jueves, 26 de marzo de 2009

Cuestión de superficie


Quería comentarles hoy algo acerca de un libro maravilloso que he descubierto en Internet. Un libro excelente, que se puede leer y descargar gratuitamente. Se titula “Sustainable Energy – without the hot air”, está escrito (en inglés) por David MacKay y publicado en Cambridge. Si doy tanta información es para que puedan buscarlo más fácilmente en la red. Y si buscan un poquito más, descubrirán que algún lector crítico ya ha comenzado a comentar (en español) algunas de las disquisiciones que en ese libro se publican.
Permítanme detenerme en un punto interesante, de entre los muchos interesantes que se esconden en la página de ese libro: la viabilidad de las energías renovables, en términos de la superficie que necesitan para generar la electricidad que necesitamos. Hoy día, la energía fotovoltaica, eólica y demás,  produce unos pocos vatios por cada metro cuadrado de superficie. En cambio, la energía nuclear general mil vatios por metro cuadrado. Para satisfacer las necesidades energéticas de un ciudadano medio europeo, las renovables habrían de emplear, como poco, el 10% de toda la superficie del viejo continente. Hace unos meses ya mencioné que para alcanzar ese 20% de biocombustibles decretado por la UE, tendríamos que irnos todos a vivir al África. No me agrada la idea de abandonar esta Europa nuestra para alimentar coches y encender bombillas.
Dinamarca genera el 20% de su energía mediante aerogeneradores, esos molinos modernos a los que nos venimos acostumbrando cuando circulamos por carretera. Hace años que el país danés renunció a la energía nuclear, aumentando así la dependencia del carbón. Sus centrales térmicas son envidiables en cuanto a eficiencia. Pero emiten CO2. Suecia, en cambio, produce su energía con nucleares e hidráulica, al 50% aproximadamente. Sus emisiones de CO2 son ejemplares y gestiona eficientemente los residuos que produce. La inmensa mayoría de su población acepta la energía nuclear, y su gobierno firmó el tratado de no proliferación de armas nucleares.
Dice el libro en cuestión que las reservas existentes de uranio nos proporcionarían tiempo suficiente (un siglo, más o menos) para esbozar, desarrollar y ejecutar mundialmente una política energética sostenible a muy largo plazo. Le dejo a usted, lector, que reflexione si una política planetaria así planteada es plausible, con estos cambiantes gobiernos que rigen nuestras vidas. En mi opinión, no se trata únicamente de oponerse a la energía nuclear. Yo, por ejemplo, me opongo. La opción es decidir abandonarla en el momento adecuado. Hasta ahora, el debate político está siendo esencialmente ideológico, sin respeto alguno por el análisis de lo que supone este voraz modo de vida en que nos hemos alojado

