viernes, 25 de junio de 2010

Apolíticos

Yo no soy apolítico. En realidad, me considero ácrata, pero eso es harina de otro costal. No comparto las opiniones de quienes se consideran al margen de la política. Los asuntos públicos, por lo general, interesan, aunque bien es cierto que muchos temas son antes manipulaciones ideológicas que propuestas razonables.
Admito que muchas veces da ganas de ser apolítico. Menuda casta tenemos instalada en los parlamentos, nacional, autonómico o consistorial. Da lo mismo. Son tan ramplones que merecen indiferencia. Aunque sospecho que les da lo mismo que toda la ciudadanía les castigue con su desinterés. Prueba de ello es que no nos defienden a nosotros, tan sólo al líder. ¿Por qué si no votan desde sus escaños en bloque, sincronizadamente, sin que una sola voz disienta u ose cuestionar lo que dicta el mandamás, por muy irresponsable que sea? Da lo mismo que sea para que éste nos lleve a una guerra o para que nos hunda en la miseria financiera. Prevalece la disciplina, y ante esta sinrazón todos callan sus barruntos. ¿Y luego dicen representarnos? También dicen que discuten entre ellos, pero lo hacen a oscuras, que no se sepa. Les aterra moverse y no salir en la foto, que decía aquél. Para eso nos podríamos ahorrar los estipendios de esta clase política aborregada: bastaría un único representante por partido, con mayor o menos peso en la toma de decisiones dependiendo del sufragio recibido.
Pero: ¡tachán! Esta semana vimos una excepción. No la única, ni la primera, pero sí grandiosa. Un ex-secretario general de sindicato, desaparecido entre los escaños del hemiciclo durante los últimos seis años, de repente ha roto el régimen de sumisión al partido para decir alto y claro lo que piensa y lo que siente sobre un tema de suma importancia. Por supuesto, sus colegas, que también piensan como él (porque de hecho decían todos pensar así hasta hace dos días) han callado: rinden obediencia al líder.
En fin, políticos. Con su silencio partidista nos arruinan o desemplean mientras miran para otro lado. Miedosos: no saben opinar ni en tiempos de enorme responsabilidad. Se les llena la boca de democracia y luego son los primeros en acatar la dictadura del líder, silenciando lo más valioso que podrían entregar a los ciudadanos: la disparidad de ideas.
¿Apolítico? Dan ganas de serlo. Menos mal que algún Gutiérrez devuelve dulzor a la boca amarga, de lo contrario no sé qué clase de democracia es ésta, porque yo no la quiero así…

viernes, 18 de junio de 2010

Burkas y velos

Hay quien se opone a la prohibición del burka en los espacios públicos. Y a prohibir el uso del velo musulmán en las escuelas e institutos. A mí, personalmente, me resulta inconcebible que se niegue al Estado la capacidad de regular la vestimenta de los alumnos en los colegios públicos. No lo hace ejercitando un poder coercitivo, sino como titular de una red educativa. Sorprende que se cuestione su derecho a establecer las normas de conducta que han de imperar en los centros de enseñanza. Que yo sepa, ya existe una norma que impide a los alumnos asistir con gorra a clase. Al parecer, va en función de sus creencias religiosas.
Una cosa es defender la libertad individual de la mujer musulmana, y otra respetar las reglas sociales que dirimen el comportamiento de la ciudadanía en los lugares públicos. El uso del burka puede ser voluntad explícita de la mujer islámica, y no una imposición externa. Pero ello no supone razón alguna para impedir que la sociedad establezca las reglas en que se fundamente la convivencia en las calles, piscinas, escuelas… Nadie veta que usted, o yo mismo, en casa, tenga una cruz gamada nazi. Lo que conduce a su prohibición es el deseo de la sociedad a no ser agredida moralmente en los espacios públicos.
Además, el burka no deja de ser parte de una simbología política, la del integrismo islámico. Sea usted todo lo musulmán que quiera en su casa, pero admita la regla social del lugar donde vive. No querer hacerlo implica una falta absoluta de respeto hacia el país y la sociedad que lo acoge. El integrismo siempre, repito, siempre trata de imponer sus normas, allá donde esté. En muchos países islámicos, la no observancia del velo supone, para las mujeres transgresoras, ser condenadas a penas represivas muy considerables. Es esta opresión, y no nuestra obsesión de cargar contra la mujer que individualmente elige llevar el burka, la que se trata de impedir con la prohibición del burka. No queremos que llegue hasta nosotros.
Merece criticar la desvalorización que muchos promulgan en aras de la libertad absoluta de todos y cada uno de los individuos. Apenas quedan argumentos ya para defender unas normas de convivencia elementales. Vivimos un tiempo en el que todo es cuestionable. Y el fundamentalismo jamás cede en sus pretensiones. Hoy por hoy, el mundo no está lo suficientemente avanzado como para desoír la amenaza silente que representa en nuestras propias calles. Bien lo sabemos en Euskadi.

viernes, 11 de junio de 2010

“Zinc saves kids”

