jueves, 26 de febrero de 2009

Pagar por la crisis


Estos días ando leyendo mucho sobre Argentina. La causa, aquella crisis de primeros del XXI, cuando el famoso "corralito". Una crisis que, hace un año, aún percibíamos con alguna indiferencia, cuando las televisiones mostraban multitudes en Islandia blandiendo y golpeando ollas y cacerolas. Vociferaban un mensaje muy simple. Ustedes, políticos y grandes ejecutivos: temerarios estafadores. Nosotros, populacho mantenido al margen: a gritos os pedimos que os vayáis todos.
Esa crisis ya nos toca. Argentina tuvo audacia suficiente para provocar la primera revuelta de una nación contra este capitalismo feroz que nos está llevando al colapso mundial. Ha tomado su tiempo, pero a fecha de hoy, de Islandia a Letonia, de España hasta Grecia, en el resto del mundo cada vez somos más quienes decimos lo mismo: que se vayan todos. Quizá no hayamos salido a las calles. Pero es muy nítido el rumor de rabia que emerge contra esas elites que destrozan países enteros y aún tienen la osadía de querer irse de rositas. Pedimos ayudas para el pueblo, no para los especuladores. Y que se investigue penalmente esta debacle.
Tengan mucho cuidado, gobiernos del mundo. Las cosas no solamente han cambiado para Wall Street. En 2001, el gobierno argentino respondió a la crisis con un brutal paquete de austeridad dictado por el FMI: nueve mil millones de dólares de recorte del gasto público, señaladamente en sanidad y educación. Fue un error fatal, como se comprobó en la respuesta ciudadana y en los flecos con que ahora se adornan las colchas de nuestra crisis. De igual manera, será ahora idénticamente un gravísimo error si los gobiernos se entrampan en salvar a los culpables de esta crisis planetaria a costa de sacrificar a los ciudadanos. En Grecia las revueltas iniciadas en diciembre se mantienen vivas por la estupefacción que causa la decisión de un gobierno que ofrece a los bancos un rescate por valor de miles de millones de euros mientras recorta las pensiones de los trabajadores.
Se auguran despidos masivos, recorte de servicios sociales. No somos tontos, conocemos las recetas de estas políticas que han promovido hasta el infinito la insostenibilidad capitalista que ahora nos acogota. Ellos son el virus que nos mata, y encima tienen la desvergüenza de querer curarnos de su propia infección. Los gobiernos que respondan a la crisis creada por el libre mercado con este tipo de medicinas y cataplasmas no sobrevivirán al infierno que se les avecina. Los de abajo nos negamos a ser inmolados. Este sentimiento es lo que nos une en todo el mundo. Que quede claro.
Por eso grito, ahora, que no es demasiado tarde, de igual modo a como otros muchos están ya gritando en otros países: "No pagaremos por vuestra crisis".

jueves, 19 de febrero de 2009

Mordiscos de jabalí


Voces de muerte sonaron, aunque nadie las pudo escuchar. La trasladó, ya muerta, en una silla de ruedas, la misma que usase anteriormente su madre difunta. Y alcanzando el río en una moto, arrojó su cuerpo sin vida al Guadalquivir. Fue entonces, y sólo entonces, cuando cesaron las voces de muerte.
Ahora queda, como siempre queda, el desasosiego. Desasosiego por el asesinato de una chica sevillana de 17 años (qué joven, madre mía), sin razón alguna, como son los asesinatos, sin otra explicación que haber coincidido en esta vida con quien nunca debió coincidir. Ella, y tantas otras mujeres. Digámoslo claramente: cuando se nace mujer, el riesgo de toparse con un depredador incansable, el maltratador, no es nulo.
Es fútil sentir, como suele sentirse en estos casos, incomprensión e impotencia. A mí, verdaderamente, lo que me produce es asco. Asco de ser varón. Una náusea profunda e insoportable. Y el repudio de compartir género con alimañas tan indeseables. Uno acaba pensando que los hombres pasamos por la vida matando y golpeando y dañando a las mujeres, con quienes decimos querer convivir y a quienes decimos sentir adoración. Las adoramos tanto que impedimos su existencia. Surca por nuestras venas una sangre teñida continuamente de celos, recelos, suspicacias. Nos apetecen las mujeres porque son placer de esposa y cariño de madre. Y tanto nos llegan a apetecer, tanto las deseamos, que, aburridos de bienestar y confort, olvidamos que su generosidad es la fuente de luz de nuestras vidas. Se trata, obvio es, de un olvido interesado y animalesco, que convierte a las mujeres en esclavas de nuestro capricho, lo quieran o no, pues nos sentimos sus dueños, y por eso nos pertenecen. Decidir sobre su vida y su muerte es nuestro privilegio. Nosotros, los hombres, fuertes y violentos, somos en verdad unos locos y unos desatinados, capaces de acabar sin miramientos con la vida de quienes dan vida sin pedir a cambio nada más que una sonrisa de tanto en cuando, un poco cariño y una pizca de amor.
Ya sé que esos monstruos son minoría. Que la mayoría de los hombres no mata, ni ultraja, ni pega, ni humilla ni desprecia. Pero ese consuelo no me vale, ni a mí ni a tantas mujeres que sufren el imperio de terror en que se han convertido muchos hogares y muchas relaciones. Y ya siento decirlo, pero soy pesimista. No hay cura posible para este cáncer. Los hombres seguiremos matando a las mujeres, presumiblemente tras declararles, por enésima vez, nuestro amor. Seguiremos regalando flores por San Valentín, escondiendo en ellas un puñal o una escopeta. Y seguiremos encendiendo sus corazones por decir te quiero mientras enmudecemos la verdadera intención de nuestra voz: ni se te ocurra dejar de quererme.

