La crisis, interminable, es un monstruo que exhausta el
presente y se alimenta del futuro. Nos acosa hoy con más desempleo, menos
confianza, más incertidumbre, y obliga a nuestros representantes a improvisar.
No parece haber recetas y soluciones que sirvan para mucho. Y mientras fagocita
nuestro sacrificio actual, amenaza nuestros sueños, que lo onírico del ser
humano es la puerta de entrada de lo porvenir, nunca de lo ya venido.
Vamos a pagar muchos impuestos por decisiones cuestionables.
En los meses del año que hemos visto pasar, casi un millón de personas ha perdido
su trabajo. Nuestra producción industrial se encuentra por donde las calderas
del Pateta. Quien dice consumo quiere decir supervivencia. El déficit público está
donde ni la bencina lo alcanza. Y la recaudación fiscal es muy inferior a la
del ejercicio pasado. Y todos estos mimbres, todos ellos, los pagamos los
ciudadanos y los han orquestado los del Gobierno. Aplico el verbo orquestar
porque, al menos, no han construido nuestros próceres la crisis, simplemente
han manejado, espantosamente mal, la batuta con que deberían haberla enfrentado
en lugar de mentir, interesadamente, como nos han mentido. Y oiga, que todo
tiene su perdón, pero que al menos lo reconozcan. Yo admito que ésta es una desigual
contienda, que no dejamos de ser un país enfangado en una batalla donde asestamos
cachetes y no mandobles. Está muy bien inyectar dinero a las empresas, pero
está muy mal no advertir lo podrido que mantienen el sistema y la avariciosa
acaparación de recursos sin mover un dedo por cambiarlo. Solamente por tal
motivo creo yo que esta gran crisis no se resolverá nunca, pero eso sí: la
convertiremos en mucha más pobreza para algunos pobres desgraciados.
Vivimos queriendo tenerlo todo y queriendo
disponer de absolutamente todo. Y eso no puede ser. De ahí que nos vaya a tocar pagar sin
protestar las avaricias de unos, y las ambiciones de otros, y las mediocridades
de muchos. Qué negrura la nuestra en el horizonte. Al menos que sirvan de algo
todos esos impuestos con que nos van a exprimir, y que nuestras existencias futuras
sigan siendo cómodas y modernas como hasta ahora. Tal es mi deseo. Bien quisiera
disponer de una varita mágica y poder zanjar de un plumazo todo este trasunto maloliente
de la economía. Y ni eso, que bien me conformaría con que se iluminase el
entendimiento de los mandamases, que están dando todos un espectáculo un
poquito lamentable…