Quería comentarles hoy algo acerca de un libro maravilloso
que he descubierto en Internet. Un libro excelente, que se puede leer y
descargar gratuitamente. Se titula “Sustainable
Energy – without the hot air”, está escrito (en inglés) por David MacKay y
publicado en Cambridge. Si doy tanta información es para que puedan buscarlo
más fácilmente en la red. Y si buscan un poquito más, descubrirán que algún
lector crítico ya ha comenzado a comentar (en español) algunas de las
disquisiciones que en ese libro se publican.
Permítanme detenerme en un punto interesante, de entre los
muchos interesantes que se esconden en la página de ese libro: la viabilidad de
las energías renovables, en términos de la superficie que necesitan para
generar la electricidad que necesitamos. Hoy día, la energía fotovoltaica, eólica
y demás, produce unos pocos vatios por cada
metro cuadrado de superficie. En cambio, la energía nuclear general mil vatios
por metro cuadrado. Para satisfacer las necesidades energéticas de un ciudadano
medio europeo, las renovables habrían de emplear, como poco, el 10% de toda la
superficie del viejo continente. Hace unos meses ya mencioné que para alcanzar
ese 20% de biocombustibles decretado por la UE, tendríamos que irnos todos a
vivir al África. No me agrada la idea de abandonar esta Europa nuestra para
alimentar coches y encender bombillas.
Dinamarca genera el 20% de su energía mediante
aerogeneradores, esos molinos modernos a los que nos venimos acostumbrando
cuando circulamos por carretera. Hace años que el país danés renunció a la
energía nuclear, aumentando así la dependencia del carbón. Sus centrales
térmicas son envidiables en cuanto a eficiencia. Pero emiten CO2. Suecia, en
cambio, produce su energía con nucleares e hidráulica, al 50% aproximadamente. Sus
emisiones de CO2 son ejemplares y gestiona eficientemente los residuos que
produce. La inmensa mayoría de su población acepta la energía nuclear, y su
gobierno firmó el tratado de no proliferación de armas nucleares.
Dice el libro en cuestión que las reservas existentes
de uranio nos proporcionarían tiempo suficiente (un siglo, más o menos) para
esbozar, desarrollar y ejecutar mundialmente una política energética sostenible
a muy largo plazo. Le dejo a usted, lector, que reflexione si una política
planetaria así planteada es plausible, con estos cambiantes gobiernos que rigen
nuestras vidas. En mi opinión, no se trata únicamente de oponerse a la energía
nuclear. Yo, por ejemplo, me opongo. La opción es decidir abandonarla en el
momento adecuado. Hasta ahora, el debate político está siendo esencialmente ideológico,
sin respeto alguno por el análisis de lo que supone este voraz modo de vida en
que nos hemos alojado