viernes, 25 de mayo de 2018

Para Alfonso

Me llama algunas semanas. No todas. En las contadas ocasiones que he querido contactar yo con él, siempre encuentro su teléfono apagado. No creo que lo use demasiado. Me lee en esta misma página desde hace años. Él es nacionalista: pese a su origen burgalés, siente y piensa y habla como vasco. Es vasco. No es de Burgos. Eso lo tengo muy claro. En algunos temas coincide conmigo, en otros no coincide nada: la vida misma. Siempre atiendo sus llamadas y si no puedo en ese momento responderle, a la menor oportunidad se la devuelvo. Cree que sabe lo justo de mi vida, pero hemos atesorado a lo largo de estos años tantos minutos de charla eventual, generalmente los viernes, que puedo afirmar sin error lo mucho que sabe de mí.
La semana pasada quise aprovechar su contacto para hablarle de mis nuevas circunstancias, de mis cambios y mudanzas, de mi novísimo estado de felicidad… ponerle al día, vaya. Pero sabía que su mujer llevaba un par de años luchando contra esa penosa enfermedad que ninguno queremos nombrar y por simple educación le pregunté por ella. Había fallecido. El fatal desenlace se había producido en el ínterin de nuestras dos últimas conversaciones. Apenas pude decirle nada de cuanto quise comunicarle. Pese a su aparente serenidad, mi amigo Alfonso se encontraba afligido y roto, y yo debía aportarle ánimo y consuelo. Las nuevas, para mejor ocasión.
Es el único lector con quien mantengo contacto directo. Con otros no me atrevo aún a retomar la relación. Siento por Alfonso una simpatía profundamente humana y su constancia en leerme y en criticarme o elogiarme me recuerda que, si algo es invariable en nuestras vidas, ese algo debería ser siempre la bonhomía. En ocasiones recibo emails, no muchos, mas no reconozco en ellos nada valioso. En estos tiempos se confunde el derecho a expresar con la incapacidad a guardar silencio. Cuando Alfonso me llama, cosa que no ocurre siempre, sé que su palabra gozará tanto de valor como de significado. Porque en su mensaje está incardinado el sentimiento de amistad. De este modo es como se construyen los afectos.
Querido Alfonso, si lees esta columna, por favor añade a los caracteres en ella escritos todo el aprecio, admiración y simpatía que has larvado en mi espíritu a lo largo de estos años. Y que sepas que siento hondamente tu pérdida y que no me cabe la menor duda de la abnegación con que seguirás queriendo por el resto de tu vida a quien fue tu esposa y compañera. Con cariño, Javier.

viernes, 18 de mayo de 2018

Las mesas pequeñas

En Panmunjon, Kim y Moon se sentaron en mesas pequeñas. Son herederos de una guerra civil, convertida en conflicto internacional, de setenta años. Se dice pronto. Técnicamente, las dos Coreas están en guerra, divididas por un Armisticio suscrito en 1953. Por eso, que Kim Jong Un y Moon Jae-In se abrazaran y dialogasen un día entero sobre asuntos relevantes fue una extraordinaria noticia que muchos leímos sin asignarle la importancia debida.
Tanta violencia y tanta tragedia y, de repente, el alivio. Ambos países han deambulado de manera antitética. Corea del Sur posee universidades excelentes, exporta tecnología y conocimiento, las gentes sonríen por la abundancia y riqueza que atesora su país y son un lugar clave del mercado internacional. De Corea del Norte sabemos muy poco. Que es una dictadura, que es un país medieval, que sus gentes viven bajo la amenaza constante… De Corea del Sur tenemos un conocimiento preciso y de Corea del Norte tan solo unos cuantos mitos y leyendas recubiertos de tenebrosidad.
Llevan negociando desde principios de los 70. En varias ocasiones, la carrera nuclear del Norte hizo prever el desastre final. ¿Ocurrirá ahora igual? De momento la Zona Desmilitarizada y la Línea Límite Norte continúan vigentes. Rusia ha quedado fuera de Panmunjon, pero resulta impensable un acuerdo de paz sin su concierto. Es tanta la prolijidad de lo que supone la paz entre las dos Coreas, que la mesa pequeña de los diálogos va a necesitar ampliarse a China, Rusia y, por supuesto, Estados Unidos. Este Donald será lo que quiera ser, allá él, pero sus buenas relaciones con Putin, lo que consigue con China y este impulso al acuerdo de paz de las Coreas nos hacen callar la boca a muchos de sus detractores.
En Corea del Sur conocen bien los gulags y las cárceles del Norte. Llevan muchos años infiltrando agentes como para no disponer de un conocimiento profundo de su dictatorial hermano. Supongo que es recíproco, no es casual que de los desertores norcoreanos el país sureño nunca se haya fiado totalmente. En cualquier caso, aún no ha trascendido el contenido de las conversaciones de la mesa pequeña, pero todo hace presagiar que solo se abordarán temas generales. Los detalles son engorrosos y pueden corromper las buenas intenciones. Y no los necesitamos, la verdad. Necesitamos que este proceso llegue a buen fin.
Quizá por esto a Trump le acaben asignando el Nobel de la Paz. A Obama se lo dieron solo por las intenciones.

