Estos días ando leyendo mucho sobre Argentina. La causa, aquella
crisis de primeros del XXI, cuando el famoso "corralito". Una crisis
que, hace un año, aún percibíamos con alguna indiferencia, cuando las
televisiones mostraban multitudes en Islandia blandiendo y golpeando ollas y
cacerolas. Vociferaban un mensaje muy simple. Ustedes, políticos y grandes
ejecutivos: temerarios estafadores. Nosotros, populacho mantenido al margen: a
gritos os pedimos que os vayáis todos.
Esa crisis ya nos toca. Argentina tuvo audacia suficiente para
provocar la primera revuelta de una nación contra este capitalismo feroz que
nos está llevando al colapso mundial. Ha tomado su tiempo, pero a fecha de hoy,
de Islandia a Letonia, de España hasta Grecia, en el resto del mundo cada vez
somos más quienes decimos lo mismo: que se vayan todos. Quizá no hayamos salido
a las calles. Pero es muy nítido el rumor de rabia que emerge contra esas elites
que destrozan países enteros y aún tienen la osadía de querer irse de rositas. Pedimos
ayudas para el pueblo, no para los especuladores. Y que se investigue penalmente
esta debacle.
Tengan mucho cuidado, gobiernos del mundo. Las cosas no
solamente han cambiado para Wall Street. En 2001, el gobierno argentino
respondió a la crisis con un brutal paquete de austeridad dictado por el FMI: nueve
mil millones de dólares de recorte del gasto público, señaladamente en sanidad
y educación. Fue un error fatal, como se comprobó en la respuesta ciudadana y
en los flecos con que ahora se adornan las colchas de nuestra crisis. De igual
manera, será ahora idénticamente un gravísimo error si los gobiernos se
entrampan en salvar a los culpables de esta crisis planetaria a costa de sacrificar
a los ciudadanos. En Grecia las revueltas iniciadas en diciembre se mantienen
vivas por la estupefacción que causa la decisión de un gobierno que ofrece a
los bancos un rescate por valor de miles de millones de euros mientras recorta
las pensiones de los trabajadores.
Se auguran despidos masivos, recorte de servicios sociales.
No somos tontos, conocemos las recetas de estas políticas que han promovido
hasta el infinito la insostenibilidad capitalista que ahora nos acogota. Ellos
son el virus que nos mata, y encima tienen la desvergüenza de querer curarnos de
su propia infección. Los gobiernos que respondan a la crisis creada por el
libre mercado con este tipo de medicinas y cataplasmas no sobrevivirán al infierno
que se les avecina. Los de abajo nos negamos a ser inmolados. Este sentimiento
es lo que nos une en todo el mundo. Que quede claro.
Por eso grito, ahora, que no es demasiado tarde,
de igual modo a como otros muchos están ya gritando en otros países: "No
pagaremos por vuestra crisis".