Me
llama Layla, una joven de 17 años, asustada por el cariz que está tomando el
coronavirus. Es asmática y, me dice, este virus es lo peor que se ha visto.
Razones no faltan si uno se atiene a las noticias. De momento han declarado la
potencial pandemia (en plan aristotélico). La palabra pandemia asusta. Nos
asusta todo lo que se aparte del buen vivir. En África están tan habituados a
la malaria o al cólera que ni aparecen en titulares. Pero en África la gente es
pobre y es adonde acuden los médicos cuando deciden trabajar sin fronteras,
como los virus.
En
España se han agotado las mascarillas y los geles alcohólicos. Alguien hace su
agosto con la histeria colectiva: ¡esa sí que es una buena pandemia! No hacemos
caso a nuestra gripe de siempre (1,2% de mortalidad), pero viene otro
coronavirus y la liamos (¿más mortífero? Mata al 0,7% de los afectados). Parece
que seamos incapaces de conservar el sosiego frente a los nuevos bicharracos
que hacen enfermar. Qué sociedad más hipocondríaca: queremos vivir para
siempre, ser inmortales, por eso se hacen operaciones a corazón abierto a
nonagenarios (el colmo). Esto del miedo es más televisivo que las islas de los
malditos (o como se llame). Y la OMS a disfrutar de su momento de gloria. Dijo
que la gripe A iba a matar a 150 millones de personas (aquí separaban a los
enfermos en los hospitales): fueron 19.000. Ahora el COVID-19 es poco menos que
el fin del mundo. Mientras, la gripe de siempre, la que no sale en la tele, ya
se ha cargado en una semana a 300 barceloneses.
El
sida ni es noticia, pero sacudió tan fuerte en nuestras calles que aún su
nombre se asocia a la parca. El ébola, un virus de pobres, pese a la aventura
turística de 2014, es mucho peor y nadie se acuerda de él. En muchos países
africanos conviven con todos estos virus y muchos más. Parece que nosotros no
sabemos hacerlo. Incluso cerramos las fronteras (repito que los virus no
entienden de eso). Es lo que tiene ser ricos. ¿Qué haríamos si los mosquitos de
la malaria aprendiesen a volar lejos? Morirnos del miedo mucho antes de ser
infectados.
Le
digo a Layla que no se alarme. Toda esa histeria la considero analfabetismo
funcional. Dice haberse informado, pero solo ha leído lo que ha querido buscar.
Su miedo (individual), extrapolado a gran escala, se traduce en frenos a la
actividad humana. Algunos tasan el virus en pérdidas por el 1% del PIB mundial.
Más que la crisis de 2009. Con estos datos, el fin del mundo no necesita ni
siquiera aparecer. ¿Para qué?