viernes, 4 de noviembre de 2022

Brumario de cambio

Noviembre regala amaneceres a quien madruga. Atrasamos los relojes con octubre cumplido y damos tiempo al sol para que emerja sobre el horizonte. Como saben, atravieso campos de labranza y monte cada mañana. En la oscuridad de la noche, parecen quimeras alumbradas momentáneamente por la moto. En cambio, al amanecer, con el rosicler avizorado en el Oriente, la suavidad de los colores nacientes enaltecen el ánima. Incluso respirar deviene arte.

Ya pasó esa horrenda costumbre de los disfraces de vampiro o muerto viviente y de las calabazas y dulces cuando llaman a la puerta. Adquirimos los más banales hábitos ajenos excusados en la diversión de los niños y, para más ende, negamos admitir que dicho tránsito nos convierte en mucho más mundanos e irrelevantes. Aunque, ¿quién puede censurar la estupidez de este carnaval burlesco de la muerte cuando es suposición universal que la pena va por dentro? Antes que Halloween (All Hallows Eve) parece el Día del Orgullo (del Muerto). 

Sigue avanzando el otoño y parece que el calor finalmente dase por vencido. Un temor ronda el ambiente y acrecienta sus pasos de gigante. Los combustibles para la calefacción, incluso aquellos que, como el pellet, no provienen del petróleo, han encontrado un camino fácil para enriquecer los bolsillos de unos pocos mediante la ancestral táctica de empobrecer el de unos muchos. Lo llaman inflación, pero es especulación, es cartel. Encerrona, en suma. Lo tomas o lo dejas. Otros suben impuestos con idéntico resultado. Usted dirá que no es lo mismo. La especulación extractiva de las élites se ha disfrazado de progresismo social: incluso una ley registral y clínica para transexuales (¿transgéneros?) es un negocio redondo para su cartel respectivo. Sin padrino, no hay predicamentos. 

Con este undécimo mes del año, noveno del calendario romano, el curso político afronta su (esperemos) último arreón. Me estoy haciendo mayor porque esta legislatura me parece insuperable. Como saben de mi opinión, y la expongo por mal que les parezca, no necesito abundar en un tema tan obvio, hoy no, aunque tenga lectores entusiasmados por esas prácticas gobernativas que a los demás nos toca soportar bajo la perpetua tentación del nihilismo. No sé de qué me quejo. Esto de gobernar devino también cartel de intereses creados: unos los revisten de poder, algunos arrastran muertos no nombrados, otros créense sediciosos (y sedicentes). La democracia no va de legitimidad. Y tal vez por ese motivo, Brumario traiga nieblas de cambio.