viernes, 28 de febrero de 2020

COVID-19


Me llama Layla, una joven de 17 años, asustada por el cariz que está tomando el coronavirus. Es asmática y, me dice, este virus es lo peor que se ha visto. Razones no faltan si uno se atiene a las noticias. De momento han declarado la potencial pandemia (en plan aristotélico). La palabra pandemia asusta. Nos asusta todo lo que se aparte del buen vivir. En África están tan habituados a la malaria o al cólera que ni aparecen en titulares. Pero en África la gente es pobre y es adonde acuden los médicos cuando deciden trabajar sin fronteras, como los virus.
En España se han agotado las mascarillas y los geles alcohólicos. Alguien hace su agosto con la histeria colectiva: ¡esa sí que es una buena pandemia! No hacemos caso a nuestra gripe de siempre (1,2% de mortalidad), pero viene otro coronavirus y la liamos (¿más mortífero? Mata al 0,7% de los afectados). Parece que seamos incapaces de conservar el sosiego frente a los nuevos bicharracos que hacen enfermar. Qué sociedad más hipocondríaca: queremos vivir para siempre, ser inmortales, por eso se hacen operaciones a corazón abierto a nonagenarios (el colmo). Esto del miedo es más televisivo que las islas de los malditos (o como se llame). Y la OMS a disfrutar de su momento de gloria. Dijo que la gripe A iba a matar a 150 millones de personas (aquí separaban a los enfermos en los hospitales): fueron 19.000. Ahora el COVID-19 es poco menos que el fin del mundo. Mientras, la gripe de siempre, la que no sale en la tele, ya se ha cargado en una semana a 300 barceloneses. 
El sida ni es noticia, pero sacudió tan fuerte en nuestras calles que aún su nombre se asocia a la parca. El ébola, un virus de pobres, pese a la aventura turística de 2014, es mucho peor y nadie se acuerda de él. En muchos países africanos conviven con todos estos virus y muchos más. Parece que nosotros no sabemos hacerlo. Incluso cerramos las fronteras (repito que los virus no entienden de eso). Es lo que tiene ser ricos. ¿Qué haríamos si los mosquitos de la malaria aprendiesen a volar lejos? Morirnos del miedo mucho antes de ser infectados.
Le digo a Layla que no se alarme. Toda esa histeria la considero analfabetismo funcional. Dice haberse informado, pero solo ha leído lo que ha querido buscar. Su miedo (individual), extrapolado a gran escala, se traduce en frenos a la actividad humana. Algunos tasan el virus en pérdidas por el 1% del PIB mundial. Más que la crisis de 2009. Con estos datos, el fin del mundo no necesita ni siquiera aparecer. ¿Para qué?

viernes, 21 de febrero de 2020

Itzuli Donostiara


Llevo, debido a un estimulante proyecto profesional, varios días confinado en la fábrica de chocolate de Willy Wonka, sita en Oñati; donde un angosto valle guipuzcoano parangona el vergel de la Arcadia; donde el paro no existe y las grandes empresas allí ubicadas se las ven y se las desean a la hora de aumentar sus plantillas; donde el euskera que hablan las gentes tiene poco de batúa, tan resilientes a la normativa académica como orgullosos de la virgulilla que ondea en el nombre propio de la localidad donde he venido a trabajar. Y, por supuesto, más arrimado a mi querida Donostia de lo que comúnmente me encuentro.
El frío y la humedad cobran un cariz enigmático y profundo en Guipúzcoa (permítanme que lo escriba así), porque vivifican. En los territorios al sur, donde principian la ancha Castilla y la fecunda Rioja, el frío o la lluvia empañan las almas de sus hoscos y secos habitantes (cómo no he de saberlo yo, ceñudo como soy por castellano y por leonés, distingamos ambas historias ahora unidas). Pero en las tierras vascongadas, bañadas por ríos angostos y rápidos, y mares procelosos e infinitos, el sol brega por prevalecer e inundar de luz las praderas verdeantes y fértiles. Acaso de esa lucha nazca la dulcísima belleza de Euskadi que, lejos de mansedumbre, exige temperamento.
Obras en Donosti. El tráfico del centro, compungido. Y a quién le importa. Nadie mira sino a la ensenada que convierte la experiencia de vivir en algo tan único como celeste. Los amores pueden varar frente a La Concha durante horas y contemplar ensimismados los flujos de la pleamar y bajamar como si el tiempo del reloj no existiera. No que se haya detenido: simplemente la eternidad cobra sentido. Ya pueden los automóviles fastidiar con sus bocinas y celeridades. La arena y el mar son los imperios del sabio.
Para qué les contaré estas cosas, caros lectores, si todos ustedes ya las saben y conocen, y ni falta hace que vengan con palabras a describírselas, porque hay cualidades de tierra y perfumes de mar que no precisan representaciones, menos aún con palabras. Se las cuento porque, solo tal vez, nunca me fui, o no del todo, por impregnarme de realismo. Y cuando los viernes me asomo ante sus ojos y entendimiento desde este espacio hojeable (mientras aún existan hojas) del Diario Vasco, como un paisano cualquiera, me sigo sintiendo guipuzcoano.
Juantxo, Alfonso: vosotros que me estáis leyendo sabéis bien lo penoso que me resulta descender el Deva hacia Pancorbo. Mas, por marzo regreso.

