellas.
Este año en casa se observa una felicidad casi primordial, pese a que alrededor el pueblo sigue su lento proceso hacia el olvido. Creo que es por el sol y el calor, que parecen más naturales y no efecto de un calentamiento planetario imposible de paliar. Mi madre sigue escuchando las noticias por la tele y parece galvanizar adecuadamente los positivos datos económicos. Cataluña, que espere.
Cuando lean esta columna estaré seguramente terminando mi pedaleo matutino. No tengo playa (tampoco me gusta) y me falta el verde guipuzcoano para sentirme como ustedes. Pero mis veranos son así, y me gustan. De campo y familia y bicicleta. Como un vertido continuo de sensaciones imprescindibles.