jueves, 19 de marzo de 2009

Día del Padre


Cada día se celebra alguna cosa en el mundo. Y, amén de las fiestas valencianas, el diecinueve de marzo en España es el día en que felicitamos a los padres. Nótese que he especificado “en España”. Si usted o yo fuésemos tailandeses, habríamos de esperar a diciembre para el menester de hoy. Y de haber nacido ugandeses, hasta mediados de junio. Pero no quiero entrar en erudiciones de enciclopedia ni en prolijidades con poca enjundia.
Yo felicitaría primero a padres como los de antes, que se desvivían por proporcionar a sus hijos un sustento y una educación que costaba enormes sacrificios conseguir. Llevaban grabado el sentido de la familia en el alma, aunque no siempre lo materializasen de forma correcta. Pero, ¿y ahora? ¿Acaso somos mejores? Nos hemos convertido en padres en un país rico, donde nos quema el dinero en el bolsillo y podemos aspirar a comprarnos un BMW, vacacionar en Cancún, salir de copas con frecuencia, o deslumbrar a todos con nuestros progresos esquiando. La educación de los hijos la hemos dejado para los profesores y la basura de la tele que tanto nos hace reír. Por eso permitimos que nuestros hijos, incluso los más niños, se rían con nosotros viendo una serie idiota donde matrimonios rotos y desconfiados se insultan y desprecian. Eso es más interesante que saber quién fue madre de Alfonso XII. Por no hablar del exitazo de las playstation o el ocio alcoholizado. Nos da lo mismo que veamos a nuestros vástagos de botellón, hemos asumido que en este mundo el ocio pasa por pillar borracheras homéricas y follarse, con perdón, todo lo que se mueva el sábado por la noche. Es fantástico hablar de tú a tú a los hijos, que no nos vean como padres, sino como colegas. Es lo que demandan los tiempos. Y así no se rebotan ni nos pierden el respeto. Cedimos hace mucho en luchar por las costumbres que merecen la pena. Somos tan guays, amamos tanto a nuestros hijos, que les compramos coches y motos antes de que puedan mantenerlos. Pasamos olímpicamente de saber qué hacen, qué dicen, qué piensan… ¿Involucrarse en su devenir y su futuro? ¿Comprometerse a algo más que aparecer en el Libro de Familia? ¿Transmitir e inculcar valores y costumbres? Pero qué palabras dice usted, señor Sabadell. Es usted carpetovetónico.
Yo rompí con dos amigos de la infancia el día que les contemplé gritar e insultar a sus progenitores sin vergüenza alguna. Siendo entonces aún adolescente, agradecí mucho la educación que me dieron los míos. Hoy recuerdo ese episodio, y sé lo mucho que me amargaría ver a mi hijo insultarme o vociferarme de similar manera. No necesito un día como el de hoy para que me regalen una colonia. Sino para que yo recuerde cuál es mi responsabilidad y mi compromiso.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Abortar


Peculiar es el debate del aborto, por las muchas emociones encontradas que arrastra. No me apetece reflexionar sobre si es “posible, razonable y necesario” el cambio legislativo al que se refería esta semana la innecesaria ministra de Igualdad. Doy por hecho que se puede cambiar. Lo de razonable dependerá de la opinión de cada uno. Y la necesidad supongo que atiende a razones sociales.
Dejaré de lado que no entiendo por qué es un asunto de Igualdad y no de Justicia. Me centraré en aclarar, siquiera en lo que a mí respecta, el debate social, que por su vasto impacto, acaba perdiéndose en cuestiones que poco aportan. Me parece aburrido porfiar si la vida comienza en la fecundación del óvulo, la mitosis del cigoto en veinte partes, o en la existencia de un feto viable y capaz de soñar con androides. Prefiero pensar que una madre decide abortar porque no desea tener al hijo concebido, o nasciturus. Fíjense que estoy evitando decir que una madre que aborta está matando a su hijo. Muchos lectores me empujarían a esa discusión sin final de cuándo hay vida y cuándo no. Y todo porque el verbo matar es tremendo. Podemos matar un cordero o una mosca. Lo de matar a un hijo suena tan brutalmente execrable que buscamos continuos malabares para evitar esa palabra. Y de ahí lo del cigoto, lo del feto viable y demás historias pesadas. Sin vida, no hay nada que matar.
Personalmente, la cuestión del verbo matar me parece baladí en este asunto. Prefiero ocuparme de los hechos que están ahí y son inevitables. Las mujeres abortan cada vez más. Las razones legales, las conozco. Las reales, las ignoro. La ley ampara a la mujer que aborta legalmente. Pero no promueve el aborto. La vida del nasciturus se encuentra protegida por el artículo 15 de nuestra Carta Magna, si bien tal derecho cede en ocasiones ante los intereses legítimos de la embarazada. Y de eso se trata todo. De delimitar hasta dónde llega la confrontación de intereses. De decidir cuándo terminar con la vida de un nasciturus es o no es delito.
El aborto es una realidad social, y, guste o no, las leyes han de adaptarse a esa realidad. Esta sociedad avanza demasiado deprisa, las normas estrictas enseguida quedan obsoletas. Por eso vemos variar el concepto mismo de delito, acogiéndose al cambio social. Por eso me resulta tétrico imaginar un país donde noventa mil mujeres deambulen temerosas entre sombras, con la mancha del aborto en sus vidas, y miles de dedos acusándolas de asesinas. Como tétrico me resultaría imaginar ese mismo país donde el aborto no es delito en ningún caso, y se desoye e insulta a quienes piden respeto por la vida.
Si en este asunto nadie queda finalmente satisfecho, significará que no solamente se ha atendido a una de las partes.