viernes, 12 de agosto de 2022

Dogmas globales

Seguramente usted, como yo, ha devenido negacionista de alguna de las cinco mil ochocientas treinta y pico afirmaciones cuyo acatamiento es obligado por la autoridad. No busque razones. Sucede que cinco mil ochocientas treinta y tantas verdades incuestionables son demasiadas verdades para una sola vida. Es muy probable que semejante presión moral ejercida sobre la población produzca un aumento repentino de las reencarnaciones.  Es más eficiente decir que sí a todo y no prestar mucha atención, aunque corre el riesgo de acabar creyendo a ciegas en ese medio millar largo de dogmas y volverse uno de ellos.

No es difícil. Tras cada axioma evangélico la modernidad ha asignado organismos oficiales (todos debidamente colmados de funcionarios y asesores), leyes y directivas, por descontado tasas y multas para los incumplidores, y varios cientos de informes anuales (del tipo que sea) para sepultar los cismas, que siempre haylos, y acallar los contrainformes antes de que se produzcan. Es una forma asaz exagerada de convertir cualquier tema interesante de debate en precepto. Con mucho menos Pablo fundó una iglesia mistérica (obviamente no me refiero a Podemos, pero sin quererlo me ha salido el chiste) cuyo resultado es bien parecido, por cierto, solo que más longevo.

Una vez que somos negacionistas, toca coaligarse y organizar una disidencia, tal vez incluso encabezarla. Eso es muy pesado. Los combates dialécticos son enredos fáciles de los que no se suele salir victorioso cuando uno es resistencia: ellos son más y siempre atizan con el libro gordo de la moral y el progresismo. Los temas de debate no son simples, pero los atizadores sí: en cuanto quiera usted entrar en profundidades se producirá un masivo rechazo del tipo: “usted quiere cargarse el futuro de nuestros hijos”. No hay razón que se oponga con éxito a eso. No la hay.

El caso es que usted no acaba de creerse que todo sea como lo cuentan y ha acabado etiquetado de negacionista, sin serlo. Pero no se alarme. No es mal lugar. No importa que en ese colectivo despunten solo los más idos, que solo dicen tonterías y alucinaciones. Todos los que callan, como usted y yo, somos mayoría y normalmente estamos tan inseguros de nuestra disidencia como de la infalibilidad de los oficialistas. 

Pero recuerde, estos son tiempos de etiquetas. Puestos a elegir, elija ser negacionista, y no se mezcle con los más vociferantes. Al menos encontrará tiempo y quietud para pensar y recapacitar y, si lo desea, volverse definitivamente dogmático.