viernes, 31 de marzo de 2023

Grande Tamames, Pequeño Marlaska

Durante la última moción de censura (y soy de la opinión de que habría que incoarle una cada semana), el ponente que expuso su crítica dijo con claridad: que el Gobierno ha roto torticeramente la unidad de la nación española; que el español se halla relegado en ciertas regiones del país; que transitamos una senda de demagogia y populismo sin antecedentes; que la deuda pública está desbocada y no hay una sola medida orientada a subsanar esta deficiencia; que nos abrasan a impuestos y cada día se sacan uno nuevo de la chistera; y que se gobierna única y exclusivamente en beneficio de unos pocos que, por otra parte, solo pretenden destrozar el país del Gobierno que apuntalan. Habría que añadir los rasgos autocráticos, cuando no abiertamente dictatoriales, del Ejecutivo, observados en ejemplos tan dispares como la inconstitucionalidad de los estados de alarma, la pésima gestión de los fondos europeos o las tropelías jurídicas que se acometen semana sí y semana también desde el Consejo de Ministros. 

El caso es que unos y otros tuvieron tiempo suficiente para reírse, antes y durante y después, de un ponente bastante redicho, pero sabio, que les daba a todos ellos cien mil y una vueltas en conocimientos, cultura, templanza e ingenio. El presidente, que solo se siente a gusto profiriendo estupideces y amenazas, trató de despachar el asunto con tres horas de datos y falsedades (a la postre uno tiende a pensar que los datos de los Gobiernos son una mentira continuada sin propósito alguno de enmienda), aburriendo a propios y extraños, sintiéndose telonero de una vicepresidenta de otro partido a la que desea impulsar hacia las alturas, vaya usted a saber por qué y para qué. Y en esas estábamos cuando saltó, hace unos días, la sentencia del Tribunal Supremo que contraría, y mucho, a ese ministro que una vez fue juez y ahora es un enano mental, incapaz de haber sostenido su otrora dignidad y grandeza intelectual por estar a la sombra del petimetre que duerme diariamente en la Moncloa. 

En puridad, han saltado muchas otras noticias más propias de la decadencia gubernativa que de un estado de derecho. Asistimos a una metástasis repleta de arbitrariedades como síntoma y de enfurecimientos como remedio. Esta descomposición se encuentra tan extendida que solo puede representar tortura a quien algún desempeño aún tiene en el tinglado. De ahí que resulte tan atractiva la grandeza de un anciano lúcido como repelente la bajeza de los serviles que aguardan sentados a ser desalojados de la poltrona.


viernes, 24 de marzo de 2023

Mentiras oncemarcísticas

En la mañana de aquel jueves del 11 de marzo de 2004, cuatro trenes estallaron simultáneamente en cuatro estaciones de Madrid. Todos los partidos y medios de comunicación condenaron la salvajada etarra. Pocos días antes, un artero Carod Rovira, de ERC, firmaba un pacto para que la banda no atentase en Cataluña. Los primeros datos policiales informaban del arma del crimen, Titadyn con cordón detonante. Al mediodía, el CNI confirmaba la autoría etarra. Poco después, la SER informaba de que fuentes de la lucha antiterrorista habían hallado en los trenes restos de dos terroristas suicidas, con signos evidentes de ser islamistas. La autopsia acreditó que jamás hubo tales terroristas suicidas en los trenes. Todo fue una mentira. El Rasputín del PSOE se cansó a decir aquello de que España se merecía un Gobierno que no mintiese. El gentío se lanzó en tromba a rodear las sedes del partido que gobernaba. Todo era consecuencia del apoyo gubernamental a Estados Unidos en la segunda guerra de Irak. Felipe González había apoyado igualmente la primera invasión, incluso enviando fragatas con Marta Sánchez en ellas, pero entonces no existía Al-Qaeda. 

