viernes, 26 de agosto de 2022

Derroche energético

En 2020, el año del Covid, perdí 15 kilos de peso durante el confinamiento. Reduje la ingesta de alimentos a una única comida y la carne o el pescado solo a los fines de semana. Cuando por fin nos permitieron salir a pasear, me escapaba por los montes aledaños y hacía algo parecido a marcha atlética, pero sin llegar a tanto. El año del Covid mis proyectos profesionales se redujeron a cero, de modo que pude dedicar todo mi tiempo a mí mismo: escribir, leer, hacer ejercicio y reducir el dispendio de la energía de mi cuerpo en actividades no esenciales. (Cuando algún dietista o médico ha querido instruirme sobre los peligros de mi hábito, pese a lo estupendamente que estoy y me siento, como aseveran sus análisis, respondo ariscamente que pueden meterse los consejos por donde les quepa). En 2020 amplié las vacaciones, era el primer verano sin mi madre y tampoco tenía nada mejor que hacer. Me dediqué al terruño y a pedalear. Descubrí que disponía de un estado de forma sublime y no solo batí todos mis registros como ciclista mediano, también me adentré por carreteras y puertos que antes me espantaban con solo nombrarlos. 

En 2022, el año de la guerra de Ucrania, mantengo ese buen estado de forma y mis piernas siguen pedaleando sin temor a las empinadas cuestas de las Arribes del Duero. He suavizado mi rutina alimentaria por dos motivos: primero, la bicicleta me pide más energía; segundo, no deseo combinar costumbres distintas entre los miembros de la familia que por aquí merodean. No incurro en excesos. Tal vez el cóctel que prepara mi hermano por las noches o alguna cerveza fría viendo una película. La conclusión es que es posible amenorar las costumbres sin con ello sustraer un ápice de calidad de vida. Basta con mitigar el consumo de energía en todo aquello que no resulta ni esencial ni importante. Usted y yo lo sabemos hacer, otra cosa es que queramos. 

Este año 2022, burócratas y políticos han advertido su pésima gestión energética y, como acción correctiva, nos imponen a todos adelgazamiento. Yo quiero decirle a usted que lo podemos hacer perfectamente. Sabemos hacerlo con nuestro cuerpo, con nuestra casa e incluso con nuestros vehículos. Basta con querer hacerlo y no incurrir en dramas irrelevantes ni prestar atención a las y palabras de los burócratas y de los políticos (de hecho, les digo a ellos lo mismo que a los médicos que recriminan mis hábitos alimenticios). La cuestión no es reducir el consumo de energía: es analizar por qué diantre necesitamos derrochar tanta. 


viernes, 19 de agosto de 2022

Rostro de agosto

Las mañanas despiertan más frescas que días atrás. Cuando pedaleo por las calles en busca de la carretera provincial por donde circulo, apenas me encuentro con nadie. Las heladas de mayo, que ya no recordamos, arrumbaron las huertas y la gente ha optado por dejarlas machorras. Ni siquiera intentan recoger a primera hora los cuatro misérrimos tomates que la tierra quiere producir. En las conversaciones todos repiten que está cambiando el clima y qué va a pasar a partir de ahora. La memoria de las personas es cada día más huidiza. Si escribieran un diario (y no feisbuc o instagram) y lo releyeran, sabrían que en 1989 hizo un calor de muerte hasta septiembre, pero que la primavera fue muy bonancible contribuyendo a la feracidad de las tierras, que duplicó sus cosechas. O que en 1992, cuando los fastos del Quinto Centenario y de las Olimpíadas, heló a primeros de junio y aquel año apenas recogimos patatas tras una cosecha muy postrera. Sin memoria, cada año nos parece distinto y peor.

A mí estos olvidos me traen sin cuidado. Tengo a la civilización en la que vivo por finiquitada y me considero testigo de sus últimos coletazos, repletos de decadencia allá donde mire. Hemos transitado de una estupenda generación, la de nuestros padres (o abuelos, según la edad de cada cual), que sacó adelante un país anclado en la miseria, a una generación medio imbécil, la mía, que ha malogrado todo el esfuerzo de sus mayores por creerse merecedores de ningún esfuerzo, salvo el de levantarse temprano para ir al trabajo y renegar de lo que ellos nos legaron. Por eso vivimos empeñados en empobrecer a nuestros hijos con múltiples invenciones innecesarias, por ejemplo, hacer prevalecer el ecologismo de los muchos Thoreau que por el mundo viven convencidos de que los indios del Beni o el Amazonas son el espejo en que mirar el futuro, al creer que vivieron sin desbaratar un solo arbusto de vegetación. Somos tan molones que ni nos molestamos en leer. Si existiera una Madre Tierra se estaría descoyuntando con nuestras entelequias y mitos. 