viernes, 14 de febrero de 2020

MacDonald


Si piensan que voy a hablar de comida basura, por favor vuelvan a echar un vistazo a las páginas de internacional aparecidas en prensa durante estos últimos días. Y, solo entonces, sigan leyendo: de lo contrario, no sabrán qué les estoy contando ni por qué encabezo esta columna sin genitivo sajón.
Cuando era joven (algo de lo que ha pasado ya muchos años, pero con la edad uno descubre que el tiempo incluso medido en siglos comienza a achicarse de manera indefectible, como si despertase dentro de uno el sueño de la inmortalidad), el Sinn Fein, un partido político nacido a principios del siglo XX como nacionalista, pero rápidamente virado al independentismo, era considerado el brazo político del grupo terrorista IRA, nacido en el umbral de los años 70, cuya espantosa siembra de muertes y sangre aún ensombrecen el viso de cualquiera que eche la vista atrás y obligue al cerebro a recordar.
Violento para muchos, populista para otros, el controvertido partido del que todos (los demás) reniegan como si fuese la peste, acaba de empatar técnicamente con el vencedor de las elecciones del pasado domingo en Irlanda, el conservador Fianna Fail. De hecho, ha obtenido más escaños que el partido saliente, el democristiano Fine Gael, tercero ahora en discordia. Lo han tildado de revolución. De sorpresa mayúscula. Las elecciones municipales del mes de mayo pasado fueron un batacazo. Pero… han resurgido.
Por absurdo que parezca, la campaña del Sinn Fein no ha estado centrada en la reunificación de Irlanda, que es para ellos asunto clave, tan clave como que desean que se produzca en cinco años, sino en cuestiones sociales y pragmáticas como son las deficiencias del sistema sanitario, el precio de los alquileres o la escasez de viviendas, asuntos todos ellos que han obrado el milagro de la resurrección política al manejar con inteligencia las expectativas del electorado más joven. No olvidemos que Irlanda crece al 5%, es un milagro dentro de la Unión europea, pero los irlandeses piensan que esos porcentajes no tienen nada que ver con su bienestar.
Al frente del Sinn Fein se sitúa una conversa, antes conservadora y ahora separatista de izquierdas, Mary Lou MacDonald, mujer muy carismática, especialmente moderada (dado el entorno en el que se desenvuelve), y brillante en su lenguaje claro y directo. ¿Reunificación? No en la campaña. ¿Para qué? El regalo del Brexit es la mejor hamburguesa para hacer agua en las bocas que llevan soñando cien años por una Irlanda definitivamente unida.

viernes, 7 de febrero de 2020

Seguir menguando


Dos contra uno… Nos quejábamos de niños cuando se interponían dos contrarios al regate. Julio César explicó que para desemboscar un soldado se necesitan tres por la otra parte. ¿La mayoría puede a la minoría? No, no es verdad. No al menos en el mundo del mercado y los negocios. En España hay 800.000 productores agrícolas y solo 10 grandes distribuidores: ganan estos, por goleada. La fruta que usted y yo comemos cuesta un 15% más cara que en 2005, pero al agricultor le han bajado el precio en el mismo periodo un 25%. Cuando el supermercado lanza una oferta en las naranjas, con frecuencia lo hace por debajo del precio de coste, y el marrón se lo endiña al que las ha cultivado y recogido. David nada puede frente a Goliat. Son casi un millón de davides y están perdidos. Lógicamente, han salido a la calle a protestar.
La España menguante, la del campo, ocupa la mitad del territorio, espacio que ocupa solo un 15% de la población del país. La España creciente no deja de ganar ciudadanía, siete millones en 20 años, y la España menguante no deja de perderla (en mi terruño de las Arribes solo queda una niña de 15 años, nacida pocos días después que Queco). Aquello en lo que trabajan, criar corderos y terneros, apenas supone el 10% del PIB. ¿Quién les va a tomar en serio? En mi pueblo ni siquiera hay un mísero bar. Y ya les cuento lo que supondría aspirar a disponer de un comercio online de algo con la paupérrima velocidad que alcanzan allí las redes telefónicas. Si hablamos de infraestructuras, ya saben dónde no encontrarlas.
Cada vez que un partido nacionalista consigue capacidad de poder frente al Gobierno, la España menguante se echa a temblar. Incluso los que votan al partido ganador. No veo a Urkullu (y a ningún presidente autonómico con poder) negociando una mejor política agraria para Extremadura o Castilla. Y, lo que más duele, no veo al Gobierno central ejerciendo su responsabilidad para mejorar a aquellos territorios de los que no depende (ojalá me equivoque). Si anteriores mayorías no se ocuparon de los menguantes, ¿por qué diantre habría de hacerlo una coalición tan interesada en ellos mismos como la actual que gobierna?
No es el SMI. No son los carburantes ni tampoco las cotizaciones sociales. Es el carácter menguante de esa mitad de España que se queda sin gente, por donde no pasan las caravanas electorales y los asesores áulicos hace tiempo que se olvidaron de su existencia, aunque algunos proviniesen de ella.