De una u otra manera, usted celebrará eso del Halloween en
la noche del 31 de octubre. Ya saben, la pagana fiesta celta. La misma con que concluían
el verano, pues los celtas irlandeses no conocían sino dos estaciones, como en
Burgos. Y, además, creían también los celtas que, en tan señalada fecha, los espíritus
salían de sus tumbas para devorar las almas de los vivos. Así, en plan zombie.
Por eso los celtas decoraban las casas con pintadas horrendas, en plan “gore”,
para que los muertos al pasar se asustasen mucho y les dejasen en paz. Hoy,
gracias a Drácula, a George A. Romero y a la película REC, todos sabemos que
tal cosa es una barbaridad, pues a los muertos que salen de sus tumbas no les
detiene ni el cambio climático.
Para los creyentes, esta fiesta coincide con la víspera de
Todos los Santos, justo lo que precisamente significa la palabreja Halloween.
Cómo no iba a coincidir. La iglesia, amén de levantar monasterios, templos y
catedrales, en los primeros años de su historia se dedicó a refundar, con no
poco acierto, fiestas paganas en celebraciones litúrgicas. Y ésta tan divertida
del final del verano celta, fue una de ellas, a la que, con el tiempo, innovó
mucho introduciendo la costumbre de disfrazarse de muerto o cosa igualmente
espantosa. Aunque, a tenor de las actuales modernidades, de poco ha servido el
prolongado imperio eclesial. Otro imperio más poderoso, y mucho más
capitalista, el norteamericano, refundó también la fiesta, justo antes del
Crack del 29, convirtiéndola en más bonita, con niños disfrazados de cosas graciosas,
calabazas con velas dentro, dulces, tratos, trucos y toda esa parafernalia que
vemos, machaconamente, en las películas de Hollywood. Luego, una vez bien
refundada, nos la vendió al viejo continente, como si nunca hubiese sido
nuestra. Resulta perplejo lo mucho que odiamos a los yanquis y cómo asimilamos,
sin que se nos caiga la cara de vergüenza, todas sus propuestas más tontas. Lo
que hace el cine, oiga.
De manera que usted celebrará el Halloween, claro que sí.
Sobre todo si tiene hijos, a quienes disfrazará de esqueleto o drácula o
fantasma, que siempre ha sido gracioso disfrazar a los críos de algo, porque a
los adultos nos da corte, a menos que sean carnavales. Y si no tiene retoños,
no se preocupe. En cada pub y en cada discoteca encontrará propuestas para
conmemorar la leyenda celta, aunque ya no suene a gaita sino a calabaza. Porque
si, realmente sonase a celta, en lugar de vaciar calabazas nos dedicaríamos a vaciar
nabos. Fue dentro de un nabo donde, según la leyenda, un pobre desdichado metió
un carboncillo para iluminar su recorrido por el limbo oscuro al que había sido
condenado. Y sepan que se iba comiendo el nabo.