Todos estos pensamientos trillan mi mente conforme doy pedaladas por un mundo mucho mejor que ya no existe y que solo permanece en mi memoria. Desapareció sin dejar huella tras enterrar a las personas más capaces que jamás haya conocido. Me preguntó por qué no hemos seguido sus pasos en lugar de abrazar sin ambages esa historia reciente de que los humanos somos un virus mucho peor que el Covid. Tal vez porque, en efecto, nuestros virus tienen nombre: burócratas.


viernes, 12 de agosto de 2022

Dogmas globales

Seguramente usted, como yo, ha devenido negacionista de alguna de las cinco mil ochocientas treinta y pico afirmaciones cuyo acatamiento es obligado por la autoridad. No busque razones. Sucede que cinco mil ochocientas treinta y tantas verdades incuestionables son demasiadas verdades para una sola vida. Es muy probable que semejante presión moral ejercida sobre la población produzca un aumento repentino de las reencarnaciones.  Es más eficiente decir que sí a todo y no prestar mucha atención, aunque corre el riesgo de acabar creyendo a ciegas en ese medio millar largo de dogmas y volverse uno de ellos.

No es difícil. Tras cada axioma evangélico la modernidad ha asignado organismos oficiales (todos debidamente colmados de funcionarios y asesores), leyes y directivas, por descontado tasas y multas para los incumplidores, y varios cientos de informes anuales (del tipo que sea) para sepultar los cismas, que siempre haylos, y acallar los contrainformes antes de que se produzcan. Es una forma asaz exagerada de convertir cualquier tema interesante de debate en precepto. Con mucho menos Pablo fundó una iglesia mistérica (obviamente no me refiero a Podemos, pero sin quererlo me ha salido el chiste) cuyo resultado es bien parecido, por cierto, solo que más longevo.

Una vez que somos negacionistas, toca coaligarse y organizar una disidencia, tal vez incluso encabezarla. Eso es muy pesado. Los combates dialécticos son enredos fáciles de los que no se suele salir victorioso cuando uno es resistencia: ellos son más y siempre atizan con el libro gordo de la moral y el progresismo. Los temas de debate no son simples, pero los atizadores sí: en cuanto quiera usted entrar en profundidades se producirá un masivo rechazo del tipo: “usted quiere cargarse el futuro de nuestros hijos”. No hay razón que se oponga con éxito a eso. No la hay.

El caso es que usted no acaba de creerse que todo sea como lo cuentan y ha acabado etiquetado de negacionista, sin serlo. Pero no se alarme. No es mal lugar. No importa que en ese colectivo despunten solo los más idos, que solo dicen tonterías y alucinaciones. Todos los que callan, como usted y yo, somos mayoría y normalmente estamos tan inseguros de nuestra disidencia como de la infalibilidad de los oficialistas. 

Pero recuerde, estos son tiempos de etiquetas. Puestos a elegir, elija ser negacionista, y no se mezcle con los más vociferantes. Al menos encontrará tiempo y quietud para pensar y recapacitar y, si lo desea, volverse definitivamente dogmático.


viernes, 5 de agosto de 2022

Tres mil muertos

Tres mil muertos, asesinados directa o indirectamente, son muchos. Es la cifra de ciudadanos que fallecieron en el ataque a las Torres Gemelas, principalmente debido al desplome de los dos rascacielos. Para usted, y para mí, aquel desastre es un lugar destacado en la Historia porque lo pudimos presenciar. Para quienes aún no habían nacido es un momento del que oyen hablar sin percatarse de la forma en que, a partir de ese instante, pivotaron nuestras vidas. Dos aviones ferozmente estrellados en el centro de Nueva York demostraron que en ninguna parte podríamos sentirnos seguros. Lo llamamos Al Qaeda, el ISIS, los ataques del 11M, los atentados islámicos en Barcelona o París o Londres…a final es todo parte de lo mismo. 

Lo del World Trade Center fue un ultraje y entiendo que los habitantes de la Casa Blanca, y muchos norteamericanos, no lo hayan querido olvidar. Pero me parece horripilante que un Gobierno se dedique a dar caza y muerte a terroristas por ignominiosos que fueran sus crímenes. Como llevo con ustedes tanto tiempo, lo mencioné también en su momento cuando los Navy Seals aniquilaron a Bin Laden. Sé que muchas personas creen que la muerte de ciertos criminales está más que justificada. Pero en nuestro mundo, que creemos mejor por llamarlo democrático (basado, por tanto, en el respeto a la libertad y a las leyes), a los criminales se los apresa y juzga. En algunos lugares, cada vez menos, se los sentencia a muerte, sí, pero no antes de celebrarse el juicio, salvo en los regímenes dictatoriales. ¿Es cuestión de número de muertos? En Nuremberg se sentenció a la horca a numerosos mandos intermedios nazis, responsables del holocausto que exterminó a varios millones de judíos, al margen de otras etnias y nacionalidades. Incluso Eichmann en Jerusalén dispuso de proceso legal. 

No es la muerte el procedimiento: es el derecho a ser juzgado por un tribunal imparcial por muy evidentes e incuestionables o probadas que sean las faltas. La muerte de Al-Zawahiri podrá ser todo lo excepcional que se quiera, o alegarse que en las cloacas de las naciones suceden actos contrarios a nuestras creencias y de los que no somos conscientes. Todo ello lo rechazo. Nada puede convencerme de la necesidad de seguir asidos al marco de libertades y derechos que hemos consensuado y no abrir jamás paréntesis o excepción alguna. 

Me asombra el mutismo con que el planeta acepta, no sé si por resignación o alborozo, la propaganda exhibida para celebrar algo que yo no puedo justificar de ninguna manera.