viernes, 11 de mayo de 2018

Hastío catalán

Que un asunto reaccionario como el del independentismo catalán siga copando los medios nacionales e internacionales me produce tanto estupor como hastío. El relato, que dicen ahora, de los que reclaman la independencia de Cataluña es estúpido e ilusorio, pero avanza en su comunicación pertinaz (pese a las improvisaciones de acuerdo al tempo de lo que sucede) y nada parece frenarlo. Menos aún quien tiene la responsabilidad de asegurar el orden constitucional, porque si hay un calificativo con que pueda adjetivarse al gobierno monclovita es de incapaz, o simplemente incompetente. Tanto 155 para tan poco. Los políticos contrarios a la secesión que se baten el cobre tanto en el Parlament como en la calle me parecen héroes surgidos de las profundidades de la libertad. Y, sin embargo, ya ven ustedes: en medio mundo la voz de los independentistas es ejemplo de modernidad y democracia ante un Estado represor.
Lo que causa hartazgo en el caso catalán es la impasibilidad funcional de un Gobierno que no se sabe bien qué defiende ni para qué, y de una oposición mayoritaria en el Parlamento que está a verlas venir como si en las plazas del noreste peninsular todo estuviese transcurriendo sin sobresaltos. Hay quien dice que la causa del éxito catalán se encuentra en la movilización de la sociedad civil catalana que sueña, día tras día, con un estado independiente. Es posible, aunque las movilizaciones, por vocingleras que sean, si no tienen fundamentos intelectuales profundos o simplemente ha pasado un tiempo, se desactivan. Encuentro verosímil que el independentismo esté ejerciendo de dinamizador para unos medios de comunicación muy cuestionables en cuanto a calidad y responsabilidad, y una masa social que se encuentra indignadamente divertida con las burdas manipulaciones propagandísticas que provienen de Cataluña o Bruselas o Berlín (que ya no sé dónde para el inefable Carles). Hasta el momento, las mejores réplicas ideológicas o políticas del fugadísimo y su cohorte provienen del Parlament y de políticos extranjeros: como si a los patrios les pareciese oprobio replicar las sandeces del que huyó en cuanto sintió la trena preparada para él.
En fin. Quiero ir cerrando este capítulo, si me dejan (no sé quiénes). Hoy me hubiese apetecido hablar de la sorprendente paz que se está engendrando entre las dos Coreas (mire usted cómo el Donald puede acabar recogiendo el próximo Nobel de la Paz). Pero lo dejo para la próxima semana. Palabra

miércoles, 9 de mayo de 2018

S/in/justicia

Ya en su momento hablé de esa “manada” cuyas barbaridades ocupan de nuevo los espacios informativos de medio planeta. Y no en pocas ocasiones he referido mi convencimiento de que no puede hallarse en la justicia reparación a las afrentas que sufrimos. ¿Dónde, entonces? La respuesta es, sin lugar a dudas, inquietante. Tanto como la sentencia emitida por los jueces que han sopesado este caso.
En la calle, en los bares, domicilios y colegios se ha venido hablando mucho de esta sentencia. También en los medios, donde con singularidad han irrumpido los políticos, esos personajes de la cosa pública que no callan ni bajo el agua. Recientemente me hablaba mi hijo de los debates que han tenido en clase al respecto y le dije, tal vez por no tener mejor respuesta, lo mismo que a tantos y tantos que me han remitido, sin yo pedirlo, sus mensajes por whatsapp: nos guste o no, someter a la justicia los sucesos que nos han victimizado no garantiza la esperada reparación y mover sus engranajes por sentencias más o menos desafortunadas es un craso error, por mucho que pensemos que hay que proporcionar amparo a las víctimas.
Yo, desde luego, prefiero no hacer excepciones a sus mecanismos probatorios, pese a que en muchas ocasiones suponga un ejercicio de enorme dificultad que sitúa en desventaja a los “buenos” frente a los “malos”. Pero rebajar la necesidad probatoria en favor de una creencia (“yo sí te creo”) no va a hacer de la justicia un lugar mejor. Y aunque desconfíe mucho, prefiero que la justicie emplee sus mecanismos internos para limar las rebabas de los obsoletos pilares en que se apoya. No deberíamos influir desde los altavoces de la política o las manifestaciones. Disponemos de un sistema acaso muy garantista, pero su revisión corresponde a otros.
Por mi parte, como dije en su momento, los integrantes de la mencionada “manada” pueden perderse bien lejos, donde no nos llegue su hedor y dejen de hacer daño a otras personas no solo con sus tropelías, también con esa mentalidad recalcitrante y despreciable de la que se enorgullecen. Mucho me temo que estas cosas seguirán pasando, con independencia de los clamores y el sentido común con el que ahora abordemos este lamentable asunto, porque en el mundo los valores son cada vez más líquidos y evanescentes. Aunque las responsabilidades judiciales se diriman en los tribunales, es a los demás a quienes nos está encomendada la labor de mejorar cívicamente este mundo tan injusto.