jueves, 12 de febrero de 2009

Tiraré mi MBA a la basura


Estoy cansado de hablar con yuppies que dicen lo que hemos de hacer en Brasil y ni saben dónde queda”. Lo dijo Lula da Silva, el presidente del país de la samba, y no se refería a Tom Cruise. Brasil es ese país del que todos decíamos, a este lado del Atlántico, y algunos al otro lado también, que tenía enormes núcleos de pobreza para luego quedarnos con el ego a salvo.
Yo estoy de acuerdo con él. En realidad, comienzo a estar cada día más de acuerdo con todos aquellos que hasta ahora, por cuestiones que se han convertido en relevantes, decían cosas que parecían irrelevantes. Lula era un exótico, por ejemplo (es lo que pensábamos). Y el otro un indígena demagogo (también lo pensábamos). Y entre pensar unas cosas y adorar otras, como Wall Street o las acciones del Royal Bank of Scotland, nos sobrevino la catástrofe.
El mundo desarrollado venía enseñando a países como Brasil o Chile o Argentina lo que tenían que hacer, y se olvidaba de decir lo que no tenían que hacer. Lo vi por mí mismo. De las muchas cuestiones que me enseñaron en el modesto MBA que cursé, eso del control de los estados y la vigilancia de la responsabilidad bursátil eran chascarrillos con los que uno entretenía los cafés de las pausas. Ese mercado llamado a desarrollar el planeta, aun sin visión planetaria, al final ha quebrado, y de qué manera. Precisamente por falta de responsabilidad y de control. Justo lo que tanto reclamaban Lula y otros como él. Justo las impronunciables palabras que esos tipos con cara de sabios evitaban decir en periódicos, blogs o los realities de las televisiones.
Y al final, qué. Recesión en Estados Unidos y en Europa. En España, como en otros países, el Estado ha de asumir inversiones y planes de reactivación y no sé cuántas otras gaitas. Gaitas que tendremos que pagar en forma de impuestos desde el día de hoy hasta el día en que nos muramos. Le han dado o prestado, mejor dicho, le hemos dado o prestado miles de millones de euros a bancos, cajas de ahorros, ayuntamientos, comunidades, empresas del automóvil y otros actores importantes de esta proverbial película coral de la economía. Y ese dinero sale de donde sale. Por cierto, a lo mejor a usted, como a mí, la declaración de la renta última le quedó negativa, y Hacienda todavía no se lo ha querido devolver.
Pintan bastos. Y para colmo, pese a lo que dije la semana pasada, con enfadarse no se logra nada. Ya sé que me contradigo, pero estoy en mi derecho. Además, tengo la pena enorme, grandísima, de saber que hemos sido los países ricos quienes nos hemos inventado eso del libre comercio, la falta de controles estatales y los MBAs de lujo donde jamás se habló de ética o de justicia o de solidaridad o de sensatez o de rigor. Qué pena.

jueves, 5 de febrero de 2009

No saben qué hacer



Llevo unos días muy enfadado. Indignado también. Y estupefacto. Se suceden una tras otra las noticias catastróficas de nuestra economía. Se suceden las reuniones, cada vez más patéticas. Van cayendo las cifras del empleo, como desgranando el racimo de la sociedad. Pero nadie sabe qué hacer.
Esta crisis me tiene enfadado. Lo admito. Cada día que transcurre, más y mejor advierto que se trata de una debacle total y sin paliativos del modelo económico español. No se trata solamente de una grave crisis financiera que empeore esos indicadores de los que hablan por la tele. Es algo mucho peor. Pero esto lo callan. Lo callan como miserables, como callaron cuando se echaba encima la crisis justo antes de las elecciones. Los gobiernos mienten cuando mienten, y mienten cuando callan. E incluso mienten cuando rebuscan las palabras, por mucha gracia que tenga eso del crecimiento negativo. La próxima vez que me suba a una báscula, sonreiré pensando que adelgazo negativamente.
La indignación me viene por cuanto se manifiesta desde el poder sin vergüenza ajena alguna. Ya van atisbando que el otoño se abrirá en España con cuatro millones de parados, y los del asiento azul no tienen mejor ocurrencia que echarles la culpa a los banqueros. Que no conceden créditos. Que no dan hipotecas. Teníamos el mejor sistema financiero del mundo, presumía el Gobierno de ello, y ahora toca oír que son los malos de la película. Les convocaron el lunes a una reunión sin otro objetivo que sentarles frente a unas estrafalarias mesas de patio de colegio, y que lo registrasen así las cámaras de los fotógrafos. Burda y chabacana propaganda.
Y ya me dirá usted, amigo lector, sufriente ciudadano y quién sabe si víctima también de esta crisis, si todo lo demás no es para quedarse estupefacto. ¿Usted ha visto que los sindicatos estén haciendo algo? Yo no. ¿Usted ha comprobado si la oposición se está enterando de algo? Solamente se oye hablar de espías.¿Tiene constancia de que los gobiernos autonómicos estén realizando sus propios planes de austeridad y de reajuste? Cada día compran sillas y mesas más caras para los despachos oficiales.
Ya dije, la semana pasada, al hilo de otro tema mucho más humano, que nos va a tocar vivir unos cuantos meses atribulados. Que los jueces quieran ir a la huelga, que las Autonomías derrochen, que el desempleo esté desbocado, que a los banqueros los culpen de todo, que los de siempre pidan más soberanía, que el consumo esté en el congelador y que nuestro prestigio internacional se encuentre donde el betún de mis zapatos, es lo de menos. Todo eso ya se viene sabiendo. Lo preocupante es el futuro. Negro y miserable se presenta. Repleto de mentiras y de palabrerías vanas de incompetentes.