Se despide julio con el amargor de la impotencia. De todos
los sabores acres, el de la resignación es con el que peor se deglute. Solo
parecen alegrarse los turiferarios habituales, a quienes solo importa agitar lo
mismo un gintonic que este verano extraño para extrañados. Tan insólito, que
han bastado unas elecciones para que fuesen arrasados los espejismos y casi aflorasen
cadáveres bajo los escombros.
Y, maldito Sísifo, siempre el virus. Les vengo diciendo que
los mandamases solo saben aferrarse a los bailes de máscaras y a las multas: es
decir, fingir rectitud y empaque. No imaginan que se pueda hacer otra cosa. O, de
imaginarlo, saben que es harto difícil coordinarse entre los taifas. Lo de que
no hay alternativa, argumento manido de los sicofantas habituales, es como un
cacareo gritón de corral de gallinas viejas, sin perspectiva ni ilusión ni
esperanza en el futuro. Por eso los jóvenes lo tienen claro: antes muertos que enmascarados.
Si hay que palmar, que les quiten lo “bailao”. Esto de apagar la economía no ha
sido buena solución. Sale más barato morirse.
Las penas, con pan, son menos. Los nubarrones de millones
por caer se vislumbran en lontananza. Aún tardaremos en ver un solo ochavo de
esos euros, pero da lo mismo. Los políticos, esa clase de ciudadanos que, sin
haber gestionado nunca nada, de repente tienen el control de cantidades
obscenas de dinero, siguen atestiguando que, por ser público, la millonada no es
de nadie. Y lo mismo que los ganadores de la lotería bailan ante las cámaras sin
saber qué hacer con el regalo inmerecido (por no conllevar esfuerzo), estos
montan una coreografía de aplausos porque, de repente, les ha tocado un premio
gordo que, de otro modo, jamás hubieran venteado. No digan que no es obsceno. Fue
desatar los aplausos y los del Concilio de Elrond recomendar que no se venga a
España. Y nosotros, resignados, menos don Simón, el experto, el que no se
entera ni de lo que se tiene que enterar. Lo que hace ser yerno.
Mansos, sin turistas, el país se hunde y de los que mandan seguimos
sin saber las intenciones. Algunos andan distraídos con los escraches que
inventaron porque ahora les ha tocado a ellos. Pero mejor que sigan así. Otros
se postulan para salir de un Gobierno al que en nada han contribuido, quizá por
estar pensando en las estrellas. Y del que más manda, ese a quien encanta que
lo adulen y vitoreen, de quien nunca hemos sabido lo que quiere porque quiere distinto
a cada momento, menos. La resignación ya venía de lejos.