La policía destrozó la escena del crimen. En menos de 48 horas, los trenes siniestrados fueron desguazados contraviniendo la Ley de Enjuiciamiento Criminal (uno de los vagones del tren de Santa Eugenia fue hallado, tapado con unas lonas, en el barrio de Villaverde en febrero de 2012, ocho años más tarde, e igualmente fue destruido entonces). El juez instructor dio orden y permitió que se quemaran todos los restos personales de las 192 víctimas mortales y los casi dos mil heridos, que también formaban parte de la escena del crimen. Sin embargo, apareció una furgoneta Kangoo, una mochila y un coche. La furgoneta había sido anteriormente registrada por agentes de la policía y un perro adiestrado para detectar explosivos: no hallaron nada. Pero de pronto, al llegar a Canillas, la policía encontró un trozo de Goma-2, un Corán y una cinta con cantos islámicos. También apareció en la comisaría de Vallecas una mochila supuestamente idéntica a las que estallaron en los trenes. Junto al explosivo, Goma-2, había cables sueltos, como los que hubieran precipitado la deflagración, y abundante tornillería, pese a que ni uno solo de los muertos fue alcanzado por metralla ninguna. Para más intríngulis, tres meses más tarde aparece junto a la estación de Atocha un coche en cuyo maletero había ropa con el ADN de los sospechosos. Este coche habría sido robado en Alicante por un delincuente chileno, quien, a su vez, se lo habría vendido a los islamistas, quienes asimismo habrían transportado todas las mochilas en el coche y la furgoneta. Los policías que habían peinado la zona el día del siniestro no hallaron coche alguno ni su matrícula había sido grabada por cámara alguna. El chileno resultó ser un desmemoriado que no recordaba el color o la marca del coche. Sin permiso del juez, pese a estar imputado, fue expulsado de España. El tribunal acabaría descartando el coche como prueba. 

A los tres meses del 11-M, la policía avisó que estaban rodeados en un piso de Leganés a los responsables del atentado, previo un tiroteo en una zona próxima, tiroteo que luego se desmintió. Los islamistas se habían refugiado en un piso franco de la policía usado previamente en casos de narcotráfico y, posteriormente, se habrían suicidado haciendo volar por los aires el apartamento. Los supuestos suicidas esperaron disciplinadamente siete horas desde que fue establecido el cordón policial a que se desalojase el edificio y todos las viviendas colindantes, haciendo estallar la carga explosiva en la hora del telediario. En televisión se informó de un tiroteo entre los terroristas y la policía, pese a que jamás apareció un solo cartucho de subfusil en el registro efectuado tras la explosión. No hubo detenciones: aparecieron siete cadáveres a los que no se practicó la autopsia y a quienes no se tomó ninguna muestra hasta siete horas después, ya en el Instituto Anatómico Forense. Uno de los terroristas suicidas apareció con los pantalones puestos del revés, pese a haber dispuesto de siete horas desde que se estableciera el cerco policial. De hecho, uno de los ocupantes del piso (el octavo ocupante) bajó a tirar la basura durante el cerco policial y escapó. Fue posteriormente localizado en Serbia, detenido y puesto en libertad por el Tribunal Supremo al concluir que no había participado en la colocación de las bombas del 11-M. Este mismo Tribunal Supremo determinó que no era posible afirmar que ninguno de los siete suicidas de Leganés participase en la colocación de las bombas del 11-M, motivo por el cual las víctimas jamás han podido demandar por vía civil a los herederos de los supuestos suicidas. La televisión, en siete horas, no tomó una sola imagen del asedio, tampoco de los terroristas o de la entrada en el piso de la policía. Se informó que los terroristas suicidas habían enviado faxes al ABC y a Telemadrid amenazando con nuevos atentados, pero sucedió que aquellos faxes habían sido remitidos desde fuera del piso. Eso sí, apareció una carta de despedida de uno de los supuestos suicidas, firmada con caracteres latinos. Tras la explosión, se encontraron libros coránicos chiíes, pese a que todos los ocupantes eran suníes. 

Por el 11-M se detuvo a 116 sospechosos, la mayoría de ellos mientras tuvo lugar la Comisión Parlamentaria de investigación del 11-M. 87 quedaron libres sin cargos. De los 29 restantes, 7 fueron absueltos, 5 fueron condenados a penas leves, y de los 18 condenados finales, solo 3 lo fueron por su relación con el atentado: un confidente de la policía y dos marroquíes que no eran islamistas. Fue imputado y condenado a causa de los testimonios contradictorios de dos amigas rumanas, a una de las cuales se llegó a cuestionar que viajase en los trenes el día del atentado, pero que, un año después, dice recordar haber visto al acusado, motivo por el que se le concede la condición de víctima, la nacionalidad y una indemnización de 50.000 euros.