En la hermosa Viena, bajo un calor aplastante y cielos limpios, se han reunido esta semana las empresas de galvanización de toda Europa. ¿Y qué?, me dirá usted, lector. Tiene su importancia: no deja de ser un proceso en el que somos líderes. Pero hay otro aspecto que me ha interesado de esta reunión austríaca...
La galvanización consiste en sumergir el acero en un baño de zinc para que lo proteja de la corrosión. Hay mucho acero en el mundo. Es un material maravilloso, pero presenta un inconveniente: se corroe. Las sillas que compra para su jardín, habitualmente se las ofrecen pintadas. La pintura es una forma barata de proteger al acero contra los agentes atmosféricos. Pero no dura apenas nada. Esas sillas acaban rotas al año siguiente, con chorretones de óxido recorriendo su superficie. Los ayuntamientos pintan las barandillas, las vallas… y todo ese acero acaba, tarde o temprano, destrozado. ¡A menos que se galvanice! El zinc protege al acero durante décadas. Una silla de jardín galvanizada la podrá disfrutar usted y también sus nietos: estará siempre impecable. Y, si lo desea, la podrá pintar a capricho para que parezca siempre distinta. Alrededor de este proceso, está el zinc: un metal esencial para la salud humana.
Sin zinc, no hay vida. Los galvanizadores lo saben muy bien, y han promovido junto con la UNESCO una iniciativa alejada de su negocio habitual: “El zinc salva a los niños (Zinc saves kids)”. Cada año mueren por diarrea dos millones de niños menores de cinco años en todo el mundo. Esta cifra representa el 18% del total de las muertes de estos pequeños. La insuficiencia de zinc en su dieta alimenticia hace que su cuerpo se deshidrate, pierda fluidos y nutrientes, y finalmente muera. Rehidratar y aportar un refuerzo de zinc a un niño cuesta menos de 0,5 euros. Es una cifra insignificante. Y sin embargo, en el mundo la gente sigue muriendo porque este tratamiento no llega a la población.
Bonito momento éste para ser solidario, ¿verdad? En tiempo de crisis, como la actual, nos dedicamos sobre todo a salvar bancos, empresas y nuestro bienestar futuro. Pero no a salvar niños o adultos desfavorecidos (tampoco lo hacemos en tiempos de vacas gordas). Las cifras insignificantes que no nos afectan directamente, sumadas todas, nos parecen una temeridad. Las cifras de muertos en el mundo por pobreza, en cambio, nunca nos parecen suficientes para reaccionar. Por eso digo ¡bravo!, esta vez, por los galvanizadores.

viernes, 4 de junio de 2010

La otra crisis

La piratería digital en España asciende al 76% del mercado total. El consumo legal (por cuatrimestre) de discos, películas, videojuegos y libros es de 1.650 millones de euros. El contenido pirateado en todo el 2009 ascendió a 10.000 millones de euros. El 80% de los usuarios afines a piratear contenidos lo hace a través de programas como emule. Más del 40% de los usuarios dicen emplear también las webs de descarga directa. Son los jóvenes quienes más piratean: entre un 70% y un 90% de ellos.
No conozco a nadie que no justifique la piratería. Casi siempre alegando que con dicha actividad se comparte cultura, que es algo muy lícito. Se ofenden si les llamas ladrones, porque –cierto es– no lo son, y justifican su conducta en la necesidad de cambiar el modelo cultural, modificar el mercado, e incluso en el egoísmo de los lobbies, que desean meter en la cárcel a todos los usuarios de Internet. Aquí, cuando se trata de justificar lo que uno hace mal, acabamos queriendo modificar el modelo o la especulación. La culpa siempre de otro, aunque la tenga yo.
En realidad, he olvidado por qué hablo tanto de este tema: está perdido de antemano. Las descargas ilegales en Internet avanzan imparablemente. Las estadísticas dicen que el 76% de los usuarios que contratan ADSL lo hace para bajar música y ver películas. No me inquieta. Al final, el mercado se adaptará al entorno y encontrará formas de generar ingresos donde hoy sólo encuentra obstáculos. Lo preocupante es el concepto de cultura que, ahora mismo, está predominando en la sociedad. La cultura que permanece es la del consumo. Atrae la cultura que se cobra, la única capaz de masificar.
Hay infinidad de artistas en la red que colocan sus obras gratis o a un precio bajísimo, pero no importa: al público le interesa lo que aparece en la televisión, en los best-sellers y los top10 de lo que sea. Y ésa tiene un precio, generalmente alto porque proviene de productores de contenidos que viven de los beneficios, como cualquier empresa. Pero… la tecnología digital la ha convertido en algo que se puede obtener gratis.
Aferrados al “tonto el último”, ningún ciudadano consumidor de cultura (cuyo sentido del disfrute pasa por obtener gratis algo que sabe que tendría que pagar) se planteará jamás cambiar sus pautas de conducta, a menos que la ley (y sus herramientas) le obligue a ello. Por supuesto, defenderá la cultura en mayúsculas, pero la despreciará sistemáticamente en sus descargas.