España es así, capaz de convertir en terrorismo islámico una confabulación política. Aquella fue una época terrible en la que una parte de la sociedad ensayó todo tipo de violencia política contra el Gobierno imperante: el Prestige de Galicia, la guerra de Irak, la muerte de José Couso, y el 11M. De este último han pasado ya casi 20 años. Personalmente opino que, quienes lo recuerdan, solo recuerdan la mentira. 


viernes, 17 de marzo de 2023

Pensionistas cotizantes

Como el fútbol es de natural aburrido, pese a lo del Barcelona, mejor me detengo a pensar en un tema recurrente e irresoluto: la reforma de las pensiones. El ministro actual de la cosa, a quien todos parangonaban cual autoridad en el tema, se propuso al inicio de su mandato asegurar la viabilidad de las mismas. Y  visto lo que sucedió con el dichoso sustento mínimo (bloqueo de la Seguridad Social y de la Agencia Tributaria, todo el mismo tiempo), que haya parido su ley es para echarse a temblar.

Hay que reconocer que los políticos se toman en serio lo de la paguita de los jubilados, aunque acertar, realmente no aciertan nada: llevan décadas buscando la piedra filosofal. De hecho, tantas veces mencionan que sin sus reformas todo el sistema va a la quiebra, que no somos pocos los que pensamos que la mejor idea, si cuerpo y mente lo permiten, es morir con las botas de trabajo puestas. La batalla tiene su entronque. Unos se jactan de ajustar las pensiones con el IPC (si todo sube, incluidos los ingresos del Estado, no se trata de una subida real) y de no bajarlas, como hicieron los de enfrente, cosa falsa porque que fue su filovenezolano Rodríguez el único que las congeló, es decir, menguó. Y ahí se quedan todas las embestidas. De resolver el problema, nada de nada, palos de ciego.

La solución a la que el sedicente genio ha arribado desde su ministerio no es otra que la subida de las cotizaciones, bien maquillada para que al principio no se note, que estamos en año electoral. No ha reparado en que tal vez todo el concepto sea erróneo. Mientras las pensiones se costeen con las cotizaciones, todo seguirá igual, a mayor gloria de  ministros venideros que se colgarán la medalla tanto si lo hacen mal como si lo hacen fatal (no hay más opciones). La solución, que no gusta vaya usted a saber por qué, pasa por costear las pensiones de la misma manera que la sanidad (que antes dependía de la Seguridad Social, y ya no) o la educación. Con impuestos. Y sin préstamos del Estado. Claro que, para ello, habría que reformar la fiscalidad. Otro asunto en el que todos naufragan igualmente.

Quien haya pensado que este Gobierno era capaz de resolver un problema tan enrevesado, seguramente esté viviendo en la Luna. El consejo ministerial rompe todo cuanto toca y destroza todo lo que funciona. O, como alternativa, hace juegos malabares para hacer ver que mejora algo cuando realmente lo deja todo como estaba (véanse los Ertes, por ejemplo). Al final resultará que lo del Barça sí es mucho más divertido.

viernes, 10 de marzo de 2023

Ferrovialio de mi vida

Esto de Ferrovial es mucho más divertido que lo del día de la mujer que agacha la cerviz ante el muy masculino castigo divino (¿divino?) de tener que ganar el pan con el sudor del sobaco (queda más fino que sea la frente). Y mucho menos que lo de Indra, que es un lodazal tan hediondo que bien merece ser denominado estercolero gubernativo. Vaya por delante que lo divertido del caso Ferrovial consiste en sentarse en el sofá a contemplar cómo la corte ministerial sale en tromba a amenazar a una empresa participada solo por sus accionistas (no por el Gobierno en ninguno de sus tentáculos), más concretamente a la familia heredera del fundador, que ostenta la alta dirección de la misma. A lo del antipatriotismo le siguió toda suerte de intimidaciones fiscales y legales, creo que no se dejaron ni una sola en el tintero. Ya me dirán cómo pueden dar lecciones de patriotismo los mismos que viven muy entretenidos en el empeño de destrozar la patria, pero qué más da: aquí se arrean los sopapos sin reparar dónde, ni falta que hace. Si se mueve, atiza. Si habla, intimida. Y si está quieto o callado, tíldalo de fascista.

Lo del feminismo es un coñazo (bendita expresión). Yo, muy a mi pesar, ya no sé lo que se defiende el 8M: que si abajo los putiferios, y resulta que los suyos se van después de putas; que si acabar con los violadores, y resulta que los dejan libres antes de tiempo con leyes promulgadas con la intención de verlos sangrar. Que si arriba la paridad, y resulta que un maromo con badajo alcanza su ambición con solo cambiarse de bando y hacerse llamar Natalia, amén de que huelga la pregunta de para qué hacerse hombre, habiendo nacido mujer, si en estos tiempos el hombre es definido como delincuente per se. 

Lo de Indra, que tiene todo el aspecto de ser un falconcrés o un dalas aunque en lugar de viñedos y coches haya políticos y cretinos (muy listos) que quieren ver devuelto su dinero porque lo de las prisas no les ha salido nada bien y cada vez va a peor, pues qué quieren que les diga. Que prefiero lo de Ferrovial. Al menos esto último lo entiendo y no me aburre. Indra se va a quedar aquí, no sabemos cómo ni con quién, pero si los accionistas (los dueños) de la empresa constructora quieren llevarse su sede central a otro lugar de Europa (Europa, sí, no las Antillas o Panamá: ahora ser europeo es no ser patriota), lo mejor que pueden hacer es dejar desgañitarse a esta panda de imbéciles que nos gobiernan pensando que somos todos idiotas. Los suyo, tal vez. Los demás, ni por asomo


viernes, 3 de marzo de 2023

El declive que viene

Si dejamos aparte las reminiscencias etarras y las antipatías que despiertan sus nostálgicos, la idea sobre Euskadi que compartimos los habitantes de la piel de toro es que se trata de un lugar bellísimo, industrial y económicamente potente y con un idioma que no hay cristiano que lo aprenda bien (salvo los oriundos, y no todos). Durante una parte de mi carrera profesional, el País Vasco ha representado el liderazgo tecnológico e industrial indiscutible, y también el gastronómico, aunque la presencia de un hospitalense, y su muy estelar restauante rosence, a menudo ha hecho olvidar que el gran iniciador fue un tal Juan María, donostiarra. Y en este pensamiento hemos permanecido no pocos años.

Mas todo lo que se inicia, acaba (aunque no concluya durante el tiempo que vivimos y, por tanto, no podamos ser testigos del hundimiento). En uno de sus últimos informes, el Eustat (Instituto Vasco de Estadística) afirma que la industria, un sector que abanderó, en su momento, la prosperidad que disfruta Euskadi, es contribuyente menor de tan resiliente riqueza. También apena saber que los jóvenes vascos forman el principal núcleo social de emigración allende las fronteras regionales.

Mas, pese a la frialdad, tanto conceptual como funcional de las métricas estadísticas, no conviene perder de vista las causas. Y siendo Euskadi ese paraíso de buenas gentes, buena tierra, buena comida y no pocos otros parabienes, tal vez sean esos apartes de los que hablaba al arrancar esta columna la causa última de la situación hoy heredada. El terrorismo destruyó sin contemplaciones la sociedad vasca mientras mantuvo su estúpida guerra contra todo y contra todos, en aras de una quimera que solo existía en su ennegrecido magín. Con los asesinos depuestos de su mandato satánico, todos hablan de concordia y reemprender y perdonar y olvidar, o fingir que se olvida. Empezando por los textos escolares, con su adulterada narración histórica, y terminando por las incongruencias y desatinos de un peneuve calcificado que cada día parece beber más y mejor de los proclamas de quienes jamás repudiarán uno solo de los asesinatos de la ETA. El declive demográfico y la pérdida de peso económico son los barros a que condujeron aquellos polvos. Algo muy similar a lo que viene ocurriendo en una Cataluña en barrena.

España es un desvarío, con fundamentalistas vascos y enloquecidos catalanes formando parte de una alianza de desgobierno y al cargo de amartillar hasta la última baldosa del suelo que nos sustenta. Incluida la suya propia.